La explotación de la cuenca minera vizcaína alcanzó los niveles más altos en los últimos años del siglo XIX, con el consiguiente aumento de los trabajadores ocupados. A partir de esta fecha su número fue disminuyendo a medida que la caída de la demanda obligaba a cerrar las minas, hasta que, casi siete décadas más tarde, cesaron totalmente la actividad.
En el Informe, referente a las explotaciones mineras de Vizcaya, del Instituto de Reformas Sociales (Madrid 1904), se estimaba el número de mineros en 11.411, y poco después, en 1910, tanto la Asociación de Patronos Mineros de Vizcaya, como la Inspección General de Minas de la provincia, elevaba esta cifra a 13.000. Hay que tener en cuenta que en la época no se consideraban como mineros y por lo tanto, no se incluían en las evaluaciones precedentes, entre otros, a trabajadores de las explotaciones como, mecánicos, carpinteros, herreros o cargadores de muelles.
La zona minera no disponía de viviendas para alojar a los gallegos, leoneses, sorianos o zamoranos, que llegaban en busca de trabajo sin sus familias, careciendo de cualificación profesional alguna y que solían ser contratados como eventuales, representando del orden del 70% de los ocupados en las explotaciones. El restante 30% eran fijos, en raras ocasiones peones, habitualmente casados y con arraigo en la zona en la que disponían de viviendas. En ocasiones dejaban las minas, cuando el trabajo realizado en las mismas les eximía del cumplimiento del servicio militar.
Para resolver el grave problema de la falta de alojamiento, las compañías mineras construyeron barracones cerca de las explotaciones, que después de la Guerra Civil, pasaron a llamarse albergues, al frente de los cuales había un responsable, en ocasiones mujeres. También fueron importantes las llamadas casas de peones y las posadas