Concept

Palacio (version de 1993)

Palacios de piedra II. Durante el s. XVII se construyeron muchos y buenos palacios en toda Euskal-Herria; la mayor parte pagados, según Vargas Ponce, con dinero procedente de América. Fuera construido con dinero americano o no, uno de los mejores ejemplares es el palacio de Barrenechea, que se encuentra en Villafranca y pertenece a los Marqueses de Argüeso. Sobre una inmensa planta rectangular, sin patio, se elevan las severas fachadas, que ninguna decoración tienen. La más interesante es la del Mediodía, por un arco enorme central, que sirve de eje a la composición, agrupando otros menores que corresponden a unas típicas solanas. La escalera, que se encuentra en el gran arco citado, es de piedra sillería hasta la planta noble, donde están los salones, comedor y estrados. Probablemente fue construido este palacio, alojamiento de varios reyes, en el solar ocupado por alguna antigua torre, que en aquel lugar podía muy bien defender la entrada del pueblo. La fecha de su edificación se encuentra entre los postreros años del s. XVI o primeros del XVII. Una casa aún más austera es la conocida en Vitoria con el nombre de «Casa de los Cubos», por unos que tiene en sus extremos, que contribuyen a darle un aspecto ceñudo. Fue fundada por don Antonio del Barco y Recalde, en 1623, y su única decoración consiste en el escudo labrado sobre una pequeña puerta de medio punto. Hacia 1650, construyó doña Angela María de Unzueta un buen palacete en las cercanías de Eibar, rodeando por Norte y Poniente la famosa Torre de Unzueta, la única, con la de Olaso, que fue respetada por la Hermandad en sus órdenes de derribo. La fachada del palacio es típica, con sus muros de sillería oscura y el carácter reconcentrado tan propio del vasco. En la planta principal tiene balcones volados, y en el último unos antepechos. La casa de Mugartegui, en Marquina, construida hacia 1660, puede presentarse como el modelo de un palacio vasco de esta época. La fachada principal es de sillería y las otras tres de mampostería, como las que vimos en Laureaga, de Vergara; han desaparecido los garitones y pináculos, y, en cambio, los balcones volados de hierro toman parte importante en la composición y aparecen en la planta principal; los huecos superiores son antepechados también, con barandal de hierro. En la planta baja, la puerta es central y adintelada, con un modesto guarnicionado, y a los lados dos ventanas con rejas. La planta es, desde luego, rectangular, aglomerada, y están unidos los tres pisos por una escalera magníficamente vasca, de madera, con robustos y típicos balaustres. Remata la casa un apropiado alero en tamaño y decoración. La casa de Lardizabal entra en este tipo, no diferenciándose del descrito más que en detalles insignificantes, como la colocación del escudo. Los balcones volados del piso principal, los antepechados del segundo y de la puerta central con las dos ventanas enrejadas, en la baja; las platabandas que cercan los huecos y corren por las líneas de imposta, así como el alero, son similares a la de Mugartegui. Entre los palacios navarros de esta época, debe ser citado el de Arrarboa, en Maya, por su buena sillería, magnífico alero de doble canecillo y una pintoresca escalera exterior, descendiente de las que se adosaban a las torres. Los palacios del marqués de Tola y de Urgoiti (Elorrio) son una evolución del de Mugartegui, siendo la base de la composición de la fachada la misma ordenación de huecos con las decoraciones abarrocadas de la época. Más compleja es la casa de Moyua.Anticipándose al actual renacimiento de la arquitectura vasca, que emplea elementos más o menos estilizados de las épocas pasadas; el constructor de esta casa volvió a emplear los garitones, que ya no se usaban, y volvió, sobre todo, con los huecos ajimezados, arcos conopiales y una puerta apuntada, de sabor muy arcaico, para mezclarlos con detalles del más jugoso barroco. Para recordar mejor la vieja arquitectura, suprimió el alero, que en esa época usaban todos los constructores, y terminó las fachadas con una moldura de cornisa sobre la que descansan las boquillas de las tejas.

El s. XVIII se caracteriza por la influencia de los diversos barrocos, que ya en el siglo anterior han dado señales de su existencia. En un mismo pueblo -Usúrbil-, aparecen los palacios de Soroa y Achega con caracteres barrocos distintos, como son también distintas las bases que sirvieron para proyectar las fachadas. El primero, que recuerda al tipo de Lardizabal, tiene dos arcos de entrada al portalón, como veremos en las casas rurales, y en cambio el segundo, de silueta esbelta, con una amplia escalera exterior, tiene la puerta de ingreso a la altura de la planta principal. Y examinando sus huecos, balcones, aleros, proporciones, etc., veríamos que nada de común tienen, aparte del encantador paisaje que les sirve de fondo. Uno de los edificios barrocos más notables del país vasco es el de los Orbes, en Ermua, propiedad de los marqueses de Valdespina. Fue mandado edificar en la primera mitad del s. XVIII, por don Andrés de Orbe y Larreategui (1760), en el lugar que ocupaba la modesta casa en que vió la luz primera. Es de planta cuadrada y ocupa el centro de la casa una enorme y señorial escalera de piedra, verdadero alarde de construcción, cubierta por una cúpula espléndida. En planta baja están, en primera crujía, el portal, iluminado por ventanas enrejadas, y dos cuartos; a los lados de la escalera, leñeras y graneros, y, en la crujía del fondo, una magnífica y patriarcal cocina. En el piso principal, encima del portal, el salón con dos saletas en los extremos; y a continuación otras salas y comedor, con una gran galería al mediodía. Y en el segundo piso, los dormitorios y otra solana. La fachada principal está cuajada en los recercos de los balcones, esquinas, moldura bajo el alero, impostas, etc., de toda clase de motivos abarrocados que culminan en los enormes y bien labrados escudos esquinados. El barroco francés del tiempo de Luis XV, ha decorado la casa de Zumaran, en Eibar, con toda clase de retorcidos, cartelas, mascarones de piedra y barandales de hierro. Pero a pesar de esta influencia tan patente, el constructor levantó un palacio vasco en su composición general. Es una casa indígena adornada con las ampulosas galas del XVIII francés. Los palacios navarros también han sufrido las influencias barrocas, como puede verse, entre otra infinidad, en los del Marqués de Alava y de Ubillos, en Elizondo. Este último, recordando los portalones rurales, tiene un enorme arco rebajado de entrada. Es de observar que, cortando la línea del alero, aparecen unas buhardas o lumbreras de frontón triangular, que muy bien pueden estar inspirados en las «lucarne» francesas. La última evolución de los palacios fue una reacción contra las complicaciones decorativas. Cansados de retorcer molduras, aplicar florones, recuadros, guirnaldas y mascarones, redujeron la decoración a los escudos, a los aleros y a unas sencillas platabandas, colocadas como molduras de impostas, y en los recuadros de ventanas, balcones y puertas. La casa de Areizaga (Urretxu) entra de lleno en este tipo. Encima del dintel de la entrada tiene el siguiente texto: «La maldición de la madre abrasa y destruye de raíz hijos y casa». No es excepcional en las casas vascas esta costumbre de poner lemas o sentencias. En la casa de Gaviria -un hermoso ejemplar del XVII, que acabará por desaparecer- pusieron: «Soli Deo honor et gloria»; en el típico palacete de los Bañez de Artazubiaga: «Solus labor parit virtutem, sola virtus parit honorem»; En el último cuarto del s. XVIII empiezan a blanquear las fachadas que se construyen de mampostería, reservando la sillería para las platabandas, las esquinas y, en algunos ejemplares, para la parte basamental del edificio, como ocurre con la soberbia casa de Leturiondo (Azkoitia). La parte baja, es como decimos, de buena sillería; los pisos superiores, de mampostería enfoscada y blanqueada; los huecos, con sencillas platabandas; el escudo en el centro; dos magníficos balcones volados con barandales de hierro, repisa de piedra moldurada y apoyada en mensulones barrocos; y el alero, de tallados canes, sostenido en una bien labrada moldura de cornisa; el portal, con sus ventanas enrejadas; al Mediodía una triple arquería de solana; la carpintería de puertas y ventanas está bien ejecutada, en un gusto un poco afrancesado, como el escudo nobiliario. La planta es aglomerada y tiene en los bajos, además del portal, dos habitaciones- en primera crujía; en la siguiente, el vestíbulo y arranque de la amplia escalera, y en las otras crujías las cuadras, leñeras, etc. En el piso principal, la cocina, comedor, salones y saletas; y en el tercero, los dormitorios, despacho y solana. Las austeras fachadas del siglo anterior se tornan aquí más risueñas con el enjabelgado, que da una alegre nota blanca en las villas vascas. La casa de Yrizar, en Vergara, es otro típico ejemplar de fines del XVIII -1780-. Como en Leturiondo, no tiene más decoración que el escudo y las fajas de impostas y huecos. Los barandales de hierro y el alero, de gran vuelo, animan las fachadas. El portal es interesante; consta del zaguán, con dos ventanas primitivamente enrejadas, y un vestíbulo, de donde arranca la escalera principal.