Kontzeptua

Paleolitikoa (1993ko bertsioa)

Aplícase a la primitiva Edad de Piedra, o sea de la piedra tallada (h)arriaro. Nombre que otorgó el antropólogo inglés J. Lubbock a lo que venía denominándose en Europa Edad de la Piedra Antigua tallada, en contraposición con el Neolítico o Edad de la Piedra Nueva o pulimentada (1865). Más adelante el francés G. de Mortillet propuso las subdivisiones por estación epónima, Chelense, Achelense, Musteriense, Solutrense y Magdaleniense. En la actualidad se lo ha subdividido en P. Inferior (Abbevillense, Achelense, Clactoniense, Tayaciense, Premusteriense y Levalloisiense), P. Medio (Musteriense) y P. Superior (Auñaciense, Solutrense y Magdaleniense).

Paleolítico vasco. Dentro de la Prehistoria de Euskal Herria, los restos arqueológicos correspondientes a la muy larga duración de las primeras etapas conocidas, en el Paleolítico (entre los años 200.000 aproximadamente para lo más remoto de que hoy tenemos noticia y los 8.500 a.de C.), empiezan a tener entidad suficiente como para permitir esbozar un cuadro aproximado del equipamiento, actividades y distribución de las gentes que los produjeron. Tras la aportación de las excavaciones de E. Passemard, R. de Saint-Périer y T. de Aranzadi y J. M. de Barandiarán en el primer tercio del siglo XX, la actuación posterior (hasta la década de los 60) y el magisterio de J. M. Barandiarán sobre las generaciones actuales de prehistoriadores han dado paso a un notable progreso en el conocimiento del Paleolítico vasco. Se dedican hoy a estos estudios grupos nutridos de investigadores que aplican sistemas adecuados de excavación y tratamiento de los datos en proyectos de carácter interdisciplinar. De estos últimos años es el mayor incremento en dataciones absolutas por C14 y en tomas de muestras para análisis paleoambientales. Ahora se están formulando algunos programas de estudio analítico/estadístico de conjuntos de evidencias, se tiende a estudiar el sentido de los paisajes y de las áreas de explotación en la Prehistoria y se empiezan a establecer bancos de datos formalizando repertorios de antigüedades. Por otra parte, se intenta consolidar laboratorios especializados en las diversas disciplinas complementarias de lo estrictamente arqueológico. Han aumentado, lógicamente, en nuestro tiempo las posibilidades de mejor formación de los nuevos prehistoriadores y también el número de datos y opiniones que se publican. La identificación de esporas y pólenes, de las especies animales y de las condiciones en que se formaron los suelos permiten definir las características de los paisajes (climatología, composición de la cubierta vegetal y de la población animal) de cada época del desarrollo del Paleolítico. Lo que eran análisis excepcionales hace decenios en el estudio de los yacimientos vascos (como las muestras de sedimentos en el litoral de Laburdi y el bajo Adour o las de esporas y pólenes fósiles en la estratigrafía de Isturitz) empiezan a realizarse de modo habitual en los que se excavan en estos años (como es el caso, entre otros, de los de Gatzarria, Abauntz, Erralla, Amalda, Zatoya o Berroberria,... entre los últimamente publicados). El estudio sistemático de los restos de fauna -que se efectúa a fondo en la mayor parte de las colecciones recuperadas-permite ahora deducir informaciones sobre los métodos de caza y aprovechamiento de las piezas (preferencias venatorias, sistemas de caza y despiece, épocas de cacería) tanto como sobre la circunstancia de clima y paisaje en que aquellos animales vivieron. Al comienzo de esta década de los 90 disponemos de cerca de medio centenar de dataciones absolutas (la mayoría obtenida por el sistema convencional del Carbono 14) para situar con bastante precisión los momentos en que se depositaron los niveles arqueológicos del Paleolítico Superior vasco. Como visiones de conjunto del Paleolítico vasco se recomiendan las obras más divulgadas de J. M. de Barandiarán de 1953 (El hombre prehistórico en el País Vasco, de ed. Ekin, en Buenos Aires) y 1972 (Lehen Euskal Gizona, de ed. Lur, en San Sebastián), la síntesis colectiva Euskal Herriaren Historiaz. II. Historiaurrea (ed. Universidad del País Vasco, en 1985) y las más extensas presentaciones de I. Barandiarán de 1967 (El Paleomesolítico del Pirineo Occidental, col. Monografías Arqueológicas, en Zaragoza) y 1988 (Historia General de Euskalerria. Prehistoria. Paleolítico, en Enciclopedia Gral. Ilustrada del País Vasco de ed. Auñamendi, 1988, San Sebastián) y de P. G. Bahn (Pyrenean Prehistory. A palaeoeconomic survey of the French sites, ed. Aris and Phillips, Warminster 1984). Al conocimiento de las culturas concretas del Paleolítico vasco contribuyen varias monografías particulares recomendables: para las manifestaciones del Paleolítico Inferior y Medio, de L. Montes (en la col. Monografías Arqueológicas, de Zaragoza, en 1988) y de A. Baldeón (en "Munibe" vol. 42, en 1990); para el desarrollo del Auriñaciense y Perigordiense, de M. C. Mac Collough (universidad de Philadelphia, en 1971) y de I. Barandiarán (en "Eraul" vol. 13, en 1982); para el Solutrense, de L. G. Straus (en "Munibe" vol. 26, en 1974; en col. Monografías del Museo de Altamira, en 1983; en "Munibe" vol. 42, en 1990); y para las formas del Magdaleniense, de P. Utrilla (en "Munibe" vol. 28, en 1976; en col. Monografías del Museo de Altamira, en 1981; en "Munibe" vol. 42, en 1990), de J. Fernández Eraso (ed. Universidad del País Vasco, en 1985) y de C. González Sainz (ed. Tantín/Univ. de Cantabria, en 1989). También deben ser consultadas las principales memorias de excavación de los yacimientos de mayor importancia, publicadas de forma extensa: los sitios de Iparralde del Paleolítico Inferior y Medio por E. Passemard (en 1924) y del Superior por C. Chauchat (en 1968); Olha I por E. Passemard (en 1936); Isturitz por E. Passemard (en 1944) y R. de Saint-Périer (en 1930, 1936 y 1952); Santimamiñe, Lumentxa, Ermittia, Urtiaga, Bolinkoba, Lezetxiki, Aitzibitarte IV y Axlor por J. M. de Barandiarán (recopiladas entre 1975 y 1980 en sus "Obras Completas"); Gatzarria por G. Laplace (en 1966) y J. A. Saenz de Buruaga (en 1990); Abauntz por P. Utrilla (en 1982); Ekain por J. Altuna/J. M. Merino (en 1984); Erralla y Amalda por J. Altuna/A. Baldeón/K. Mariezkurrena (en 1985 y 1990); y Zatoya por I. Barandiarán/A. Cava (en 1989).