Danse

Aurresku (version de 1977)

Aurresku actual. Se baila principalmente en Gipuzkoa y consta de tres figuras esenciales: Primera figura. La fila penetra en la Plaza. Se compone, exclusivamente, de hombres, de los cuales el primero (el aurresku) y el último (el atzesku) tienen en la mano sus sombreros o sus boinas. Estos son los personajes importantes de la danza, los que limitan y reglamentan sus movimientos. Se da una vuelta solemnemente al paso, al son del tamboril, que sigue tranquilamente el ritmo lento y grave de los danzantes. Después, el aurresku se pone a piruetear, a dar zapatetas mostrando toda su ligereza, y avanzando poco a poco, sin dejar jamás de su mano izquierda la derecha del que le sigue. Estas zapatetas comienzan en el momento en que, terminada la primera vuelta, el silbote ataca el siguiente motivo. Segunda figura. La segunda vuelta ha terminado. En seguida, cuatro bailarines abandonan la fila y se destacan para ir a bailar la dama a quien se desea hacer objeto de especial honor. La fila, entretanto, continúa su marcha, y el aurresku su danza, mientras la música ataca este aire. Regresan los cuatro caballeros escoltando a la dama y una vez colocada frente al aurresku, ellos se retiran dando dos pasos atrás. He aquí el momento solemne para el aurresku, en el que va a desplegar todas sus gracias, hacer sus más sabias piruetas... pero siempre sin salir jamás de la dignidad que conviene a esta importante ceremonia. Un último salto de las dos piernas hacia adelante, un saludo al cual la dama responde con una reverencia, para entrar inmediatamente en fila. Coge la mano de sus vecinos, o mas bien éstos le tienden un impecable pañuelo, para evitar todo contacto directo. El mismo protocolo se sigue para el atzesku y su pareja. En otro tiempo, esta ceremonia se repetía para cada bailarín, pero esta práctica monótona ha desaparecido. Hoy día, las restantes damas entran directamente en fila sin haber admirado las proezas de sus caballeros respectivos. Las señoras no bailan. Tercera figura. El Desafio. La fila se divide en dos mitades, que se colocan una frente a otra, de tal suerte, que el aurresku se encuentra en presencia del atzesku. Estos dos protagonistas hacen gala de sus piruetas, aproximándose el uno al otro a manera de desafío. Están a unos tres metros cuando dan el gran salto con el que termina la figura. Tal es el viejo aurresku, cuya vitalidad se ha mantenido en el seno de nuestras manifestaciones oficiales. En él se encuentra la eterna historia del hombre fantaseando ante la mujer y haciéndose aceptar por ella; en él se reconoce el gusto de los ritmos fáciles, acompañando y provocando los movimientos del cuerpo, plásticos y deportivos. Como todas las danzas que se relacionan con el pueblo, dedica por de pronto una parte a la colectividad, y después al individuo. Reúne, organiza, pone en escena. Su ronda resulta paseo bajo la dirección de un jefe brillante; el paseo se transforma a su vez en torneo, donde se distinguen los más hábiles. Y, de acuerdo con las costumbres populares, antiguas en este baile, los hombres son los únicos que bailan. Les corresponde el movimiento y el esfuerzo de la danza. El elemento femenino no aparece hasta más tarde; y solamente toma parte muy débil en los movimientos de la coreografía. Le acompaña, anima y sigue. Su presencia hace nacer enseguida la emulación; cada uno de los dos trozos en que se rompe la cadena siente el alma de un solo caballero al que se va a inspirar bien pronto el arte de la danza. Es el momento de las improvisaciones personales, que el silbote malicioso alienta con sus aires indisciplinados, mientras el tambor reprime al bailarín bajo el peso de sus ritmos. Después se alinean para el desfile. La fila primitiva se reconstituye. La danza ha terminado.