Ordres Religieux

COMPAÑÍA DE JESÚS

El caminar del segundo siglo (1645-1758). La Congregación General VIII (1646) limitaba el número de candidatos que debían ser admitidos en los noviciados de la Compañía. Pero tal restricción que había parecido entonces prudente, a la vuelta de diez años se hacía ya innecesaria. Desde 1656, el ritmo de aumento iría en ascenso ininterrumpidamente. Así, año 1679: 17.655 jesuitas, con 578 colegios y 88 seminarios. Año 1710: 19.998 jesuitas, con 612 colegios y 157 seminarios, 340 residencias, 200 misiones, 59 noviciados, 24 casas profesas, 37 provincias y 1 viceprovincia. Año 1749: 22.589 jesuitas, 669 colegios y 176 seminarios, 335 residencias, 273 puestos de misión, 61 noviciados, 39 provincias. La Compañía, pues, antes de la gran expulsión estaba organizada en cinco Asistencias, a las que en 1775 se añadía otra más, la de Polonia, con 2.259 jesuitas. A estos años corresponderán los generalatos de Carafa (1646-1649), Piccolomini (1649-1651), Gottifredi (1651-1652) y Nickel (1652-1664).

Durante su mandato sus jesuitas descubrirán y lucharán contra la herencia de Jansenio, teólogo de Lovaina y obispo de Iprés, recogida en su obra póstuma (Augustinus) por el abad vasco de Saint Cyran. Sucedía al primer general alemán el genovés Pablo Oliva (1661-1681).

Precisamente el mismo año de su muerte, la Compañía podía alegrarse con la adquisición de la "Santa Casa" de Loyola, hasta entonces propiedad de los marqueses de Alcañizas. Sin embargo la insinuación de la reina Mariana de Austria a sus dueños, manifestándoles el consuelo que tendría en fundar un colegio e iglesia jesuíticos en la casa natal del fundador, lograban su fin con algunas condiciones. La madre de Carlos II entregaba, pues, la Santa Casa a los jesuitas, que pasaban a vivir allí en agosto de 1682.

El famoso arquitecto Carlos Fontana trazaba en Italia el plano del grandioso templo. Para la ejecución de la obra venía el hermano coadjutor Brogan, quien, con Martín de Zaldúa, maestro de obras, empezaba su construcción en 1689. Durante el siglo XVIII continuaba la obra el arquitecto azpeitiano Ignacio Ibero, que moriría poco antes de la expulsión de los jesuitas, dejando sin acabar el ala izquierda del edificio.

Al generalato de Carlos de Noyelle (1682-1686), sucedía el de Tirso González (1687- 1705), sumergido en las doctrinas morales del probabilismo y en los conflictos galicanos de Luis XIV. Durante su generalato, a través de Santa Margarita María de Alacoque, la Compañía abrazaba, fomentaba y propagaba la devoción al Corazón de Jesús, con las célebres promesas anejas a su culto (2-VII-1688). Sin embargo las doctrinas probabilistas se imponían en casi todas las escuelas católicas con San Alfonso María de Ligorio. Al período del general Tamburini (1706-1730) correspondía la declaración de santidad al que fuera ilustre misionero San Francisco de Jerónimo (1724). Con el XV general, Francisco Retz (1730-1750), la devoción al Corazón de Jesús se impuso en todas las comunidades del País Vasco y, en general, en todas las demás. Mientras tanto, el Papa contemporáneo, Benedicto XIV, simpatizaba menos que sus predecesores con la Compañía. A Retz sucedían Visconti (1751-1755), Centurione (1755- 1757) y Luis Ricci, que presenciaría la extinción total de la Orden con el talante que Clemente XIII le indicara en su primera entrevista: "silencio, paciencia, oración".