Literatos

Zubeldia Inda, Néstor

Escritor navarro polifacético, nacido en Estella, Navarra el 8 de septiembre de 1878, murió en Pamplona, a la edad de 85 años, el 27 de febrero de 1963.

Cursó la carrera eclesiástica en el Seminario Conciliar de Pamplona y la completó brillantemente en el Pontificio Seminario de Zaragoza, con los grados de licenciado en Teología y en Derecho Canónico. En un concurso a parroquias celebrado en Pamplona en 1901, se le adjudicó en propiedad la pequeña parroquia de Oscáriz, junto con las de Janariz y Beortegui. A raíz de la arbitraria destitución de 14 profesores del Seminario de Pamplona, fue llamado a explicar Filosofía, que de momento no era su fuerte. Enseñó sucesivamente Lógica y Ontología; Ética, Derecho Natural e Historia Natural y, finalmente, Teología y Patrología. Como profesor de Filosofía era tenido "por el más simpático de los profesores. El único que ponía una nota de modernidad al margen de los anticuados autores. Era el que... tronaba contra rutinarismos imbéciles". Siendo rector, causó un impacto bastante mayor en los Latinos. Tras oposiciones fallidas en Zaragoza, Ávila y Madrid, ganó la de canónigo archivero de la catedral de Pamplona, que le había de proporcionar algunas satisfacciones y no pocos amargos sinsabores. Cesó en todos los cargos del Seminario, incluso en el de secretario de Estudios, que venía desempeñando desde el año 1909. Llovieron los nombramientos, el mas importante el de rector del Seminario (12 octubre 1921), donde realizó una gran labor, levantando el Seminario de su postración espiritual y disciplinar. Contribuyó al establecimiento de una cátedra de euskera, costeada por la Diputación de Navarra. Pero se dejó arrastrar por el extraño movimiento de infancia espiritual de los "Sacerdotes Niños", inspirado por la madre Soledad de la Torre, colombiana. Al principio miró el movimiento con recelo; pero luego se convirtió en su más ardiente partidario. Cuando el Santo Oficio prohibió y disolvió la asociación de los "Sacerdotes Niños" (20 febrero 1924) y ratificó la condenación (1 junio 1925), don Néstor padeció una crisis tan grave, que fue llevado urgentemente al Sanatorio de nerviosos de Oiartzun (Gipuzkoa), donde permaneció ocho meses. Luego bajó al manicomio navarro, extramuros de Pamplona, donde estuvo nueve meses. Estaba convencido de que era el Anticristo y, si moría, no quería sacramentos. Pese a todo, se curó y desde el 29 de noviembre de 1929 asistió de una manera normal al coro y a las sesiones capitulares.

Dotado de una rica personalidad, desplegó las más variadas iniciativas. Hasta aquel momento había sido sólo archivero. En adelante asumió también las atribuciones de bibliotecario. Trasladó el archivo a los locales de la biblioteca, adornó sus accesos y puso a disposición de los investigadores tanto el archivo como la biblioteca. Organizó el turismo de la catedral y sus dependencias. Publicó un folleto-guía de la catedral y de sus tesoros. Hubo año en que desfilaron por la biblioteca cinco mil personas entre turistas, comisiones científicas, grupos escolares e investigadores. En 1930, el cenotafio de Carlos III y de su mujer, sacado del coro y trasladado a la antigua cocina de los canónigos, donde fue restaurado, don Néstor lo restituyó a su sitio. A su vez él restauró el sepulcro del obispo Sancho de Oteiza y trajo de Itoiz un retablo gótico, que estaba aniquilándose (1930). En 1931 instituyó la Academia femenina de San Miguel con el fin de elevar el nivel cultural, sobre todo religioso, de la mujer navarra y por ella el del pueblo. De ella partían los días festivos las propagandistas formadas por don Néstor para dar conferencias por toda la provincia. Para arbitrar recursos dio una serie de conferencias en las Escuelas de San Francisco de Pamplona, a peseta la entrada, durante siete meses los jueves de cada semana sobre temas sugestivos (1931).

En los días de la República, cuando los ánimos estaban soliviantados, adoptó, por encargo del cabildo, diversas medidas para velar por la seguridad de las personas y de las cosas. Reclutó mozos decididos que acudiesen con rapidez a la defensa del primer templo de la diócesis. En el seno de un grueso muro, al abrigo de incendios y de humedad, de dificilísimo acceso y de imposible sorpresa, depositó la arqueta de marfil y demás objetos de valor (agosto 1931). Unos meses más tarde ocultó allí los códices, los incunables y los pergaminos contenidos en las 62 arcas del archivo. Cuando desapareció el peligro, todo fue repuesto en su lugar. Participó también, por su cuenta, en el Movimiento autonomista iniciado en ese año en las cuatro provincias de tradición foral. Fue un fervoroso asistente a la Asamblea de Estella. Publicó, en 1931, Los estatutos en el actual momento crítico de Navarra (Pamplona, Ac. Social, 30 pp.), Los momentos actuales de Navarra (Pamplona, 8 pp.) y, en 1932, saliendo al paso de la opinión antiestatutista que atacaba al estatuto cuadriprovincial desde cierto catolicismo, editó Lo que conviene que los navarros sepan en la hora de decidirse por el Estatuto (Pamplona, 37 pp.) poniendo énfasis en el interés que los navarros, como tales y como católicos, tenían en que el Estatuto unitario saliera refrendado positivamente en Navarra.

Causa admiración que don Néstor, en medio del ajetreo de los primeros años posteriores a su curación, pudiera concentrarse para componer la obra más profunda salida de su pluma La sensibilidad y la razón que estaba terminada a principios del 1934. Otra iniciativa importante fue la compra de unas fincas en Artajona (Navarra) y de maquinaria agrícola para su explotación racional. Compró un camión, instaló maquinaria de molienda de piensos para el ganado, plantó 4.000 árboles frutales e iba a plantar 20.000. Su objetivo se cifraba en mantener decorosamente en sus hogares a las familias que quedasen sin varón que las sostuviese, a ancianos y a doncellas, supliendo lo que ganasen. Era gerente de esta obra social, llamada "Farangortea" por un término del pueblo, Félix Lizarbe Moreno, natural de Lerín. Al poco tiempo de comenzar la guerra (18 julio 1936), Lizarbe, que tenía enemigos en Artajona, abandonó la villa, refugiándose en casa de don Néstor, que lo acogió gratuitamente durante cinco meses hasta que fue a Francia sin darle explicaciones. Después hubo de enterarse de lo ocurrido: el robo de muchos códices que Zubeldía tenía escondidos en su casa para mayor seguridad; también de numerosos documentos e incunables de la biblioteca-archivo, y de la suerte de tres códices rarísimos y un incunable de título desconocido vendidos en París. No vendió más, porque Heliodoro Repáraz, encargado de trasladarlos a Urepel, no lo hizo. Don Néstor no se dio cuenta de las sustracciones hasta que regresó de Burgos tres años más tarde. Sólo se recuperaron los códices, libros y documentos que estaban en casa de Repáraz.

Meses antes de la guerra Zubeldia pidió que se determinase el nombre de la titular de la catedral: Santa María de Pamplona, Santa María la Real o Santa María del Sagrario. El cabildo encomendó la tarea a él y a don Onofre Larumbe. El 19 de marzo de 1936 presentaron el informe firmado por los dos, aunque elaborado sólo por Larumbe. Unos meses más tarde comenzó su calvario, que había de durar más de dos años. Fue recluido en su casa acusado de ser destacado nacionalista (18 octubre 1936). Seis meses después fue desterrado a Abaurrea Alta (Navarra) (15 mayo 1937), donde permaneció 18 meses, con temperaturas en los dos inviernos, de unos 18 grados bajo cero. Allí escribió el 2° tomo Estudio analítico del ser natural y de sus causas, de una obra apologética que iba a constar de unos diez volúmenes, y nueve libros más, que le fueron secuestrados, juntamente con todas sus notas, borradores, cartas, filosofías..., sin lograr su devolución. De allí fue llevado a la Cartuja de Miraflores (Burgos) a la espera de ser juzgado en la capital de la provincia. A pesar de que su defensa (7 enero 1939) no resultó convincente en algunos puntos, fue absuelto mediante el pago de una multa. Se incorporó al cabildo el 17 de marzo del mismo año, volviendo a su cargo de archivero. En adelante se dedicó especialmente a organizar y dar a conocer La solidaridad cristiana de familias, por la que los socios de la misma se comprometen a entregar determinada cantidad de dinero para socorrer a las familias carentes de varón que las sustente. Durante doce años dirigió por radio conferencias semanales bajo el epígrafe "Hacia un mundo mejor". Era un orador nato. Ponía todo su ardor en cualquier empresa, lo mismo política que religiosa. Era muy piadoso y desprendido. Los tres últimos años de su vida tuvo la cabeza trastornada.

Entre sus numerosas obras mencionaremos La sensibilidad y la razón. Estudio analítico y solución de los problemas del conocimiento, San Sebastián 1935; Vida escondida con Cristo en Dios, Pamplona 1942; Nuevas rutas de ordenación social. El solidarismo democrático, fórmula única de justicia social y de paz, Pamplona 1951.