Concept

Globalización en Euskal Herria

A la hora de definir la globalización, algunos autores la identifican como una simple radicalización de fenómenos previos, mientras que otras aproximaciones consideran que ésta inaugura una fase cualitativamente nueva de la humanidad. En paralelo, desde algunas aproximaciones se destaca el papel más o menos involuntario del ser humano en la extensión de la globalización. Bauman, por ejemplo la considera como el resultado de muchas fuerzas anónimas que actúan en una tierra de nadie. Por el contrario, otros autores inciden en el papel casi estratégico de ciertos grupos influyentes a la hora de definir los contornos de la globalización. En este sentido, Bordieu (2001) entiende la globalización como la forma más acabada de imperialismo. No obstante, a la hora de definir los rasgos de la globalización, creemos que la fractura más interesante para nuestro propósito no se encuentra en la interpretación de su origen y/o motor, sino más bien en el perfil que asume su evolución: en la valoración que de este fenómeno se hace desde diversas aproximaciones analíticas (Zolo, 2006).

Efectivamente, un grupo importante de estudiosos define la globalización como un desarrollo coherente de la revolución industrial europea y de la modernización que ésta implica, con sus corolarios de racionalización administrativa y tecnológica, bienestar económico, secularización, difusión del liberalismo y del mercado. Desde esta perspectiva, la globalización acompaña el fenómeno imparable de difusión a todo el planeta de las conquistas de occidente, contribuyendo a incrementar los intercambios políticos, culturales y económicos como condición para un aumento inexorable del bienestar. Desde esta visión positiva, el crecimiento económico que facilita la globalización es la condición para un desarrollo humano que sirve de sustrato para la ampliación de la libertad política (entendida como democracia liberal) a todo el planeta. Así, en su versión más radical, se llega a interpretar que la globalización podría permitir que se superase la "anarquía internacional" gracias a la creciente erosión de la soberanía de los estados nacionales. Un proceso, que a la inversa, facilitaría la transferencia de una parte importante del poder de estas estructuras políticas, hasta fechas recientes omnipotentes, a la sociedad civil, y especialmente a las fuerzas del mercado global.

Para otros analistas, en unos tiempos en los que la mayor parte de la población se lame las heridas provocadas por la actual crisis financiera internacional, estos alegatos neoliberales suenan a peligrosos cantos de sirena. Efectivamente, ya desde 1997-1998, y a partir de la experiencia de la crisis del sudeste asiático, muchos teóricos de la globalización, más allá de asumir sus aspectos positivos, advertían sobre sus efectos adversos, entre los que destaca la polarización creciente de la riqueza, las perennes (y desde 2008 omnipresentes) turbulencias financieras, el peso de la especulación descontrolada, la irracionalidad en la esquilmación de los recursos, la occidentalización de los estilos de vida, la voracidad del consumo y la consecuente destrucción de la pluralidad biológica, cultural y humana del planeta. Esta aproximación crítica se apoya también en crítica a la reciente ruptura de consensos establecidos durante la modernidad, entre los que destaca el recurso a la guerra preventiva o la aparición de limbos jurídicos para la tortura como Guantánamo. No obstante, la mayor y más clara de las críticas que acompaña a esta visión proviene de la consideración de que la globalización, como consecuencia de la aceleración del desarrollo científico, industrial y tecnológico, está promoviendo una ruina ecológica de dimensiones planetarias.

A caballo entre ambas aproximaciones contrapuestas encontramos aportaciones de autores que destacan efectos tanto de signo positivo como negativo, considerando que los segundos podrían limitarse y transformarse en beneficio de los primeros si los procesos de globalización no fueran abandonados al automatismo de la tecnología, los mercados o la ideología/cultura legitimadora dominante. Desde esta perspectiva se pueden analizar las interesantes (y proféticas) aproximaciones de Stiglitz (2003), cuya propuesta de reformismo global no solo no fue atendida, sino que a la luz del desastre financiero que acontece desde 2008 resuena como una estremecedora caricatura de la "sabiduría" de esas fuerzas del mercado "que no era necesario regular". Desde otra perspectiva, Beck (2001) considera que en la medida en que la reflexividad es la nota dominante de la actual era global, ahora estamos ante condiciones de poner en suspenso supuestos fundamentales hasta ahora a penas cuestionados en torno al proceso de globalización, para convertir sus deficiencias en oportunidades.

Existen, no obstante, dos acuerdos en este caleidoscopio de miradas contradictorias (Zolo, 2006). De un lado, parece imposible negar que la globalización sea real; parece imposible reducirla a una simplemente una construcción discursiva con voluntad ideológica performativa. Para bien o para mal, el planeta es una inmensa red de conexiones sociales e interdependencias funcionales que ligan entre si los destinos de los individuos y los pueblos, sin excluir a ninguno. Dicho de otra forma: la globalización no es un discurso; es una realidad. En paralelo, tampoco parece que hoy pueda sostenerse por sí sola la simple afirmación de que la globalización es una vía inminente de acceso a la unificación de la humanidad gracias a "la superación de las divisorias estato-nacionales y a la llegada de una ciudadanía universal y un gobierno mundial".