Kontzeptua

Muerte

La concepción más arcaica que el hombre tuvo para soportar el hecho de la muerte, el horror a la pérdida de la individualidad, es la del "doble"; conocido con diversos nombres en las culturas clásicas ("genius" romano, "eidolon" griego, "fravashi" persa, "ka" egipcio...), ha pervivido en las creencias de los medios campesinos europeos hasta recibir los embates de la civilización industrial; se les suponía una naturaleza corpórea y se les atribuían unas necesidades materiales: armas, alimentos, luces, dinero e incluso... sus viudas y sus criados. La muerte, pues, no acababa con el individuo, sino que éste podía permanecer algún tiempo cerca de los vivos bajo formas que van desde la de su propio cuerpo hasta ruidos (Donostiri), pasando por sombras (en el guerniquesado a los aparecidos se les llama gerixetiek, "sombras") o luces (Zugarramurdi, Sara, Zegama...) o portadores de una tea (Zenarruza, Ataun, Orozko...); también pueden aparecerse en los espejos. Las visiones se dan frecuentemente en andabideak y más concretamente en sus encrucijadas; por lo general no suelen ser demasiado turbadoras si las comparamos con los espectros inconsolables o los vampiros de otras culturas, que a causa de una mala o nula funeración vagan en demanda de ayuda o cumpliendo su venganza.

Los aparecidos del País Vasco solían buscar la colaboración de los vivos para abreviar sus penas en el Purgatorio, mediante la realización de sufragios o buenas obras que no pudieron hacer ellos en vida. La fórmula para tratar a los aparecidos en Bizkaia era: Parte onekoa bazara, zer gura dozun esaizu; parte txarrekoa bazara, zoaz nigandik zazpi estatuan. Los vivos también solían pedir ciertos favores a las ánimas y concretamente el de que despertaran por las mañanas. Además de estas concepciones materialistas de la supervivencia tras de la muerte, el hombre primitivo pronto accedió a otras más espiritualizadas de tipo animista. Estaban relacionadas con la idea de muerte-renacimiento y en concreto influidas por los principios de fecundidad agraria. Las manifestaciones residuales, en forma de creencias y ritos, que han permanecido vigentes hasta nuestros días (por lo común deformados) en medios populares, generalmente entremezclan indiferenciadamente ideas de tipo animista con las de los dobles materiales.

El cristianismo, que tuvo un largo período de convivencia con el paganismo animista, acabó, en fecha relativamente tardía, por reformular buena parte de las creencias sobre la muerte de estas poblaciones gentiles, bajo una nueva óptica de salvación (regeneración) que podía, poco a poco, ser aceptada sin excesivos traumas. Los temas que más preocuparon durante la Edad Media eran los relativos a la resurrección de la carne y al Juicio final. Los temas de la "psicostasis" o pesaje de las almas, con San Miguel calibrando en una balanza las acciones buenas y malas o las del Apocalipsis, con los resucitados que salen de sus tumbas para, una vez juzgados, volar con los justos o ser engullidos por una terrible bestia (similar a un gran pez) que representaba al Infierno, se prodigaban por doquier: pinturas góticas de Gazeo, portada de la iglesia de San Miguel de Estella, portada del Juicio de la Catedral de Tudela, etc...

Aun dentro de un mismo sistema de creencias, el cristianismo en este caso, la actitud colectiva ante la muerte ha variado en función de su intensidad o grado de violencia. Así, mientras hay siglos "optimistas", como el XVIII, en los que el aumento de la población, el propio descenso de la mortalidad, la menor incidencia de las guerras, el auge de la agricultura, etc..., se relacionan con un cierto laicismo y una menor dependencia para con la religión o la superstición a la hora de encararse con la muerte, hay otros momentos, como el período 1325-1450, que han supuesto un auténtico "triunfo de la muerte". Concurrieron por estas fechas unas circunstancias que hicieron de la muerte algo cotidiano, la muerte ciega, que podía llegar de improviso, en plena juventud: el reflejo de las guerras internacionales (la "Guerra de los 100 Años"), la guerra de los bandos, las epidemias de peste (1348, 1362, 1382, 1401, 1411 y 1422).

La esperanza de vida no superaba los 25 a 30 años; una persona de 45 años se reputaba por anciana. A resultas de las mortandades causadas por las hambrunas y las pestilencias muchas poblaciones llegaron a perder más de la mitad de sus habitantes, otras, quedaron tan mermadas que fueron abandonadas por los supervivientes. La muerte violenta era muy frecuente; en Europa, para ese momento, se ha calculado que eran violentas alrededor de un 19 % de las muertes; en el País Vasco este porcentaje sería algo, pero no mucho, menor. La descripción de las guerras banderizas que Lope García de Salazar hace en sus "Bienandanzas e Fortunas", con sus asesinatos, empozamientos, "omeçillas", batallas (Elorrio en 1468), e incendios (quema de Mondragón en 1448, quema de Otxandio por Juan de Avendaño en 1415), no deja lugar a dudas del nivel de destrucción que trajo consigo este conflicto para el País Vasco. Otra buena imagen de estos crispados tiempos la dan las pinturas murales de la alavesa iglesia de Alaiza. Posiblemente relacionadas con un acantonamiento de tropas inglesas que, al mando del Príncipe Negro, acudían a la batalla de Nájera (1367).

Los asuntos tratados son los que llenarían la vida de los soldados y por extensión de los civiles afectados por los combates: duelos, peleas, la violación de una mujer por la soldadesca, el asalto a una fortaleza, un entierro, etc... En este contexto se inscribían ciertas actitudes penitenciales (flagelantes) o milenaristas, como el movimiento encabezado por fray Alonso de Mella en 1442-45 en Durango. También se produjo un gusto por lo macabro (de la misma forma que luego se puso de nuevo de moda en otro momento crítico, el siglo XVII), con incorporación de temas iconográficos fúnebres a los frescos, las vidrieras o las miniaturas de los códices; el más difundido es el de la "danza macabra", que se inició en los siglos XI y XII, pero que se difundió por toda Europa, desde Alemania a Castilla, sobre todo en los siglos XIV y XV. El mensaje de la "danza de la muerte" es el de la omnipresencia e inevitabilidad de la misma, así como el de su carácter igualitario e indiscriminado (desde este momento se le representa como un esqueleto armado de una guadaña que todo lo siega, ciegamente, sin preocuparse de si son tiaras o coronas lo que corta). En el País Vasco se conserva una "danza macabra" en el castillo de Javier y parece que existió otra en los vitrales de la catedral de Bayona.

De la muerte masiva y anónima del período medieval a las actitudes modernas ante este último paso, median ciertos cambios. Del proceso de valoración de la individualización que se da a partir del siglo XV, la difusión del testamento es, probablemente, uno de los elementos más significativos. La disposición testamentaria es un acto legal que en aquellos tiempos estaba revestido de un ropaje religioso que resultaba la parte dominante del documento. Estuvo reservado durante la Edad Media a reducidos sectores dominantes de la sociedad. La Iglesia, a partir del siglo XVI, acabó por encarecer su práctica y así en muchas de las Constituciones Synodales de los Obispados de Calahorra, Bayona y Pamplona podemos encontrar exhortaciones relativas a su cumplimiento. Por una parte, el testamento era la garantía de que los herederos se avendrían a cumplir las mandas de orden religioso: misas, velas, aniversarios, etc...; por otra, representaba la seguridad de estar desembarazado de cuidados temporales en el momento de la agonía.

El testamento constaba de tres partes: la primera era una más o menos larga fórmula invocatoria religiosa impetrando el acierto en las decisiones y la protección a la hora de la muerte; a partir del Concilio de Trento se impuso una afirmación de fe relativa a algunos menesteres básicos del catolicismo: Trinidad, Concepción de María. .. ; la segunda se componía de mandas de tipo piadoso y la tercera de las disposiciones laicas: pago o cobro de deudas, reparto de bienes, elección de herederos y albaceas... Con algunas variaciones se mantuvo en el País Vasco esta estructura testamentaria a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII. Durante este tiempo, el hombre común, confortado por la esperanza religiosa, aseguradas sus disposiciones y voluntad por medio del testamento y no despegado del todo de las creencias paganas que le mantenían seguro en aspectos substanciales de su cultura, afrontó con cierta naturalidad y sin excesivo temor la muerte, como ante un hecho inevitable del que se conocen las respuestas.