Kontzeptua

Muerte

Antiguamente el presagio más evidente y que con frecuencia conducía a una muerte cierta era el de una grave enfermedad; se le concedía un carácter religioso "regalada o mandada por Dios", como castigo a las propias faltas y se desconocía muchas veces su entidad y nombre; también se atribuía su origen al efecto maldiciones o mal de ojo (begizkoa) o a la intervención de genios (birauek, patuek, gaizkiñak) que pululaban por doquier sembrando enfermedades o prolongando agonías. Había una serie de animales que anunciaban próximos fallecimientos con su sola presencia o con sus actitudes: cuervos volando bajo, perros aullando, gallos cantando a medianoche o a deshoras, etc. Igualmente se avecinaba una muerte si el sonido de las campanas se tornaba profundo o con mucha resonancia. En el aspecto de los difuntos se buscaban indicios sobre otras muertes inminentes y así, si quedaban con los ojos abiertos había que cerrárselos rápidamente pues con su mirada podían arrastrar a otros; de igual forma, si quedaban con la boca abierta se decía que estaban llamando a otros a su lado.

(Aboliña, iltamue, agonia). Se tenía buen cuidado en este momento que era muy delicado para el moribundo. Ya se han citado los genios que podían prolongarla o hacerla dolorosa. Desde luego el propio diablo (deabru, etsaia ) acechaba el lecho mortuorio; la iconografía tradicional de los "artes moriendi" representaba casi siempre a los demonios acechando a la cabecera del agonizante. En los testamentos vascos (y de otras zonas de Europa) de los siglos XVII y XVIII se popularizó una fórmula que se incluía para precaverse de las asechanzas demoníacas de los últimos instantes; se enunciaban así:

"Y si por flaqueza, por la gravedad de mi enfermedad o persuasión del enemigo malo, alguna cosa dixere o profiriere contra la Santa Fe, desde luego lo detesto y declaro que no es ni será mi ánimo, sino el estar siempre en la Santa Fe...".

Para alejar a las fuerzas del mal se encendía una vela bendecida el día de la Candelaria (se llamaba argie lagun en Zenarruza) y se asperjaba la habitación con agua bendita. Nadie deseaba una muerte súbita, pues era indicio de condenación, al no haber contado con tiempo suficiente para un buen acto de contrición; pero tampoco era bueno que se prolongara la agonía por lo que para evitar sufrimientos se practicaban una serie de conjuros: en Bermeo, para lograr que los enfermos se aliviasen o muriesen, se les decía una misa pagada con limosnas de los vecinos o se encendía una lamparilla de aceite a la Virgen de los Remedios; se suponía que al acabarse el aceite se apagaban simultáneamente la luz y la vida del agonizante. En algunos lugares (Sara, Garazi, Zenarruza...) achacaban la prolongación de la agonía a que el alma no podía salir de una habitación cerrada, por eso levantaban una teja de la cubierta o simplemente abrían puertas y ventanas. Lógicamente atribuían cierta naturaleza material al alma. Se conocen casos de práctica actual de esta costumbre (Ezkurra, Ituren, Igeldo...), aunque en la mayor parte de los casos se ha perdido el sentido original del acto y se atribuye a motivos de higiene ("para ventilar").

La muerte de un animal doméstico cuando hay un enfermo grave en la casa es un motivo de alegría, pues se supone que la persona sanará al haber muerto en su lugar el animal (una vaca en Bermeo, una gallina en Gorozika).

Algo muy común a las diversas culturas es el lavado y amortajado del cadáver (beztitu ). En la sociedad tradicional vasca este era un trabajo de mujeres. Antiguamente los cadáveres se envolvían solamente con una sábana. En Zuberoa, se han mantenido enterramientos sin ningún género de caja, con un sudario de lino con bordados que se tenía prevenido tiempo atrás en casa. Aquí y en Baja Navarra se conocía la mortaja por hil-mihise. La costumbre de preparar con tiempo la propia mortaja (de la clase que fuese) y de conservarla durante años hasta el día del entierro, fue muy general en el País Vasco. La práctica de vestir al muerto con un hábito religioso ha sido general a lo largo de los siglos XVI al XX. Aunque también se utilizaron otros (dominico, del Carmen...) el hábito utilizado masivamente entre los vascos para amortajar fue el franciscano.

Este hecho hay que relacionarlo con la mayor facilidad de los pobres para entrar en el Reino de los Cielos, lo que empujaba a las gentes a pedir ser enterradas con hábito de pobreza, a dar limosnas a instituciones de caridad (encareciendo las oraciones de los asilados) e incluso a que varios menesterosos formasen parte del cortejo fúnebre provistos de sus correspondientes luces. Otra práctica de antiquísima tradición en Euskal Herria (desde la época dolménica hasta nuestros días) es la de atar las manos y sobre todo los pies de los fallecidos, bien con cuerdas o, como se hace ahora, con una cinta negra. Aunque en los pueblos donde se mantiene este rito (Ibarrangelua, Huarte-Arakil, Zumaia, Ituren y Amezketa) aducen razones de estética, el origen de esta costumbre no parece otro que el del miedo a los aparecidos, por lo que se intentaba, mediante las ligaduras, restar movilidad a los muertos para evitar que volvieran.

Desde la protohistoria hasta los tiempos medievales los cuerpos tomaban tierra acompañados de alguna suerte de ajuar. Posteriormente se han seguido incorporando una serie de objetos, la mayor parte de ellos religiosos, a los que además se confería una intencionalidad mágica. Así, además de poner entre las manos del muerto crucifijos, escapularios o rosarios, se cubrían con multitud de bulas de difuntos, y se introducían en sus bolsillos algunas monedas o piezas de algún valor. Desde las armas, amuletos y cerámicas con que se dotaba a los enterrados en los dólmenes y túmulos de hace tres milenios, a las bulas o el dinero con que se ayuda a los actuales, la idea central no ha cambiado: que los muertos tienen determinadas necesidades (alimentarse, defenderse, ciertos gastos...) y de que los objetos para cubrirlas surtían más efecto en contacto con el cuerpo, según la idea básica de la magia por simpatía.

Se supone que la casa en el País Vasco fue en tiempos pretéritos centro de culto y enterramiento; se tiene conocimiento de algunas inhumaciones de niños bajo el alero hace tan sólo unas décadas. El término baratz, además de "huerto" parece tener connotaciones funerarias. Hasta hace poco, cuando acontecía un fallecimiento en una casa y hasta, al menos, que no se sacaba el cuerpo de ella, se producían algunas transformaciones. Se habilitaba una pieza para la exposición del cuerpo, que se colocaba en unas angarillas, sobre su cama o sobre un catafalco especial; se cubrían algunas paredes o muebles con paños negros (hilmihisiak ); según José Miguel de Barandiarán, en Uhart-Mixe, Dohozti y otros lugares de Iparralde, se instalaba el cuerpo en el interior de una especie de cabina (hilohia ) formada por tres grandes lienzos negros para los laterales y el fondo y otro como un dosel para el techo. En muchos pueblos se siguen cubriendo los espejos (Lekeitio, Ibarrangelua...) y los escudos de armas con lienzos negros. Se dice que si se mira al espejo mientras está el muerto aún en casa pueden verse brujas.

De hecho antes se creía poder ver al propio muerto, o mejor dicho, a su doble. La relación mágica de los espejos y las sombras (versiones desdobladas del individuo real) con los espectros es una creencia arcaica universal. La muerte se vinculaba a la impureza y ésta era contagiosa, por lo que la casa o algunos objetos de ella tenían que ser purificados. En algunos sitios se quemaba el colchón del difunto (Orozko, Liginaga); en otros (Sara) se quemaba un manojo de paja en su lugar, mientras se rezaba un Padrenuestro y luego se asperjaba con agua bendita. En ocasiones se purificaba también el establo. En Kortezubi se quemaban alcohol o aguardiente con azúcar así como ciertas hierbas.