Concept

Fotografía

En Euskal Herria la fotografía llegó en fechas bastante tempranas desde Francia gracias a que el nuevo invento se expandió con gran celeridad. Y aunque los primeros fotógrafos que comenzaron a desarrollar el oficio entre nosotros fueron foráneos -Constant, Schmidt-, en seguida comenzaron a aparecer fotógrafos locales que aprendieron la técnica y desarrollaron las aplicaciones de la fotografía con retratos y paisajes principalmente, pero también con otro tipo de fotografía de carácter antropológico, en relación por el interés cada vez más evidente entre las clases medias por la sociedad y la cultura de Euskal Herria que, sin duda, provocó el auge por estas décadas del nacionalismo vasco. Por tanto, fue este estilo fotográfico que podríamos denominar costumbrista-realista el que en primer lugar tuvo auge en Euskal Herria y en el que encontramos los primeros fotógrafos de entidad con una trayectoria reconocida, destacando a Eulalia Abaitua, Pedro Telesforo Errazquin, Manuel de Arriola, Manuel Torcida, Agustín Zaragüeta, José Roldán, Aquilino García Dean, Diego Quiroga y Losada -el marqués de Santa María del Villar-, Miguel Goicoechea, Felipe Manterola, Enrique Guinea e Indalecio Ojanguren. Entre todos estos fotógrafos hay que destacar la labor y el trabajo de Felipe Manterola. Siguiendo la estela iniciada por Pedro Telesforo de Errazquin, Eulalia Abaitua -la primera mujer fotógrafa vasca de la que tenemos constancia- y Manuel de Arriola -quien fue maestro de Manterola-, el fotógrafo de Zeanuri no entendió la fotografía como un modo más de ganar dinero. Para él, el nuevo invento que había llegado a Bilbao pocas décadas antes, era un modo de recoger el testimonio de un medio de vida rural con sus tradiciones y costumbres de antaño que, lenta aunque progresivamente, se transformaba con nuevas formas de vida relacionadas con la industrialización. Así, en sus instantáneas sobre las labores del campo, los temas religiosos, los retratos o la diversión, encontramos tanto a los habitantes de los pueblos rurales, como a los veraneantes que se acercaban desde Bilbao a tomar las aguas de los balnearios próximos. Este interés por la forma de vida rural que inspiró a Manterola en su trabajo tuvo, por tanto, una motivación antropológica que no pasó desapercibida tanto antes como después de la guerra civil -posteriormente no volvió a realizar fotografías- a diferentes investigadores que incluyeron las fotografías de Manterola en sus estudios etnográficos.

Al margen de este estilo, pocos son los ejemplos de interés y, sobre todo, diferentes que podamos resaltar en el contexto fotográfico de Euskal Herria hasta mediados del siglo XX. La excepción lo conforman, primero, un artista y un arquitecto que aunque desarrollaron su trabajo fotográfico marginalmente lo hicieron impregnados de un espíritu moderno y de vanguardia que hoy todavía sorprende; nos referimos a Nicolás Lekuona y José María Aizpúrua, el primero con claras influencias del surrealismo y el segundo de la abstracción y el constructivismo, ambos desarrollaron dos trayectorias breves pero imprescindibles para entender por qué el espíritu de vanguardia finalmente logró establecerse unas décadas más tarde entre nosotros. En ambos casos no hay duda de que utilizaban la fotografía desde una óptica creadora, y concebían la disciplina como un modo de expresión y comunicación artística. En sus fotografías se intuye la influencia que ejerció, por ejemplo, en Aizpúrua tanto la estética del constructivismo -picados, contrapicados, fotomontajes- como la llamada nueva objetividad, una mirada más directa aunque también subjetiva, mediatizada por el surrealismo -aunque en Aizpúrua la influencia fue menor que en Lekuona-, como se puede apreciar en algunas de las tomas que realizó Aizpúrua al final de su vida. De hecho, aunque es difícil precisar tanto en la trayectoria de Aizpúrua como en la de Lekuona una evolución debido a la brevedad del tiempo y el reducido número de obras que produjeron, en sus trabajos fotográficos, al igual que en el arquitectónico y el plástico respectivamente, aparece al final un tono más desprejuiciado respecto a la modernidad y, sobre todo, lacónico, como si los artistas guipuzcoanos predijesen sus respectivos trágicos finales vitales.

La siguiente excepción es de uno de los fotógrafos más importantes en la historia de la disciplina en Euskal Herria aunque su estilo no estuviese impregnado de la modernidad de los dos anteriormente citados; nos referimos a José Ortiz-Echagüe. Adscrito a una estética noventayochista -intentando recuperar la tradición en la búsqueda de raíces-, practicó una fotografía de formas sólidas y estables, clásico en sus composiciones, pero dotando a sus modelos de una enorme dignidad. Para conseguir este efecto en el espectador utilizaba la luz del final del día por la acción rasante de la misma, proporcionándole volúmenes escultóricos, eliminaba todo añadido a sus modelos, creando imágenes sin excedentes, despojadas de artificio, y utilizaba el carbón directo sobre papel Fresson ?un papel empleado en el dibujo a acuarela?, consiguiendo imágenes únicas e irrepetibles, cercanas al dibujo al carbón.

Después de la guerra civil, como ocurrió en otras disciplinas artísticas, en la fotografía también hubo una cierta regresión y exceptuando la figura de Ortiz-Echagüe junto con la del pictoralista Luis de Ocharan, fueron pocos los fotógrafos que destacaron durante estas primeras décadas. La excepción fue el navarro Pedro María Irurzun con un trabajo que desarrolló sobre todo en el campo de la fotografía artística de estudio y, concretamente, en los géneros del retrato y del bodegón abstracto. Pero aunque fue en estos géneros en los que alcanzó un mayor éxito profesional, el buen oficio y el mejor gusto de Irurzun también quedaron patentes en el resto de trabajos que abordó. De hecho, desde sus inicios en los años treinta, durante su período de aprendizaje autodidacta, Irurzun demostró además de su pericia técnica la calidad estética que atesoraba su trabajo, a través de un dominio intuitivo pero magistral de la composición y de la luz, los dos principales recursos que utilizó hasta el final de su prematura vida y breve carrera profesional. Así, a través de un estilo que podemos definir como sobrio y depurado pero también elegante y sugerente, Irurzun desarrolló una trayectoria en la que abordó diferentes temas como el ciclismo o los accidentes de vehículos y más adelante sus magníficas composiciones abstractas y retratos, en los que a la excepcional ejecución añadía el tratamiento psicológico de los retratados.

Sin embargo, el verdadero cambio no llegó hasta la década de los sesenta, cuando aparece una nueva generación de fotógrafos que renovaron la escena fotográfica vasca de aquella época. Entre los fotógrafos que destacaron hay que mencionar en navarra a Koldo Chamorro y a Carlos Cánovas, con un estilo directo y preciso, que recordaban a los principios establecidos por los miembros de la agencia Mágnum, a los guipuzcoanos Fernando Larruquet y Sigfrido Koch -hijo del fotógrafo alemán Willy Koch Schneweiss-, con una fotografía heredera del pictoralismo que renovaba no sólo la técnica sino también la temática y, sobre todo, el alavés Alberto Schommer. Y es que no debemos olvidar que Schommer siempre estuvo muy vinculado al resto de las disciplinas artísticas y no sólo porque en sus inicios comenzó siendo pintor, sino también porque posteriormente cuando decidió dedicarse a la fotografía -como su padre, el fotógrafo alemán Albrecht Schommer Koch-, militó en el grupo Orain -el tercer grupo de arte vasco de vanguardia que se creó en Álava tras la formación de Gaur en Gipuzkoa y Emen en Bizkaia- y en el colectivo de artistas dedicados al arte procesual y de concepto Zaj -del que formó parte también la artista guipuzcoana Esther Ferrer -, y en otras muchas actividades relacionadas con el ámbito artístico. De hecho, el mérito de Schommer y la gran aportación que realizó a la historia de la fotografía vasca a partir de los años cincuenta fue introducir un nuevo tipo de fotografía que por una parte incluía la influencia del fotoperiodismo más actual -William Klein- junto con otra corriente más artística, estrechamente relacionada con el mundo de la moda -Richard Avedon, Irving Penn-, produciendo un tipo de fotografía que sin duda merecía el sobrenombre de artística.

A partir de los años setenta y, sobre todo, ya en la década de los ochenta el panorama se fue ampliando no sólo con nuevos nombres sino, además, con nuevas formas de entender y platearse la disciplina. Así, durante las tres últimas décadas hemos tenido a fotógrafos que se han preocupado por el paisaje urbano e industrial como José Luis Ramírez, Roberto Botija o Patxi Cobo, otros por el fotoperiodismo como el caso de Juantxu Rodríguez, Gorka Lejarceji, Clemente Bernard o José Ignacio Lobo Altuna, por la moda como Pedro Usabiaga, por lo antropológico como en el caso de Xabi Otero o Juantxo Egaña, por la estética en la obra fotográfica por parte de Gorka Salmeron, o por una visión más artística como ocurre en las propuestas conceptuales y los trabajos fotográficos de Iñigo Royo, Mikel Escauriaza o Iñaki Larrimbe.

En la actualidad aunque son muchos los artistas contemporáneos vascos que utilizan la fotografía en sus obras -Txomin Badiola, Paco Polan, Asier Mendizábal,Txuspo Poyo -, son pocos los artistas que podemos considerar exclusivamente como fotógrafos y válidos para la disciplina por sus nuevas aportaciones al lenguaje fotográfico. La primera excepción la conforma el artista vizcaíno Aitor Ortiz. Y es que aunque el principal motivo de interés en el trabajo fotográfico de Aitor Ortiz ha sido la arquitectura, su mirada creativa no es documental, sino generadora de escenas, construcciones visuales que nos transportan y nos colocan ante una posición que supera el ámbito estético e incluye connotaciones conceptuales. Así, tanto sus trabajos más complejos y barrocos formalmente hablando como sus trabajos aparentemente más simples y minimalistas no sólo nos proponen un deleite estético a través de unas imágenes que se componen como una abstracción geométrica, sino que también nos proporcionan el material necesario para que podamos reflexionar en torno a conceptos relacionados con la arquitectura y con el ser humano. Y es que la arquitectura, al igual que el resto de las disciplinas artísticas, es una prolongación del ser humano, y aunque se distingue del resto de las artes porque tiene una función que cumplir, refleja también el estado de ánimo de una sociedad a través de los profesionales que diseñan y que levantan los edificios, y los fotógrafos que posan su mirada en ellos y los retratan con un doble objetivo.

En la misma línea conceptual aunque con una estética completamente diferente también podemos situar la propuesta y la obra de Begoña Zubero. Y es que Begoña Zubero consigue que sus imágenes no sólo se limiten a proponer un recorrido documental, sino que buscan transmitir hechos y situaciones que en ellos sucedieron. De hecho, aunque cada fotografía guarda tras de sí una historia concreta, lo importante es que las imágenes hablen por sí mismas y que impacten sin necesidad de más datos gracias, sobre todo, a las magníficas composiciones que realiza la artista vizcaína. De esta forma consigue que la inquietud o el desasosiego a los que antes hacíamos referencia no sólo se transmitan a través de lo que estos espacios han presenciado sino también a partir de las magníficas imágenes que ha conseguido realizar Begoña Zubero.

En la actualidad la fotografía de Euskal Herria, como ocurre con la de otros territorios limítrofes, está condicionada por la revolución tanto técnica como temática que ha supuesto la aparición de la tecnología digital y sus creadores se han tenido que adaptar a las nuevas circunstancias planteándose nuevamente la disciplina no sólo desde una nueva perspectiva formal y comercial sino también conceptual. Además, la aparición en los últimos años de nuevos dispositivos de captura de imágenes de calidad como en la actualidad proporciona la telefonía móvil sin duda que va a traernos nuevos cambios y retos apasionantes a la hora de concebir la disciplina fotográfica.