Peintres

Balenciaga Altuna, Narciso

"El tipo de pintura de Balenciaga, quizá a sabiendas o quizá porque ello sea la forma manifiesta tímida de su claro alborear de arte, es la impresionista y expresionista, a la vez plena de un vigor que caracteriza a su obra joven.

Colores cálidos y colores fríos a discreción. En el segundo grupo incluimos sus dos paisajes de Orio y en el primero el del puerto viejo de Guetaria, donde el brillo, tamizado de pastas cálidas diestramente entonadas, produce un efecto vivo perfectamente cualificado, donde los rojos y amarillos conviven en armónico madridaje y el equilibrio de las masas se hace perfecto. Aquí residen a un tiempo la impresión y la expresión, cualidades ponderables, que parecen servir de guión primordial a los nuevos artistas. Este último lienzo de Balenciaga ha sido adquirido por el Museo de Arte Moderno, lo que nos complacemos en aplaudir, pues ya va siendo hora de que se reconozca oficialmente todo aquello que dignamente merezca consideración para el arte moderno nacional."

Rafael López Izquierdo en La Nación de Madrid, 1-04-1933.


"Algunos paisajes urbanos, como Orio , Guetaria entran por los ojos a primera vista y después, contemplados con detalle, producen una sensación de verdadero disfrute semejante a la de un manjar exquisitamente elaborado; las minúsculas figurillas del fondo, acodadas en el pretil, la fachada engalanada con un toque de rosa, que es ropa tendida, la ría con sus suaves reflejos... En otros óleos, menos fáciles de digerir, con sus entonaciones violentas o sombrías, al rato, advertimos un contenido despiadado, corrosivo. Como esa plaza de pueblo donde la muchedumbre, agolpada, baila y se divierte en una especie de danza macabra. Las fiestas o lugares de reunión, lo popular, no están interpretados con el toque ingenuista, tierno de Regoyos, aunque nos hacen inevitablemente pensar en él; no se plantean ni con la religiosidad de los Zubiaurre, ni con el caricaturesco folklorismo de José Arrúe: nos sitúan más cerca de la línea expresionista alemana, desde Ensor a Kirchner en su modo tan descarnado de contemplar la doliente miseria humana, más bien configurada como máscara o despojo. Los dos autorretratos nos trasladan de golpe, del joven ilusionado enamorado de la pintura, al hombre que penetra en el panorama sombrío de la trastienda artística. De una declaración amorosa a la pintura (la mano, la paleta, el pañuelo del artista) al abnegado y sufrido pintor que recibe el puñetazo y se automargina.

Pienso que Balenciaga conocía los límites establecidos entre el impresionismo ingenuo de Regoyos y el ampuloso tremendismo de Zuloaga (del Zuloaga que fue su protector). Tal vez por eso, la suya es una visión que se plantea otras metas: por un lado, la desmitificación del motivo vasco; y por otro, la pintura más allá del tema. La mancha, la inmaterialidad de la forma, la disolución producida por la luz, la disgregación de lo etéreo, conviven en contraste y oposición con el volumen y la forma construidos, eternizados al modo de Cezanne, o mejor, en homenaje a Cezanne (...) Por otro lado, el blanco de las rosquillas rituales, el gris predominante de la fábrica de cemento, nos están contando un modo de sentir el peso, la opresión de lo cotidiano desde una mirada en absoluta complacida con lo que le rodea. Lo que Balenciaga ama es la pintura, y sabe que necesita salir de ese pequeño mundo en el que no puede avanzar y perfeccionarse."

Adelina Moya en La Voz de Euskadi, 16-06-1983.