Concepto

Palacio (versión de 1993)

Palacios de piedra I. Los palacios construidos sobre nueva planta o edificados sobre los antiguos cimientos de la torre después de haber arrasado ésta por completo, se hacían con piedra. Procedimiento más natural que el empleo del ladrillo, dada la abundancia de canteras del país vasco.

La ilustre Casa de Emparan en Azpeitia fue edificada sobre los cimientos de la vieja torre, sin saeteras ni almenado. No pudo, sin embargo, su noble dueño resistir la tentación de colocarle cuatro cubos en las esquinas; cubos que, hasta tiempos modernos, remataban en esbeltos pináculos. Hacia 1750, don José Manuel Emparan y Zarauz le agregó los cuerpos de los lados, y, rasgando las primitivas ventanas, hizo el actual balcón. La magnífica puerta de medio punto, de robustas dovelas, con el amarillo oro de la mampostería, le dan un aspecto muy señorial.

Apartándose de este modelo de planta concentrada y norteña, hija directa de las torres, construyó el Señor de Zarauz su casa recordando las medioevales castellanas. La primitiva torre, derribada siendo señor de la misma Juan Ortiz de Gamboa, se encontraba a poca distancia del actual palacio, y sus materiales se aprovecharon en la nueva construcción. Data de 1535, y sus proporciones, así como la composición de la fachada y el patio que sirve de distribución, son prueba plena de su cercano parentesco con los palacios citados. Hasta la moldura que perfila el escudo y la puerta es extraña al país vasco. El único elemento que imita de las torres, los garitones o cubos, le imprimen un carácter que recuerda a los palacios típicos. No estuvo desacertado Guillermo Humboldt al calificarlo de «modelo de un palacio español genuino».

El camino firme y seguro, en medio de estas dudas, es el seguido por el Señor de Emparan y por los dueños de las torres de Arciniega y Zozaya, que, conservando como motivos decorativos algunos elementos guerreros, usan la planta aglomerada, las proporciones de las torres y, en vez de los angostos huecos guerreros, ponen en estos ejemplares amplias ventanas.

En las casas (mejor llamaríamos palacios) de Reazibal y Ozaeta, aparece ya formado el tipo palaciano vasco, con elementos que irán evolucionando al calor de los estilos llamados históricos, pero sin perder el conjunto su personalidad inconfundible. El Señor de Ozaeta, don Juan Beltrán López de Gallastegui y Loyola, hijo de la hermana del fundador de la Compañía de Jesús, mandó construir, entre 1549 y 1553, el actual palacio próximo al solar que ocupaba, en la orilla opuesta del río Deba, la torre derribada en 1456. La casa de Reazibal, llamada de Olaso, se encuentra, también, en Vergara y a ella vino, de Elgoibar, Bartolomé de Olaso, hijo segundo de Martín Ruiz de Abendaño y Juana de Butrón, Señores de la Casa de Olaso, a casar con Juana de Reazibal, reconstruyendo «la casa de Reazibal en forma de torre, manifestando su ostentoso edificio el poder y estimación que tuvieron». Ya estas casas, apartándose del tipo de patio interior, son de planta aglomerada, norteña. Siguen los cubos en los ángulos y hasta en medio de las fachadas; los muros se construyen de mampostería y la sillería se usa recercando los huecos y formando las esquinas. Los escudos van adquiriendo importancia, aumentando de tamaño los insignificantes de Lili, Loyola e Idiáquez. El Señor de Ozaeta, no conforme con el que colocó en la fachada, junto a la cornisa, puso sendos escudos a los lados de la puerta de entrada a la corralada o patio de honor.

Es curioso observar la influencia de los distintos estilos sobre los elementos de los palacios vascos. Así, en los distintos pináculos que rematan los garitones de las casas de Lili, Reazibal, Moyua, Garibay y Zumaran, se puede reconocer el gótico, el renacimiento, el barroco, el herreriano y el Luis XV. La técnica constructiva también cambia: en la casa de Lili, forman garitón y pináculo un cuerpo único; en Reazibal, aun siendo un mismo cuerpo, los separa la cubierta; en el barroco, de Moyua, son dos elementos independientes, aun cuando unidos por el mismo estilo, y en los dos últimos ha desaparecido el garitón origen del pináculo, y queda éste aislado y sin razón de existir. Los colocados en la Torre de Garibay, siluetean sus recios muros del XV con perfiles contemporáneos de El Escorial. Los almenados de las torres, que en los s. XV y XVI se transforman en cresterías -Sestao y Lili-, a principios del mismo XVI se convierten en una serie de modillones de piedra, que sostienen, en vez del almenado, un moldurón sobre el que asoman las bocas de las tejas -Casa de Vidaurreta, Recalde, en Vergara, y desaparecido Galardi, en Anzuola-; más adelante viene la comisa moldurada de un perfil renacimiento -Ozaeta-. Y sobre esta cornisa aparecen después los enormes y tallados aleros que, incorporados definitivamente al palacio vasco, los defienden de las constantes lluvias. Buenos ejemplares son los de Aldunzin, Urgoiti y Areizaga, entre una infinidad que pudiéramos citar.

Es manifiesta la influencia de los estilos sobre las portadas. Las modestas fachadas de las torres cuyo único adorno se reducía a un pequeño escudo, cuando lo tenían, empieza a decorarse con el Renacimiento. Una de las primeras obras construídas en este estilo en Guipúzcoa, fueron las dos puertas del Claustro de la Parroquia de San Miguel, de Oñate, hechas en 1527 y proyectadas por el arquitecto Rodrigo Gil. En medio de los ventanales, bóvedas y contrafuertes del más puro gótico, construyeron esas dos puertas «a lo romano». Algunos años más adelante, la portada y el claustro de la Universidad del mismo pueblo fueron un derroche del arte renacentista, que no dejaría de influir en los arquitectos vascos. El amor a la tradición se ve en el constructor de Isasaga, que hacia 1560 construía ventanas conopiales, y la entrada era por un arco apuntado del más puro gótico, sin preocuparse del nuevo modo. El desaparecido palacio de Galardi, al que no le valió para conservarlo haber albergado a Magdalena de Loyola, tenía una bella portada de este estilo. La lista de buenas portadas es muy completa. Desde la sencilla y lisa del de Olaso, en Elgoibar, hasta la monumental del desaparecido palacio de Unzaga, hay de todas clases y gustos. Una de las mejor compuestas es la de Aldunzin, cerca de Goizueta. Situado entre unos sombríos montes poblados de árboles y rodeado de modestos caseríos, hacen mayor impresión la delicadeza de la composición y la finura de los perfiles. Mejor colocado estaría en la plaza de algún pueblo viejo y culto, que no en medio de aquellas agrestes montañas. Hay en Elgueta una casa, conocida por Torre-Zar (torre vieja), que encima de la puerta lleva el nombre de «Abridio» y la fecha 1564. En la fachada principal no tiene más hueco que la puerta de entrada, muy decorada; decoración que en vano pretende aliviar la sensación de tristeza producida por aquellos muros ciegos. Mucho más sencilla es la entrada al palacio de Iñigo de Abadiano; se reduce a un dintel decorado con una inscripción y sostenido por dos pilastras estriadas. Lleva la fecha de 1591 . Los dos palacetes de Elorrio tienen su acceso por arcos de medio punto, guarnecidos de elementos más o menos clásicos y con las dovelas decoradas con recuadros y florones. Todos los detalles son de un plateresco abarrocado, y no les falta más que un digno remate para ser dos espléndidos ejemplares, pese a la pequeñez de sus dimensiones. Una evolución de la composición iniciada en estas casas elorrianas, es la magnífica fachada de Eguino-Mallea. Se caracteriza por la importancia del decorado de la puerta que, enlazando con el del balcón central, da una nota de señorial distinción; este procedimiento fue muy empleado para decorar las moradas nobles. La Casa de Zabala, en Vergara, derribada hace pocos años, era uno de los buenos modelos. Este alarde de decoración que hemos visto en las portadas de Aldunzin, Unzaga, Eguino-Mallea, Zabala, etc., como cosa excepcional, aparece en la casa Arrese, de Vergara, en el balcón de ángulo, sobre un buen escudo de armas. El aspecto tristón de la fachada, de piedra gris, y los garitones de los ángulos, compaginan mejor con la desnuda puerta de medio punto que con estos alardes constructivos y decorativos. Por esta época se construyó, en el mismo pueblo, la llamada Torre Laureaga, con una discreción en el adorno que contrasta con las anteriores casas. Unicamente pusieron a los dos lados de la puerta, dos medallones renacentistas. La fachada principal es de sillería y las restantes de mampostería. El escudo, de un tamaño apropiado, no es tan menudo como los de las torres ni tan enorme como los que aparecen en el s. XVIII, y está bien labrado. La proporción ha cambiado, de la esbeltez de Ozaeta y Reazibal, a una silueta achatada y tranquila. Conserva los garitones de los ángulos y tiene un buen alero que imprime a la fachada gran carácter. Le podemos considerar como el tipo del palacio vasco de principios del s. XVII. Es curiosa la reja de la ventana que alumbra el portal, por una sentencia filosófica escrita en su centro: «Ni la busques, ni la temas».

La misma evolución que hemos visto en los pináculos, remates y portadas, ocurre en las galerías y solanas; evolución que produce su incorporación a la construcción vasca, de una manera característica. Nada tiene de extraño que en un país tan húmedo, con sus nieblas y brumas pertinaces, se preocuparan los constructores de disponer habitaciones o lugares adecuados para gozar del sol durante los cortos días del invierno. Todos los habitantes del País disfrutaban de sus bondades. Los agricultores aprovechaban sus rayos para que los frutos del campo recogidos antes de tiempo terminaran de madurar; los señores holgaban en las solanas de sus palacios en animadas tertulias, y más de un religioso leería sus preces en las galerías conventuales. En las primitivas casas fuertes no existían verdaderas solanas; eran edificios destinados, ante todo y sobre todo, a guerrear, y, como tales, cada uno de sus componentes tenía una misión bélica que cumplir, sin que hubiera lugar para el sosiego agradable. Después de los primeros balbuceos, aparece en las construcciones del s. XVI formada la solana señorial vasca, construída con piedra sillería, formando unas arquerías que apoyan en columnas clásicas. Las más antiguas -Ozaeta y Ojirondo son antepechadas, con un murete ciego, evolucionando en el siglo siguiente a las barandas de hierro -Laureaga- o balaustres de madera, como tenía el de Allendesalazar; enorme caserón, con las fachadas pintadas, y derribado hace pocos años. En la señorial Vergara, hay una hermosa casa empezada a construir el año 1663, por Antonio López de Zuloaga y Magdalena Pérez de Bereterio, cuyos escudos aparecen en la fachada principal, que tiene dos galerías: una al Mediodía y otra al Norte. Son renacentistas, de tres arcos, con capiteles delicadamente labrados. Es de notar el refinamiento de estos vergareses ilustres que contaban con una loggia orientada al Norte para defenderse del calor en la sombría villa guipuzcoana. Las solanas de los palacios y casa rurales no han sufrido el influjo de los diversos estilos que en la Historia del Arte ha habido, y trataremos de ellos en momento oportuno.