Écrivains

Unamuno Jugo, Miguel de (version de 1998)

Juegos Florales de 1901. El 26 de agosto de 1901 se celebran en el teatro Arriaga de Bilbao sus primeros Juegos Florales a los que se invita a Unamuno, rector de la U. de Salamanca, ausente de la villa desde hacía cinco años. En su polémica disertación el pensador analiza el papel desempeñado por Vasconia atlántica --ni cita ni alude a Navarra-- en la formación del Estado español e insta a los vascos a diluirse en éste y a enterrar definitivamente el euskera: «Un pueblo que en otro se vierte, se agranda; no muere, resucita. Dad vuestro oro sin importaros el cuño. A la gran aleación española primero, a la humana después, llevaremos nuestro metal»... «Lo que no se logra con medidas de gobierno, el interés propio lo hace. El intento de unificar, prematura y violentamente, retarda y dificulta la integración fecunda y razonada»... «La mejor lengua es la propia, como es la mejor piel la que con uno se ha hecho; pero hay para muchos pueblos, como para otros organismos, épocas de muda. En ella estamos. En el milenario eusquera no cabe el pensamiento moderno; Bilbao, hablando vascuence, es un contrasentido... Tenemos que olvidarlo e irrumpir en el castellano, contribuyendo en hacer de él, como de núcleo germinal, el español o hispano-americano, sin admitir monopolios casticistas, que no es un idioma un feudo de heredad.»... «Nuestra alma es más grande ya que su vestido secular; el vascuence nos viene ya estrecho; y como su material y tejido no se prestan a ensancharse, rompámosle.»... «¿Y el vascuence? ¡Hermoso monumento de estudio! ¡Venerable reliquia! ¡Noble ejecutoria! Enterrémosle santamente, con dignos funerales, embalsamado en ciencia; leguemos a los estudios tan interesante reliquia.»... «La vida ante todo, la vida concreta; y la vida nos trae la pérdida del vascuence»... «Tened, además, en cuenta que hay que acabar y completar la obra de la reconquista española, desarraigando las taifas que aún nos quedan, extirpando el beduinismo»... «Algún tributo podemos aportar a esta pobre nación (española), tan calumniada, y que debemos creer está de muda». El discurso tuvo una instantánea repercusión que se reflejó en la prensa de la época. El día 31 emitía D. Pío Baroja su opinión. Da la razón a Unamuno respecto al estado y a la incapacidad del euskera para vehiculizar la gran cultura pero se niega a preconizar su desaparición por el hecho de que haya «éuskaros y bizcaitarras (que) se hayan dedicado a encubrir sus ideas sacristanescas con el euscarismo». «Al morir el vascuence --afirma-- sin honra alguna para la patria, sin favorecer en nada el desarrollo del pensamiento, desaparecerá un matiz pintoresco de la Península, una nota más, simpática y amable, de la vieja España que, siguiendo este camino, llegará a ser el país más uniforme y monótono del mundo». Bien diferente fue la reacción del mundo euskalzale y, sobre todo, la del nacionalismo vasco encarnado en su fundador Sabino Arana Goiri que asevera que «si tales cosas se hubieran dicho a otro pueblo oprimido que no sea el pacífico vasco, en su misma casa, por uno de sus propios hijos, el orador habría pagado muy caro su intolerable atrevimiento». «Asegúrase que aquí --añade-- el respeto a las damas contuvo al pueblo en el Teatro; pero a la verdad, el que la misma compostura se observara en la calle aquella noche y los días siguientes, sólo puede explicarse por el respeto a la policía». Arana cree a Unamuno un ser tornadizo que «lo contrario de lo que entonces dijo pudo muy bien decirlo al día siguiente, seguramente lo ha dicho en alguna ocasión y es probable lo vuelva aún a decir»; atribuye el pronunciamiento unamuniano al afán de medrar en la Corte y a los «tres distintos revolcones» sufridos en el Bocho: fracasos en la cátedra de euskera, fracaso en las oposiciones a cátedra del Instituto y su fracaso al aspirar al cargo de Archivero de la Provincia. Finalmente, frescos aún los ecos del desastre del 98, alega: «Si pretendéis que el pueblo vasco, perdida ya su personalidad política, pierda también su personalidad étnica, fundiéndose con el pueblo de allende el Ebro para engendrar un nuevo pueblo ¿por qué no discurrir lo mismo respecto de España y no preconizáis sea invadida y avasallada por el anglo-sajón, por ejemplo?». Unamuno mantuvo su tesis sobre el euskera hasta el final de sus días lo cual no obsta para que sintiera una especial ternura hacia la lengua que apasionara su primera juventud. Lo mismo puede decirse de su antibizkaitarrismo que nunca degeneró en manifestación de animadversión hacia su tierra de la que siempre escribió con extremado cariño.