Concept

Política

Coincidimos con Barbara Goodwin (1988: 10) cuando señala que la esencia de la teoría política es el intento de explicar, justificar o criticar el ejercicio poder. Partiendo de los hechos, la teoría política describe y explica la política en términos abstractos y generales. De acuerdo con su perspectiva, por ello, la teoría política ha sido un instrumento de un:

"permanente empeño en legitimar a los gobernantes y a los gobiernos y por justificar el fenómeno del poder."

No obstante Goodwin reconoce que el papel de la teoría política va más allá del análisis pretendidamente objetivista puesto en boga por la escuela behavioralista. Efectivamente, la teoría política también:

"nos libera para pensar de modo especulativo o idealista, en lugar de entramparnos en la descripción crítica de aquello que existe, como si jamás pudiera ser cambiado."

Es decir, sienta las bases para que más allá de lo instituido, se aspire a nuevas expectativas gracias al "amplio margen para la imaginación crítica" que aporta. Dicho de otra forma, la teoría política puede servir para analizar las formas recurrentes de poder (el ser), pero también puede servirnos de instrumento para vislumbrar otras formas de pensar el poder (el deber ser).

Esta aproximación contradictoria entre lo instituido y el ser por una parte, y lo instituyente y el deber ser por otra, es fácilmente aprehensible en las propias de definiciones de Política. Desde una primera perspectiva -que podríamos denominar como objetivista- Valles (2000: 35) nos define la política como:

"la actividad que los miembros de una comunidad llevan a cabo para regular conflictos, mediante la adopción de decisiones que obligan -si es necesario por la fuerza- a sus miembros."

De forma más contundente, autores como Maquiavelo identifican la política en términos de control sobre las personas o los recursos, considerando político todo fenómeno vinculado a formas de poder o dominio sobre los demás, imponiéndoles conductas que no serían espontáneamente aceptadas. Desde una perspectiva más orgánica, Weber analiza la política como la actividad desarrollada por instituciones públicas estables autorizadas para ejercer la coacción sobre la comunidad. Spencer, finalmente interpreta como política toda actividad vinculada a la defensa de la comunidad contra una amenaza exterior, de forma que la preparación de la guerra y la organización militar -jerarquía, disciplina, recursos fiscales y coacción- es el origen de la actividad política.

Como vemos, en la definición de política de estos autores la pieza nuclear de lo político, el poder, se asocia a conceptos como fuerza, dominio, imposición, coacción, defensa, disciplina...; en definitiva, tienden a centrar la definición de lo político en términos realistas, cercanos al ser, a la realidad tal y como se nos presenta en la mayor parte de los escenarios. El poder, entendido como el objeto básico de lo político, se asienta desde estas perspectivas en una concepción que desde Hobbes se utiliza en términos de causalidad: si poder es "la capacidad de un actor para producir resultados exitosos", el poder político es "la capacidad de un actor para conseguir que otro haga lo que de otro modo no haría" (Maiz, 2001: 64).

Ciertamente, todas estas concepciones de poder se visualizan, se concretan en la práctica política desde perspectivas tanto progresistas como conservadoras; sirven para mantener el statu quo o para modificarlo; sirven para un gobernante y para un guerrillero. Le sirven al Estado y le sirven a ETA. Sin embargo, tienen algo en común: se centran en una visión -realista- de la política que identifica, de una u otra forma, poder con dominación. Sin embargo, que estas concepciones del poder, en su empeño de asentarse en el ser, olvidan la potencia normativa que la teoría política puede albergar. Aun más, creemos que cuentan con un papel performativo claro que en última instancia acaba negando la posibilidad de otras lógicas de poder que pudieran llegar a ser, aunque todavía estén circunscritas al deber ser.

Podríamos caer en el conformismo si no tuviéramos motivos para lo contrario. Pero, tenemos motivos. Y tenemos herramientas. Efectivamente, en el seno de la teoría política existe otra concepción -aunque sea minoritaria- del poder. Así, desde un acercamiento normativo, el ejercicio del poder se:

"refiere a la capacidad de pasar de la potencia al acto, de actualizar una concepción determinada del bien, de ser capaz de realizar una determinada idea de vida buena" (Maiz, 2004: 65).

Desde esta perspectiva, a las anteriores definiciones de política podríamos contraponer, como complemento teórico normativo, cuando menos, la de Iris Young que considera que:

"la política aspira a poner las bases que permitan superar las necesidades y los sufrimientos privados mediante la creación de leyes e instituciones que dan forma a la vida colectiva, regulan los conflictos y configuran sus narrativas" (Young, 1999: 693).

Young, cuando define a la política como aspiración, nos remite al deber ser, asumiendo los postulados de Hannah Harendt, en cuya perspectiva la política es la expresión más noble de la vida humana, por ser la más libre y original. La política, a juicio de Arendt, en cuanto vida colectiva implica que la gente se distancie de sus necesidades y sufrimientos particulares para crear un universo público en el que cada cual aparece ante los demás en su especificidad, pero todos unidos en lo público. Como nos recuerda Young, para Harendt,

"la vida social se ve sacudida por la cruel competencia por el poder, por los conflictos y privaciones, por la violencia que siempre amenazan con destruir el espacio público. Pero la acción política revive de cuando en cuando, y gracias al recuerdo del ideal de la antigua polis, conservamos la visión de la libertad y la nobleza humanas como acción política participativa" (Arendt, 2003).

Frente a las anteriores definiciones, este tipo de aproximaciones a la política dejan de lado las ambigüedades: nunca pueden ser un recurso de sostenimiento del statu quo. Siempre se sostienen desde el deber ser. Y en el fondo, remiten a una concepción del poder que se vincula, como veremos, más con la relación o con la interacción igualitaria que con la dominación. Efectivamente, para Harendt es la política en términos de participación igualitaria, la que debe domesticar un poder entendido como dominación que sacude la vida social.

Podríamos simplificar esta contradicción entre las dos formas de acercarnos a lo político y al poder señalando que, en el fondo, la política puede ser interpretada tanto como "el arte de hacer plausible lo posible", que como el "arte de hacer posible lo imposible". Como es obvio, a la hora de tomar partido, quienes esto escribimos escogemos la segunda opción. Y de paso, confesamos que si aceptamos que la teoría política también debe permitirnos captar el ser de la sociedad, lo hacemos no porque nuestro deseo sea sostener el statu quo, sino más bien porque partimos de la expectativa de que este sustrato pesimista nos catapulte, como propone Bordieu, a la utopía del deber ser.

Cuando preguntas a los jóvenes con qué tipo de gastronomía identifican la política, las respuestas suelen variar, pero no el sentido negativo. Para algunos es como un sándwich de chaca: aparentemente atractivo, uniforme, casi aséptico, pero que no sabe a nada; para otros es como la comida china, que llena pronto pero siempre te deja con hambre; para otros es como la ensaladilla rusa, ya que lo conforman muchos elementos que tienen cosas en común y cuyo resultado depende de los ingredientes. Para otros es como la comida mejicana, que si no estás preparado deja mal sabor de boca. Cuando a ello se refieren, obviamente, están pensando lo político en términos del ser. La política es necesaria para vivir, pero desagradable de degustar. Las cosas varían cuando preguntas que plato debería ser la política. Entonces hablamos de comidas étnicas, de slow food, de las alubias de nuestra amama. Y qué decir de la cocina vasca tradicional....

Esa es la esencia de la política como deber... hacer de la necesidad virtud, ser el arte de hacer posible lo imposible. Como sucede con el Marmitako... inventar un exquisito plato para satisfacer nuestras ilimitadas expectativas gastronómicas con recursos limitados... y tan que limitados! Los recursos de los que disponían los arrantzales a su alcance... agua de mar, atún y patata (fácil de transportar, duradera, nutritiva...).

Este es el dilema al que se enfrenta este país. Seguir considerando la política como el arte de hacer plausible lo posible, que en última instancia bascula toda la energía de la política en la fuerza... o tratar de superar esta lógica intentando hacer posible lo imposible consiguiendo que este país defina su futuro a través de la deliberación, de la participación, en definitiva, desde unas claves que no entienden el poder como dominación sino como interacción, que no se asienten en la lógica del enemigo sino la del adversario, que no se sustenten en el antagonismo sino en el agonismo (Mouffe, 2001) que acepta al otro como legítimo otro (Maturana, 2008).