Historiens

Larramendi, Manuel

Si consideramos su producción impresa en vida o post mortem habría que clasificarla cronológicamente del modo siguiente:

a) De la antigüedad y universalidad del Bascuence en España: de sus perfecciones y ventajas sobre otras muchas lenguas. Demostración previa al Arte, que se dará a luz en esta lengua (Salamanca 1728); El imposible vencido. Arte de la Lengua Bascongada (Salamanca 1729); Discurso Histórico sobre la famosa Cantabria. Questión decidida si las provincias de Bizcaya, Guipúzcoa y Alaba estuvieron comprehendidas en la antigua Cantabria (Madrid 1736); Diccionario trilingüe del Castellano, Bascuence y latín, 2 vols. (San Sebastián 1745). Este primer bloque de obras, dos de ellas de su período salmantino, muestran un temprano interés de Larramendi por su idioma nativo. Como en otras de sus obras, actúa espoleado por la ignorancia existente al respecto, cuando no desprecio. Larramendi adopta un tono polémico y hasta zumbón con quienes piensan diversamente y trata de adoctrinar a extraños, mientras incita a sus paisanos a saber estimar su lengua y a conocerla. Elabora una Gramática, muy estimable, para mostrar la perfección, racionalidad y peculiaridades de su lengua, considerada como "algarabía" por quienes la desconocían. "No ha tenido guías ni predecesores" en su afán de descubrir reflejamente la riqueza gramatical del euskera (L. Villasante). El mito del cantabrismo de los vascos, frecuente en la época hasta que lo refutara el P. Flórez, es sostenido con erudición por Larramendi, orgulloso de tal identificación. El Diccionario, "obra verdaderamente monumental" (L. Villasante), precedido de un extenso prólogo que muy pocos han leído, fue obra escrita en su retiro loyoleo y fruto de amplias labores de campo. Curiosamente ordena sus palabras alfabéticamente en castellano, y siguiendo la pauta del Diccionario de la Real Academia, acaso por mostrar a los extraños la riqueza parigual de su propia lengua, y recogiendo, sin precisar, acepciones de los diversos dialectos del euskera. La invención de palabras, cierta manía etimologista banal y el empeño en demostrar la raíz vasca de palabras latinas, griegas y romances, son defectos que se han achacado a este diccionario, haciendo olvidar otros méritos positivos del gigantesco esfuerzo realizado por el autor, cuyo Diccionario ha sido fuente de todos los posteriores. A las apreciaciones de Orixe, Euskera (1930), de Mitxelena, Villasante y Sarasola en sus respectivas Historias de la Literatura vasca, hay que añadir las de A. Tovar, Mitología e ideología sobre la lengua vasca (Madrid 1980) y el importante artículo de J. A. Lakarra, Larramendiren Histegintzaz inguruan, "Anuario del Seminario de Filología Vasca "Julio de Urquijo"" 19 (1985) 11-50. En vida de Larramendi apareció su Nueva demostración del derecho de Vergara sobre la patria y apellido secular de San Martín de la Ascensión y Aguirre... obra joquiseria del P.Torrubia, por D. José Agustín de Bazterrica y D. José Hipólito de Ozaeta (Madrid 1745) en la que, según confesión propia, él tuvo parte, así como en la redacción del oficio y rezo que fueron aprobados por la S. Congregación de Ritos, aunque un coetáneo afirma que fue obra escrita por inducción, tumultuariamente y "lunar" de su producción. Se imprimió también, sin su nombre, su Examen jurídico, político y legal del que se dice consulta de la Diputación de la M. N. y M. L. Provincia de Gipuzkoa (1744) en defensa de los derechos de Hernani. E igualmente su Carta-prólogo al "Jesusen bihotzaren devocioa" de Mendiburu (1747), verdadero manifiesto con el que impulsó el renacimiento literario del euskera con fines pastorales, que sería secundado con su obra escrita por los jesuitas Cardaberaz y Mendiburu y por los franciscanos de Zarautz con su predicación viva.

b) Tras siglo y medio de olvido -acaso por la circunstancia de la expulsión de los jesuitas de España un año después de la muerte de Larramendi-, el P. Fita inició su resurrección dando a conocer una larga y sabrosa carta de Larramendi al P. Berthier, director de las Memoires de Trévoux, con facetas inesperadas del andoaindarra, y sobre todo editando por primera vez la preciosa Corografía de Guipúzcoa (Barcelona 1882), reeditada en Buenos Aires (1948) y en San Sebastián (1966), esta última con centenares de correcciones sobre las ediciones anteriores, aunque la de Buenos Aires haya sido reproducida fotográficamente en 1985. En ella Larramendi parece prenunciar los futuros estudios de etnología y folklore, ya que nos describe maravillosamente la Gipuzkoa de su tiempo con su geografía, modos de vida y gobierno, costumbres, danzas, lengua, etc... con innumerables observaciones del máximo interés, así como con polémicos anticipos de ideas políticas que desarrollará en otra obra. Destacan en ésta, por su extensión, los apartados otorgados a la lengua vasca, así como a las danzas, asunto en el que mantuvo, desde un punto de vista moral, posición mucho más abierta que la de su coetáneo y admirador P. Sebastián de Mendiburu. La Corografía, en la que muestra apasionado amor a su pequeña provincia, fue obra inducida por la denominación castellana de vizcaínos que se aplicaba a todos los vascos y por tanto constituye una vibrante afirmación de la personalidad histórica de Gipuzkoa. En ella prenuncia la defensa de los Fueros. El localismo de la obra, acaso censurado desde Bizkaia, le sirvió para demostrar al censor la analogía y unidad que existía entre las tres Provincias respecto a tal cuestión, aunque designe a Gipuzkoa como "mi Nacioncita". El tema foral lo abordó directamente en otra obra, desconocida hasta nuestros días, titulada Conferencias curiosas políticas, legales y morales sobre los Fueros de la M. N. y M. L. Provincia de Guipúzcoa que suscitó en su día la inquietud del Consejo de Castilla, antes de ser editada. La muerte del P. Larramendi (1766) y la expulsión de los jesuitas (1767) explican que esta inquietante obra hubiera quedado en el olvido y haya quedado, como otros fondos jesuíticos, a la Real Academia de la Historia. Desechada una primitiva arquitectura en forma de tratado, Larramendi le dio forma de conferencias, ágiles y literariamente vibrantes, en que dialoga y polemiza con hipotéticos adversarios, con viva conciencia de la amenaza que se cernía sobre los Fueros. Como indica su título, en ella baraja ideas jurídicas, políticas y morales, al tiempo que un pasado histórico para construir una tesis coherente acerca de los Fueros, a los que contempla como una lex privata o peculiar, no como un otorgamiento regio. Ley de larga vigencia y respetada secularmente por los monarcas, con la contrapartida de una gran fidelidad de Gipuzkoa a la Corona. Acaso austracista de corazón, recrimina a los ministros, no al rey, el menosprecio de los Fueros, al tiempo que fustiga seriamente a las instituciones políticas guipuzcoanas (Juntas generales) de su apatía en la defensa de los Fueros y de la aceptación de contrafueros por miedo o por intereses bastardos. Rebozándola de ficción literaria, lanza la especie de una segregación de Gipuzkoa por parte de Castilla y la fantasía de una República de las Provincias unidas del Pirineo, que abarcase a las siete provincias vascas. Inspirado en la tradición jurídico-política hispana (S. Isidoro, El Tostado, Suárez) rechaza la doctrina política de corte francés y galicano que aboga por el absolutismo regio y apoyado en la misma tradición justifica la defensa armada de los Fueros en el caso de que éstos sean conculcados, aunque parece prevalecer en él la vía dialogante y del recurso al rey como amparador tradicional de los Fueros. Se le ha acusado de fixista en materia foral, sin reparar que Larramendi acepta en el pasado cambios en el derecho foral, pero cambios autóctonos, no impuestos; mientras que su defensa cerrada y escrupulosa de todo el cuerpo foral tiene como horizonte la amenaza real que se cernía sobre el Fuero en episodios de gran tensión que conoció en su vida.

También se califica de mítico su pensamiento, a título del tubalismo y cantabrismo que defiende, olvidando sus apoyaturas históricas firmes, como la de la unión voluntaria de Gipuzkoa a Castilla y sobre todo la jura de los Fueros observada por los monarcas durante siglos, así como la reciente protección mostrada por Fernando VI (1752). El afán de convertir en mitológico el pensamiento de Larramendi olvida que su obra está cuajada de alusiones explícitas o latentes a una situación de hecho, que fustiga, atacando a los ministros omnipotentes como a la desidia de los junteros y del pueblo guipuzcoano. El conocimiento de esta obra de Larramendi ha sido una revelación, porque constituye un eslabón importantísimo entre la doctrina foral clásica guipuzcoana estudiada por Elías de Tejada y los movimientos políticos del siglo XIX. Aunque la obra por su ocultamiento no ha podido ejercer influjo literario posterior alguno, las ideas de Larramendi sí pudieron irradiarse en vida y alguna muestra de ello tenemos en el borrador de un célebre sermón pronunciado ante las Juntas Generales de Gipuzkoa. Esto explica que con posterioridad a su muerte, tanto en el renacimiento literario del euskera como en el eco político, Larramendi fuese persona muy viva en la tradición del siglo XIX: fenómeno explicable a medida que vamos descubriéndolo con la publicación de sus escritos. La Corografía como las Conferencias sobre los Fueros, obras de sus últimos años (1756-8), debían formar una trilogía con una Historia de Guipúzcoa, llamada retrógrada porque iba del presente al pasado. Algunos la han mencionado, pero hasta el momento no se ha dado con su texto. Su producción a un libro del P.Mendiburu, la traducción de unas prosas medievales, un panegírico de San Agustín publicado en el siglo pasado por el P. Arana (1885), un sermón pronunciado en Azkoitia editado por J. A. Lakarra (Anuario de Filología Vasca Julio de Urquijo 19 (1985) 1150, algunos textos dispersos en sus obras ya impresas, es poco el caudal literario euskériko dejado, aunque aún aparecerán otras piezas oratorias, no así las cartas en euskera que varios las han mencionado, pero nadie las ha visto. A la luz de una obra que va siendo sólo modernamente conocida en su plenitud, la personalidad de Larramendi va enriqueciéndose y cobrando nuevos perfiles, como hombre de grandes dotes naturales, trabajo titánico y enorme garra. Una emotiva nota escrita a raíz de su muerte por quien bien le conoció, nos lo presenta "como monstruo y hombre grande en cuerpo y alma y en todas las cualidades suyas o las potencias y los sentidos de ambas mitades o partes: gran estatura, gran aire, gran fuerza, gran proporción, gran despejo, vista, oído, lengua, voz, acción, etc. todo grande". Claridad, seguridad, vehemencia, dotes de persuasión. "Gran memoria, entendimiento grande, voluntad grande y buena, y alma y corazón vastos, serenos, amplísimos. Parecía incapaz de perturbación y ruindad alguna. Y era capaz de cautivar o arrestar a un gigante o por bien, mirando; o por mal, con un guijarro en la mano. Le oí decir en su vejez y tirándole a arredrar, que no temía a dos o tres hombres arrestados y valientes, cara a cara y con sólo dos morrillos". Lo elogia como hombre de gran serenidad, de certero y rápido juicio, humilde y dócil, incapaz de murmurar de nadie, ni siquiera agraviado o provocado. Máxima muestra de su grandeza y moderación de ánimo dio a propósito de sus escritos, llevando con paciencia que unos fuesen tildados, retrasados o sacrificados, sobrellevando con paciencia tal suerte y una cierta desestima o crítica en el seno de la Compañía. Sólo al fin de sus días, se quejó con cierta amargura en un escrito dirigido a sus superiores y que he podido darlo a conocer, recuperando con él la vida y la personalidad del P. Larramendi. El legado de su obra lingüística fue el que, tras su muerte, mantuvo enhiesto su nombre, ya que tuvo amplia difusión en España siendo citado por muchos autores como autoridad en la materia y hasta en la Biblioteca Mexicana, en las Acta eruditorum de Leipzig y en una revista londinense. Tras un período de autoridad indiscutida, siguió otro de crítica y menosprecio, que acaso hoy empieza a ser revisado para devolver a Larramendi su justo lugar.

En cualquier caso, pasa por ser el impulso de un renacimiento del euskera, especialmente con fines pastorales, y por ello impulsor de un renacer literario religioso.

La otra parte de su obra (Corografía, Fueros, etc.), difundida en nuestro siglo y hasta en nuestros días, le merece el título de despertador de la conciencia vasca en su dimensión general, y hasta en la especificidad guipuzcoana, con sensibilidad singular y premonitoria de amenazas que más tarde se convertirían en conflictos graves. Por ello su mensaje, mucho más complejo que sus supuestas o reales mitologías, ha encontrado sorprendente eco hic et nunc, en un claro exponente de gloria póstuma.