Poètes

Godoy Alcayaga, Lucila

Dos Premio Nobel de Literatura chilenos, los dos con madres de ascendencia vasca: Petronila Alcayaga y Rosa Basoalto Opazo. Siendo cónsul en Italia le indicaron que no recibiera a Neruda. Nos cuenta:

"Me prohibieron desde allá recibir en el consulado a Neruda. ¡Qué poco me conocen! Me hubiera muerto cerrándole la puerta de mi casa al amigo, al más grande poeta del habla hispana, y, por último, a un chileno perseguido".

Al cumplir P. Neruda los cincuenta años, Gabriela le envió un entrañable obsequio. El poeta acusa recibo en su discurso de la Universidad de Chile:

"Anoche, con los primeros regalos, me trajo Laura Rodig un tesoro que desenvolví con la emoción más intensa. Son los borradores escritos con lápiz y llenos de correcciones de los "Sonetos de la Muerte", de Gabriela Mistral. Están escritos en 1914. El manuscrito tiene, aún entonces, las características de su poderosa caligrafía. Pienso que estos sonetos alcanzaron una altura de nieves eternas y una trepidación subterránea quevedesca". Y sigue: "La magnitud de estos breves poemas no ha sido superada en nuestro idioma. Hay que caminar siglos de poesía. Remontarnos hasta el viejo Quevedo, desengañado y áspero, para ver, tocar y sentir un lenguaje poético de tales dimensiones y dureza".

Al legar estos originales a la recién instituida "Fundación Pablo Neruda para el Estudio de la Poesía" (1954), el poeta vuelve al tema de Gabriela y afirma al final:

"Pero nosotros seguiremos reverenciando estos sonetos que se abrieron de pronto en la vida de la poesía como si golpes de viento hubieran hecho temblar la casa deshabitada y se hubiese instalado allí para siempre una presencia, una palabra verdadera".

Este mismo año llega G. Mistral una vez más a Chile. Neruda le da la bienvenida así:

"En este mes de setiembre florecen los yuyos, el campo es una alfombra temblorosa y amarilla. Aquí en la costa desde hace cuatro días golpea con magnífica furia el viento Sur. La noche está llena de su movimiento sonoro. El océano es abierto cristal verde, titánica blancura. Llegas, Gabriela, amada hija de estos yuyos, de estas olas, de este viento gigante. Todos te recibimos con alegría."

P. Neruda, cosa muy humana, tuvo celos de Gabriela porque creyó que con sus misivas trabajaba su ascensión al Nobel. Pero declara en sus Memorias, Barcelona, 1974:

"Para mi tuvo siempre una sonrisa abierta de buena camarada, una sonrisa de harina en su cara de pan moreno".