Sailkatu gabe

EUSKARA (LENGUAJE EN GENERAL)

Lenguaje de señales y de signos.
Lenguaje de señales, "zantzuak", y de signos, "ikurrak". Chimpancé y hombre. Antes de entrar en el examen del euskara, del idioma de los vascos, es conveniente distinguir entre lenguaje de señales y lenguaje de signos. Se ha comparado el chimpancé al hombre en cuando a su facultad de lenguaje. Se ha observado que el cerebro humano, sobre todo el órbito-central, se desarrolla después de nacido el niño, a una con el aprendizaje de la lengua. En cambio, el del bebé chimpancé detiene su desarrollo psíquico a los 18 meses, mientras el niño, criado conjuntamente, toma un nuevo ímpetu hacia la palabra. Algo se ha desencadenado. Y, es entonces, cuando se impone una pregunta: ¿porqué el cerebro de los antropoides permanece como fosilizado, sin apenas señales evolutivas durante millones de años?

La palabra no posee un órgano propio como lo poseen la vista, el oído o el olfato, p. ej. Se vale de una coordinación de disposiciones anatómicas dispersas. Cuerdas vocales, pulmones, lengua, oído, boca, labios, estructuras cerebrales, etc. Todo ello entra en juego. Esta coordinación de dispositivos naturales, distanciados y dispersos, está situada sobre ellos, es, literalmente, sobre natural. Como dice Georges Gusford: "Si el chimpancé tiene la posibilidad del lenguaje, pero no su realidad, es porque la función de la palabra, en su esencia, no es una función orgánica, sino una función intelectual y espiritual. El hombre tiene una originaria vocación y capacidad lingüística con vistas al comportamiento".

Parece como si en el hombre emergiera interiormente algo "nuevo" capaz de provocar y forzar la propia evolución cerebral. En todo caso, sistema nervioso central y lenguaje evolucionan parejamente en una verdadera simbiosis. El punto cero de partida se acerca, en lo fisiológico, al cráneo del chimpancé que no es sino ligeramente inferior al del hombre primitivo. Y, sin embargo, el gorila, cuyo cerebro había llegado a un desarrollo ligeramente superior al del hombre primitivo tampoco logró ni siquiera iniciarse en el uso de "signos" orales u otros. Permanece impermeable al psiquismo intelectual y espiritual.

Los animales siempre atienden a "señales", orales o no, pero jamás a "signos". En los límites del hombre y del antropoide, a lo más que se llega es a un sistema de llamadas y de avisos, basados en señales visuales y auditivas. Si el humo es la señal del fuego, cierto grito es la señal de tal peligro. El hombre usó siempre del signo lingüístico. La palabra es exclusiva del hombre. Aun los perros, caballos, etc., que prestan atención y entienden las palabras, no lo hacen por la virtualidad del signo, sino por la eficacia de la señal, oral, sí, pero asociada a experiencias pasadas. La frase oral que pudiera emitir un chimpancé instruido convenientemente sería una secuencia de señales orales y sus consecuencias correlativas.

La palabra, pues, es algo esencial y específicamente humano. Y es más que el arte, más que la ciencia, más que la educación, porque es un agente que permite que estas realidades hayan podido existir. Surge, imperiosa, la edad "óptima", cuando no única, para la adquisición de la lengua por el niño. Quiere esto decir que el aprendizaje, natural o espontáneo, exige una edad critica, y es aquélla en la que tiene lugar un proceso embriológico, durante el cual se desarrollan las estructuras nerviosas en las que se instalan las lingüísticas. El lenguaje adquirido en edad adulta, una segunda lengua, exige un esfuerzo intelectual artificial, penoso y sistematizado. Lengua natural y maduración cerebral "después del nacimiento" acaban su proceso con la pubertad, limite de ese periodo óptimo y crítico para el aprendizaje. Y a una con ambos, se desarrolla el conocimiento. Lengua y conocimiento se presentan intrincadamente unidos. Si alguna vez el niño tiene ideas que expresar y no conoce las palabras adecuadas, las inventa. El hecho lingüístico, pues, es específico del hombre. La emisión oral es una emisión de "signos" que vehiculizan un pensamiento, e incluso, afectos, intenciones y decisiones. Lo cierto es que el lenguaje no se halla inscrito en el "código genético". Trae "otro" origen. "¿Milagro?" -pregunta el ex-comunista Monod, premio Nobel de Fisiología y Medicina. Y prosigue-: "Cierto, puesto que se trata, en último análisis, de un producto del azar". Esta explicación de Monod, sin embargo, no aclara mucho, puesto que no sabemos a qué obedece el azar, esa presión "orientada" hacia formas cada vez más complejas y, cuando no, a sorpresas, como la aparición del hombre y, con él a una, del lenguaje oral.

Azar, podríamos decir, maravillosa herramienta, prodigioso instrumento automático de creación. Resulta inconcebible imaginarse a un "quien" capaz de diseñar y programar no sólo una realidad, sino una realidad en continuo desarrollo y en un desarrollo en el que uno de sus ingredientes es la libertad.

Es conveniente, pues, concluir, distinguiendo entre un lenguaje de "señales" (zantzuak), propio del animal, y un lenguaje de "signos" (ikurrak), propio del hombre, aunque éste conozca y utilice ampliamente también aquél.