Sailkatu gabe

INDEPENDENTISMO

El independentismo como Soberanía. El concepto moderno de independentismo surge en el siglo XVIII con el pensamiento ilustrado. La independencia se afirma como no dependencia, es decir, como conflicto con todo poder exterior e interior que impida la realización de la razón. El triunfo de la razón es, a su vez, el triunfo de la independencia como práctica social y política. La consolidación del mundo de vida burgués supone el cuestionamiento radical del poder absolutista de los monarcas, la ruptura del orden de trascendencia y la consiguiente secularización del mundo. Desde esta doble negación se afianza el poder social del individuo autónomo que se reconoce en la formalización jurídica del constitucionalismo liberal. El hombre ya es ciudadano y por tanto se proyecta como centro sagrado del sistema social burgués. El individuo es productor de su propia vida, la construye socialmente y la sociedad es el producto de sus acciones. En estos momentos, el hombre deja de ser un ser encadenado por un sistema de conocimiento totalizante y metafísico que lo explica todo. Para el pensamiento ilustrado la verdad de la razón es su manifestación concreta y ésta se presenta en la formalización institucional. El independentismo ilustrado se configura como movimiento abierto: por una parte, de negación frente al mundo feudal; por otra parte, de reafirmación positiva de su propia forma de ver y comprender la vida. La práctica del independentismo ilustrado consistirá en la creación y posterior consolidación del Estado-Nación, así como en la promulgación de las constituciones liberales. Estos principios son recogidos de forma sobresaliente por T. Jefferson, en la Declaración de la Independencia Americana: "Sostenemos, como verdades evidentes, que todos los hombres nacen iguales, que a todos les confiere su creador ciertos derechos inalienables entre los cuales está la vida, la libertad y la consecución de la felicidad; que para garantizar esos derechos, los hombres instituyen gobiernos que derivan sus justos poderes del consentimiento de los gobernados; que siempre que una forma de gobierno tienda a destruir esos fines, el pueblo tiene derecho a reformarlo o a abolirlo, a instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos .principios y a organizar sus poderes en aquella forma que a su juicio garantiza mejor su seguridad y su felicidad". El movimiento independentista burgués se afirma en la soberanía del individuo y en la constitución política del Estado-Nación. Desde estos momentos la soberanía -individual o colectiva- es la carta de presentación de todo movimiento independentista. A lo largo del siglo XIX, el movimiento se extenderá por la mayor parte de los países europeos y algunos americanos. La independencia se reconoce en la soberanía y se realiza mediante el Principio de las Nacionalidades. Se entendía que todo pueblo realiza su fuerza creadora en una nación y que ésta para afirmarse necesita de un estado propio. Independientemente de que la opción fuera la contractualista francesa o se utilizara la retórica trashistórica romántica, todos estaban de acuerdo en una cosa: la soberanía individual y colectiva se organiza sobre un territorio que se define nacional y los sujetos que lo habitan se sienten partícipes de una misma comunidad. Todo movimiento independentista se reconoce en esta dialéctica. Unos harán más hincapié en unos u otros argumentos, así por ejemplo el presidente norteamericano Wilson aludía en 1918 a la trascendencia del principio de las nacionalidades para el derecho internacional, pero lo que resulta incuestionable es que los protagonistas del principio lo utilizarán siempre como arma principal para realizar la unidad de su pueblo en un conjunto estatal, como los alemanes o italianos, o para reivindicar su liberación sacudiéndose el yugo de un opresor, como los eslavos. En general todos plantearon este principio como un elemento constituido del derecho internacional. La evolución de este principio, realizada la unidad nacional-estatal, ha ido paralela al propio desarrollo de la dinámica internacional. La creación de la Sociedad de Naciones en 1918 -después de la primera guerra mundial- y su sucesora, la Organización de Naciones Unidas, vino a recoger el principio de soberanía de los estados miembros y a crear una plataforma de relación interestatal. Con la propia evolución de la sociedad moderna, la soberanía había dejado de ser un concepto revolucionario y formaba parte de la realidad semiótica de las relaciones internacionales. La compleja situación mundial que surgió de las dos guerras mundiales presagiaba cambios sustanciales que anunciaban el principio del fin de la independencia como norma de relación interestatal. La soberanía se ve mediatizada por la división del mundo en dos grandes bloques: por el uso de la riqueza económica de las grandes potencias como forma de control planetario, y por la monopolización de los medios tecnológicos y la lógica armamentística. El movimiento, que estuvo en la base de la formación del mundo moderno occidental, se vio atrapado en su propia lógica por la creciente complejidad de la sociedad. El deseo de lograr la independencia personal y colectiva se vio agostado por la propia dinámica occidental y el independentismo inicial acabó transformándose en razón de estado.