Sin Asignar

MUJER (HISTORIA: ANTIGÜEDAD)

El testimonio arqueológico. Epígrafe e iconografía religiosa. Amén de los datos aportados por los autores grecolatinos, especialmente del griego Estrabón que, como se sabe, utilizó los materiales de geógrafos anteriores como Poseidonio, Eratóstenes, Artemidoro y Polibio, la investigación arqueológica ofrece datos de interés sobre la sociedad, costumbres y creencias de los vascos bajo la dominación romana. M. Lourdes Albertos, que ha estudiado muchos de ellos (1952, 1966, 1970, 1972), señala la posición destacada de la mujer en los fragmentos recogidos. Observamos que hay varias inscripciones en que se menciona el nombre de la madre solamente: Appa y Serma, de Contrasta, y acaso Plendia de Eguílaz, con nombres indígenas, Anutisema Octavia, con nombre no romano y sobrenombre latino, de Lapuebla de Arganzón, Materna (n.° 68) de Iruña. Se mencionan el padre y la madre en Gastiain, n.° 25, Recturus y Ambata; en la familia completa de Assa, T. Sempronius Titullus y Aemilia Titulla; en la de Foronda, Exuperius y Materna. Pero quizá lo más llamativo sea la frecuencia del nombre Maternus, Materna y que algunos hijos llevan un cognomen procedente del nombre de su madre: el hijo de Aemilia Titulla, de Assa, se llama C. Sempronius Aemilianus; el hijo de Materna, de Foronda, se llama Maternianus; el de Materna, de Iruña, se llama Sempronius Maternus. No se encuentran alusiones al avunculado; en cambio, en una inscripción de Iruña parece hablarse del tío paterno. (Vid. sobre todo esto J. Caro Baroja, Los pueblos del Norte, pp. 48 ss.; J. González Echegaray, Los Cántabros, pp. 99 ss.). De estos restos arqueológicos han podido inferirse, asimismo, los nombres e incluso las funciones de las deidades de la religión o religiones vascas. Ya en plena romanización, deidades locales y grecolatinas conviven en la epigrafía. Una descripción (Avieno: Ora marítima) de la costa del golfo de Vizcaya procedente del s. VI a.C. nos da noticia de tres templos dedicados a diosas a las que la descripción llama Afrodita. El primero de ellos, como apunta Schulten (RIEV, 1927), está en un cabo de Venus, al comienzo de la costa septentrional. Restos de uno de ellos fueron hallados por Schulten, Serapio Múgica y otros en las excavaciones efectuadas en 1926 en el cabo de Higuer (Hondarribia) bajo los restos del templo cristiano de San Telmo, patrón de los navegantes. En una cueva de Marquínez (Alava), en las estribaciones de la sierra de Izkiz, rodeada de cuevas artificiales, se halla, labrado en la roca, un bajorrelieve que representa a un hombre en actitud implorante ante la que se supone sea la diosa Epona, sobre su caballo. Las figuras de la diosa se han conservado en más de ciento veinte monumentos de la Galia, Germania, Britania, etc. Se suele representar de tres modos: el estante, el sedente y el ecuestre. La de Marquínez es el ecuestre. Limitándonos a las lápidas vamos a citar dos deidades femeninas aquitanas que aparecen esculpidas en sendas aras toscas y rudas. No llevan inscripción salvo una en honor a Baicorrix. Madrazo las describe así: 1. Está la diosa representada desnuda, con el cabello trenzado en forma de rollo que contorna, a modo de tocado o nimbo, su enorme cabeza; tiene las piernas separadas y en la mano derecha una honda con dos piedras dentro. Ocupa el centro de una hornacina o nicho rectangular, que tiene por frontón un tablero decorado con unas molduras arrolladas a modo de hélices o volutas, puestas en sentido inverso. 2. Es el hallado en Luchon con el ara de Baicorrix. Es una estela puntiaguda en que está grabada, en relieve muy bajo, y más bárbaro si se quiere que la anterior, la figura de otra diosa, que más parece embrión de rana; y a no ser por las dos pelotitas que quieren imitar sus pechos, más se la creería vestida que desnuda. Su mano derecha aparece doblada hacia arriba y la izquierda no existe: está como oculta dentro de un bote o vaso cilíndrico. Hay por último en esta tosca imagen algo que la caracteriza como hermafrodita. La lápida de Andrearriaga (Oyarzun, G.) (Andrearriaga: lugar de la Piedra de la Señora) es una piedra de arenisca de 1,50 m. de altura, toscamente tallada. El dibujo es de aspecto infantil y representa a una especie de jinete y la inscripción: VILBELTESO NIS. Se ha barajado que es una estela funeraria en honor de una deidad femenina indígena. El sufijo -son(n, podría identificarse con el aquitano -xo(n de los nombres míticos vascoides, presente también en Oiasso. Una cita de 1470 se refiere a esa piedra como: «somo el camino que diz que se llama Andrearriaga al mojon que ficimos poner en la dicha altura más abajo de una piedra que está en el camino público que va de Oyarzun a Fuenterrabía, que parece que está puesta para algún difunto» (hoy en el Museo Municipal de San Sebastián). Según Estrabón, los pueblos vecinos de los celtíberos hacia el Norte adoraban a un ser divino durante las noches de plenilunio (III, 4, 16). En la Edad Media (Aimeric Picaud, s. XII), este ser, u otro parecido, se denomina por los nativos Urtzi (lo celeste), palabra no dotada de sexo. Los nombres de la semana, Os(r)-tzegun y Os(r)tirala aluden, al parecer, al mismo. Azcue (Cancionero Popular Vasco, s/ d, 15-16) así lo consigna y añade detalles de interés: «Los vascos, aun los actuales, tienen, fuera del dialecto bizkaino, para designar el mismo concepto, la palabra orzegun con su variante ostegun: día de Orzi. Orzi siginifica, además, «firmamento», confundiendo así nuestro pueblo, como varios otros de la antigüedad, las ideas de «firmamento» y «Dios». Júntese a esto una resolución acordada el año 539 por el Concilio provincial de Narbona, advirtiendo de paso que los vascos orientales de entonces, los del Alto Aragón y los de Zuberoa, lindaban con cristianos pertenecientes a aquella provincia eclesiástica. En el canon 15, dijeron los Padres del Concilio: «Oímos que muchos celebran los jueves a la manera de los paganos. Quien, excepto los días festivos, solemnizase estos días, sea excomulgado y haga un año de penitencia, si es persona libre..., etc.». La llegada del cristianismo significó la conversión del ser divino en un ente sexuado, masculino: Jaun Goikoa, launinco en la estela de Abadiano del s. XII, Jainkoa en apócope.