Allí abrió un colegio para niños de familias acomodadas pero pronto se cansó de enseñar "porque lo que quería era recorrer tierras, bajar los Andes y lanzarme a las costas del Pacífico o a las esplendorosas regiones del oriente boliviano". En 1895 pasó a ser taquígrafo sin título en la legislatura de Sucre. Luego corrector de estilo. El desastre de 1898 con la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, lo encontró trabajando de cauchero en el NO de Bolivia, escribiendo La Colombiana y El vellocino de oro.