Los episodios iniciales de sometimiento y conquista. He aquí expuestos, en su sucesión cronológica, los hechos principales que determinan la progresiva penetración de la influencia romana en el área, así como las acciones militares que culminan el proceso de implantación de las estructuras de poder romanas en la misma.
La conquista del área del Ebro por Roma. Tras una presumible primera toma de contacto del mundo euskaroide con el romano en ocasión de los enfrentamientos de éstos con los Cartagineses en el último cuarto del s. III a.C. (recuérdense las apariciones de Vascones y Cántabros en los Punica de Silio Italico, o el hecho de que, según Apiano, Asdrúbal hizo levas de tropas en el área del Ebro y de sus afluentes del lado pirenaico), siguen entre 202-170 a.C., aproximadamente, los episodios de la conquista romana propiamente dicha del área del Ebro. En su desarrollo las operaciones bélicas y de conquista llegan a afectar a los Celtíberos en torno de Calahorra y Alfaro, y a otros pueblos del área como los Jaccetani, a adscribir presumiblemente a un más primitivo sustrato ibero-pirenaico. Pero no se menta para nada a los Vascones, de los que, empero, se sabe se benefician de notables deslizamientos de sus fronteras territoriales sobre las de sus vecinos (Celtíberos, Suesetanos, Jacetanos) en el período inmediato. Ello hace que surjan las sospechas, a cuyo esclarecimiento no parecen, por lo demás, ayudar mucho las fuentes: ¿amistad vasco-romana o, más bien, actitud de fidelidad pasiva? Lo que sea de esto, dos hechos cabría destacar de esta primera etapa de penetración romana en el flanco sur-oriental del área: la fundación de Graccurris en el 178 a.C. (que cierra de hecho una primera fase de penetración romana del valle del Ebro), y la consolidación---con ocasión de las campañas de conquista o las tareas subsiguientes de gobierno y pacificación- de un complejo sistema de clientelas, fundadas en la fides personal, que se revelará de no escasa importancia en la inmediata historia social y política del área.
Implicaciones de las guerras civiles romanas en el área. En los años inmediatos -de impasse en el proceso de penetración romana del valle del Ebro, impasse que se prolonga hasta los días de las Guerras Cántabras-, se revelará de gran importancia para la consolidación de la influencia romana en el área el desarrollo de las que se conocen como luchas civiles romanas, luchas en que va a verse envuelta toda la depresión del Ebro y en las que va a jugar un papel capital el juego de las clientelas. Está, primero, la sertoriana (c. 81/72 a.C.), de enorme incidencia en el flanco sur-oriental y meridional del área, que supone, sobre eso, la ocasión para dos fundaciones urbanas de grandes destinos históricos: Pompaelo y Lugdunum Convenarum, una en cada lado del eje pirenaico y en direcciones opuestas, como presagiando un nuevo sesgo en la actitud de la administración respecto de zonas del área más bien marginales hasta el momento. Está, luego, la lucha entre César y Pompeyo (c. 49 a.C.), que afecta al área, no sólo porque uno y otro bando hacen levas de tropas en la misma, sino porque las vicisitudes y el desenlace mismo de la contienda acaban afectando a los prestigios de antaño e incluso induciendo cambios en el sistema de alianzas y clientelas.
La conquista de Aquitania por Crassus. Entre tales episodios de luchas civiles tiene lugar otro hecho de máxima importancia: la conquista de Aquitania por el lugarteniente de César, Crassus (56/55 a.C.), que tendrá su epílogo en las campañas pacificadoras que años después protagonizarán en la zona M. Vipsanio Agrippa (c. 38 a.C.) y M. Valerio Messalla Corvino (c. 30 a.C.). Preparada de algún modo desde fines del s. II mediante una hábil política de penetraciones y/o alianzas con los pueblos liminares (Convenae, Lactorores, Nitiobriges), obedece a razones de índole económica y a consideraciones de alcance geopolítico y estratégico general (enlace Tarraconense-Galias, cubrir el flanco occidental de la Provincia, etc.). En el entorno más inmediato al País Vasco la acción pacificadora de M. Valerio Messala será redondeada por hechos de notable significación, que deben ser interpretados en el marco de las acciones que emprende la administración militar con vistas al ordenamiento y puesta en valor del espacio recién conquistado: la fundación de Imus Pyrenaeus al pie del puerto de Ibañeta, y la de Beneharnum (Lescar) a las puertas de otro paso pirenaico, el de Somport.
Las guerras cántabras. Entre 38115 a.C. aproximadamente, tienen lugar las varias fases de la sangrienta lucha que sostiene Roma con los pueblos del N. hispano para acabar de asegurar el control efectivo del área. Ahora bien, en estas luchas --conocidas por reducción como guerras cántabras, sin duda por coincidir sus momentos más dramáticos, y en los que interviene personalmente Augusto, con los de la fase cántabro-astur- no parece que el mundo circumpirenaico, y sobre todo el de la banda más occidental del actual País Vasco, juegue el papel pasivo que venía asignándole de un tiempo a esta parte la tradición historiográfica. De hecho, no faltan autores hoy que de la consideración de las múltiples noticias de triunfos (ex Hispania), que se documentan en los fastos proconsulares para los años 36/29 a.C., así como de los textos historiográficos -harto imprecisos, es cierto-- alusivos a acciones militares centradas grosso modo en el área circumpirenaica (recuérdense, por ej., las de Vipsanio Agrippa y Valerio Messalla Corvino en la inmediata Aquitania), han pasado a hablar de un teatro mucho más vasto de operaciones, al menos para una primera etapa de la guerra, que cabría hipotéticamente relacionar en sus comienzos con la pugna por el poder entre Augusto y Sexto Pompeyo. Lo que sea de esto, de lo que no parece puede dudarse es de la extraordinaria incidencia que ese largo proceso bélico va a tener en el más global de romanización de toda el área. La presencia y acción romana, en efecto, se multiplicará y consolidará en ella con ocasión del reforzamiento del dispositivo militar, los trasiegos de tropas y los preparativos logísticos, a que da lugar el ataque y el cerco -por mar y tierra- del territorio cántabro-astur. Es ahora, al parecer, cuando la administración romana toma en serio la construcción de calzadas en la zona, datando de este tiempo, por lo que parece, la de la vía que desde Tarraco y por Cesaraugusta llega, Ebro arriba, hasta las proximidades del reducto cántabro-astur, y de la que arranca --cuando menos, en el área aquí contemplada-un doble ramal con prolongación hasta el borde oceánico: el Pompaelo-Oeasson, y el que conduce al Portus (S)amanum (futura Flaviobriga). Pero, sobre eso, el final de las guerras cántabras y los días del gobierno de Augusto significarán para el área en conjunto una profunda reorganización administrativa, hecha a la medida de los designios políticos del dominador. La porción peninsular, englobada en la Hispania Citerior Tarraconense, verá adscritos los pueblos de la banda oriental -Jacetanos, Vascones, Berones-al conventus jurídico de Cesaraugusta, al tiempo que los más occidentales -Várdulos, Caristios, Autrigones- lo serán al de Clunia. En la porción continental, a su vez, la originaria Aquitania etnográfica descrita por César, recompuesta ahora con la anexión de Lactorates, Convenae y Consoranni, que se desgajan de la Narbonense, va a ser subsumida, no sin menoscabo de su primitiva personalidad, en la gran Aquitania augustea, extendida desde los Pirineos hasta el Loira, aunque parece conservar alguna autonomía en determinados aspectos -concretamente, en lo fiscal y financiero y acaso en lo que se refiere al reclutamiento militar-. Lo que sea de ello, desde principios del Imperio, si no ya desde los días de Augusto, de los «más de veinte pueblos, pequeños y poco conocidos», que ha oído Estrabón pueblan el área, más de la mitad -los considerados irrelevantes o sin una aglomeración capaz de acceder a la vida urbana y municipal- serán administrativamente eliminados y reducidos a depender de otros más importantes, constituidos en civitates organizadas a la romana.
La conquista del área del Ebro por Roma. Tras una presumible primera toma de contacto del mundo euskaroide con el romano en ocasión de los enfrentamientos de éstos con los Cartagineses en el último cuarto del s. III a.C. (recuérdense las apariciones de Vascones y Cántabros en los Punica de Silio Italico, o el hecho de que, según Apiano, Asdrúbal hizo levas de tropas en el área del Ebro y de sus afluentes del lado pirenaico), siguen entre 202-170 a.C., aproximadamente, los episodios de la conquista romana propiamente dicha del área del Ebro. En su desarrollo las operaciones bélicas y de conquista llegan a afectar a los Celtíberos en torno de Calahorra y Alfaro, y a otros pueblos del área como los Jaccetani, a adscribir presumiblemente a un más primitivo sustrato ibero-pirenaico. Pero no se menta para nada a los Vascones, de los que, empero, se sabe se benefician de notables deslizamientos de sus fronteras territoriales sobre las de sus vecinos (Celtíberos, Suesetanos, Jacetanos) en el período inmediato. Ello hace que surjan las sospechas, a cuyo esclarecimiento no parecen, por lo demás, ayudar mucho las fuentes: ¿amistad vasco-romana o, más bien, actitud de fidelidad pasiva? Lo que sea de esto, dos hechos cabría destacar de esta primera etapa de penetración romana en el flanco sur-oriental del área: la fundación de Graccurris en el 178 a.C. (que cierra de hecho una primera fase de penetración romana del valle del Ebro), y la consolidación---con ocasión de las campañas de conquista o las tareas subsiguientes de gobierno y pacificación- de un complejo sistema de clientelas, fundadas en la fides personal, que se revelará de no escasa importancia en la inmediata historia social y política del área.
Implicaciones de las guerras civiles romanas en el área. En los años inmediatos -de impasse en el proceso de penetración romana del valle del Ebro, impasse que se prolonga hasta los días de las Guerras Cántabras-, se revelará de gran importancia para la consolidación de la influencia romana en el área el desarrollo de las que se conocen como luchas civiles romanas, luchas en que va a verse envuelta toda la depresión del Ebro y en las que va a jugar un papel capital el juego de las clientelas. Está, primero, la sertoriana (c. 81/72 a.C.), de enorme incidencia en el flanco sur-oriental y meridional del área, que supone, sobre eso, la ocasión para dos fundaciones urbanas de grandes destinos históricos: Pompaelo y Lugdunum Convenarum, una en cada lado del eje pirenaico y en direcciones opuestas, como presagiando un nuevo sesgo en la actitud de la administración respecto de zonas del área más bien marginales hasta el momento. Está, luego, la lucha entre César y Pompeyo (c. 49 a.C.), que afecta al área, no sólo porque uno y otro bando hacen levas de tropas en la misma, sino porque las vicisitudes y el desenlace mismo de la contienda acaban afectando a los prestigios de antaño e incluso induciendo cambios en el sistema de alianzas y clientelas.
La conquista de Aquitania por Crassus. Entre tales episodios de luchas civiles tiene lugar otro hecho de máxima importancia: la conquista de Aquitania por el lugarteniente de César, Crassus (56/55 a.C.), que tendrá su epílogo en las campañas pacificadoras que años después protagonizarán en la zona M. Vipsanio Agrippa (c. 38 a.C.) y M. Valerio Messalla Corvino (c. 30 a.C.). Preparada de algún modo desde fines del s. II mediante una hábil política de penetraciones y/o alianzas con los pueblos liminares (Convenae, Lactorores, Nitiobriges), obedece a razones de índole económica y a consideraciones de alcance geopolítico y estratégico general (enlace Tarraconense-Galias, cubrir el flanco occidental de la Provincia, etc.). En el entorno más inmediato al País Vasco la acción pacificadora de M. Valerio Messala será redondeada por hechos de notable significación, que deben ser interpretados en el marco de las acciones que emprende la administración militar con vistas al ordenamiento y puesta en valor del espacio recién conquistado: la fundación de Imus Pyrenaeus al pie del puerto de Ibañeta, y la de Beneharnum (Lescar) a las puertas de otro paso pirenaico, el de Somport.
Las guerras cántabras. Entre 38115 a.C. aproximadamente, tienen lugar las varias fases de la sangrienta lucha que sostiene Roma con los pueblos del N. hispano para acabar de asegurar el control efectivo del área. Ahora bien, en estas luchas --conocidas por reducción como guerras cántabras, sin duda por coincidir sus momentos más dramáticos, y en los que interviene personalmente Augusto, con los de la fase cántabro-astur- no parece que el mundo circumpirenaico, y sobre todo el de la banda más occidental del actual País Vasco, juegue el papel pasivo que venía asignándole de un tiempo a esta parte la tradición historiográfica. De hecho, no faltan autores hoy que de la consideración de las múltiples noticias de triunfos (ex Hispania), que se documentan en los fastos proconsulares para los años 36/29 a.C., así como de los textos historiográficos -harto imprecisos, es cierto-- alusivos a acciones militares centradas grosso modo en el área circumpirenaica (recuérdense, por ej., las de Vipsanio Agrippa y Valerio Messalla Corvino en la inmediata Aquitania), han pasado a hablar de un teatro mucho más vasto de operaciones, al menos para una primera etapa de la guerra, que cabría hipotéticamente relacionar en sus comienzos con la pugna por el poder entre Augusto y Sexto Pompeyo. Lo que sea de esto, de lo que no parece puede dudarse es de la extraordinaria incidencia que ese largo proceso bélico va a tener en el más global de romanización de toda el área. La presencia y acción romana, en efecto, se multiplicará y consolidará en ella con ocasión del reforzamiento del dispositivo militar, los trasiegos de tropas y los preparativos logísticos, a que da lugar el ataque y el cerco -por mar y tierra- del territorio cántabro-astur. Es ahora, al parecer, cuando la administración romana toma en serio la construcción de calzadas en la zona, datando de este tiempo, por lo que parece, la de la vía que desde Tarraco y por Cesaraugusta llega, Ebro arriba, hasta las proximidades del reducto cántabro-astur, y de la que arranca --cuando menos, en el área aquí contemplada-un doble ramal con prolongación hasta el borde oceánico: el Pompaelo-Oeasson, y el que conduce al Portus (S)amanum (futura Flaviobriga). Pero, sobre eso, el final de las guerras cántabras y los días del gobierno de Augusto significarán para el área en conjunto una profunda reorganización administrativa, hecha a la medida de los designios políticos del dominador. La porción peninsular, englobada en la Hispania Citerior Tarraconense, verá adscritos los pueblos de la banda oriental -Jacetanos, Vascones, Berones-al conventus jurídico de Cesaraugusta, al tiempo que los más occidentales -Várdulos, Caristios, Autrigones- lo serán al de Clunia. En la porción continental, a su vez, la originaria Aquitania etnográfica descrita por César, recompuesta ahora con la anexión de Lactorates, Convenae y Consoranni, que se desgajan de la Narbonense, va a ser subsumida, no sin menoscabo de su primitiva personalidad, en la gran Aquitania augustea, extendida desde los Pirineos hasta el Loira, aunque parece conservar alguna autonomía en determinados aspectos -concretamente, en lo fiscal y financiero y acaso en lo que se refiere al reclutamiento militar-. Lo que sea de ello, desde principios del Imperio, si no ya desde los días de Augusto, de los «más de veinte pueblos, pequeños y poco conocidos», que ha oído Estrabón pueblan el área, más de la mitad -los considerados irrelevantes o sin una aglomeración capaz de acceder a la vida urbana y municipal- serán administrativamente eliminados y reducidos a depender de otros más importantes, constituidos en civitates organizadas a la romana.