Danza

Soka-dantza

La propia coreología y los testimonios de diferentes épocas, resaltan algunos aspectos de la práctica de esta danza. El primero y seguramente más importante es el de la cohesión social. No creo, como hace Urbeltz, (1994) que sea preciso mencionar el simbolismo de la cuerda y el nudo, es suficiente con reparar en el significado de los puentes. El autor del primer tratado sobre danza popular vasca, Juan Ignacio de Iztueta (1824: 180) comentaba que ya entonces se utilizaban para expulsar de la cuerda a cualquier persona indigna de estar en ella. Paola Antolini, por ejemplo, (1989: 337 y 344), ha demostrado que a principios del siglo XX, en Arizcun se expulsaba de la danza a los agotes, si era preciso bajando el puente y cortándoles de esa manera el camino cuando pasaban por debajo del pañuelo. Algunos de los testimonios de esa índole son muy antiguos, como los proporcionados por Florencio Idoate (1948:492) o de nuevo Paola Antolini (1989:268): tanto en Bearne en el siglo XV como en Zuberoa en el XVII los agotes tenían prohibo bailar junto con los demás.



Era por lo tanto paradójico, y muy ilustrativo de la diferencia a nivel social que había entre bailar con la comunidad e interpretar el instrumento musical imprescindible para ello, que uno de los pocos oficios que podían desempeñar los agotes fuera el de tamborilero, tal y como expresamente, por ejemplo, mencionaban en 1620 las ordenanzas del valle de Salazar. Por otro lado, es fácil pensar que al realizar la soka-dantza se mostraba -tenía lugar- la cohesión social interna: el baile era una ceremonia propia de la comunidad, en la que el otro no era admitido. Eraso Alduncin (1996:37), por ejemplo, ha contado la tradición existente en Santesteban, según la cual el objeto del puente era alejar de la danza a judíos, agotes y gitanos, pero también las objeciones que se ponían a las madres solteras, que para poder bailar debían recogerse el pelo en un moño como las casadas. Con esta interpretación, claro está, puede entenderse como en algunos sitios, como por ejemplo la Barranca, en determinados momentos sean los quintos quienes realizan en estas danzas el papel fundamental: así ejecutan su rito de paso, apareciendo por primera vez como adultos en sociedad.

Pero ese no es, claro está, el único asunto. La soka-dantza no ha sido sólo una ceremonia de cohesión social: esa cohesión social era jerarquizada. Es evidente, por ejemplo, que son el primer y último dantzari los que llevan todo el peso del baile, y el último siempre en un plano subordinado al primero. No por casualidad la danza ha terminado en muchos casos por adoptar el nombre del primer bailarín, y llamarse aurresku. Ocupar ese puesto suponía evidentemente un honor, y surgían graves disputas por recibirlo, tal y como Carlos Rilova Jericó (1998), por ejemplo, ha demostrado con abundante documentación. En ocasiones, las discusiones afectaban a localidades enteras, como la que ocurrió en 1642 entre Vergara y Oñate en la romería de San Prudencio (Madariaga Orbea 1990: 76-77). En cualquier caso, está claro que no permitir entrar en el baile, detenerlo u ocupar determinado lugar en el mismo eran, como escribió un procurador en un juicio en 1657 injuria y ofensa que se reputaua graue en aquella provincia (cit. en Rilova Jericó 1998:57). O, en las siempre significativas palabras de Iztueta sobre todo los delanteros, lo que quieren es mostrarse en la plaza pública, para que los espectadores puedan conocer quién, de dónde, de quién y de qué manera son.(1824:78)

El paralelismo con algunos estudios realizados sobre la sociedad cortesana de la época es evidente: En palabras de Norbert Elias, por ejemplo (1993:140):

"En ella, la sociedad cortesana se presenta a sí misma para sí misma, cada individuo se destaca de todos los demás; todos los individuos juntos se destacan frente a los que no pertenecen a tal sociedad, y de este modo, cada individuo y todos los individuos en conjunto acreditan su existencia como un valor por sí mismo".

Por ello, a partir del siglo XVIII no es para nada raro encontrar soka-dantzak de autoridades, y está claro que ocupar la cabeza de la misma era en ocasiones un privilegio de los notables. Iñaki Irigoien (1991, 1987:21) ha demostrado sobre todo para Vizcaya cómo el nombramiento de alcalde se celebraba con una soka-dantza, ocupando el puesto de honor el nuevo alcalde. Garmendia Larrañaga (1973:246), René Cuzacq (1942), y el padre Donostia (1932:19) han dado otras referencias de Guipúzcoa, Laburdi y Navarra, que muestran la relación entre la soka-dantza y la autoridad. Y ésta explica, por ejemplo, por qué la variante de Lacunza lleva el nombre de Alkate-dantza, "danza del alcalde".