Religiosos

VITORIA, Pascual de

Mártir alavés nacido en Vitoria-Gasteiz a últimos del s. XIII. Vistió el sayal franciscano en el convento de su ciudad natal. Estudió teología y las ciencias conocidas entonces. Algún tiempo parece que perteneció a la provincia de Tolosa. En 1333 le vemos en Aviñón, ciudad ocupada en dicha fecha por la Sede Apostólica. En este tiempo gobernaba la Iglesia Juan XXII, época en que se hallaban en su apogeo las misiones del Oriente, pues los Pontífices, aprovechándose de las buenas disposiciones de muchos soberanos de las regiones de Asia que acogían bien a los misioneros y pedían nuevos operarios, excitaron el celo de los dominicos y franciscanos, los cuales partieron anhelosos a evangelizar con utilidad del comercio, de las letras y las ciencias, principalmente de la geografía. (Fray Carpín, fray Jordán Catalani, fray Odorico de Foro, Julio Benito Goes y otros muchos que describieron sus viajes dando a conocer regiones ignoradas o mal conocidas y seguros itinerarios a los viajeros, mercaderes y exploradores). El vitoriano Pascual, lleno de celo, pidió ser admitido para las misiones de Oriente y con licencia de su general, que se hallaba en Aviñón, se dirigió con fray Gonzalvo a Venecia, en donde tomaron pasaje para Constantinopla y en el mar Negro para Tartaria. En 1334 se hallaba en la ciudad de Serai, en el momento en que el famoso fray Esteban, frasciscano húngaro, renunció en público a la fe cristiana y aceptó el Islam. Religioso que volvió a abjurar fue muerto a los ocho días. La figura de este mártir de la cristiandad ha sido objeto de diversas apologías que han oscurecido su importante faceta de aventurero y geógrafo. Este último aspecto ha sido puesto de relieve por el P. Anasagasti que publica su única carta conocida, escrita años antes de su muerte, en Armalek, en el artículo que le dedica en el Homenaje a D. Julio de Urquijo e Ybarra, t. II, 1949. No se trata de un relato riguroso y descriptivo como el de Benjamín de Tudela, pero reviste interés para el historiador y el interesado por las relaciones, apenas existentes, entre Oriente y Occidente en el s. XIV. La carta reproducida y traducida por Anasagasti se basa en la edición crítica de Wyngaert. Es la siguiente: "A mis dilectísimos en Cristo, Reverendos Padre Guardián y demás hermanos del convento de Vitoria y a los Padres y Hermanos de toda la custodia, Fray Pascual, hijo de la misma, desea salud y toda bendición, extensivas, en prueba de reverencia filial, a mis allegados y conocidos. Sepan mis dilectísimos Padres, que al despedirme de vosotros junto con mi queridísimo Fray Gonzalo Trastorna, me dirigí a Aviñón, donde recibimos la bendición de nuestro Reverendísimo Padre General, continuando nuestra peregrinación a Asís, con el fin de ganar la indulgencia de la Porciúncula. De Asís nos dirigimos a Venecia. En Venecia embarcamos en una carraca para atravesar los mares Adriático y el Póntico, y entre Eslavonia y Turquía varamos en Grecia, en el país de los Gálatas, junto a Constantinopla, hallándonos allí con el Padre Vicario de Cathay, de la Vicaría Aquilonar. Volviendo a embarcarnos, navegamos por el Mar Negro, de profundidad inconmensurable hasta arribar a Crimea, predio de los tártaros; de allí, por otro mar, también insondable, llegamos a Tana (Azof). Habiendo llegado yo antes que mi compañero, marché en carro tirado por caballos, en compañía de algunos griegos, hasta Sarai (Stalingrado); mi compañero junto con otros religiosos alcanzaba Urganth. También yo deseaba ir con él pero, habiendo pedido consejo, preferí aprender primeramente la lengua de aquella región y, por la gracia de Dios, aprendí la lengua camánica y la escritura vigúrica que son las usadas en todas estas regiones o posesiones de los tártaros, persas, caldeos, medos y el reino de Cathay. Mi compañero salió de Urganth para volver ahí; yo, aborreciendo volver al vómito y anhelando alcanzar la indulgencia plenaria concedida a los misioneros que llegamos a estas tierras, así como la tienen concedida los que peregrinan a Jerusalén y que sólamente la alcanzan los que perseveran hasta el fin, no quise volver. Desde que aprendí la lengua camánica prediqué frecuentemente y sin mediación de intérprete, la palabra de Dios, tanto a los sarracenos como a los cristianos cismáticos y herejes. En esto, recibí un mandato de mi Vicario para que, por mérito de la santa obediencia, continuara la peregrinación interrumpida. Pasado el año de estancia en Sarai, ciudad sarracena en el Imperio de los tártaros, situada en la jurisdicción de la vicaría franciscana aquilonar -donde un año antes padeció glorioso martirio a manos de los sarracenos un hermano nuestro en religión llamado Esteban- me embarqué en una nave en compañía de algunos armenios para surcar el río Tigris, bordeando la orilla del mar llamado Vatuk (Mar Caspio) abordamos en Saraschuk tras de doce días de navegación. Tomando en Saraschuk un carro tirado por camellos, en penosísimo viaje, arribamos el quincuagésimo día a Urganth, ciudad límite del Imperio de los Tártaros y de los Persas, conocida también por el nombre de Us, donde descansa el cuerpo de Job. Nuevamente sirviéndome de un carruaje tirado por camellos y acompañado de agarenos, único cristiano entre tantos seguidores de Mahoma, exceptuando un criado, de la región Ziquo, entré en el Imperio de los Medos mediante la ayuda divina; allí padecía lo que sólo Dios sabe y sería demasiado prolijo manifestarlo en una carta. Por razón de que el Emperador de los Medos había sido asesinado por un hermano suyo, temiendo una guerra y un atraco, se detuvo en algunas ciudades la caravana sarracena de la que yo formaba parte, motivo que alargó mi compañía entre los sarracenos, a quien durante muchos días prediqué sin temor y sin rebozos el nombre de Jesucristo y su Santo Evangelio, explanando además y ridiculizando los sofismas, las falsedades y la ceguera de su falso profeta Mahoma y dando contestación adecuada y en alta voz a los ladridos de sus secuaces. Puesta toda mi confianza en mi Señor Jesucristo no les abrigaba temor alguno, merced a la iluminación y fortaleza que recibía del Espíritu Santo. A fin de calar más cumplidamente la raigambre de mi fe, el día solemne de su Pascua me citaron frente a su mezquita. Con motivo de la Pascua habían concurrido al lugar de muy diversas partes muchos Caídes, que son los Obispos sarracenos, y talismanes o sacerdotes, con quienes, gracias a la enseñanza del Espíritu Santo, disputé a lo largo de veinticinco días en el predicho lugar, en las puertas mismas de su mezquita, sobre todo lo divino y sobre la falsedad del Alcorán, tan entregado a mi apostolado que no me sobró en tantos días tiempo suficiente para engullir un pedazo de pan y deglutir un sorbo de agua. Gracias a Dios pude predicar el misterio de la Santísima Trinidad hasta arrollar a mis enemigos, mal que les pesara, consiguiendo una acabada victoria sobre todos ellos para alabanza y honor de Jesucristo y de la Santa Madre Iglesia. Entonces estos hijos del diablo trataron de sobornarme ofreciéndome mujeres, doncellas, oro y plata, propiedades y ganado y cuanto material puede anhelar un corazón en este mundo. Al observar que despreciaba todos sus ofrecimientos, me despreciaron y calumniaron de mil diversos modos, maltratándome bárbaramente durante dos días, lapidándome, quemando al fuego mi rostro y mis pies, arrancándome la barba y llenándome de calumnias, insultos y afrentas. Dios bendito es el testigo y la causa de la alegría íntima de este pobrecillo al permitirme, por su admirable misericordia, que yo padeciese tanto por el nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Fortalecido con el auxilio divino, continué mi peregrinación hasta Armalek, situada en el corazón del Imperio de los Medos, en la Vicaría franciscana de Cathay. Desde Urganth, límite de los Imperios Persa y Tártaro, hasta Armalek, viajé durante cinco meses, solo entre tantos sarracenos, predicando sin cesar con la palabra, con el ejemplo y hasta con mi santo hábito. Ellos frecuentemente me propinaron veneno, trataron de ahogarme en el agua y me maltrataron con una crueldad incapaz de poder ser expresada en una carta. Puedo dar gracias a Dios porque espero aún padecer mucho más por su santo Nombre, en remisión de mis pecados y para que consiga el descanso del Reino de los cielos. Confiad y fortaleceos en el Señor, y rogad por mí y por quienes siguen o intentan seguir mis pasos, ya que, con el favor de Dios, esta peregrinación es muy útil para la salvación de muchas almas. No esperéis verme ahí, sino por estas tierras o en el paraíso, donde nos aguarda el verdadero descanso y la verdadera consolación como una herencia que nos concede N. S. Jesucristo. Ya lo dijo El: "Cuando el Evangelio fuera predicado en todo el mundo sonará la hora de la consumación". Mi labor es la de predicar a los pueblos, haciendo patentes a los pecadores sus culpas y el camino de la salvación; Dios es quien da la gracia de la conversión. En Armalek, Imperio de los Medos, en la fiesta de San Lorenzo de 1338". La protección que hallamos los misioneros en los jefes del imperio Mogol contribuyó a que los franciscanos fundaran gran número de iglesias, conventos, hospicios y capillas que sirviesen para facilitar el proselitismo y sostener el culto. Pero, cuando con viento próspero diseminaban su nueva entre los mogoles, un mahometano, favorito del gran Kan, llamado Alisonda, dio muerte al emperador y a cuatro de sus hijos. Levantado en armas, se proclamó soberano, y una vez en el poder, avivó el furor de los musulmanes contra los cristianos. Dictó tres edictos poniendo a aquéllos en la alternativa de renunciar a la fe o perder la vida. Las medidas de mayor rigor se extremaron contra los misioneros y los de Illy-Balickh fueron los primeros en experimentar sus efectos. Fray Ricardo de Borgoña, Prelado de la grey católica, anciano venerable, inauguró la serie. Abandonado al furor de la plebe que le vejó a su placer, fue degollado después por los soldados del tirano (1342). Igual suerte cupo a fray Pascual y a fray Raimundo Rufo y fray Francisco de Alejandría y otros dos legos.

Ainhoa AROZAMENA AYALA