Jamás había de olvidar la familia Bela Jiménez la afrenta y el despojo de que fuera víctima de parte del difunto Fernán González de Lara. No perdonaría a sus sucesores Garci Fernández y a sus hijos ni se pararía ante el crimen si fuere necesario. Como medio más eficaz buscaron el apoyo de Almanzor. Inmediatamente, éste pone a su disposición hombres, generales y dinero. El caudillo Orduan, experimentado general, es el encargado de la entrada por Castilla, independiente ahora de León, y mal avenida con ese reino. Pero Castilla se siente siempre amparada por el rey pamplonés y se aventura demasiado a menudo en peligrosas empresas. Como siempre, gestiona el auxilio del rey don Sancho. ¿Qué hará el monarca ante el poderío temible de Almanzor?, ¿se siente del todo ajeno al problema o teme que una vez castigado su pariente se adentren por Alava reclamando presuntos derechos de los Belas? No cabe duda; el peligro se cierne sobre ambos y además los lazos de parentesco, de amistad y de conveniencia política le ligan indisolublemente al condado castellano. Garci Fernández, cuyo nombre recuerdan las tradiciones vasconas, seguirá siendo su protegido. Se ha tomado una decisión; cumpliéndola, las huestes vasconas salen del reino y entran por las tierras castellanas. El prestigio de Pamplona debe quedar salvo y es preciso vencer. Orduan y don Bela, confiados en sus impresionantes tropas, aceptan batalla. Los aliados los reciben con coraje y ferocidad. Los ágiles montañeses, tantos años en paz, se desquitan acudiendo con ligereza y precisión a donde se les llame. Una gran derrota musulmana es el resultado de la refriega.