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Pamplona / Iruña

En las celebraciones de Pamplona, como en las de tantos otros lugares, encontramos una confluencia de motivos festivo-orgiásticos y religiosos, superponiéndose a su vez caracteres de la fiesta institucionales y populares; y así unas festividades son casi reducibles al ámbito de lo religioso, otras al de la pura diversión y en otras se imbrican elementos de una y otra índole. Al primer caso se circunscriben celebraciones como la del Corpus o las de Semana Santa, para el segundo caso sirven las celebraciones del carnaval y, por último, como ejemplo más significativo en Pamplona para el tercer grupo, encontramos las fiestas de San Fermín, tantas veces llamadas "los sanfermines". El cambio en la permisividad para la celebración de festejos sucedido en el transcurso de los últimos decenios ha posibilitado que, en alguna manera, desaparezcan las connotaciones que tan marcadamente han diferenciado unas fiestas de otras en el terreno de lo ortodoxo y heterodoxo. En cual quiera de los casos al tratar de las fiestas en Pamplona hay que abrir un importante capítulo para tratar de los sanfermines, no sólo por la dimensión que cobra en la vida de la ciudad, sino por la proyección externa del municipio y la influencia que como modelo festivo representa.

Las afamadas fiestas de Pamplona proporcionan a la ciudad el punto más cálido de la vida local. En esos días el aspecto de las calles, las actividades y el comportamiento de las gentes se transforma en tal grado que hacen de Pamplona una ciudad difícilmente reconocible de la del resto del año. La superposición de acontecimientos, el carácter popular y participativo de la fiesta, la brillantez y la concu- rrencia de los actos, la llegada de personas de muy diversos orígenes, el gentío y el colorido de la calle hacen que quien se abandona en su ámbito se llene de ricas escenas, percibiendo un clima que invita a la diversión colectiva. El protagonismo de la fiesta lo tiene la gente, que es actor y espectador de su propia fiesta, el escenario principal es la calle, que desde principio a fin es tomada por el concurso de gentes.

El tema que da nombre a la fiesta es San Fermín: héroe evangelizador cristiano, de cuya existencia pretérita no existen evidencias. Los elementos principales de la fiesta son el toro, la música, la danza, la bebida, la comida, la salida a la calle y la modificación de costumbres (transgresión de horarios, de comportamientos), englobado todo ello en un clima festivo, sobre todo patente en la parte antigua de la ciudad, que comienza por la adopción generalizada de una indumentaria específica: la indumentaria de fiesta en Pamplona, que si bien toma su inspiración en elementos de vestimenta empleados en otro tiempo en las celebraciones rurales de su entorno, es hoy modelo adoptado en fiestas de muchas localidades. Los componentes principales de la vertiente religiosa de los sanfermines son la procesión, las funciones de víspera, día siete y octava; y las invocaciones de protección a San Fermín de los corredores, antes del encierro. Pero volvamos tiempo atrás para retomar a los sanfermines desde sus albores.

Tienen antecedentes los sanfermines en las funciones religiosas en honor al santo -procesión y misa con las acostumbradas solemnidades- a las que seguía la multitudinaria comida para los pobres de la ciudad (ocasión para la que se mataban uno o dos bueyes y se adquirían abundantes cántaros de vino). Pero, por lo que conocemos, es probable que los festejos, como tales, no comiencen a instaurarse hasta finales del siglo XVI. En la última década de aquel siglo, al trasladarse -a solicitud del Ayuntamiento pamplonés- la celebración de San Fermín, del 10 de octubre al 7 de julio, tiene lugar la confluencia de tres elementos importantes: la feria franca (que atraía a numerosos compradores y comerciantes de muy diferentes lugares), las celebraciones en honor al santo y la organización dentro de ellas de corridas de toros.

Anteriormente había habido por san Fermín, autos sacramentales, comedias, música de pífanos, juglares y atambores, danzas durante la procesión, correr los bueyes y la mencionada comida para los pobres. Llegado el siglo XVII, los festejos de san Fermín se encuentran perfectamente asentados. Sabemos que el siglo XVII es momento en el que toman auge las fiestas en las ciudades. En Pamplona entran a formar parte de las mismas diferentes disciplinas, cobrando sus fiestas dimensión y equilibrio entre los elementos que las constituyen. El siglo XVIII le sigue con parecida suerte. Los siglos XVI, XVII y XVIII son tiempo para los torneos, castillos de fuego, carros triunfantes, hogueras, luminarias, salvas, gigantes "normales" y de fuego, música, danza, juegos de armas, toros y toreros ejercitándose en la práctica del toreo de muy diversas suertes, comediantes, volatines, funambulistas y otros. El impulso festivo de finales del XVI, encuentra un desarrollo en el XVII y la continuidad en el XVIII. En relación con el año de 1830 dice el Conde de Guendulain (Pamplona, 1952), en sus memorias:

"En Pamplona nos encontrábamos todos por las fiestas de San Fermín, es decir, en la primera quincena del mes de julio, que entonces era la época célebre de aquella ciudad y sus habitantes, y hoy es un recuerdo, una sombra pasajera y fría de aquellos animados días, en que todas las casas estaban abiertas a sus parientes y amigos, ofreciéndoles patriarcal hospedaje, y todas las humildes tiendas de la calle de la Estafeta se transformaban en surtidos depósitos de géneros de Francia, merced a la ausencia de las Aduanas del Pirineo y a la suspensión de los derechos que se cobraban por la Provincia, o sea dicho, Reino de Navarra, en el resto del año".

El siglo XIX muestra las manifestaciones de los avances de la ciencia: las iluminaciones eléctricas, las carreras de velocípedos; se construye una plaza de toros (hasta entonces se practicaba la lidia en la plaza del Castillo) y el nuevo teatro, se integran con espectación los grandes partidos de pelota, los certámenes culturales, los grandes conciertos (a lo que contribuye la presencia del célebre tenor roncalés Julián Gayarre y el violinista pamplonés Pablo Sarasate), son célebres en esos tiempos los paseos de sociedad. Los sanfermines en el siglo XX, especialmente tras el primer tercio, hay que vincularlos al progreso de los medios de comunicación de masas, del transporte y del turismo; generándose así una popularidad de las fiestas mucho más allá del entorno cercano y la llegada masiva de gentes de múltiples lugares. A este proceso de universalización de las fiestas contribuye, en especial para el ámbito anglosajón, la llegada a los sanfermines del escritor Ernest Hemingway (premio Nobel de Literatura en 1954), quien en 1926, escribe la novela "The sun also rises" (Fiesta) ambientada, en parte, en los sanfermines, a la que si bien habrá que reconocer mérito en el orden literario, en la descripción de la fiesta recoge pasajes de escasa veracidad.

Los sanfermines en el siglo XX, son herederos de una larga historia de celebridad; la llegada de gentes a Pamplona en San Fermín es muy antigua y en la actualidad (además del propio crecimiento de la ciudad) la llegada de gente es masiva y, sin embargo, todo ese volumen es absorbido por una población entregada a la fiesta. Por otra parte, existe un nuevo factor de evolución de la fiesta como es la integración de la mujer en la misma; y asimismo, cabe señalar, para la historia contemporánea de los sanfermines, la incorporación en las formas de presentación de la fiesta de reivindicaciones culturales, sociales y políticas. Pasemos ahora a describir algunos de los componentes fundamentales de los sanfermines. Ellos son incluidos en el programa que el Ayuntamiento de Pamplona elabora, si bien, como es sabido, la puesta en marcha de los actos que se organicen dentro y fuera de programa queda en manos de la gente que a ellos concurre. Encontramos en el toro el primer eje de la fiesta. Está presente en diversos momentos; en el encierrillo (o traslado de los toros al anochecer al punto donde dará comienzo a la mañana siguiente el encierro), el encierro, la lidia de los toros en la plaza.

El célebre encierro de Pamplona es un acontecimiento excepcional tanto para los propios corredores como para los espectadores; teniendo su mayor intensidad cuando los mozos acompañan con evidente riesgo a escasa distancia a los astados en una veloz carrera, en donde la habilidad para sortearlos es su única defensa. A la tarde la corrida de toros, en un coso absolutamente lleno; el espectáculo se ofrece ante 20.000 espectadores preparados dentro de un ambiente de fiesta desbordada, en particular en los tendidos de sol donde las cuadrillas, las peñas, conocen a la perfección el arte de la diversión y el jolgorio. Mediada la corrida corren la comida y la bebida: cordero al chilindrón, ajoarriero, cangrejos, rellenos, menudos, magras con tomate, estofado de toro, vino en todas sus variedades, sangría. Al término de la corrida la salida de las peñas impulsará a la muchedumbre a tomar nuevamente la calle. Estos mismos elementos constituyen otro de los apartados fundamentales de cualquier fiesta, y por supuesto de los sanfermines.

Comidas bien sazonadas, bebida, junto a la música, la canción, el buen humor, la broma, la danza, trasladan al hombre de la actividad rutinaria al estado de festiva expansión, en una toma de la calle, de los bares, de los parques, un día y otro sin atender al cansancio, al dolor de pies, etc., en una ruptura calibrada con los órdenes cotidianos. Los actos religiosos -funciones de víspera, día 7 con su procesión y octava-son altamente ricos en formas y ritualismo. En la actualidad persisten, con distintos significados para los pamploneses, como núcleo ritual de la fiesta. Son distintos los espacios de la fiesta que deben ser reseñados; no podemos dejar de aludir a los gigantes y cabezudos de Pamplona, que poseen esa auténtica magia capaz de transformar a unos muñecos de madera, pintura y cartón en seres fantásticos que danzan de modo enloquecido al ritmo de unas dulzainas chillonas, haciendo un cuerpo entre las figuras y la gente que se acerca atraída por su hechizo. No podemos olvidamos del valor de la música callejera, de las luces de los fuegos de artificio, de la feria de ganado, los partidos de pelota, los festivales, las verbenas, las barracas, los juegos para los niños, la reunión de extranjeros y tribus urbanas en torno a la Navarrería, lo emotivo y sublime, lo variopinto y la quincalla...

Los sanfermines son una compleja respuesta de una comunidad. Conservan un núcleo de tradición festiva integrada con firmeza en la memoria colectiva de Pamplona. Hallamos una yuxtaposición de elementos festivo-orgiásticos con elementos de carácter religioso, en cualquier otra época del año entenderíamos que enfrentados; sin embargo, en sanfermines en convivencia, seguramente por su ser de fiestas tradicionales. Dan cabida y poseen iniciativa popular, permitiendo la movilización de los vecinos en forma de grupos, son unas fiestas vitales, auténticas, sin amaneramientos. Es tiempo de promoción del Ayuntamiento y de afirmación de la propia ciudad de Pamplona. En el conjunto de las fiestas de las ciudades del País Vasco es una fiesta muy importante ya que es preciso insistir en el hecho de que desde hace siglos en estas tierras se han dado encuentro gentes de toda Euskal Herria. Y, en la actualidad los sanfermines son un modelo festivo para muchas localidades. En el momento presente se enfrentan, sin embargo, a dos problemas importantes como son la masificación de la fiesta, y la sobredimensión que están cobrando los aspectos de interés comercial, en una actividad que genera una alta redistribución del dinero.



Dentro de la extensa variedad de ritos propiciatorios, en Pamplona es celebrada con gran arraigo la festividad de San Blas, fecha indicada para la bendición de roscos figurillas de caramelo y alimentos en general, a los que atribuir unos poderes de curación y protección de los males de garganta. Desde las primeras horas del 3 de febrero se colocan en torno a la iglesia de San Nicolás numerosos puestos que desde la propia ciudad y sus alrededores llegan al lugar a vender sus productos -roscos de variadas formas, tortas, caramelos- y desde esas primeras horas hasta el anochecer, es una multitud la que se acerca hasta esta iglesia con productos en los bolsos a cumplir con el ritual de el día: la bendición de los mismos y su reparto al llegar a casa entre familiares y amigos. Esta escena, por la que vemos pasar una parte importante de la población de Pamplona, es sin duda una de las que más sabor conserva de las manifestaciones tradicionales de antiguas mentalidades, tantas veces mantenidas sobre todo en los asentamientos rurales.

De unos años a esta parte, al día siguiente a San Blas, es celebrada la víspera de Santa Agueda con una numerosa salida por las calles de la ciudad de grupos de jóvenes cantando de trecho en trecho, ataviados con la clásica indumentaria de casero, y portando faroles, makilas y cestas, a semejanza de como se celebra en numerosos pueblos de la montaña del País Vasco. En Pamplona, como en tantos otros lugares de su ámbito, la costumbre de constituir conjuntos corales es notable, y seguramente por ello la fiesta de los coros de santa Agueda haya arraigado con facilidad en Pamplona. La merienda o cena durante las canciones o al finalizar el recorrido resulta obligada.

Siguiendo un proceso de incierta recuperación, los carnavales, tras su prohibición y desaparición en la ciudad en tiempo del régimen dictatorial franquista, vuelven a aparecer en el escenario festivo de Pamplona. No es necesario extenderse en indagaciones para encontrar testimonios de la celebración de la fiesta en Pamplona en las edades Moderna y Contemporánea. Existe en el archivo diocesano un célebre proceso en el que se juzga a un clérigo que para celebrar los carnavales de Pamplona en 1601 salió vestido de cardenal, montado en una mula y lanzando escritos burlescos, y son reiteradas las reglamentaciones referidas al carnaval limitando o prohibiendo determinados usos, lo cual es indicativo de una antigua disociación entre el modo de celebrar los carnavales y el orden moral propuesto desde las jerarquías. El empleo del disfraz, la máscara, la bebida, la comida y la burla son elementos del tiempo de carnaval.

Ha existido un carnaval para la alta sociedad en los bailes de máscaras en el teatro o en otros lugares cerrados que se extiende hasta entrado el siglo XX, tiempo en el que la normativa municipal se debate entre la prohibición y el reconocimiento de derechos al enmascarado de carnaval. En el presente, y, tras varios años de celebración de los carnavales, no llegamos a encontrar en Pamplona un carnaval fraguado. Son muchas las personas que, deseosas de celebrar este periodo festivo, se desplazan a localidades donde el carnaval no perdió o ha recuperado con intensidad la celebración camavalesca (Lanz, Tolosa, Lesaca, Tafalla, Alsasua, San Sebastián, etc.). El futuro del carnaval en Pamplona es incierto; por descontado que no han de faltar gentes que se impregnen de las esencias del tiempo carnavalero. Sin embargo, esa pérdida de conciencia colectiva de celebración, junto a los focos de atracción de interesantes carnavales en las cercanías y la inexistencia de un impulso municipal limitan por el momento las posibilidades de crecimiento del carnaval de Pamplona.

El solsticio de verano tiene su significación en el calendario festivo y como vestigio de un ritual arcaico se celebra con la práctica de las hogueras de San Juan. En Pamplona. como en tantos otros lugares, es costumbre juntarse al anochecer, el 23 de junio, en un descampado, en torno a una hoguera, a pasar una buena parte de la noche. En la actualidad son diversos los lugares, principalmente de las afueras, donde se puede encontrar a jóvenes alimentando una hoguera, la que los más animados se dispondrán a saltar.

Preludio de lo que a pocos días se avecina en Pamplona, la noche del 28 de junio es un tiempo en el que la música, en particular la de rondalla, sale a tomar la calle. No es una fecha cualquiera en el calendario; en el pasado eran días para la feria franca, época en la que la vida de la ciudad se enriquecía notablemente con la llegada de gentes de procedencia diversa con géneros o dinero en los bolsillos dispuestos a hacer negocios rentables; pero además, nos encontramos mediado el camino entre el comienzo del verano con el solsticio y las fiestas de san Fermín, en un período de incremento de tensión, tiempo para ir preparando estructural y anímicamente las fiestas que se aproximan.

En el ocaso del verano, los días 24 y 25 de septiembre, o si no el fin de semana más cercano a éstos, se conmemora el martirio de san Fermín con unas fiestas pequeñas: las de San Fermín Txiki. En esta ocasión los festejos giran en torno a la pequeña capilla de San Fermín de Aldapa, en la Navarrería. El motivo vuelve a ser el mismo que en los sanfermines del 6 al 14 de julio: San Fermín, patrono de Navarra al igual que San Francisco de Javier, después de la resolución papal tras los pleitos habidos en el siglo XVII debido a las preferencias de unos y otros, el Ayuntamiento de Pamplona vertido por el primero y la Diputación de Navarra por el segundo. Las fiestas de San Fermín Chiquito, aun cuando quedan a muy larga distancia de los sanfermines, presentan no obstante en el antiguo burgo de la Navarrería un especial sabor, magistralmente conseguido; y a partir de unos escasos recursos organizativos se logra un interesante clima de diversión, desde la reunión de gentes dispares. Los elementos destacables son actualmente: la música variada, verbenas, juegos infantiles, dantzaris, misa, procesión y la esperada aparición de los gigantes y cabezudos de la ciudad. Recientemente (año 91) el Ayuntamiento de Pamplona ha tomado la decisión de organizar corridas de toros y encierros como en San Fermín Grande, lo que puede dar lugar a una oficialización y mayor celebridad de este espacio festivo.

Hace algunos decenios que Olentzero no deja pasar en Pamplona la cita del 24 de diciembre, y en este tiempo solsticial impregnado por el clima litúrgico de la Navidad, pasea por las calles de Pamplona. Actualmente son varios los que se realizan, debido a la enorme concentración de gente que hacía desbordarse el Olentzero original. La fiesta, que toma el modelo del Olentzero del calendario festivo vasco, ha entrado en el conjunto de las fiestas de Pamplona como festividad fija y una de las más brillantes. Aparte queda el problema del intenso mercantilismo actual de unas fiestas como las de Navidades.

Una de las características de las celebraciones de Pamplona es, sin duda, la persistencia de formas rituales y protocolarias, de igual modo a como se realizaban, siglos atrás, en una conjunción de poderes civiles y religiosos. Hemos hecho mención a la procesión de San Fermín, pero tendríamos que añadir la del Corpus, San Saturnino (29 de noviembre, patrón de la ciudad), Semana Santa. En todas estas ocasiones se detiene por un instante el tiempo y vemos pasar por delante nuestra, vestidos como determina el estricto protocolo a alcalde y concejales, arzobispo, deán, canónigos, presidentes de las cofradías profesionales, banda de música, txistularis, maceros, timbaleros, ganapanes, dulzainas y gigantes, observamos el color negro de los fracs, el carmesí de las capas, los bordados en estandartes y blasones, el sonido de los tambores, de las campanas, el olor a cera quemada... auténticas puestas en escena en la calle de representaciones religiosas.

Todas merecen una observación pausada, pero destaquemos en la línea de que hablamos la función de las Cinco Llagas. Esta tiene lugar el Jueves Santo y el Ayuntamiento, en cuerpo de ciudad, asiste haciendo cumplir un voto que el propio Ayuntamiento se impuso en el año 1600, al identificar la remisión de una peste que entonces padecía la ciudad con la encomedación de la ciudadanía a las cinco llagas de Jesucristo. En otra clave de celebración, mucho más sencilla pero no por ello menos elegante, encontramos, la llegada del Angel, San Miguel de Aralar, a Pamplona. Es después de Pascua cuando la figura de este venerado ángel llega a Pamplona con sonido múltiple de campanas y, según la tradición, al mismo tiempo que una copiosa lluvia que en Pamplona siempre le acompaña.

Hay otros rincones del calendario festivo de Pamplona por tratar. Están las celebraciones y fiestas de los barrios, la cencerrada de la víspera de Reyes en la Txantrea, las nuevas colecciones de gigantes y cabezudos de los barrios, las cabalgatas de Reyes, la celebración nocturna del Año Nuevo, las rondallas, las auroras. Es preciso remarcar el enorme peso relativo que los sanfermines tienen en el calendario festivo de la ciudad, por el escaso o nulo apoyo municipal a las celebraciones de otras fechas, lo que conduce a tener a lo largo del año un punto de máxima tensión, seguido de celebraciones de mucha menor entidad y beneplácito. En los elementos que componen la fiesta en Pamplona encontramos influencias de la montaña del País Vasco y del folklore de la Ribera, combinadas en diferentes proporciones según momentos. La vida contemporánea hace posible la realización de fiestas más de unos días al año, y así los fines de semana son reproducción de esas pequeñas celebraciones de nuestro nuevo modo de vida. En Pamplona, las salidas son masivas en el casco antiguo y en las zonas modernas de San Juan e Iturrama. Algunas prácticas, como la aparición de tarascas en la procesión del Corpus o la bendición de campos con el agua de San Gregorio Ostiense se encuentran abandonadas; otras, sin embargo, están por conformar una interesante evolución de las celebraciones y festejos.

JRA