Lurraldeak

Lapurdi (1986ko bertsioa)

  • El arte prehistórico
    • Apenas está representado en la Zona. Mayor entidad alcanzan sin embargo las manifestaciones de la protohistoria. Este periodo, que en nuestra tierra se extiende desde el año 1800 al 50 a.C. (fecha de la invasión romana), tiene especial trascendencia, pues es entonces cuando se van a forjar las características más definidoras del pueblo vasco a nivel étnico, lingüístico y espiritual. Los monumentos megalíticos son propios de esta etapa, caracterizándose en todo el país por su simplicidad y, en general, por lo moderado de sus dimensiones. Dólmenes, cromlechs, túmulos y monolitos son los tipos más destacados. Relativamente abundantes, están siempre cerca de las rutas de trashumancia, actividad económica fundamental por aquel entonces. Los dólmenes se erigieron a escasa altura (entre 150 y 600 m.). Hay un total de 68 en Laburdi, todos ellos orientados hacia el Este y construídos con piedra local en estado bruto o apenas desbastado. El mobiliario de estos sepulcros de inhumación es poco conocido. Un estudio sistemático de los 54 cromlechs encontrados ha permitido deducir que gran parte de ellos, situados entre 500 y 1.500 metros, se hallan agrupados, lo que nos lleva a pensar en la existencia de auténticas necrópolis. El ajuar es, en este caso, bastante pobre, reduciéndose casi exclusivamente a la urna crematoria y a algunos restos cerámicos.

      Los túmulos, que cuando no recubren un dolmen pueden definirse como sepulturas, consistentes en acumular sobre los restos inhumados o incinerados del difunto una cierta masa de tierra o piedras, se dan en un número aproximado de 40 ejemplares. Frente a la relativa profusión de los tipos citados, los monolitos apenas se dan, existiendo únicamente tres muestras (Larraun, Artzamendi y Gorospil), situadas entre los 700 y 800 m. de altitud. Como ya he señalado anteriormente, el año 50 a.C. marca la fecha de la invasión romana. Los restos de este periodo son escasos. Hasparren parece haber sido, con el santuario del genio local, un centro sin duda modesto. Sobre su territorio se ha descubierto el tesoro de Lamarkaenea, y también una inscripción que indica que en la Aquitania del tiempo de Augusto existían al menos nueve poblaciones. Son notables asimismo los hallazgos fortuitos de monedas en Sare y Ahetze, y el tesoro de Mouguerre. Hay un hecho esencial a la hora de estudiar la evolución artística de Laburdi, y en general de todo el país vasco continental, y es que el siglo XVI ha marcado en su historia un verdadero giro, por lo que debemos distinguir, para estudiar mejor los monumentos, entre la Edad Media, época de los artes románico y gótico, en la que el estilo vasco aún no se había definido, y la época moderna, la del Renacimiento, que es cuando la arquitectura adquiere caracteres particulares.

      • Románico y gótico
        • El País Vasco se mantuvo durante mucho tiempo al margen de las corrientes religiosas de la Europa Occidental. Sin embargo, la creación del camino de Santiago, que a través fundamentalmente de los puertos de Cize y Roncesvalles permitía la llegada de peregrinos a la Península, hizo que la civilización cristiana y medieval se introdujera progresivamente en Euskal Herria. Pero la ruta no sólo se desarrollaba por el interior: hubo también una vía costera, muy frecuentada durante el siglo XI, que a través de Bayona y Hendaya llegaba a Gipuzkoa. Este flujo espiritual tuvo reflejo visible en los numerosos edificios que marcaron el camino jacobeo a lo largo de todo su recorrido, de forma que, según E. Lambert ("L'architecture religieuse dans le Pays Basque Français"), la mayor parte de los monumentos románicos y góticos de la zona deben su origen al peregrinaje a Compostela y al equipamiento hospitalario de las rutas que conducían ante el sepulcro del Apóstol.

          Del primer estilo apenas quedan restos en Laburdi. Cabe tan sólo destacar la iglesia abacial de Lahonce, de fecha relativamente reciente, y cuya cabecera, bastante bien conservada, permite hacernos una idea de las características del estilo románico tardío importado por los Premostratenses. Tiene una única nave, sin transepto y bastante larga, rematada hacia el E. por un ábside, y su interior ha sido modificado posteriormente, adaptándose al estilo laburdino. Es interesante conocer que la catedral de Santa María -gótica- en Bayona, se construyó reemplazando a otra románica, hoy totalmente desaparecida. Comenzada por el obispo Raymond de Martres, tenía tres ábsides y un transepto algo saliente. La nave, de longitud considerable, no fue acabada hasta el siglo XII o principios del XIII, por lo que era de un románico tardío. Sustituyendo a este edificio, tras el incendio de 1258, comienza a construirse otro nuevo, de estilo gótico, y que, tanto por su belleza como por las influencias que revela, constituye un monumento excepcional. Bayona, durante los siglos XII al XV, bajo la dominación inglesa, conoció una etapa de desarrollo económico, convirtiéndose en un importante centro comercial. Esta favorable coyuntura sin duda hizo posible la creación del magno edificio, puesto que de otra manera difícilmente podría haberse llevado a cabo la obra.

          Se sabe que la contribución popular fue generosa, aunque gran parte de los gastos corrieron a cargo del cardenal Gaudin, principal mecenas. La construcción del templo, que sirvió para reafirmar la importancia de Bayona como sede episcopal, parece debida a maestros de formación franco- champanesa que, por la ruta peregrina, llegaban a Castilla y León. Quizá este hecho permita explicar los contactos estilísticos que la iglesia presenta con las catedrales del N. de Francia y con las de León, Pamplona o Burgos. Los trabajos se realizaron a lo largo de varias centurias, pues, iniciados en la segunda mitad del siglo XIII, no se remataron hasta el XIX en que, al revalorizarse el gótico, algunos arquitectos se dedicaron a restaurar edificios de este estilo. Tras el incendio de 1258 se puso en marcha la construcción de la parte baja de la cabecera, con la girola y las capillas en torno a ella, el claustro, y la doble portada del brazo sur del crucero. El claustro, del más puro arte de los siglos XIII y XIV, está cubierto con bóvedas de crucería bastante rebajadas, y sus amplios ventanales tienen bellas tracerías. A partir del nuevo incendio de 1300, se empezó a levantar el resto del edificio. Cuando, en 1451, el ejército francés consiguió la victoria sobre los ingleses, la catedral acababa de ser cerrada con bóvedas ojivales. En el siglo XVI comenzó la construcción de las torres de la fachada, torres que serán coronadas por las agujas que E. Boeswilwald (discípulo de Viollet Le Duc) mandó construir.

          A pesar de esto, la catedral mantiene una total coherencia estilística, ya que los trabajos posteriores al inicio de la obra, aunque llevan el acento propio de su época respectiva, se fusionan acertadamente dando unidad al conjunto. La planta del templo (cruz latina, tres naves, transepto, deambulatorio y capillas radiales) está inspirada en los templos del N. de Francia. Sin embargo, en el alzado la influencia de Reims y León es patente: entre los muros de cierre de las capillas que rodean a la girola y los arcos formeros, las bóvedas de cañón apuntado se abocinan hacia afuera, con objeto de que entre mejor la luz por los huecos de las ventanas, bajo las cuales corre una galería de paso por encima de la arquería ciega inferior, atravesando los contrafuertes de los ángulos y los muros que separan las capillas. Pero la unión en una misma clave de los arcos diagonales de cada capilla radial poligonal con los de la correspondiente crujía de la girola, así como la bóveda de cañón apuntado de las capillas abiertas entre el crucero y la parte curva de la cabecera, recuerdan a Soissons. Las zonas altas del coro y del transepto, las tres naves y el crucero Norte se relacionan por su porte con las catedrales de Burdeos y Bazas, edificadas en estilo gótico septentrional durante el mandato de los primeros papas de Avignon. Además, en su concepción general, el edificio presenta similitud con la catedral de Pamplona.

          Así, la realización de esta obra responde a un proyecto sincretista que, inspirándose en los principales templos de la época, amalgama sus logros más representativos. Pero hay un rasgo que convierte en única a la catedral de Bayona: la cabecera tiene una disposición muy rara, con un pequeño campanario encajado entre la parte sur de aquélla y las crujías contiguas al claustro. En cuanto a la escultura, lo más interesante es el conjunto del portal sur, que da a la sacristía, y que está formada por dos tímpanos geminados. En el de la derecha aparece Cristo como juez, mostrando las llagas, y sobre las arquivoltas, muertos saliendo de sus tumbas. A la izquierda, la Virgen sujetando al Niño, rodeada de ángeles. En el entrepaño de la doble puerta destacan seis estatuas de apóstoles, entre los cuales se halla Santiago; flanqueando la entrada, tres ángeles turiferarios arrodillados, esculpidos simétricamente. El estilo es bastante avanzado y se inspira en las figuras de Reims, León y Burgos. No debemos olvidar, dentro del ámbito medieval, el capítulo de las construcciones fortificadas, abundantes en Laburdi por su carácter fronterizo. Las casas-fuertes, para cuya creación se necesitaba un permiso del rey de Inglaterra, duque de Aquitania, eran arquitecturas bastante simples, respondiendo en su mayoría a un mismo esquema: aislado por un foso que sólo se podía salvar mediante un puente levadizo, el núcleo principal estaba formado por una torre cuadrangular de dos o tres pisos, con torrecillas angulares.

          El piso bajo servía de cuerpo de guardia, cocina y caballerizas; el principal albergaba un único salón para la vida común; en el segundo, el dormitorio de los señores; en el tercero, el de los criados y gentes de armas. Los distintos niveles aparecían unidos entre sí por una escala de piedra, o bien por escalas de madera, fáciles de destruir en caso de urgente necesidad defensiva. La organización es similar a la de las casas-torre de Guipúzcoa y Navarra, pudiendo explicarse esta relación a través de los vínculos de parentesco que frecuentemente unían a la nobleza de estas dos provincias con la de Laburdi. Según E. Goyheneche ("Architecture en Labourdi"), las guerras del siglo XVI no dejaron de estas torres más que los cuatro muros, poco menos que indestructibles por su misma masa. Posteriormente, al llevarse a cabo las tareas de reconstrucción arquitectónica, el esquema primitivo fue variando, y los recintos, antaño puramente defensivos, adquirieron un tono más palaciego; Urtubie, en Urrugne, es quizá el más representativo de estos "chateaux". Destacan asimismo, aunque sin alcanzar la entidad de las construcciones anteriores, algunas casas solariegas, propiedad de nobles o personas importantes. Sorhoeta, en Ustaritz, o Akubea en Askain, son buenos ejemplos.

          • El estilo laburdino
            • Como ya he señalado anteriormente, el siglo XVI fue en Laburdi un período de crisis marcado fundamentalmente por las invasiones españolas. Gran parte de los templos y castillos medievales fueron por aquel entonces destruidos. Sin embargo, durante los siglos XVII y XVIII va a experimentarse un verdadero renacer artístico, ligado a una gran actividad creadora. Varios fueron los factores condicionantes: por un lado, el aumento demográfico, que exigía mayores recintos para la celebración del culto; por otro, la renovación general de la fe católica en la Francia del siglo XVII; además, la necesidad de levantar de nuevo todos aquellos edificios que la guerra había arrasado. En relación con todo esto, se construyeron muchas iglesias, en las que poco a poco se fue configurando el llamado estilo laburdino, que tuvo mucha aceptación, como lo demuestra el hecho de que en poco tiempo toda la Zona vascofrancesa se poblara con gran cantidad de estas arquitecturas. Al exterior, las iglesias laburdinas presentan un aspecto masivo.

              Sus gruesos muros, afirmados por contrafuertes laterales, están perforados por vanos estrechos que, distribuidos sin simetría, a veces aparecen decorados con esculturas y vidrieras. La cubierta se compone de un grueso maderamen que soporta las tejas, colocadas a doble vertiente. El campanario, a modo de muro frontón, alza la fachada occidental, y tiene dos o tres huecos para albergar las campanas. A veces, buscando un efecto ornamental más rico, la silueta del muro que sobresale se incurva, o se adorna con pináculos y bolas, como en Macaye. El campanario en forma de torre, más costoso, es posterior, y generalmente se da en las parroquias más ricas: en Saint Pée se cubre con tejas; en Ainhoa, con pizarra. Situado bajo el campanario, se encuentra el porche, que en ocasiones no es sino un abrigo equipado con bancos. E1 interior está formado por una amplia nave, no cruzada por transepto, y a la cual se une la cabecera, de plan variable, y que suele ser más estrecha que aquélla. El altar mayor se sitúa por encima del nivel del suelo del recinto, lo que permite construir la sacristía bajo el ara. Se ha querido ver el origen de esto en la sobreelevación que también se daba en las iglesias relicario, aunque en este caso la finalidad era la de acoger la cripta con los restos del santo.

              Pero apenas hay mención de este tipo de reliquias en el País Vasco, por lo que la hipótesis debe ser descartada. Otra teoría, quizá más factible, señala que en ese momento de renovación del culto católico se hacía hincapié en toda Francia en la necesidad de celebrar la misa a la vista del público. Posiblemente por ello el arquitecto quiso, de forma paralela a la elevación de las galerías, poner el ara a un nivel más alto, para que los fieles instalados tras las balaustradas pudiesen tener una visión más clara del rito eucarístico. En cuanto al mobiliario, destaca el inmenso retablo que por lo general adorna la cabecera de estos templos. No es propiamente vasco, y su estética se encuentra lejos del estilo rústico que caracteriza al resto de la iglesia. Se ha querido ver en él una influencia del gusto español, grandilocuente a veces, y que se traduce en el empleo de dorados, pámpanos, columnas torsos y otros detalles barroquizantes. El más bello de los retablos de Laburdi es, sin duda, el de la iglesia de San Juan de Luz, obra de Martin de Bidache, y es construido entre 1665 y 1670. Por encima de la riqueza ornamental, el equilibrio de su composición hace de él una obra maestra. Junto a esto, hay algo que caracteriza de forma definitiva a las iglesias de la provincia: las galerías.

              Distribuidas en dos, tres, o incluso más pisos, se extienden a lo largo de los muros, y al fondo de la nave. Es un procedimiento elegante que, concebido en el siglo XVII por Mgr. Bertrand d'Echaux, permite aumentar la capacidad del edificio. Están reservadas para los hombres, mientras que la nave la ocupan exclusivamente las mujeres. Las balaustradas de las galerías son de gran variedad, y están realizadas con tal acierto que más que protección lo que ofrecen es una verdadera trama decorativa. Es aquí donde podemos ver la destreza de los tallistas laburdinos a la hora de labrar la madera. También las vigas, con sus cabezas y flancos trabajados, son buena muestra de ello. Los muros, al exterior, se pintan con cal, aunque Ciboure y Ainhoa constituyen dos excepciones, puesto que la piedra no se ha enlucido. En el interior de los templos las paredes no suelen esculpirse, porque la dureza y fragilidad del material dificultan la labor.

              • Los cementerios, la estela
                • En los cementerios, situados junto a las iglesias, se encuentra una de las manifestaciones más típicas del arte vasco: la estela discoidal. Piedra compuesta por un disco macizo y una base en forma de cuña, su perfil evoca vagamente una silueta humana, semejando las piedras antropomorfas levantadas por antiguas culturas. En la parte superior aparecen tallados motivos cristianos, geométricos, astrales, inscripciones o instrumentos de trabajo. La mayoría de las estelas son del siglo XVI, aunque algunas podrían datar de épocas anteriores. En Laburdi hay una destacada variante: las estelas tabulares, en rectángulo, erguidas sobre su lado menor. Desde el punto de vista estilístico se detecta una evolución: en el siglo XVI la talla era relativamente profunda, con aristas precisas y vigorosamente trazadas; pero a principios del siglo XIX las formas se adelgazaron, y los motivos se hicieron más complicados y amanerados. Este estilo popular y pintoresco, aunque cuajado esencialmente durante el siglo XVII, se desarrolló también en épocas posteriores. Pero el arte laburdino no sólo es eso. A pesar de que las tendencias locales han estado siempre muy arraigadas, no por ello se han cerrado las puertas a las corrientes europeístas.

                  • Estilo Luis XV
                    • Así, por ejemplo, el estilo Luis XV entró en Bayona de la mano del arquitecto-orfebre-escultor J.A. Meissonier, que hacia 1732-33 construyó el edificio de la Cámara de Comercio, trasplantándose de esta manera al País Vasco los dibujos y planos de la gran arquitectura parisina y francesa. El Hótel de Meissonier constituye un ejemplo claro del inicio de la nueva sensibilidad. Todavía carece de la plenitud del Luis XV arquitectónico, en que el rococó da libre curso a su imaginación, y la línea se vuelve extremadamente flexible. Pero el barroco pesado y solemne de Luis XIV queda lejos también, y las formas van poco a poco haciéndose más ligeras y graciosas, aunque al exterior los edificios presenten, como en este caso, una relativa sobriedad.

                      • La casa laburdina
                        • En esta provincia podemos encontrar la más encantadora de las casas vascas. Su total integración en el paisaje nos lleva incluso a pensar en una simbiosis naturaleza-arquitectura. Los montes laburdinos, que al acercarse al Pirineo guipuzcoano-navarro tienen un aspecto más umbroso, constituyen el escenario ideal para que este caserío, pintoresco y alegre, luzca su típico aspecto. Construcción funcional, está además perfectamente adaptada a las actividades agrícola y pastoril, que han sido y siguen siendo la base económica de la zona. Al igual que en el resto del País Vasco, la casa tiene aquí una gran importancia en la organización familiar y social de quienes la habitan. La mayor preocupación del dueño de la casa ("etxeko jauna") era la de asegurar la conservación de su patrimonio. Por ello se ha evitado durante mucho tiempo la repartición de la propiedad, de manera que toda ella pasaba al primogénito, hombre o mujer. Los demás hijos recurrían a la emigración ("americanoak"), al ingreso en órdenes religiosas, o permanecían solteros por falta de bienes.

                          A pesar de esto, los vínculos familiares permanecían intactos, ya que el mayorazgo era algo generalmente asumido sin rencor. Las casas laburdinas a veces se encuentran formando parte de pequeños pueblos. Otras, más a menudo, están aisladas, presidiendo las heredades que cultivan o, rematando una colina y rodeadas de praderas, se sitúan ante una plazoleta donde se suele reunir la familia. Construídas en madera y piedra, materiales locales, adquieren con ello un tono a la vez acogedor y monumental. Los caseríos más antiguos que se conocen datan del siglo XVII. Tras la crisis del siglo XVI, ya citada, y en la que gran cantidad de construcciones no sólo eclesiásticas sino también civiles fueron arrasadas, se dio una intensa actividad regeneradora, siendo entonces cuando se fijaron los rasgos esenciales de las casas laburdinas: muros (oeste, norte y sur) en mampostería, y la fachada hacia el este, guarnecida con un entramado de madera y encuadrada por cadenas de piedra bajo una cubierta de tejas a doble vertiente. Esta disposición, que hacía que la parte posterior, desnuda, mirara hacia el Oeste, estaba en función del clima, pues es de Occidente de donde soplan los vientos más violentos y llegan las lluvias oceánicas.

                          En siglo y medio se construyeron gran cantidad de casas de este tipo, no sólo para campesinos sino también para burgueses y negociantes. En Saint Pée, Ustaritz, Ainhoa, Espelette o Cambo podemos encontrar buenos ejemplos de ello. Por otro lado, en San Juan de Luz, al lado de monumentos carentes de todo tipismo regional, como la casa de Luis XIV, algunas residencias de armadores o negociantes son verdaderas obras maestras de estilo laburdino. A pesar de que la gran mayoría de estas primitivas casas han sido edificadas por constructores anónimos, muchos de ellos sin duda iletrados, rezuman armonía y buen gusto, cualidades de las que a menudo están faltos edificios posteriores y cuyos artífices han dejado orgullosamente grabado su nombre. La casa, que al exterior presenta un aspecto masivo, responde en planta a un esquema rectangular. A través de la puerta situada en el centro de la fachada se accede a la planta baja, donde se guarda el ganado y están los aperos de labranza. En el primer piso, aprovechando las leyes de dispersión del calor emanado por los animales, habitan las personas. Su vida se desarrolla en torno a la cocina, dependencia principal: abierta a la fachada a través de una ventana, se compone básicamente de una gran fregadero de piedra o mármol y de una amplia campana de chimenea albergando la boca del horno.

                          La vida familiar gira en tomo al fuego, de forma que cuando el primogénito se casa y sus padres viven aún, a menudo hay dos hogares en la misma morada. Sobre el piso se encuentra el desván que incluye el granero y el pajar. Los muros están pintados de blanco, dando al edificio un aire alegre y pintoresco. La fachada tiene como motivo ornamental un entramado de color generalmente rojo que, si bien presenta en su disposición muchas variantes, siempre se caracteriza por compartimentar el frontispicio mediante el cruce en ángulo recto de las distintas piezas. La madera se revela así como un elemento de gran importancia tanto a nivel constructivo como ornamental, alcanzando en Laburdi el trabajo de su talla elevadas cotas de originalidad y virtuosismo. Esta labor se realiza en cabezas de vigas, soleras, cercos de ventanas, galerías, escaleras, pilares..., etc. Es un arte bidimensional, puesto que los motivos apenas resaltan sobre el fondo plano. La mayor parte de los temas son de tipo geométrico (ovas, rosetas, dentículos...) y su sometimiento al marco es total. Las ventanas están enmarcadas por tallas de madera en la fachada principal de las casas más típicas, y en sillería en los restantes muros. Son huecos rectangulares (más largos que anchos) cerrados por contraventanas de madera. A veces existe balcón, pero suele ser pequeño y sirve de secadero al abrigo del alero.

                          La puerta de acceso a la casa a menudo se recercaba con sillería, y frecuentemente aparecen sobre ella, en la zona del dintel, inscripciones con el nombre del etxeko jauna, del matrimonio propietario, la fecha de construcción del edificio o también breves invocaciones religiosas. El texto raramente está escrito en euskera. Los grabados, bastante profundos, se daban asimismo a lo largo de los muros. Pero no sólo había inscripciones, sino también detalles geometrizantes. Este tipo de ornamentación, común al resto del país, define el estilo constructivo vasco. El conjunto se remata con una cubierta de tejas romanas a doble vertiente. A veces, con el tiempo, las crecientes necesidades de espacio obligaban a añadir nuevas dependencias al núcleo principal, por lo que, a fin de albergarlas, la techumbre se prolongaba por sus costados, lográndose así una agradable disimetría y un aspecto acogedor. En el interior de la casa destaca el mobiliario. Uno de los tipos más característicos de Laburdi es el zizelu, banco generalmente de tres plazas, en el que el centro del respaldo puede bajarse y servir de estante.

                          El cofre (kutxa), de forma rectangular, tiene decoración geométrica esculpida, y es típico de la zona. Muchos armarios o baúles llevan talladas puntas de diamante, reminiscencia, adaptada al estilo del país, de un motivo de Luis XIII. Y éstos son, en resumen, los rasgos más definitorios de la casa laburdina. Algunos de ellos son comunes a las iglesias vascas. No en vano responden a un mismo estilo popular y rural, cuyas principales características se forjaron durante el siglo XVII, época de reconstrucción y auge que siguió, como ya he señalado anteriormente, a un período de crisis provocado por las guerras franco españolas, y que derivó en la destrucción de gran parte del patrimonio arquitectónico de aquel entonces. Son construcciones de formas simples y proporciones armoniosas. Tanto en las casas como en las iglesias laburdinas, la orientación es hacia el Este. En el primer caso ello responde a imperativos climáticos, y en el segundo a razones litúrgicas, puesto que el coro se dirige hacia Oriente, mientras que al Oeste no presenta sino un muro macizo, sin vanos. Tanto en uno como en otro edificio se ha recurrido a materiales del lugar (piedra y madera), utilizados sobriamente. Al igual que en las casas, el aparejo predominante es la mampostería, que se cubre con cal. Aunque aparecen motivos ornamentales, son simples, ya que la piedra es dura y frágil. La madera ofrece, sin embargo, una mayor riqueza decorativa: igualmente aquí los tallistas laburdinos ponen a prueba su destreza e imaginación labrando balaustradas, cabezas de vigas, etc. La planta responde en ambos casos a un rectángulo que en las iglesias forma la amplia nave en la que los fieles se reúnen para celebrar el culto. La cubierta de casas e iglesias es también semejante, y está formada por una estructura a dos aguas, compuesta por un maderamen de gruesas vigas, sobre el que se disponen las tejas acanaladas. La pendiente del tejado es suave, al ser muy obtuso el ángulo formado por las dos vertientes.

                          MVN

Lapurdi, a lo largo de los dos últimos siglos, ha dado a Euskal Herria un gran número de pintores, algunos de ellos de gran calidad. Durante el segundo tercio del siglo XIX el movimiento romántico caló profundamente en gran cantidad de artistas. De acuerdo con la nueva ideología, el individualismo se alzó como norma estética, y cada cual daba a su obra un acento marcadamente subjetivo. El descubrimiento del paisaje, que toma valor por sí mismo, y la búsqueda de lo peculiar, son algunos de los lugares comunes de los pintores del momento. En este periodo, en casi todas las ciudades de provincias (Bayona, Biarritz...) había sociedades artísticas que organizaban exposiciones en las que tomaban parte, junto a creadores regionales, maestros ya reconocidos. Gallier, Gaillan, Julian, son algunos de los pintores Lapurdinos de esta época. Pero entre todos ellos sin duda destaca Hélène Feillet, en cuya obra, abundante y variada, puede admirarse su gran dominio de las técnicas al uso: litografía, lápiz, pincel de acuarelista..., etc. Ella buscaba el rigor, la verdad, realizando por eso bocetos sobre los paisajes que luego iba a plasmar. La segunda mitad del siglo XlX gira en torno a una figura de excepcional importancia: León Bonnat (1833- 1922).

Su educación artística se inició en Madrid, descubriendo en El Prado la pintura española. A esto se unió la enseñanza de Madrazo, profesor de la Academia de San Fernando, donde Bonnat fue admitido en 1847, siendo ahí donde aprendió a retratar. Posteriormente, en París tuvo oportunidad de admirar a los maestros italianos. Viajó también por Roma y Oriente. Su estilo fue así poco a poco madurando, y quedó plasmado sobre todo en escenas de género, retratos y cuadros religiosos. Además de pintor era un gran coleccionista de obras de arte, que ofreció al museo bayonés que lleva su nombre. A caballo entre los siglos XIX y XX encontramos a Denis H. Etcheverry, pintor de lujo y de las grandezas del mundo, y junto a él a otros como François Bibal (1877-1944), Georges Bergs (?-1934), Delvaille (1876-1928), Choribit, Deluc Lucien (?-1914), L.F. Dupuis (1862-1951) o H. Elizaga (nacida en 1896) que, aunque presentan variaciones estilísticas, tienen en común el reflejar en sus obras diferentes aspectos del pueblo vasco. En los últimos años, dos nombres sobresalen en el panorama artístico Lapurdino: Paul Rambie y Paintxua Saint-Esteben. El primero, pintor, nació en Boucau en 1919, y su fructífera carrera está siendo constantemente jalonada por premios y exposiciones tanto individuales como colectivas. Saint-Esteben es un escultor de gran calidad que, dentro de una línea expresionista-simbolista, ha conseguido ver reconocida su obra a nivel internacional, llegando a exponer incluso en el museo Salomón Guggemhein de Nueva York.

  • Escuelas pictóricas

Pueden señalarse en Lapurdi dos escuelas, la de San Juan de Luz y la de Bayona.

· San Juan de Luz

Entre 1930 y 1940 hubo en San Juan de Luz un importante centro que daba cabida a todas las artes. Casi todos los días de buen tiempo solía caminar por las pequeñas y enrevesadas calles de San Juan de Luz y de Ziburu, a la búsqueda de los caballetes de los pintores. Cuando los encontraba me quedaba a su lado horas y horas, y de buena gana transcurría horas enteras junto a los pintores, al acecho de sus gestos y del mínimo movimiento de sus labios. Siempre forzándome por ver por detrás de ellos, terminaban por darme conversación, y al exponerles que yo, también algún día quería llegar a ser pintor, ellos me alentaban en mi deseo. Mi padre, al ver que deseaba dedicarme a las artes plásticas, escogió a Jean Charles Colin como profesor. Lo conocía bien, pues habíamos pasado juntos buenos ratos. Este pintor era a la vez escultor, músico y poeta. Su madre era euskaldun y su padre fue un famoso retratista de finales del XIX, comienzos del XX. Con su bigote, barba rubia y gafas, Jean Charles Colin parecía un ser extraño. Era un hombre fuera de lo común por su inteligencia, sus conocimientos y su buen humor. Vivía en un pequeño bosque de verdad, viejos árboles, repleto de senderos y de olores. Su lugar de trabajo se encontraba en la cuesta de Bordegain, del lado de la arboleda, encima de una de las calles más antiguas de Ziburu.

Jean Charles Colin me enseñó que el arte había que comprenderlo en su totalidad. A él le solía gustar decir que "lo uno no iba sin lo otro". Era un profesor sabio y laborioso. Mis clases duraban toda la tarde. Una vez me dio a leer sus poemas y me tocó, con el armonio, parte de una ópera vasca que escribió años atrás. Estas óperas aparecieron en un libro escrito por Decrept y fueron representadas con gran éxito en el teatro al aire libre de San Juan de Luz (en francés Le Théâtre de la Nature). Como escultor, le debemos el monumento a los muertos de Ziburu, su pueblo. Jean Charles Colin formó un grupo con sus amigos: Georges Masson, Pierre Labrouche, Perico Rivera, Choquet, Ramiro Arrúe. Estos seis pintores, estableciendo durante muchos años un lazo de amistad, se forjaron rápidamente un nombre, juntando mucho público en cada una de sus exposiciones. Este grupo fue el verdadero fundamento de la escuela de Donibane de aquellos tiempos. Aparte de este grupo, también hubo otros pintores que no eran menos importantes: Philippe Veyrin, François Bibal, De Latourasse, Elizaga, Lefevre y D'Aussy Pintaud. Durante las vacaciones o ese descanso pagado de todos los años, dos pintores montan una exposición o lugar de venta, en el mismo lugar de trabajo, encima de unos barriles. Más tarde sus exposiciones durante el verano tuvieron lugar en locales: Floutier es uno de ellos. Tiene un gran éxito entre los veraneantes. Es muy trabajador.

Cuando hace bueno, fuera, y cuando hace malo, dentro, pero siempre está pintando. Es un pintor de sol brillante. Yo iba muy a menudo a su lugar de trabajo y conocía bien todos sus gestos y hábitos. Era un hombre alto con barba, siempre llevaba unas medias de lana por encima de los pantalones y unas abarcas de cuero que arrastraba. Una vez contestó a un amigo que le recalcaba cómo siempre pintaba rincones soleados en un país donde llueve en cualquier momento: "¡aún y cuando haya caído mierda durante su estancia, los parisinos siempre estarán orgullosos cuando al volver a sus casas, enseñen a sus amigos el maravilloso País Vasco de sus vacaciones, repleto de sol!" El otro era Almes. Lo contemplaba con admiración mientras lo observaba. No era muy conocido pero a mí me parecía que sus pinturas no seguirían mucho tiempo desconocidas, porque este artista de verdad, pintaba con diligencia, habilidad y con una luz increíble. Pintaba lo estrictamente necesario, mostrando lo esencial, maestro entre los impresionistas. Dejando a un lado a este maravilloso grupo de pintores, he aquí también los que eran medio oficiales: Etxeberrigarai, y dos escultores, Real de Sarte y Puyforcat. Por otra parte, San Juan de Luz ve venir todos los veranos a grandes pintores como: Van Dongen, Gabriel Domergue, etc. Tengo que citar igualmente a algunos escritores: Claude Farrere, instalado en Erromardin, y Pierre Benoit, el fiel inquilino de Bordegain en Ziburu. Sin olvidar a nuestro gran Maurice Ravel que volvió a su casa natal en Ziburu, para escribir su maravillosa música. ¿No ha dado también Maurice Ravel a conocer a Euskal Herria? San Juan de Luz vivió en aquella época unos años maravillosos entre los aventajados del arte, y no estaba orgullosa ni nada de la escuela de pintura que tenía. La escuela de pintura no ha tenido continuación. San Juan de Luz y Ziburo sólo tienen dos pintores oficiales que viven todo el año de la pintura: Antonini y el grupo Ortzadarra.

· Bayona

La escuela de pintura de Bayona existe desde hace tiempo y sigue siendo una gran escuela. Al hablar de la escuela de Bayona, evidentemente también incluimos a los artistas de Anglet y de Biarritz. Esta escuela ha conocido épocas de mucha fama. Como época de gracia tenemos que citar a Léon Bonnat, pues sus obras son numerosísimas. De la época de los años veinte hay que citar a Etxeberri, Duluc, Marie Garai y otros. Pero ahora nos limitaremos a nuestros días, porque en Bayona cada vez hay más artistas trabajando. Bayona, aún y cuando no tenga suficiente sitio para presentar sus exposiciones, carezca de un Museo de Arte Moderno y haya sido suprimida la Escuela Nacional de Bellas Artes (estatal), aún y por encima de todo esto, sigue siendo una ciudad donde la cultura está viva, y ello gracias a la diligencia de sus artistas. En los coloquios de Bayona, las exposiciones de los pintores aumentan en calidad año tras año, gracias al talento del director de la escuela de pintura de la ciudad, Pierre Mallet. Durante estos coloquios también se organiza en el Museo Bonnat una exposición de las obras más bellas de este pintor, y en la que siempre se muestra alguna obra rara o inédita.

Pronto veremos completamente renovado este museo dirigido por el señor Ducourreau. A continuación citaremos a los artistas de la escuela de Bayona: Benjamin Gómez y los que formaban el grupo "Le Grenier": Marixa, Mallet, Casama, Rambie, Laurendeau de Juniac, Luis Frédéric Dupuis, Jesus Etxebarria, Pantxoa Saint-Esteben, Charles Carrere y René Gelos. Por desgracia este grupo se deshizo. Casi con la intención de llenar el hueco dejado por este grupo, se ha montado otro, "8 Taldea", formado por pintores de cierta edad: Marixa, Dupuis, Gelos, Laurendeau de Juniac, Mallet, Haramboure, Lafargue y Otxoa. Como ejemplo de retratista, ahí tenemos a Paul Baze. A la cabeza del Museo Bonnat, primer premio de Roma, Henri Laulhe, pintor de rincones y de escenas de folklore. Citemos a otros grandes pintores: Alcalde, Auger, Blandin. Lesquibe, que hace vidrieras. Killy Beal, ceramista. Algunos talentos de la Escuela de Bellas Artes aseguran el futuro: Haramboure, Lestie, Patrick Rouleau, Francine Couture, Lafargue, Otxoa, Marie Agnes Mallet, y entre los escultores, a los hermanos Berthomme y Lasserre. Una escuela que sigue adelante, llena de vitalidad y de voluntad. (Ref. Gelos, R. Pintura Ipar Euskal Herrian 1930 az geroztik, Jakin número 9).

MVN