Lekaide eta lekaimeak

Aimeric Picaud (1977ko bertsioa)

En el I Libro, el de mayor tamaño, se reproducen sermones y piezas litúrgicas en torno al Santo. El Libro II está dedicado íntegramente a milagros; el III narra la traslación de Santiago y reproduce una carta del Papa León sobre el asunto, con dos capítulos sobre las tres fiestas de Santiago, incluidas las caracolas que recogían los peregrinos en las playas gallegas, a las que llama tubae sancti Iacobi. Antes de su desglose, formaba el Libro IV la Historia Karoli Magni o Historia Turpini, en la que el autor considera a Carlomagno y sus héroes, que habían entrado en España por indicación del apóstol para librar su sepulcro, como mártires. El Libro V describe los caminos que llevan a Compostela (Guía del Peregrino) insistiendo, sobre todo, en los santuarios que pueden visitarse en el trayecto. (Ahora IV, en el Calixtino, debido a una corrección, motivada por el desglose de la Crónica de Turpín, que no remonta más allá de siglo XVI). Aunque parecía que con el colofón debía terminar el Códice, éste sigue todavía con varios himnos. Entre ellos hay una carta de Inocencio II, tan poco auténtica como la de Calixto II que encabeza la colección; en ella se dice que el Códice en cuestión, compuesto primeramente por el Papa Calixto y donado a la iglesia de Santiago por Aimeric Picaud, presbítero de Parthenay-le-Vieux, es auténtico "uerbis ueracissimum, actione pulcherrimum ab haeretica et apocrypha prauitate alienum", excomulgando a los que molestasen a sus portadores o a los que lo robasen de la iglesia del apóstol. Los confirmantes de la carta son auténticos cardenales de la curia de Inocencio II, y gracias a ello se ha podido precisar que el documento se elaboró después de 1138. Es posible que la supuesta carta de Inocencio II se introdujera en dicho año para acompañar al Códice como pieza autentificadora, y que, copiada después en el cuerpo del Códice, aparezca por eso escrita de mano diferente. La carta falsa de Inocencio II nos pone sobre la verdadera pista al recomendar a Aimeric Picaud, el donador del Códice, quien a su vez aparece como autor de alguna de sus partes. Una lectura seguida del Liber Sancti Jacobi, en el ejemplar más antiguo y completo que es el compostelano, convence fácilmente de que cualquiera que sea el origen de muchas de las piezas dispares que lo componen, todas ellas han sido repasadas y arregladas por una persona en la que todo induce a reconocer a Picaud.

De su persona no sabemos nada; pero su obra induce a Vázquez de Parga a imaginarle como "un clérigo vago, familiar de los caminos que llevaban a los santuarios más concurridos, desde Jerusalén a Compostela, pasando por los de Italia y Francia", que "sabe muy bien que toda iniquidad y todo fraude abunda en el camino de los santos". Sospecha incluso que él ha frecuentado, "no sabemos si por mero afán informativo, las academias de pillería que denuncia en El Puy, Saint-Gilles, Tours, Piacenza, Luca, Roma, Bari y Barletta", señalando que Buchner identificó ya al seudo Turpín como un goliardo y hasta quiso identificarlo sin ninguna probabilidad, con el Archipoeta. Sin ser tan categórico en cuanto a la condición moral del autor del Liber Sancti Jacobi -añade-, Dom Lambert insinúa la posible identidad del Aimeric, canónigo de Jerusalén, que aparece por primera vez en Santiago en 1131 llevando una carta, auténtica o no, del patriarca Esteban, presentándole como colector para los Santos Lugares, y el Aimerico Picaud, que

"habría vuelto por segunda vez con el Códice Calixtino, acompañado por un monje de Vézelay, cuya mano aparece en la colección de los Miracula, y la flamenca Giberga, que debía de conocer el estribillo del canto de los peregrinos: Herru Sanctiagu, Grot Sanctiagu".

Probable autor de toda la obra, lo es taxativamente de la Guía de Peregrinos, parte del conjunto, que, dada su alusión al Rey de Aragón (y de Navarra) Alfonso el Batallador, fue escrita en o antes de 1134, fecha de la muerte de este monarca.

En lo que respecta a la historiografía vasca, resulta de excepcional importancia dada la escasez de fuentes medievales. Tras haber vertido duros conceptos sobre sus propios compatriotas, los vascos de una y otra vertiente, desatan su ira en diversos párrafos, llegando a ser calificados en términos mucho más duros, por ejemplo, que lo serán los de Castilla, que estará "poblada de habitantes malos y viciosos", o los de Galicia, que "son propensos a la cólera y muy pleitistas". Los textos referidos a Vasconia, traducidos del latín al castellano, son: Cap. II. Nos da las etapas del viaje del peregrino a través de Navarra:

"Desde los puertos cisereos (Cize) hasta Santiago hace trece etapas. La primera va desde la villa de San Miguel que está al pie del puerto de Cize (Saint-Jean-Pie-de Port) en la vertiente gascona, hasta Viscarret; esta etapa es corta. La segunda de Viscarret a Pamplona y es también pequeña. La tercera va de la ciudad de Pamplona a Estella. La cuarta, de Estella a la ciudad de Nájera y se hace a caballo. La quinta, de Nájera a la ciudad llamada Burgos e igualmente se hace a caballo...".

Cap. III. Enumera con más detalle las ciudades del camino:

"Estas son las ciudades mayores que se encuentran en el camino de Santiago, desde los puertos cisereos hasta su basílica gallega. En primer lugar, al pie del mismo monte de Cize, en la vertiente gascona, está la villa de San Miguel. Después, traspuesta la cumbre del monte, se encuentra el hospital de Rolando y a continuación la villa de Roncesvalles. Después se encuentra Viscarret, Larrasoaña (Ressogna), la ciudad de Pamplona, Puentelarreina y Estella que está bien provista de buen pan, óptimo vino, carne y peces y plena de toda clase de felicidad. A continuación Los Arcos, Logroño (Grugnus), Villarroya, la ciudad de Nájera, Santo Domingo (de la Calzada), Redecilla (del Camino), Belorado, Villafranca, el bosque de Oca, Atapuerca, la ciudad de Burgos...".

Cap. VI. Comienza a dar detalles de la población:

"De los puertos cisereos nace un río sano, llamado por muchos Runa, y pasa por Pamplona. Por Puentelarreina corren juntos el Arga y el Runa. Al oriente del lugar llamado Lorca, corre un río que dicen Arroyo Salado; ten cuidado de no beber en él, no tú ni tu caballo, porque es un río mortífero. Cuando nosotros fuimos a Santiago vimos sentados a su orilla dos navarros, afilando sus cuchillos; tienen la costumbre de desollar las cabalgaduras de los peregrinos que beben de aquella agua y mueren. A nuestra pregunta contestaron mintiendo que el agua era para beber. Por ello se la dimos a nuestros caballos e inmediatamente murieron dos de ellos y acto seguido los navarros los desollaron. Por Estella, discurre el Ega, cuya agua es dulce, sana e inmejorable. Por la villa llamada Los Arcos corre un agua letal y más allá de Los Arcos, cerca del primer hospital y antes de llegar a él, corre un agua mortífera para las bestias y los hombres que la beban. En la villa llamada Torres (del Río), en tierra de navarros, corre un río letífero para las bestias y hombres que beban en él. Más adelante, cerca de la villa llamada Cuevas, corre igualmente otro río mortífero. Por Logroño corre un agua ingente, llamada Ebro, sana y abundante en peces. Todos los ríos que se encuentran desde Estella a Logroño son letales para beber hombres y bestias, y otro tanto sus peces para quien los coma. Si alguna vez comieres el pez vulgarmente llamado "barbo" o el que los habitantes del Poitou llaman "alosa" y los italianos, "clipia" no hay duda de que morirás próximamente o enfermarás. Y si alguien, quizás, comió y no enfermó se debe a que es más sano que los demás o había vivido en aquella tierra durante mucho tiempo. Todos los peces y las carnes vacunas o porcinas de toda España y Galicia causan enfermedades a los extraños".

Estas notas sobre los ríos navarros nos sirven de introducción para la semblanza que de sus gentes trazará en el Cap. VII.

"Después, ya cerca del puerto de Cize, se encuentra la tierra de los vascos (tellus basclorum) que tiene por ciudad a Bayona, en las costas del mar hacia el septentrión. Este país habla un lenguaje bárbaro; es selvático, montañoso, carece de pan, vino y demás alimentos materiales, pero está provisto de manzanos, sidra y leche. En esta tierra hay malos alcabaleros; es a saber, cerca del puente de Cize, en la villa de Hostavaylles (Ostabat), San Juan y San Miguel al pie del puerto. Estos son dignos de vituperio; salen al encuentro de los peregrinos con dos o tres lanzas por armas, cobrándoles injustamente tributos, y si alguno de los transeúntes se niega a pagar lo que le piden, lo golpean con las lanzas, le quitan el censo insultándolo y revisándole hasta las calzas. Son feroces, y la tierra en que habitan es también feroz, silvestre y bárbara. La ferocidad de sus rostros y su bárbaro lenguaje infunden terror a los que les miran. No debiendo cobrar lícitamente el tributo sino a los mercaderes, se lo cobran injustamente a los peregrinos y a todos los viandantes. La costumbre es cobrar por una cosa cualquiera cuatro o seis monedas, pero ellos toman ocho o doce, esto es, el doble. Por lo tanto, prevenimos y suplicamos encarecidamente que estos alcabaleros, junto con el Rey de Aragón y los demás ricos que el dinero del tributo reciben de sus manos, y todos los consintientes, es a saber, Raymundo de Sola (Zuberoa) y Bibiano de Agramont y el Vizconde de San Miguel con toda su futura descendencia, a una con los dichos barqueros, los de Gascuña (Vasconia), de quienes hablo en otro pasaje, y Arnando de Guinia, con toda la progenie venidera y con los demás amos de los predichos ríos, que de los mismos barqueros reciben injustamente el precio del pasaje, y así mismo con los sacerdotes que, sabiéndolo, les administran la penitencia y la eucaristía, o les rezan el oficio divino, o en la iglesia les admiten, hasta que se enmienden por larguísima y pública penitencia y pongan moderación en sus tributos, sean excomulgados (...).

También se encuentra en la tierra de los Vascos y en el camino de Santiago un monte de mucha altura, cuyo nombre es puerto de Cize, sea porque allí está la puerta de Hispania, sea porque es el paso de las cosas necesarias que de una a otra tierra llevan; hay ocho millas de subida y otras tantas de bajada. Así, pues, su altura es tanta que parece tocar el cielo con las propias manos; desde la cima pueden verse el mar británico y occidental y también las regiones de Castilla, Aragón y Galicia. En la cima del mismo monte se encuentra el lugar llamado "Cruz de Carlos", porque, marchando militarmente hacia Hispania, abrió el camino con segures, azuelas, azadas y otras herramientas manuales, y lo primero que hizo fue erigir la Cruz del Señor...En este mismo monte, antes que la cristiandad se hubiese propagado por todos los ámbitos de Hispania, los impíos Navarros y los Vascos, no solamente acostumbraban robar a los peregrinos de Santiago, sino a montarse sobre ellos, cual si fuesen asnos, y matarlos. Junto a ese monte, hacia el septentrión, se encuentra Valcarlos, en el que acampó el mismo Carlos con su ejército, cuando los guerreros fueron muertos en Roncesvalles; por ese lugar pasan muchos peregrinos que van a Santiago y no quieren subir al monte. A la bajada se encuentran el hospital y la iglesia, donde está el peñasco que Roldán, héroe poderosísimo, partió por medio de tres mandobles. Después, Roncesvalles, donde se libró antiguamente una gran batalla, y murieron el rey Marsilio, Roldán, Oliveros y otros, con ciento cuarenta mil cristianos y moros juntamente.

Después de esta región se encuentra la tierra de los navarros, que abunda en pan, vino, leche y ganados. Los navarros y los vascos, son de una misma semejanza y cualidad en la comida, vestido y lenguaje; pero los vascos son de cara más blanca que los navarros. Los navarros visten al uso de los escoceses, de paños negros y cortos que bajan solamente hasta las rodillas y usan de un calzado que llaman lavarcas, hechas de cuero peludo, esto es, sin curtir, y las atan con correas alrededor del pie, cubriendo solamente las plantas y dejando desnuda la parte superior. Usan de unas capillas negras de lana, largas hasta los codos, en forma de aletas franjeadas, a las que llaman saias. Visten con torpeza y torpemente comen y beben; pues toda la familia de la casa del navarro, tanto el siervo como el señor, tanto la criada cuanto la dueña, comen todos los alimentos revueltos en un cazuelo, tomándolos, no con cucharas, sino con las propias manos, y suelen beber de un solo recipiente. Si los vieras comer, los equipararías a los perros cuando comen, o a los puercos; y si los oyeras hablar, te acordarías de los perros ladradores, pues hablan un idioma bárbaro: Llaman a Dios, urcia; a la madre de Dios, andrea Maria; al pan, orgui; al vino, ardum; a la carne, aragui; al pescado, araign; a la casa, echea; al dueño de la casa, iaona; a la señora, andrea; a la iglesia, elicera; al presbiterio, belaterra, que significa tierra hermosa; al trigo, gari; al agua, uric; al rey, ereguia; a Santiago, iaona domine lacue.

Esta es gente bárbara, sin parecido con las demás en costumbres y naturaleza, llena de malicia, de color oscuro, de aspecto repugnante, maligna, perversa, pérfida, desprovista de buena fe, corrompida, lujuriosa, borracha, diestra en toda clase de violencias, feroz y rustica, sin probidad y detestable, impía y cruel, siniestra y terca, carente de moral, instruida en toda clase de vicios e iniquidades, semejante a los Getas y Sarracenos, en todo malignamente enemiga de nuestra nación francesa (nos, gens fallica). Por una moneda, el navarro o el vasco, si pueden, matan a un francés. En algunas de sus comarcas, sobre todo en Vizcaya y Alava, cuando los navarros se calientan (se supone que ante el fuego) las mujeres y los hombres no tienen empacho en desnudarse a la vista unos de otras. También ejercen los navarros la bestialidad en impuros ayuntamientos. Pues se dice que el navarro cuelga un candado en las ancas de su mula y de su yegua, para que nadie se le acerque, sino él mismo. También besa lujuriosamente el sexo de la mujer y de la mula. Por lo cual los navarros han de ser censurados por todas las personas honestas.

Sin embargo, en el campo de batalla son de buena calidad aunque malos para sitiar fortalezas; escrupulosos en el pago de los diezmos y habituados a satisfacer las oblaciones del altar. Cualquier día que el navarro vaya a la iglesia hace ofrenda a Dios de pan, vino, trigo o alguno de sus bienes. A dondequiera que salga el navarro o vasco, pende de su cuello un cuerno, a usanza de cazador, y suele llevar en la diestra dos o tres dardos que llama auconas (sic). Cuando entra o sale de casa, silba como el milano y cuando sin ruido quiere convocar a sus compañeros en lugares secretos o solitarios, con propósitos de rapiña, canta como el buho o aúlla como el lobo. Es fama que descienden del linaje de los escoceses, porque son semejantes a ellos en las costumbres y en todo".

Después de esta diatriba Picaud remata sus reflexiones inventándose una etimología para los navarros "no verdaderos", es decir bastardos. No vuelve a mencionarlos hasta llegar a los bosques de Oca, hacia Burgos, donde dice comienza la tierra de los hispanos, es decir, Castilla y Tierra de Campos: "Post terram illorum, transito nemore Oque, versus scilicet Burgas, sequitur tellus Yspanortun, Castella videlicet et Campos". Basta la simple lectura del texto transcrito -cuenta Mañaricúa- para advertir que la pasión domina al autor. "Solamente quien en ella se hermane con Aimeric Picaud, puede como M. R. de Berlanga, después de admitir sin distinción cuanto dice la Guía, cual si tales fueran todos los vascos, calificarlo de "retrato de los vascones del s. XII que ha de tenerse muy en cuenta" , para terminar, rasgándose púdicamente las vestiduras". "Rasgo estupendo de depravación salvaje" opina Berlanga. Pero, en general, todos los autores han admitido exageración en el peregrino francés y el enorme interés de los datos antropológico-políticos que aporta. Picaud ofrece el primer vocabulario de euskera conocido, en el cual Dios todavía es llamado "el celeste" y no el moderno y eclesiástico Jaungoikoa. Sus datos sobre la condición socio-política de lo que más tarde Oihenart llamará las dos Vasconias, la ibérica y la aquitana, es de sumo interés ya que divide a las dos fracciones de una etnia, la gobernada por el Duque de Vasconia (vertiente Norte de los Pirineos) y la regida por el Rey de Aragón y Navarra (Alfonso el Batallador), en vascos (los del Norte) y navarros (los del Sur), más claros los primeros, como es lógico, más oscuros los segundos, asentados en la vertiente solana meridional de la cadena montañosa. (Conviene recordar que la Baja Navarra era todavía feudataria de la Vasconia ducal). Avala además esta interpretación el hecho de que llame navarros (es decir, súbditos del Rey de Navarra y Aragón) a los de Vizcaya y Álava.