Médicos

Ruiz de Luzuriaga, Ignacio María

Eminente médico "ilustrado", nacido en Villaro (Bizkaia) el año 1763, hijo de José Santiago Ruiz de Luzuriaga. Muerto en 1822.

Desde muy joven se demostró de una gran aplicación a los libros, estudiando además las lenguas griega y latina, así como francés, inglés e italiano. En 1777 pasó a estudiar en el Real Seminario Patriótico que regentaba en Bergara la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País.

Aquí también se demostró Ignacio María un excelente estudiante, y así en los Extractos de las Juntas Generales de la Sociedad, de 1780, se da cuenta de la traducción presentada por Ruiz de Luzuriaga, del discurso leído en la Real Sociedad de Londres el 30 de noviembre de 1776 por su presidente el caballero Pringle "sobre los medios usados en los últimos tiempos para conservar la salud de las gentes de mar principalmente en la segunda expedición del capitán Cook". No cabe duda, por lo demás, de que Ignacio María sabría aprovecharse del extraordinario ambiente de fermentación espiritual que crearon en el Seminario bergarés hombres como François Chabaneau y Louis-Joseph Proust, además de los Peñaflorida, marqués de Narros, Valentín de Foronda, y otros. Lo que sea de esto, lo cierto es que su padre no se contentó con lo que Ignacio María pudo sacar del Seminario bergarés, y que a sus expensas lo envió a completar su formación en el extranjero.

En 1780 lo tenemos ya estudiando Medicina en París, siguiendo las lecciones teóricas y prácticas de un cuadro numeroso de célebres profesores. En 1784, antes de que terminase sus estudios de Medicina, publicaba en francés un trabajo titulado Mémoire sur la décomposition de l'air atmosphérique par le plomb, que apareció en el "Journal de Physique", de octubre de 1784, de Rozier. En París Luzuriaga hubo de conocer, asimismo, al célebre por muchas razones Conde de Aranda, embajador de España a la sazón en la capital francesa, cuyas recomendaciones ante la corte de Madrid le valieron una pensión de ocho mil reales, que empleó en la adquisición de nuevos libros.

Fue por este tiempo, asimismo, cuando lo nombraron corresponsal del Jardín Botánico de Madrid. Concluidos sus estudios de medicina en París, se trasladó a Londres y de aquí a Edimburgo, donde siguió por dos años las lecciones de Monroe, Gregory, Black, Hope, Home y Duncan, practicando junto a Callen, que gozaba a la sazón de un prestigio inmenso. Aquí obtuvo los grados de Maestro en Artes, Bachiller y Licenciado en Medicina, y, previa una disertación en latín titulada Tentamen medicum inaugurale de reciproca atque mutua systematis sanguinei et nervosi actione, se sacó también el grado de doctor. Con las patentes de miembro de la Real Sociedad de Medicina y de la Real Sociedad de Historia Natural, de Edimburgo, Ignacio María se pasó a Glasgow, donde trabajó con Irwine en el examen de las ventajas que podrían resultar de la aplicación de los conocimientos químicos a la medicina, cuestión que apenas empezaba a plantearse entonces.



De vuelta en Londres, hizo prácticas con los doctores Saunders, Tholston y Bair, asistió a unos cursos de Fisiología y Cirugía con Hunter, Pott y Warren y giró visita al hospital de Guys, al de los enfermos mentales y al de enfermedades venéreas de María y Chelsea. Nombrado socio honorario de la Sociedad Médica y miembro del Liceo Médico de Londres, Ignacio María se empeñará todavía en volver a París, y de aquí pasará a Montpellier para conocer su Facultad de Medicina. Tras este largo periplo por el extranjero y previa renuncia a una propuesta del Real Seminario Patriótico de Bergara para que se hiciese con la cátedra de Ciencias Naturales, Ignacio María, que a la par que científico se sentía fundamentalmente médico, optó por establecerse en Madrid. Revalidados por el Protomedicato sus estudios en el extranjero, Luzuriaga se entregó en cuerpo y alma a su tarea, aureolado en breve de un gran prestigio y solicitado por una nutrida clientela.

La obra investigadora de Luzuriaga conoció dos fases bastante bien diferenciadas: mientras residió en el extranjero y pudo valerse del instrumental de laboratorio de los grandes centros de estudio que frecuentó, realizó trabajos de extraordinario interés, que se reseñarán luego; pero, una vez vuelto a la península y reducido al deprimente ambiente científico español de su época, no pudo ya hacer otra cosa que continuar, por poco tiempo, los trabajos experimentales y de laboratorio iniciados en el extranjero y orientar en adelante sus esfuerzos a la labor de higienista y a la medicina social.

Ya hemos hecho mención más arriba de su trabajo sobre la descomposición del aire atmosférico por el plomo, y de su tesis doctoral en Edimburgo sobre la acción recíproca y mutua del sistema sanguíneo y nervioso; sólo nos resta poner de relieve aquí que fue Ruiz de Luzuriaga -según Manuel Usandizaga Soraluce- el primero en conocer y describir, en la citada disertación doctoral, los fenómenos químicos de la respiración que tienen lugar al circular la sangre por el cuerpo. "Es decir, que frente a Lovoisier que no conoció más que los cambios químicos que suponía tenían lugar en los alvéolos pulmonares, es el primero en describir los fenómenos químicos de la respiración que tienen lugar en el organismo al circular la sangre, de manera muy amplia y clara". En 1797 publicará en Madrid, y sobre el mismo tema, una Disertación química fisiológica sobre la respiración y la sangre consideradas como origen y primer principio de la vitalidad de los animales, que presentó a la Real Academia Médica Matritense en 1790, pero adobándola de notas y adiciones relativas a las discusiones que suscitó con sus anteriores trabajos en el mundo científico.

Ahora bien, por estas notas llegamos a la conclusión de que los trabajos de Luzuriaga se merecían gran importancia en su época, pues vemos que en el extranjero hombres como Morveau, Kirwan, Goodwin, Hamilton, Grawford, Hope, Adair y Guimaner se pasaban a comentar y repetir sus experiencias, "aceptándolas, discutiéndolas o apoderándose de ellas sin mencionar al autor". Dentro de este capítulo de la labor investigadora de Luzuriaga incluiremos también un escrito que presentó a la Real Academia Médica Matritense, y que se imprimió en la capital española en 1797 con el título: Ensayo apologético en que se prueba que el descubrimiento de hacer potable el agua de mar por medio de la destilación se debe a los españoles, y se propone un nuevo método para desalar dicha agua.

En cuanto se dio cuenta de las dificultades con que tropezaba una labor de investigación pura en el ambiente profesional español, Luzuriaga derivó sus afanes hacia la preocupación higienista y social. Cabe destacar, en este orden, su extenso Tratado sobre el cólico de Madrid, impreso asimismo en la capital en 1797, y en el que estudiaba el fenómeno de las intoxicaciones por el plomo y el óxido de cobre, llevando sus averiguaciones sobre los establecimientos en que se usaban recipientes o vasijas que pudieran ser responsables de la intoxicación. Surtió su efecto el toque de alerta de Luzuriaga, ya que el 30 de noviembre de 1801 se publicó una Real Cédula con un Reglamento "formado para evitar los perjuicios que causan a la salud las vasijas de cobre", etc. Ruiz de Luzuriaga se interesó, asimismo, por los problemas de higiene de las cárceles, por lo que denunció los abusos y la crueldad del régimen carcelario vigente y propuso las reformas pertinentes. Pero la labor de Luzuriaga como higienista culminó en sus campañas de divulgación de la vacuna. En 1801 , a instancias del Rey y de la Corte para que se publicasen los resultados de la vacunación, Luzuriaga emitió un Informe imparcial sobre el preservativo de las viruelas, con estadísticas de las primeras vacunaciones practicadas en Madrid; pero aparte eso mantuvo una intensa correspondencia con los más diversos lugares de España, desarrollando en ella toda la amplia problemática relacionada con su práctica y encargándose incluso personalmente de enviar la linfa de manera desinteresada a los lugares más diversos de la península. Luzuriaga se ocupó también de otros aspectos de la higiene pública, que no vamos a mencionar aquí.

Estas múltiples intervenciones en pro de la higiene pública le valieron un prestigio inmenso a Luzuriaga, secretario de la Real Academia de Medicina de Madrid ya desde 1798 y vicepresidente de la misma de 1807 a 1809; de hecho "no había asunto oficial en relación con la medicina que se plantease a los diversos Gobiernos que se sucedían en el poder, en España, que no se consultase a Ruiz de Luzuriaga", hasta el punto que "llegó a ser el verdadero inspirador de todas las reformas sanitarias que se llevaban a cabo en España". Diremos, a este respecto, que Luzuriaga, en 1812, fue miembro de la Comisión encargada de redactar el reglamento general de Sanidad, que funcionó bajo la presidencia de don Ignacio Jáuregui, y que en 1820, como miembro de la Comisión de Salud Pública y Beneficencia, figuró entre los que redactaron la primera ley de Beneficencia de los tiempos modernos en España, que llama poderosamente la atención por su aliento modernísimo.

En fin, de Ruiz de Luzuriaga como sociólogo recogeremos la extensa memoria que en 1817 dirigió al presidente de la Sociedad Económica Matritense sobre el problema de la sordomudez y su tratamiento y la serie de manuscritos que dedicó al lacerante problema de las Maternidades e Inclusas españolas en los que, tras recoger un material insuperable sobre la situación de tales instituciones en su época, miraba a "perfeccionar estos establecimientos según las mejoras de las demás naciones de Europa". No queremos concluir esta biografía sin recoger la honda preocupación que le embargaba al eminente médico vizcaíno por la situación deprimente que atravesaba la enseñanza de la Medicina en España. Conocedor perfecto de los métodos que se estilaban en otras partes, por su larga permanencia en el extranjero, y como quien había sufrido en su carne las limitaciones que imponía al genio investigador la insuficiente dotación de los centros docentes y asistenciales de la península, Luzuriaga expresará con una meridiana claridad, cuando sea consultado por el Gobierno, las serias preocupaciones que le despertaba la situación académica española.

Murió el año 1822, cuando preparaba un extenso trabajo sobre la historia del descubrimiento de la circulación de la sangre. Era miembro de número o corresponsal de cantidad de Academias y Sociedades de Medicina de España y del extranjero (Montpellier, Londres, Paris, Burdeos, Marsella, Bruselas, Nueva Orleans, Filadelfia, etc.).