Cardenal de la iglesia católica y fundador de la Congregación de los Padres Blancos, nació en Baiona (Laburdi) el 31 de octubre de 1825 y murió en Argel el 26 de noviembre de 1892. Hijo de un funcionario de aduanas, a los trece años ingresó en el seminario de Larresore, de donde pasó en 1841 al seminario menor parisino de San Nicolás de Chardonnet. Allí tendría como superior al apologista Dupanloup, famoso más tarde en la historia religiosa de su siglo, cuya figura le habría de subyugar en una mezcla de temor y de respeto. Dos años más tarde (1843) ingresó en Issy, lugar donde estudiaban filosofía los alumnos del seminario de San Sulpicio. Concluidos los estudios de filosofía (1845), entró en el gran seminario de San Sulpicio de París. A instancias del arzobispo de París, monseñor Affre, se puso a estudiar a la vez teología y la licenciatura en letras. Ordenado de sacerdote el 2 de junio de 1849, pocos meses después obtendría el doctorado en Letras. Sus dos tesis, la francesa y la latina, versaron sobre el Oriente cristiano. La primera de ellas se centró en la Escuela Cristiana de Edesa, centro de extraordinaria importancia en la historia de la difusión de las ideas cristianas en Oriente. La tesis latina trataba sobre la obra de Hegesipo. Ambas fueron publicadas en 1850. A partir de entonces trabajó como profesor, capellán de monjas, conferenciante, polemista, periodista, autor de libros de texto y de libros piadosos, opositor triunfante de la capellanía del Panteón, profesor de historia eclesiástica en la Sorbona y propagandista misional. Fue uno de los colaboradores de Federico Ozanam, creador de las Conferencias de San Vicente de Paúl. Sus clases de la Sorbona le acarrearon problemas con los jansenistas, siendo duramente criticado en el periódico jansenista «Observateur Catholique». La parte fundamental de estas clases fueron publicadas bajo el título Expossé des erreurs doctrinales du Jansenisme, París, 1858. A raíz de la guerra de Crimea (1853-1856) se produjo en Francia un activo interés por las comunidades cristianas de Oriente, hasta el punto de fundarse la Asociación de las Escuelas de Oriente, constituida por importantes personalidades de la vida francesa. Lavigerie, sin abandonar las lecciones de la Sorbona, desde comienzos de 1857 visitó durante tres años las más importantes ciudades de Francia, tratando de hallar asistencia moral y material para la obra. Los sucesos sangrientos de Oriente del 1860, donde murieron un gran número de cristianos, produjeron a nivel europeo una verdadera reacción. Francia envió un cuerpo expedicionario, siendo Lavigérie uno de los oponentes del mismo. En unión del doctor Jaulerry, médico de Biarritz, llevó a cabo una gran labor humanitaria en todo el territorio afectado por la persecución. Los bienes distribuidos por el bayonés se aproximaron al millón y medio de francos, cifra que entonces era fabulosa. El 21 de diciembre del mismo año regresó a Francia, después de tres meses de ausencia. En la visita que efectuó a Roma entregó al papa Pío IX una carta que le dirigían los prelados de Oriente, al mismo tiempo que le exponía la situación de los dos ritos orientales. Parece ser que por estas mismas fechas se le quiso nombrar obispo de la diócesis de Vannes, dignidad que no aceptó por creer que ello le separaría de su obra en el Oriente. Sin embargo, en el mes de septiembre del mismo año tuvo que aceptar el nombramiento de prelado de la casa de Su Santidad y, casi al mismo tiempo, el del auditor de tribunal romano de la Rota. Antes de abandonar París dejó como secretario adjunto de la obra de Oriente en Francia al también vasco Soubiranne, mientras en Roma creaba un segundo consejo directivo. En la Ciudad Eterna permanecería por espacio de 16 meses. Fue memorable su sermón pronunciado en la iglesia de San Luis de los franceses, ante una concurrencia selecta, a la que expuso el problema del retorno de las iglesias cismáticas a la unidad, así como la suerte que estaban corriendo los cristianos perseguidos por cl mahometanismo. A raíz de ello, el papa le nombró consultor de la Congregación de Ritos Orientales. En los primeros días del mes de marzo de 1863 se le designaba obispo de Nancy, recibiendo su consagración en la iglesia de San Luis. Durante el tiempo que permaneció al frente de dicha diócesis fomentó los estudios, fundando los colegios de Vic, Blamont y Luneville y una casa familiar para los estudiantes de la nueva facultad de Derecho de Nancy. Hombre celoso de su dignidad y del fausto, poseía sin embargo una gran preocupación por sus sacerdotes y fieles. Estableció la «semana religiosa de Nancy» y creó un colegio de estudios superiores para los clérigos. Con motivo de la publicación del Syllabus por Pío IX (8 de diciembre de 1865), se pondrá del lado de Montalembert. Con una aguda visión histórica dispuso en el seminario la separación del clero del antiguo régimen y el clero de la nueva generación y ordenó que todos los religiosos de ambos sexos dedicados a la enseñanza de la diócesis de Nancy debían pasar un examen delante de una comisión episcopal, cuyo contenido debía ser del tipo de los que se exigían a los profesores laicos. Se le nombró miembro del consejo imperial de instrucción pública y para la reorganización de su curia episcopal publicó Le Recueil des ordenances épiscopales, status et réglements du diocèse de Nancy. A la muerte del obispo de Argel (diciembre de 1866) fue propuesto para dicha diócesis. Sin embargo, unas declaraciones en contra de los representantes franceses en Argelia por su inactividad apostólica hicieron que le llamara Napoleón III y le propusiese la renuncia a su nueva diócesis, a cambio de otro puesto de mayor importancia. Lavigerie se opuso a tal idea y el 14 de enero de 1867 el boletín oficial publicaba su nombramiento como arzobispo de Argel. En estas fechas se expresaba así en una carta circular a sus amigos: «Ante todo, el triste espectáculo de ceguera e impotencia que estamos dando en Africa desde hace treinta años, no se comprende sino por la calculada ausencia de todo pensamiento cristiano en la administración de Argelia que, en lugar de asimilar sus poblaciones bereberes, trayéndolas a nuestra civilización, las tiene instaladas en su barbarie y en su Corán. Pues bien, es preciso reaccionar contra nefastos principios por el ejemplo y una palabra viril.Corresponde a un obispo intentarlo. Con la gracia de Dios, siento en mí el coraje necesario...» Y más adelante, añadía: «Argelia no es sino una puerta abierta por la Providencia sobre un continente bárbaro de doscientos millones de almas... He aquí la inmensa perspectiva que me atrae... ¿Qué excusas puedo yo oponer ante Dios para rehusar tamaño Llamamiento? Tengo la juventud, la costumbre de la palabra y la de agrupar las voluntades y los recursos. He aquí por qué, a pesar de un gran desgarro del corazón, he respondido que sí y me preparo a partir». Estas palabras indican la trayectoria de su trabajo posterior. Su meta está en Africa. Sus primeros trabajos en Argelia consistieron en reorganizar al clero y al seminario, donde instituye cursos diarios de lengua árabe, a la vez que anuncia su propósito de negar la ordenación sacerdotal a todo aspirante que no haya aprendido a hablar dicha lengua. Ante la miseria que presencian sus ojos, donde el cólera y el hambre hacen estragos en la población, comienza por crear hospitales, regidos por religiosas y atendidos por un sacerdote. Pidió una mayor libertad de movimientos para la iglesia en sus relaciones con los musulmanes, lo cual era mal visto por la administración francesa. Mac-Mahon, el gobernador de Argelia, le acusó de aprovechar para sus fines el haber ennegrecido la realidad de Argelia, pintándola más grave de lo que era en realidad. Lavigerie, echando en cara a la administración francesa su despreocupación de los problemas de la población musulmana, fue construyendo orfelinatos con dinero que recogía en sus viajes a Francia. En 1868, la Santa Sede le añadió a su cargo de arzobispo de Argel el nombramiento de delegado apostólico del Sahara y del Sudán. Al mismo tiempo (20 de septiembre del mismo año), la publicación oficiosa Echo de Notre Dame, difundía la noticia del establecimiento de un seminario de misioneros, que habría de ser la base de la nueva congregación de misioneros de «Nótre-Dame d'Afrique», vulgarmente llamados «Padres Blancos». El comunicado decía así: «Para realizar los designios del Santo Padre, el señor arzobispo de Argel va a fundar un seminario especial de misioneros que, a imitación de los misioneros franciscanos en China, se acostumbrarán al estilo de vida de los árabes y de otros pueblos de África, y marcharán a establecerse por etapas en el desierto que se extiende más allá de Argelia, hasta el Senegal de una parte, y en el país del oro y de los negros, por la otra. Estos misioneros formarán verdaderas estaciones apostólicas que se esforzarán en comunicarse las unas con las otras. Estos hombres, estableciendo puestos avanzados entre nuestras colonias africanas del Mediterráneo y el océano Atlántico, serán los verdaderos pioneros de la civilización europea y cristiana». Al frente de la obra puso al jesuita P. Vincent, al que encomendó la formación de los novicios y la redacción de un esbozo de las constituciones de la sociedad. Al mismo tiempo, preocupado por la formación de la mujer árabe, propulsó una asociación religiosa dedicada al apostolado femenino, que fue la base de la futura congregación de Hermanas Blancas. El desastre francés de Sudán y la capitulación de Metz hicieron que en Argelia se recrudeciese la rebelión, a la vez que comenzaba la falta de ayudas para la serie de obras organizadas por el cardenal Lavigerie. Su tarea se agigantaba cada día. Ahora se le encomendaba también el cuidado de la diócesis de Constantinopla. Acosado por tanto problema, prendió en él el desánimo y el decaimiento. Durante medio año abandonó su diócesis, sus misioneros, sus huérfanos, sus acogidos y, en fin, su naciente obra africana. Trasladado a Francia, donde había vuelto la democracia, pensó en obtener un escaño como diputado en la asamblea constituyente, con lo cual podría luchar por sus obras en Africa. Se presentó a las elecciones de 1871 como candidato por las Landas, siendo ampliamente derrotado. Mientras tanto la municipalidad de Argel había adoptado el acuerdo de expulsar de sus locales y viviendas a las comunidades de ambos sexos dedicadas allí a la enseñanza, con lo que su obra pasaba por nuevas dificultades.