Concept

Franquismo

A pesar de que hablamos de partido único, hay que tener en cuenta que las bases políticas del régimen no constituían un bloque monolítico, siendo el carlismo y el falangismo los principales grupos. La Falange tenía una presencia muy limitada antes del golpe de estado, pero tanto el discurso como la organización paramilitar le posibilitó integrar durante la guerra a gran parte de la derecha tradicional. Uno de sus principales hombres fuertes, R. Serrano Suñer, impulsó la postura más filonazi en los inicios de la guerra, que llevó a la organización de la División Azul, pero a partir de 1942 este grupo perdió cierta influencia, sobre todo como consecuencia de las novedades en el desarrollo de la guerra mundial.

Por otro lado, los carlistas fueron el grupo más estructurado y con más apoyó social de los que se sumaron al golpe de estado en el conjunto de Euskal Herria, especialmente en Navarra. Ya durante la II República había empezado a organizarse de manera paramilitar, ayudado por el dictador italiano Benito Mussolini, de modo que llegó a julio de 1936 con una milicia compuesta de miles de hombres armados. De todos modos, la influencia del carlismo fue mucho más allá de su potencial armado, ya que en los años de posguerra controló buena parte de las instituciones vascas, si bien con unas discrepancias cada vez mayores dentro de sus filas, y también con los falangistas. Con estos últimos la tensión llegó a su punto álgido tras el atentado de Begoña, en 1942, al desatarse una crisis en los ayuntamientos de las capitales vascas y presentar su dimisión los alcaldes de Bilbao, San Sebasián y Pamplona. Estas discrepancias no revelaban una apuesta por la democratización del régimen, pero sí que mostraron que se estaba abriendo una brecha entre éste y ciertos sectores del carlismo.

Por último, dentro de las fuerzas políticas hay que mencionar también la derecha tradicional católica, que se vio fortalecida a partir de 1943 con los cambios progresivos en política internacional. Ahora bien, estas familias políticas, a pesar de sus discrepancias, coincidieron en su férrea defensa del régimen, y constituyeron un bloque bastante homogéneo, si bien no monolítico.

En lo que se refiere a la oposición política, la iniciativa más importante en estos años fue la guerrillera, con la entrada en 1944 de miles de combatientes antifascistas organizados por el navarro Jesús Monzón desde Francia, sobre todo por el valle de Aran, aunque también varios grupos entraron por Navarra. Ahora bien, este grupo poco pudo hacer en el interior y fue fuertemente reprimido. Buena parte de la sociedad se encontraba exhausta, resignada y atemorizada, y los apoyos esperados desde el exterior, por parte de las fuerzas aliadas, tampoco llegaron nunca.

Las primeras medidas económicas del franquismo se dirigieron, en gran medida, a desactivar las reformas de la II República, y eso se reflejó principalmente en la agricultura, con la devolución de tierras a sus antiguos propietarios. La nueva política económica se inspiró en la puesta en marcha por Mussolini, especialmente en la Carta del Laboro, que sirvió como modelo para el Fuero del Trabajo. Esta política pretendía solucionar la crisis que estaba atravesando el capitalismo durante los años 30 con una fuerte intervención del estado que tuviera como ejes el corporativismo y la autarquía. Para ello se puso en marcha una dinámica de control y represión sobre el movimiento obrero, prohibiendo el sindicalismo independiente e imponiendo el sindicato único, vertical y oficial, con la Ley de Unidad Sindical de 1940.

Al mismo tiempo se impulsaba una política autárquica basada en un discurso ultranacionalista, con el fin de impulsar la industria y la agricultura nacional, si bien las herramientas que se diseñaron a tal fin, (Servicio Nacional del Trigo, en 1940, y el INI -Instituto Nacional de Industria-, en 1941), fueron claramente ineficaces. Resultado de esta política de intervención fue el control total del mercado. Las familias tenían una cartilla de racionamiento, para poder comprar un mínimo de productos básicos, y las empresas tuvieron que funcionar con unas cuotas asignadas que garantizaran el aprovisionamiento de materias primas y fijaran los precios. Este sistema, de todos modos, no cumplía sus cometidos, de modo que se organizó con complicidad del estado un fuerte mercado paralelo, el llamado estraperlo, que proporcionó grandes ganancias a empresas y propietarios agrícolas. En consecuencia, los niveles de producción anteriores a la guerra no se superaron hasta la década de los 50.

El fracaso económico, de todos modos, tuvo claros efectos de cara a la distribución de la riqueza, ya que las clases superiores multiplicaron sus beneficios en un clima empobrecimiento generalizado. Los empresarios vascos, por ejemplo, vieron con satisfacción como se incrementaban sus cuentas de beneficios, y los mayores propietarios de tierras en Navarra, a pesar del estancamiento posbélico de la producción, aprovecharon esta situación para legalizar aprovechamientos fraudulentos de tierras comunales.

El nivel de consumo de las clases trabajadoras se redujo notablemente, ya que los precios crecieron, sobre todo en el mercado negro, muy por encima de los salarios, de modo que se produjo una caída drástica de los salarios reales, cuyos niveles prebélicos no se recuperaron hasta 1960. En consecuencia, se extendieron el hambre y la subalimentación, algo que se reflejó también en la estatura de los niños y adolescentes de esos años. Al fin y al cabo, los niveles de consumo alimentario de los años de la II República no se superaron hasta los años sesenta.

En esta difícil situación se organizaron las primeras protestas en el mundo laboral. A pesar del peso de la represión y el eco de las matanzas, la rabia proporcionó impulso a la protesta, si bien con menos fuerza que en décadas posteriores, siendo muestra de ello la huelga general de 1947 en las zonas industriales de Gipuzkoa y Bizkaia, convocada por todas las fuerzas sindicales opositoras y también por el Gobierno Vasco en el exilio. Cuatro años más tarde, en 1951, se produjo otra oleada huelguística en Barcelona, Madrid y Euskal Herria, siendo muy significativo en este último caso las movilizaciones ocurridas en Pamplona, en las que participaron también algunos sectores del carlismo y del catolicismo de base. En esta misma década, de nuevo en 1956 asistimos a nuevas huelgas de trabajadores y estudiantes.

Estas movilizaciones eran señal de que se estaban produciendo algunas transformaciones sociales, y también en la economía se fueron dando muestras de dinamismo, si bien muy limitadas. La situación seguía siendo difícil, pero es innegable que se dieron cambios importantes, al desaparecer algunas de las expresiones del férreo control estatal de la economía, como las cartillas de racionamiento, y superar la producción industrial la del sector primario, de modo que algunos historiadores han calificado esta década de los 50 como de bisagra. De todos modos, los problemas siguieron acumulándose, dejando muy al descubierto las limitaciones de la política económica. Por eso, para asegurar su supervivencia, se puso en marcha en 1959 el Plan de Estabilización.