Lexikoa

ESCOPETA

En nuestro país, concretamente en la zona fronteriza de Guipúzcoa y Vizcaya, la industria armera ha sido famosa y de una maestría insuperable. Vamos, pues, a estudiar algo sobre el aspecto social en esta rama de la industria, que tanto nombre ha dado a los escopeteros de Eibar, aunque su radio de acción se ha extendido por los pueblos limítrofes. El escritor Jovellanos, hizo en 1791 un viaje de observación por esta zona armera. Recogió notas muy salientes y datos característicos, que ponen de relieve la organización industrial y obrera de nuestro país. "Lo que llaman fábrica de armas -escribe- no significa lo que se cree de ordinario. Varios artistas establecidos en Ermua, Eibar, Soraluce, Elgóibar y Mondragón, trabajan las piezas de que se compone el fusil. Este arte se ha subdividido en tres principales, que se ejercen separadamente: cañoneros, llaveros, cajeros, y aun otra de arreeros, que son los que fabrican guardamontes, baquetas y abrazaderas. Varios hay que saben hacer y hacen todo esto, aunque prohibido por la antigua ordenanza; mas, por lo común, cada artista trabaja en su ramo. Los cañoneros saben incrustar perfectamente las miras y puntos de plata y las piezas de adorna de oro en el hierro y empavonarle con la mayor perfección. Los llaveros labran y esculpen el hierro en las formas que quieren, y le pulen con gran limpieza, y lo mismo los arreeros; otro tanto hacen los cajeros en la labor de las cajas. En cada pueblo están reunidos en gremio los artistas de cada ramo, y eligen anualmente sus prohombres, a los que llaman diputados, para los negocios comunes y contratas. Ninguno trabaja de cuenta del rey, quien contrata con la Compañía de Filipinas, y ésta, por medio de su director, contrata con los diputados de cada pueblo y GREMIO el número de piezas correspondientes. Y advierte el mismo Jovellanos que "la Compañía usurpa unas ganancias intermedias, que pudieran recaer sobre los artistas, en fomento de este arte importantísimo. Así se evitaría -y lo dice Jovellanos- la tiranía de la Compañía que, hecha el mayor y casi el único dueño de la obra, da la ley de precios, y deja al artista la menor, llevándose la mayor ganancia posible". Los obreros, tanto en Eibar como en los demás pueblos donde se fabrican escopetas, puesto que todos entregaban sus trabajos en la fábrica de Placencia, estaban agrupados por oficios, constituyendo varios Gremios profesionales. Estos Gremios elegían cada año sus diputados, quienes constituían la Junta Directiva de todo el elemento obrero, y eran los que contrataban los precios con los directores de la fábrica y se encargaban del gobierno y administración de los asuntos y negocios de los agremiados. Era muy interesante el procedimiento que se empleaba para realizar las contratas. Cuando se presentaba la muestra de una contrata, el director de la fábrica se dirigía a los diputados obreros, quienes estudiaban las piezas diversas; y reunidos los agremiados, estipulaban el precio y señalaban el tiempo que necesitaban para fabricar el número de armas que se pedía. Así intervenían en el precio de la mano de obra los mismos interesados, sin dar motivo a quejas y huelgas. Cada Gremio tenía su bandera, que ostentaban en las funciones religiosas y grandes festividades, a las que asistían formados con sus banderas, los maestros y examinadores uniformados, y directores, también con sus uniformes, constituyendo un verdadero ejército del trabajo. No hace muchos años apareció en una casa de Placencia una de las banderas de esos Gremios. De raso blanco y con adornos dorados. Ostentaba el letrero Gremio de Aparejeros Placencia, siempre leal a la Corona Real. Se advierte la influencia de los directores de la fábrica, que eran artilleros del ejército español. Se conservaba también -no sabemos si aún hoy día lo conservan- un uniforme de examinador. Dice una ordenanza, que debían ser: "Casaca azul, vuelta y chupa encarnada, botón chato de metal dorado". Llevaban tricornio y sable. En 1777 son cuatro los Gremios, denominados de cañonistas, cajeros, aparejeros y chisperos, y los oficios se clasificaban en forjadores, cajeros, chisperos, aparejeros, timadores, barrenadores, martilladores, rementeros y arreeros, acoplados, como queda dicho, en cuatro Gremios. No hay que olvidar a los empaquetadores, que gozaban también de su uniforme propio. Según el flamenco Josep Lamoth, en esta época estaban integrados los Gremios por los siguientes trabajadores: el de cañonistas, por 30 forjadores, 60 martilladores, 60 limadores y 50 barrenadores; total, 200 que tienen asiento. El de cajeros, por 77 maestros que tienen también asiento. El de aparejeros, por también 77 maestros de asiento. Y el de llaveros, que lo componían 86 maestros que tienen también asiento. Total, 440 maestros oficiales, que tienen voto (asiento) en las deliberaciones. Los obreros estaban clasificados en aprendices, oficiales y maestros, y respondían a que la profesión estaba graduada y pasaban de un grado al superior mediante un examen de suficiencia. Los Gremios eran cerrados, de tal suerte, que no podía trabajar nadie en la zona armera, sin pasar por el aprendizaje y graduación establecidos por el Gremio. Cuando en 1794 se trasladaron a Asturias, por las vicisitudes de la invasión francesa los armeros de Placencia y Eibar, y se instalaron en Mieres, Trubia, Oviedo y Grado, organizaron las armerías y el proletariado exactamente como en Placencia. Pronto surgieron los Gremios y los pequeños tallercitos. Se agruparon en Oviedo los llaveros, aparejeros y cajeros. En Trubia, los Gremios de cañonistas, bayoneteros y baqueteros. Exactamente ocurrió igual en Sevilla, a donde fueron llevados algunos obreros guipuzcoanos en 1809 a organizar la fábrica de fusiles. Nunca jamás han perdido los armeros placentinos su inclinación gremial, tanto que a través de tantas vicisitudes ha permanecido hasta nuestros días el Gremio de Escopeteros, con su aprendizaje metodizado, con carácter también cerrado y limitado el número de oficiales. Por ello, en estos trascedentales momentos de la vida, los obreros escopeteros siguen con el mismo ideal de la agrupación que sus antepasados. Los escopeteros y armeros aparecen en países y acontecimientos lejanos, pero ostentando con orgullo la valía de su arte industrial. En tiempos del cardenal Cisneros, año de 1509, topamos con escopeteros vascos en la expedición de Orán, ostentando una representación oficial. También los hubo antes, en 1485, y por cierto guipuzcoanos, pero más como expedicionarios guerreros que como oficiales armeros. Consta la presencia y el coraje bélico de los soraluzetarras (de Placencia de las Armas) en la batalla de Algeciras, en 1343. Hacia 1530 hay en Madrid dos famosos arcabuceros, que Carlos I hizo venir de Alemania o de Flandes, pues existe discrepancia de su origen. Son los fundadores de la famosísima generación de arcabuceros de la Corte madrileña. Se llaman, Simón Marcuarte y Pedro Maese. No cabe duda de que el primero, por su apellido, era vasco, emigrado seguramente al país originario del que fue emperador de España. Sus hijos y discípulos se desparraman por Sevilla, Córdoba, Soria, Salamanca y Aragón, pero quedándose siempre en Madrid los mejor conceptuados. Las escopetas de los arcabuceros de Madrid adquirieron reputación mundial. En algún tiempo la zona escopetera guipuzcoana perteneció a Vizcaya. Se separó de ella en 1200 el terreno que actualmente ocupan las villas de Eibar, Elgóibar y Placencia de Soraluze, con cuyo nombre aparecía en las Juntas Generales, desmembrándose del llamado valle de Marquina. Atribuyeron los extranjeros su fama a la calidad de los hierros y a los carbones (entonces vegetales) que se empleaban en su temple. Las copiaron con interés, pero no consiguieron que sus cañones soportaran las pruebas que las fabricadas por nuestros armeros. No por ello abandonaron el bajo medio de falsificar las marcas, como sucedió en Lieja, Praga, Munich, etc. Incluso apelaron al medio de ofrecer contratas ventajosas a los escopeteros vascos, para llevarlos al extranjero. Casi todos los famosos artífices que en esa época trabajaban en Madrid eran vascos. De los mismos Marcuarte y Maese, dice Sempere, ilustre director del Museo de Artillería, que "si bien han sido considerados como extranjeros, sus apellidos vascos hacen creer que lo fueron armeros españoles, enviados a Alemania a estudiar la fabricación". Lo que sí sabemos, es que fueron varios los armeros vascos y también soraluzetarras que se marcharon a Flandes en las expediciones de voluntarios, y eran estimadísimos por su profesión armera, y se dedicaban a la reparación y construcción de armas y piezas. Se cuenta que Carlos III, ante la fama mundial de dos de sus arcabuceros, les llevó a su presencia y de sus hijos, para que a su vista principiaran y acabaran una escopeta completa, quedándose admirado de su delicada destreza y admirable arte. Ambos eran Salvador de Ezenarro y Miguel de Zegarra. Greener cita, entre los más célebres cañonistas del mundo, al arcabucero de Felipe V, Nicolás Beiti, vasco también. Fue el mejor forjador de su época, anticipándose a los italianos, alemanes y franceses. Es el que primeramente utilizó el hierro de herraduras para forjar cañones. Merecen también honores de cita los celebérrimos arcabuceros Bustindui y Orabe de Soraluze, de los que Mangeot dice que eran una maravilla de artistas. Comparten con ellos esta fama los Zelaya, Ezenarro, padre e hijo, Ortiz de Zegarra, Juan de Metola y Mirueña, que en diversas épocas trabajaron en la Real Armería. Si es históricamente verosímil y muy probable la participación de nuestros armeros en la organización de los centros armeros de Lieja y Saint-Etienne, es innegable la influencia decisiva de nuestros artistas en Sevilla, Toledo, Granada, Jerez, Oviedo, Mieres, Grado y Trubia. Arantegui, célebre historiador de la Artillería española, prueba claramente la influencia vasca en la misma. También nosotros personalmente lo hemos comprobado. Hace muchos años, visitando en Toledo la fábrica de armas, tuvimos la alegría de saludar a obreros y maestros eibarreses que se dedicaban en la misma a la enseñanza de ese arte exclusivo de ellos. Sus nombres fueron al olvido, pues jamás pensamos que algún día nos ocuparíamos de ellos. Ellos tampoco recordarán los nuestros, porque en su vida habrán desfilado por sus bancos de trabajo muchos compatriotas a contemplar sus obras de arte y cambiar impresiones, sin poder retener los nombres de los visitantes.