Kontzeptua

Albaitaritza (2000ko bertsioa)

Se define como veterinaria la ciencia y viejo arte de curar las enfermedades de los animales, antiguamente denominado albeitería. Puede decirse que la veterinaria nació a la par que la domesticación de los irracionales en el período Neolítico. Con la experiencia que el hombre fue adquiriendo, lentamente perfeccionó los métodos de protección y curación de las dolencias animales más comunes, conocimiento que serviría de base a la ciencia veterinaria. El primer documento escrito donde se alude a diversos síntomas, afecciones y tratamientos para la cura de animales, es un papiro hallado en la ciudad egipcia de Kahun datado de unos 1900 años antes de nuestra Era. Pero el más primitivo testimonio de prácticas veterinarias es un relieve de la VI dinastía -entre 2620 y 2500 a.C.- que se conserva en la Mastaba de Mererouka, Sakkara, donde aparece un grupo de personajes interviniendo sobre animales domésticos. Serían los naturalistas griegos y romanos quienes sentaran las bases de la terapéutica animal: entre los grandes pioneros destacan el filósofo Aristóteles, quien en su Historia de los animales relacionó las enfermedades usuales entre los domésticos y sus remedios, mientras que al autor romano Absirto se le considera padre de la ciencia veterinaria. A lo largo de los siglos se ha dado distintos títulos a las personas encargadas de curar animales. Primero se llamaron albéitares, palabra que proviene del árabe "bátjar". Más inusual es mariscal, tomada de "marhskalk", que significa caballerizo mayor. Finalmente, en el s. XIX aparece el veterinario, derivado de "veterinae" o bestia de carga (primitivamente designaba a los animales viejos e inservibles para la monta). Hacia el s. XVI se extiende el sustantivo herrador, derivado de herrar -verbo que ya se empleaba siglos antes-, y cuyo origen radica en la voz latina "ferrum". Durante la Edad Media, la explotación de la energía hidráulica permitió un aumento en la calidad y la cantidad de los productos férricos, y con ello la generalización de la herradura, hasta entonces privilegio de nobles y guerreros. La herradura permitía que los animales de carga pudieran caminar por lugares hasta entonces inaccesibles y portar mayores pesos, reducía el tiempo de cura de las heridas en las patas y prolongaba la vida activa del animal. Puede decirse, en suma, que hasta el s. XVI los encargados de curar y herrar a los animales de monta, carga y tiro eran los llamados maestros albéitares, introduciéndose desde esas fechas el término herrador, aunque ya con notables diferencias entre unos y otros: el herrador se ocupaba de herrar y de realizar las pequeñas curas necesarias para un perfecto acabado de su labor: pero el maestro albéitar, además de herrar, estaba facultado para curar otras dolencias en toda clase de especies animales, realizar informes, intervenir quirúrgicamente, etc. Estos dos oficios, si bien en un principio no tuvieron una clara distinción, fueron poco a poco separándose hasta culminar en el s. XVII con la creación de dos gremios distintos. Así sucedió, por ejemplo, en Aragón, donde en 1696 se fundaron por una parte el gremio de herradores o herreros-herradores, y por otra el gremio de albéitares. Al paso del tiempo estos últimos se denominarían albéytares-veterinarios. La veterinaria fue incorporando a partir de entonces la sabiduría contenida en las técnicas más arcaicas y profundizando a la vez en el análisis empírico. La primera escuela veterinaria se fundó en Lyon (Francia) el año 1762. En España, la pionera sería la llamada "Costanilla de la Veterinaria", que abrió sus puertas en Madrid en 1793. La veterinaria popular es una especialidad en plena extinción, pero que hasta ayer -cuando no había bastantes titulados universitarios para cubrir todas las necesidades de los ganaderos, pastores y agricultores- gozaba de gran predicamento en las zonas rurales. A fines del s. XVII Mongongo Dassança publicó un librito de veterinaria en euskara bajo navarro titulado Laborarien abisua (1692) en el que se dice lo siguiente: "Hace algún tiempo que desde todos los puntos de Laburdi he oído a los labradores señalar tanto la mortalidad que les sobreviene en bueyes, en vacas y en ovejas, que creen que una enfermedad con carácter de epidemia se ha extendido entre su hacienda. Los habitantes de Dax, al tener noticia de ese suceso y temiendo que sus ganados puedan hallarse en las mismas circunstancias, me ruegan algunos amigos les preste alguna ayuda contra ese mal, y así he decidido para su satisfacción escribir una pequeña obra, en la que mostraré el conocimiento de las principales enfermedades de los bueyes, vacas y ovejas, y los maravillosos remedios que les son convenientes. Por lo tanto estad seguros que no hay aquí cosas por mí ideadas, pero sí extraídas de antiguos y grandes y de famosos y modernos autores actuales. Y como muchos han trabajado cada cual para sus naciones, los alemanes en alemán, los españoles en español, lo mismo que en Francia lo han hecho para la Maison Rustique de los franceses, y como nosotros, a pesar de ser franceses, no sabemos todos los vascos el francés, y particularmente los labradores, para comprender inmediatamente los secretos que en aquel admirable libro se hallan, por eso he emprendido la tarea de dar en euskera esta pequeña obra, para que cada cual sepa cuán fácil es comprender en euskera los sentimientos de los autores antiguos y actuales. Para ello pues os diré que los bueyes y otros ganados gordos lucidos como buenos están sujetos a muchas enfermedades, y como sería muy largo expresar la causa de todas, me contentaré con exponer sólo las principales. De ahí en adelante seréis doctos en las restantes, del modo que a continuación se mostrará claramente lo que se debe hacer. Y ahora, para hablar sobre dichas cosas principales, os diré que no se vive en este mundo sin respirar aire. Y así como el aire bueno y puro conserva la salud, así también el malo causa graves enfermedades y muertes, no sólo entre los hombres, sino también entre todos los animales del mundo; y como los bueyes son también terrestres, necesariamente tienen que sentir el bien que les hace el aire bueno." En Euskal Herria, la tradición albéitera ha pervivido hasta fechas muy recientes, y todavía hoy permanecen en activo veteranos albéitares de oficio, quienes se desplazan a los caseríos para curar, asistir a los partos y vigilar el estado de las herraduras. Entre las prácticas vigentes hasta nuestros días en la veterinaria popular vasca, las relacionadas con el nacimiento de una cría siempre fueron de la mayor importancia. Así, la figura de la partera, asistenta al nacimiento de los animales, jugaba un papel de primer orden en las áreas rurales; esta tarea la efectuaba siempre una mujer, dado que éstas poseen mano más pequeña que el hombre para introducirla en la vagina del mamífero. Los baserritarras temen especialmente una serie de hierbas con propiedades abortivas: la llamada en euskera mandabelar (hierba dura y gruesa como la paja), que las ovejas comen a falta de otro alimento, así como las hojas de tejo, la hiedra de las peñas y algunas más que nacen en terrenos rocosos, constituyen un riesgo para los animales preñados, por lo que cada caserío posee sus propias recetas para combatir el envenamiento que producen. En otra época la capadura o castración de animales era una especialidad no reservada a veterinarios ni a albéitares, pues existía el castrador como oficio independiente. La edad de castración del ganado bovino es variable según el destino del animal: para el tiro se recomienda la operación entre los ocho y los quince meses, pero cuando va a ser cebado para su consumo se castra en los primeros meses de vida. En todos los casos, los métodos dependen del castrador y de las costumbres de la comarca, pero se reducen, en síntesis, a dos procedimientos: por torsión y por presión. También en ciertas zonas se castran las hembras, pero se juzga tema propio de personas expertas y no siempre recomendable en las vacas por su repercusión en la producción lechera. Además de por razones terapéuticas, se castran caballos y yeguas indómitos o ciclones; también los falsos mulos precozmente, mientras que los asnos presentan hemorragias que dificultan la operación. Para mejorar el engorde y obtener más y mejor lana se procede a la castración de los corderos, operación que se efectúa entre los ocho y los cuarenta y cinco días. El ganado porcino para consumo humano exige la misma intervención, no sólo por el engorde, la mejor calidad de su carne y la eliminación de malos sabores y olores, sino también para su salazón. Caso aparte es la capadura de gallos, que en Euskal Herria se encomendaba a mujeres fuera de edad fértil, y especialmente viudas, quienes debían actuar con sumo cuidado para que el animal no muriese. Capaban gran cantidad durante el mes de octubre, con el margen de tiempo necesario para que el capón estuviera gordo en Navidad. La aparición en el animal de verrugas, diviesos y granos se combate aún en áreas rurales con métodos de origen inmemorial. Por ejemplo, se dice que las verrugas desaparecen si se cubren con leche de una planta medicinal llamada gardubera o cerraja, y también con el jugo resultante del higo. En Alava subsiste la creencia de que escondiendo o tirando tantas semillas de ginebro como verrugas tenga el animal, éstas caen en cuanto las semillas se pudran. También con procedimientos similares se suprimían en otros tiempos los molestos katxuak (voz euskérica que designa un tipo especial de grano localizado en las rodillas del vacuno, que llega a impedirle caminar): bastaba depositar en el establo, justo detrás del animal afectado, un recipiente cerrado conteniendo un sapo vivo. Pero el método más común era perforar de forma pasante el bulto favoreciendo su exudación, limpiar con agua e impregnarlo con sulfato de cobre pulverizado, aceite o manteca. También en Alava se utiliza estrepa, cebolla, aceite frito o piel de culebra recién mudada a fin de cerrar las heridas de los animales domésticos, luego de limpiadas con infusiones de plantas de nombres tan curiosos como lengua de perro u hojas de culebra.

Antxon AGUIRRE SORONDO