El período franquista (1939-1975). El esplendor al que había llegado el teatro en euskara durante los años veinte y treinta se vio desgraciadamente truncado con el estallido de la guerra civil. Es sabido que el género teatral, por sus particularidades como sistema de comunicación, necesita de una infraestructura, de un público, en definitiva de un ambiente cultural propicio para que pueda desarrollarse. Y el régimen franquista, con su actitud hacia la cultura y lengua vascas, fue el causante de que al teatro le costase nuevamente alcanzar la situación de la preguerra. Como señala Koldo Mitxelena, desde la guerra es el teatro de Iparralde, que hasta entonces había producido fundamentalmente piezas propias para ser representadas en centros patrocinados por la Iglesia (Mayi Ariztia, Jean Barbier, Elissalde, León, Lafitette, etc.), el que toma la iniciativa. En Euskadi Norte se escriben y se representan textos de M. Elissagaray, Guilsou, Etienne Salaberry, etc. Pero quizás el nombre más importante sea el del sacerdote Pierre Larzabal, autor de gran cantidad de textos y de lo más completo del momento. Domina tanto el drama como la comedia y, alejándose del costumbrismo típico, es capaz de presentar problemáticas que incitan a la reflexión sobre la condición humana. Entre sus obras podemos destacar las siguientes: Bordatxuri (1962), Hiri Ziren (1962), Herriko Bozak (1962), Senperen gertatua (1964) y Matalaz, esta última quizás su obra más ambiciosa y de mayor proyección. Hay que destacar también su colaboración en la revista Egan, que, tras su reconversión en una revista en lengua vasca, llevó a cabo una importante publicación de textos teatrales. En el apartado del teatro musical en euskara, iniciado en el s. XVIII por El borracho burlado, se dan obras de calidad sobre todo por el valor de la música. Pueden destacarse obras como Mirentxu, Mendi-Mendiyan, Zigor, Arrano Beltza, Amaya, etc, y autores como Emeterio Arrese, Pedro Mari Otaño y José Olaizola, entre otros. Poco a poco, toda una serie de dramaturgos en Euskadi Sur, van trabajando intentando situar el teatro en el punto alcanzado en la época de preguerra. Son dignos de mención nombres como los de Jacinto Carrasquedo Olarra, con sus obras Garo Usaia (1935) y Laratzean sua (1965); Antonio María Labayen, con sus dramas históricos y de carácter costumbrista además de sus traducciones del teatro de B. Brecht, Ionesco, etc; Agustín Zubikaray (Jaunaren bidetan); los dramas históricos de Jon Etxaide; J. A. Arcocha ( Gabon-gabontzeta); Telesforo Monzón Olaso y otros. La actividad del grupo de Teatro Jarrai, que comienza en los años sesenta, supone la contestación al teatro oficial representado por el grupo de la Academia de Lengua y Declamación. Su labor de renovación abarca tanto la puesta en escena como el repertorio, compuesto funda mentalmente por obras de los autores extranjeros más representativos. Fue precisamente en los años sesenta cuando determinados grupos de aficionados e independientes, con expresión castellana, de Bilbao y San Sebastián, alcanzaron cotas de calidad interesantes. El Instituto Vascongado de Cultura Hispánica configuró su Teatro Estudio con representaciones de obras de Wouk ( Huracán sobre el Caine) y Peter Ustinov ( El amor de los cuatro coroneles); el colectivo Akelarre, premiado en varias ocasiones, y surgido de la escisión del anterior grupo citado, destacó con su trilogía sobre el pueblo vasco: Irrintzi, Guerra, ez y Hator, hator; el TEU de la Universidad de Deusto llevó a cabo toda una serie de estrenos de apreciable valor; en 1970 nace en la Escuela de Ingenieros Industriales de Bilbao el grupo Cobaya, con la finalidad de llegar a públicos hasta entonces marginados de la cultura, etc. En San Sebastián se crea el Club de Teatro, dependiente de la Comisión de Cultura Municipal, dando cabida en su programación a actuaciones de diferentes compañías (Antígona, Argi, Tablado...). Se estrenan obras de autores extranjeros de interés, como Andorra de Max Frich, presentada por el Teatro de Cámara del Gran Kursaal en 1970, y Un tal Judas de Puget y Bost, presentada por Tablado en 1968. Igualmente, en los años sesenta, se van dando a conocer en Donostia actores como Alfredo Landa y Paula Martel. No cabe duda, en fin, que los años sesenta fueron hasta cierto punto fructíferos, a pesar de que los artistas teatrales no pudieron dar total rienda suelta a sus inquietudes por falta de libertad. No hay que olvidar, en este sentido, el exilio de gentes que también se dedicaron al teatro como Manu Sota (Bilbao, 1897-Biarritz, 1980) y Víctor Ruiz de Aníbarro (Pasajes, 1900-Buenos Aires, 1970). Retomando nuevamente la línea del teatro expresado en euskara, se impone citar a Gabriel Aresti (1933-1975) como una de las cabezas visibles del cambio que se estaba produciendo. Sus textos apuestan por el análisis de la realidad social. No cae en lo fácil y panfletario, sino más bien presenta un mensaje relacionado con valores éticos y sociales generales que hacen que su teatro tenga una proyección más universal. Algunas de sus obras, junto a otras de Gereño, Apraiz, Zaitegi, San Martín, etc, fueron publicadas en la revista Egan. Sin embargo, pese al carácter novedoso de sus textos, Aresti no tuvo el impacto que hubiera sido de desear al no llegar éstos a ser representados. La mayor parte de su producción fue realizada en los años sesenta: Mugaldeko herian eginikako tobera (1962), Etxe aberatzeko seme galdua eta Maria Magdalenaren seme santua (1962), ... eta gure heriotzeko orduan (1964), Beste mundokoak eta zoro bar (1964) y Justizia Txistulari (1965). Por otro lado, el teatro más importante realizado en el extranjero es traducido y publicado en Egan por S. Garmendia, Labayen, el propio Gabriel Aresti, etc. Ello va suponiendo un cambio cualtitativo en el ámbito teatral vasco. Ionesco, Durrematt, B. Brecht... se empiezan a conocer, a admirar, y sus influencias dejan huella en los nuevos dramaturgos. Otros nombres relevantes en los años sesenta y primeros de los setenta son: Salvador Garmendia (1932) con su obra Historia triste bat, estrenada por Jarrai en 1965; Lourdes Iriondo (1937), autora de obras de teatro para jóvenes como Martin Arotza eta Jaun y Sendagile maltzurra (publicadas en 1973), y Buruntza azpian (1975); y Luis Haramburu Altuna (1947) con Hil (1972) y Job (1975).