Biografía, II. Vuelto nuevamente a su diócesis, encontrará el apoyo del nuevo gobernador de Argelia, el conde de Gueydon. En esta nueva etapa comienza por trabajar en la reconstitución de la propiedad árabe en sentido unifamiliar y transmisible, y en la expropiación indemnizada de los nativos de sus terrenos incultos en provecho de los emigrantes europeos. Para esto último consiguió que unos diez mil alsacianos y loreneses se trasladaran a Argelia y fundaran algunas localidades. Sin embargo, este ensayo de colonización agrícola no dio el resultado esperado, ya que los nuevos inmigrantes no eran agricultores sino obreros manuales en su mayoría. Trabajó también para abolir la jurisprudencia franco-argelina que apoyaba la triste situación de las mujeres árabes, autorizando su venta, con lo que reconocía de hecho la esclavitud. En 1872 se estableció en Laghonat, al comienzo del mismo desierto, el primer dispensario misional de los Padres Blancos. Un año más tarde cargó con todo el peso de la preparación de un concilio norteafricano y en 1875 enviaba a Tombouctú, una ciudad que servía como depósito de esclavos negros destinados a Marruecos, a los tres primeros misioneros del Instituto de Padres Blancos, los cuales morirían decapitados antes de llegar a su destino. A comienzos del nuevo año de 1876, agobiado de problemas y preocupaciones, solicita a la Santa Sede la renuncia al arzobispado de Argel, comunicando al mismo tiempo su deseo de formar parte de la comunidad de Padres Blancos. Pío IX le ruega que siga en su puesto, a lo cual accede. Por estas fechas una carrera de velocidad se había establecido entre las naciones europeas con vistas al reparto colonial y explotación económica de África. En Bruselas, al amparo del rey Leopoldo II, se había formado en el 1876 la «Asociación internacional para la exploración de África», cuyo propósito fundamental, aunque bien encubierto, era la explotación comercial de dicho territorio. Lavigerie, en un escrito a la Santa Sede (2 de enero de 1878), expone los planes de esta Asociación y sugiere una rápida acción. Como la Asociación se comprometía a proteger a los misioneros, convenía no romper con ella y utilizar su ayuda sin comprometerse. El plan de Lavigerie consistía en transformar África por medio de los mismos indígenas, sin intentar convertirlos en europeos de piel negra. Tanto el rey belga como el secretario de la Asociación apoyaron las ideas de Lavigerie. A finales de febrero de 1878 parten nuevos misioneros para Uganda y Tanganica y, poco más tarde, otros misioneros se establecían en la ciudad enteramente musulmana de Rhadames, en el extremo sur de Túnez. A la vez que sus intrépidos misioneros iniciaban estas arriesgadas aventuras, él marcha a Jerusalén a fin de preparar el establecimiento de su instituto en el santuario de Santa Ana, objetivo que le había sido confiado por la Santa Sede y por Francia. En esta época escribe el documento Carta a un seminarista de Francia, en el que trata de interesar a la juventud francesa por los problemas africanos. En el 1882 se creaba en Jerusalén la Escuela Apostólica de Santa Ana, con un régimen de vida y un plan de enseñanza completamente orientales. Las ideas del arzobispo de Argel contra la latinización de las iglesias orientales se cumplían en la práctica. En cierta ocasión había escrito: «Estos confunden sus ritos, lenguas, costumbres, oficios religiosos con la religión misma y también con toda su historia, que es bien hermosa. Arrancarles todo esto es desangrarles de todas las fibras de sus recuerdos y de su fe. Porque, consecuentemente, estos ritos se confunden en su corazón con su nacionalidad. Abandonarlos significa para ellos apostatar no solamente de su fe, sino ser traidores a la patria. Quienquiera que intente apartarlos de sus ritos es sospechoso de estar al servicio de alguna política occidental. No hay más que un método-concluye Lavigerie- para ser fecundo en Oriente. Y este método se formula así: Aceptar y respetar en los orientales todo, excepto el vicio y el error». Desde hacía casi un año (28 de junio de 1881), se le había encomendado la administración del vicariato apostólico de Túnez. Allí tuvo que esforzarse por limar las diferencias con Francia, surgidas a raíz de la invasión de Túnez ,por las tropas francesas. Como premio a su labor y a sus esfuerzos en pro de la iglesia, el 16 de abril de 1882 recibió el birrete cardenalicio, suprema dignidad que Roma, con anterioridad, había dilatado concederle para no desagradar a Mac-Mahon. Los cargos y su campo de acción se agrandaban de día en día. El 10 de noviembre de 1884, el papa León XIII le nombraba, sin mengua de su archidiócesis de Argel, arzobispo de Cartago y primado de África, con lo que se cumplía uno de los mayores anhelos del cardenal bayonés, la restauración de la Sede de Cartago. La salud del cardenal se resentía cada vez más. Pero todavía habría de llevar a cabo una gran obra: la lucha contra la esclavitud. En el 1888, el papa León XIII publicó la encíclica In plurimis, destinada al episcopado brasileño, en la que condenaba la esclavitud como contraria al derecho natural y divino. En este escrito figuraban párrafos literalmente copiados de una carta enviada aquel mismo año por Lavigerie al papa. El 24 de mayo fue recibido solemnemente por el pontífice, el cual le animó a seguir trabajando en contra del esclavismo. Lavigerie, sin más dilación, comenzó los preparativos de su campaña antiesclavista por Europa. Durante un año largo permaneció en Europa, pronunciando charlas, discursos, en la amplia geografía europea y concienciando a los diversos gobiernos a fin de atajar el mal. La prensa y demás medios de comunicación social se hicieron eco del problema, el cual ahora entraba decididamente en una fase diplomática. Jules Simon, expresidente del Consejo de Ministros francés, que ejerció bastante influencia en la mentalidad de su tiempo, se expresaba así en «Le Matin»: «¿Quién habla así? Es el cardenal. El papa le ha dado una misión. Pero él la hubiese asido. Tiene sesenta y cuatro años. Él solo ha hecho por la civilización y por Francia más que nuestros ejércitos. He aquí que parte a la guerra; busca todavía medios, pero los encontrará y triunfará. ¿El corazón de Francia está con él? Es un sacerdote. Sí; es cierto. Pero sigámosle; de la misma manera seguiríamos a un general. Cualquiera que sea su hábito, es un apóstol». Y el mismo Jules Simon, en una conferencia pronunciada en la Sorbona, dirá del cardenal bayonés: «La obra del cardenal Lavigerie será más grande que la destrucción de la esclavitud. Acaso habrá enseñado a los hombres a conocerse, a entenderse, a olvidar sus divisiones y a unirse por la sagrada causa de la humanidad y la justicia». No había terminado su campaña europea antiesclavista, cuando el papa nuevamente le encomendó una difícil misión, la de tratar de mejorar las relaciones entre la república francesa y la iglesia. Aprovechando un almuerzo que ofreció en su palacio episcopal al estado mayor de la escuadra francesa (12 de noviembre de 1890), pronunció un brindis en el que manifestó su apoyo a la República, lo cual produjo un gran escándalo en los círculos católicos franceses. Lavigerie desenmascaró a quienes ponían a la religión al servicio de la causa monárquica, por lo que se encontraría abandonado de todos, incluso de sus amigos, hasta que León XIII apoyó su conducta y doctrina en la encíclica Au milieu des sollicitudes. Toda la obra de Lavigerie se caracterizó por su obediencia al Papa. Se sentía un gran admirador de la figura de León XIII. Escribió gran número de discursos y folletos, varios de ellos publicados bajo el título Oeuvres choisies, París, 1884. Aparte de los escritos ya mencionados, deben consignarse Histoire abrégée de l'Eglise, París, 1864, y Bibliothéque pieuse et instructive á l'usage de la jeunese chrétienne, París, 1853. Su biógrafo, José de Arteche, al referirse a su estilo literario, escribirá: «El estilo literario de Lavigerie, desde luego, es, sin duda ninguna, el mejor estilo eclesiástico francés del s. XIX, y revela a un empedernido lector de Bossuet. Al igual que éste, el bayonés gusta de las grandes síntesis históricas. Sube a grandes alturas con sostenido aliento. Pero nunca deja de ser realista, sobre todo ante la historia pasada. La historia le hace todavía más realista» (Lavigerie, p. 41). El gobierno francés premió su labor en favor del Estado concediéndole la cruz de la Legión de Honor. En la figura de Lavigerie, amigo de la pompa y del fausto oriental, se aúnan su apego a Francia, a la iglesia y a los desamparados del actualmente llamado Tercer Mundo. La «Maison Lavigerie» se halla en Baiona; en ella se instalaron las Soeurs Missionnaires de Notre-Dame d'Afrique. Ref. Arteche, José de: Lavigerie, Zarautz, 1963.