Ingénieurs

Echaide Lizasoain, Ignacio María

Presidente de Euskaltzaindia e ingeniero industrial donostiarra. San Sebastián, 1 de diciembre de 1884 - San Sebastián, 14 de noviembre de 1962.

Son frecuentes en la historia del País Vasco los científicos e ingenieros que son conocidos por sus actividades políticas, sociales o religiosas, más que por sus logros científico-técnicos, y posiblemente Ignacio Mª Echaide sea, de entre los que más destacaron, uno de los más populares para los lectores.



Y es que, en efecto, Echaide, presidente de la Academia de la Lengua Vasca, quien contribuyó a crear y difundir el euskera técnico y cuyas actividades en pro de la fundación de centros y revistas católicas todavía resuenan, fue una de las pocas figuras que tuvo una gran capacidad para las ciencias, las técnicas y las letras. En realidad, ésa es una imagen incompleta de su figura, ya que Echaide fue mucho más que todo eso; de hecho, terminó siendo conocido por eso, pero durante su vida se distinguió como experto en telefonía, siendo el promotor de la automatización de la red telefónica en Gipuzkoa, la primera en llevarse a cabo en el Estado. Aquí nos ocuparemos sobre todo de su faceta ingenieril, que es la menos conocida.

Aunque colmado de inquietudes intelectuales, no fue a ningún colegio de segunda enseñanza, ya que su familia residía, por razones laborales, a caballo entre Donostia y Bergara. En 1900 se examinó en Valladolid, obteniendo, por libre, el título de Bachiller. El año siguiente comenzó sus estudios en Bilbao, en cuya Escuela de Ingenieros Industriales se graduó en 1906, con la calificación de Aprobado por mayoría.

En agosto de 1907, finalizada su carrera, Echaide se incorporó al servicio de Catastro Industrial de la Diputación guipuzcoana y, en 1909, fue nombrado director de la Red Telefónica Provincial de Gipuzkoa. Allí permanecería hasta 1949.

Como sus conocimientos de lengua vasca eran casi nulos se puso a aprenderla vehementemente; también participó, de manera activa, en el movimiento de la Juventud Integrista. Durante aquellos primeros años compaginó sus actividades lingüísticas y políticas con sus obligaciones directivas a cargo de la red telefónica.

Se dio cuenta de que para que los pueblos interconexionasen telefónicamente no era suficiente con construir centrales y estaciones públicas, había que crear también tejido telefónico y consiguió convencer a la Diputación para que financiase la acometida de un denso tendido de líneas y cables, que llegaría a cubrir, en pocos años, toda la provincia. Da idea de la densidad que alcanzó la red el que en 1921 contase con 216 abonados por cada 100 Kms2 (y un total de 1.457 Km. de cable instalados); en el Estado, sólo se le acercaban Barcelona (con 176), Bizkaia (165) y Madrid (125) [Cuenca, en último lugar, contaba con 0,5]. Es más, Gipuzkoa ocupaba el sexto lugar en el ranking mundial, detrás de Dinamarca (604), Países Bajos (438), Suiza (334), Alemania (317) y Reino Unido (227) [y el noveno lugar, en abonados por cada 1000 habitantes].

Tal vez menos conocida, pero en modo alguno menos importante, sea la profunda revolución que vivió la telefonía. A lo largo del primer cuarto del siglo XX, tuvo lugar un importante avance en los sistemas que pugnaban por hacer inteligibles la transmisión de sonidos humanos: se pasó del "sistema manual" al "automático". Un cambio de un sistema que precisaba de una operadora que conmutaba clavijas y cordones para hacer posible la conversación, al que denominaban manual (de batería local o central), a otro más sofisticado, que disponía de discos y relés, en los que las llamadas se hacían a través de una Central automática.

La historia de la implantación de la telefonía automática en Gipuzkoa, que encontró en la instalación de la Central Automática (agosto 1923) su primer episodio, está asociada a la transferencia (o importación) tecnológica. No es extraño, por tanto, que ello se hiciese factible, a través de visitas, por Echaide y otros, a centros extranjeros. Si existen en el País Vasco casos de "transferencia tecnológica", éste es uno de ellos. En noviembre de 1923, el Director de la Red Telefónica Municipal, Vicente Prado, y el ayudante de Echaide, Jenaro Michelena, visitaron las centrales automáticas más importantes de Europa: Bruselas (sistema "Western Electric"), La Haya (idem), Zurich (idem), Rotterdam ("Ericsson"), Ámsterdam ("Stronger") y Luxemburgo ("Thomson-Houston"), así como fábricas como Ericsson o Bell Telephone. Asimismo, el propio Echaide y Prado se trasladaron, en febrero de 1925, a la Casa Ericsson de Estocolmo, para inspeccionar los materiales y la fabricación. Luego se desplazarían varios técnicos donostiarras, a instruirse en el funcionamiento de centrales automáticas.

En enero de 1924, Echaide y Prado presentaron el proyecto de automatización telefónica de la capital y del extrarradio. Fue, precisamente, esa Casa sueca la que se adjudicó, en abril de 1924, el concurso que habían convocado la Diputación y el Ayuntamiento de San Sebastián, para la instalación del servicio. El asunto no era, desde luego, baladí: Gipuzkoa era pionera, en la Península, en instalar el teléfono automático, que llegaba a la capital y a un extrarradio de 15 Km. [le siguieron Santander y Madrid (1926), Pamplona y Zaragoza (1927), etc.]. Tres décadas más tarde, en 1953, se extendería la comunicación automatizada a toda la provincia (la Compañía Telefónica Nacional, a la que se incorporó Echaide en 1949, se encargó de la instalación; aquí también fue pionera). En ambas gestas se puso de manifiesto la pericia técnica de Echaide.

Y en esta cuestión queríamos hacer hincapié cuando seleccionamos a Echaide, más allá de subrayar sus indudables méritos lingüísticos. Cuando se ojean los más de treinta libros técnicos que publicó entre 1916 y 1942, la mayoría de telefonía, uno se sorprende de la escasez de tratados y estudios científicos que existían en el Estado, sobre dicha materia. Y es que, como mantenía en el prólogo de su obra La corriente telefónica. Estudio matemático de los problemas relativos a la transmisión telefónica (1927), "en España no creo que se haya publicado ninguna obra sobre tales materias, hoy más que nunca interesantes", o, todavía mejor, "a más de poca, podía haber añadido mala, pues...son confusos y faltos de método y rigor científico".

Precisamente, en el lenguaje -ese campo de actuación destacado que hemos omitido adrede- se encuentra una de las claves del éxito, singular, de Echaide como tratadista y divulgador de textos. Sus tratados técnicos tuvieron, en efecto, como virtud destacada, a menudo principal, la sencillez y claridad, y no sólo en los textos, también en las expresiones y desarrollos matemáticos. Estas cualidades de su personalidad científica encajan perfectamente con su capacidad de lingüista, desarrollada sobre la base del rigor: su compromiso con el euskera le llevó a escribir dos tratados sobre gramática y sintaxis, además de un buen número de artículos, en el periodo temprano de 1911-12, por lo que se forjó en la práctica de la síntesis y precisión. Fruto de aquellas experiencias, Echaide tendió a escribir con impecable orden e inteligibilidad. De ahí, probablemente, que diese tanta importancia a la sencillez en la técnica de la telefonía; al fin y al cabo, la telefonía era una de esas técnicas sofisticadas, vanguardistas, que obedecían a una lógica propia, ligada, en esencia, a abstrusas leyes físico-matemáticas; una especie, se podría incluso decir, de misterio para el ciudadano corriente.

Un buen ejemplo de cómo Echaide justificó ese estilo científico se encuentra en el prólogo de la que fue su primera gran contribución a la técnica, Apuntes sobre Telefonía, que fue utilizada como obra de texto en escuelas de ingenieros industriales (la primera edición fue impresa por la Diputación de Gipuzkoa, en 1921). Así, escribe:

"Pretendo en mi exposición, sencillez y claridad. No es que de suyo entrañe dificultad alguna el funcionamiento de los aparatos telefónicos; sino que es costumbre de muchos autores y constructores presentar esquemas sumamente confusos, especie de laberintos de hilos, llaves y piezas, en los que el hombre de más aliento para el estudio, pierde la paciencia y renuncia a enterarse del funcionamiento, por no seguir un cuarto de hora con la punta del lápiz los intricados caminos del esquema. Llega a convencerse así de que los aparatos telefónicos son prodigios de inventiva que exceden a su alcance, cuando expuestos en forma de que la vista los abarque de un golpe, revelan su inofensiva sencillez."

No le faltaron a Echaide, como puede suponerse, ofertas de cargos empresariales y académicos. Diversas sociedades -como el Banco de San Sebastián (1910) o Máquinas de Coser Alfa (1940)- le brindaron la oportunidad de ser consejero, aunque él mismo actuó también como socio-fundador de otras -del semanario católico La Cruz (1928) o la Editorial Católica de Guipúzcoa (1932). No obstante, el puesto más memorable de su vida sería la presidencia de Euskaltzaindia (de hecho, en 1951 fue el segundo presidente de la historia).