Montes

Montejurra

A fines del franquismo, Montejurra se convirtió en un espacio disputado. Percepciones carlistas antagónicas mostraron su creciente distancia en los actos de la simbólica montaña. Desde mediada la década de los sesenta, conforme la evolución ideológica del carlismo de Carlos Hugo de Borbón Parma se hizo más patente, surgieron voces que reclamaban la herencia tradicionalista. Además de las rupturas internas, los conflictos personales y la aparición de organismos disidentes, el control de los actos de Montejurra de cada año fue convirtiéndose en ocasión propicia para los enfrentamientos. El carácter de estos eventos a fines de la década de los sesenta y primeros setenta recogió la evolución socialista y autogestionaria de Carlos Hugo y su equipo. A partir de 1968, cuando la familia real carlista fue expulsada de España, esa evolución se radicalizó. Los actos de la montaña estellesa se convirtieron de forma muy clara en una plataforma de oposición al franquismo que se vio apoyada por otros grupos no carlistas. Frente a ello, desde sectores opuestos a esta evolución se fue extendiendo la idea de recuperar el tradicionalismo como factor clave de la conmemoración. Ambas visiones mostraban su incompatibilidad esencial, pues reivindicaban la autenticidad para sí mismos y la rechazaban en los contrarios. Los incidentes y llamamientos se repitieron con especial intensidad en las convocatorias de la primera mitad de los años setenta, pero sin llegar a consecuencias trágicas.

Esta escalada acabó estallando en los actos del 9 de mayo de 1976. Las apelaciones a la reconquista de la cumbre desde los sectores tradicionalistas, vinculados a Sixto Enrique de Borbón Parma, mostraban la relevancia simbólica de la montaña. Mientras, su hermano Carlos Hugo había asumido en 1975 la pretensión dinástica por renuncia de su padre don Javier. Para el tradicionalismo la cumbre estellesa había sido usurpada y, por tanto, consideraban necesaria su recuperación, recurriendo para ello, si fuese necesario, a una acción violenta. Apoyados por la presencia de ultraderechistas internacionales, algunos integrantes de este sector organizaron la que calificaron como reconquista de la montaña y la restauración de su sentido tradicionalista. Del mismo modo, desde el carlismo autogestionario de Carlos Hugo, Montejurra implicaba la clarificación del carlismo y su carácter popular, el descubrimiento de su realidad esencial y una forma de mostrar el rechazo al régimen de Franco y a la situación política que éste había dejado.

Las ametralladoras, subfusiles y armas cortas instaladas en la cúspide de la montaña por los seguidores de Sixto de Borbón Parma hicieron fuego, mientras en la explanada del Monasterio de Irache se producían enfrentamientos con barras, palos y pistolas. Como resultado de todo ello murieron dos seguidores de Carlos Hugo (Aniano Jiménez Santos y Ricardo García Pellejero). En sus funerales se insistió en su simbolismo, que encarnaba al verdadero pueblo, la libertad y la verdad. Los fallecidos pasaban a formar parte de los mártires del carlismo y su ejemplo se convertía en semilla del carlismo que se quería impulsar, alimentando la carga significativa de la montaña.

Lo ocurrido en Montejurra era una manifestación concreta del clima de conflicto más amplio por las implicaciones internacionales y las acciones/omisiones gubernamentales, dentro de la compleja situación española del momento. Buena muestra de ello es el proceso abierto por estos asesinatos. Tres fueron los implicados, pero las turbulencias que el sistema político y judicial vivía en esas fechas complicaron la tramitación efectiva de sus condenas. La amnistía del 15 de octubre de 1977 los sacó de la cárcel, al considerar lo ocurrido de intencionalidad política y, por tanto, acogido a la amnistía.

A partir de ese momento, el acto acentuó su declive. De hecho, el correspondiente a 1977 fue prohibido desde el gobierno, aunque se llegó a celebrar en torno al castillo de Javier. Además, coincidió con una campaña electoral en la cual Montejurra siguió vivo en la denominación adoptada por el Partido Carlista de Euskadi/Euskadiko Karlista Alderdia (EKA), dado que como tal partido no fue admitido para concurrir a las elecciones del 15 de junio de 1977. Esto afectó a los resultados de la plataforma electoral constituida al efecto, que quedaron muy por debajo de las expectativas (Gipuzkoa, 0'1% de los votos y Navarra, 3'2%). Tras su legalización como partido meses después, Montejurra mantuvo su presencia en EKA a través del acto anual, aunque su presencia electoral disminuyó. Así, en las elecciones generales de 1979 obtuvieron 25.998 votos en el conjunto de las cuatro provincias, pero el 75% de ellos en Navarra. La división del carlismo en diversas ortodoxias enfrentadas llevó a la pérdida de su ascendiente popular, muy afectado también por el peso de una historia que no hizo fácil asumir por la militancia y sus simpatizantes el cambio de discurso en tan breve período de tiempo. Los sucesos de Montejurra en 1976 afirmaron una imagen tópica del carlismo como fuerza montaraz, más apta para la sublevación que para los nuevos tiempos de consenso.

Desde entonces, la asistencia a los actos decayó de forma considerable, en paralelo al decrecimiento del carlismo como fuerza política. Incluso la propia simbología de la montaña fue perdiendo presencia, más allá del mantenimiento testimonial del acto.