Islas

JAPÓN

Se ha hablado de cierta relación de la lengua japonesa y el euskara pero sin ningún fundamento serio. Ya el bilbaíno Rementería afirmaba, empujado por su fantasía, que después de la desaparición de la Atlántida, habitada por los éuskaros, varios de éstos se corrieron al Japón donde todavía habitarían sus descendientes en la parte montañosa del Imperio. En los años de la preguerra de 1936 la representación diplomática japonesa veraneaba en San Sebastián, en Ondarreta. El ministro japonés Arata Aoki tuvo la gentileza de traer plantas de cerezos japoneses para los jardines de San Sebastián. Pero aparte de estas relaciones y creencias legendarias la única historia real e importante es la de los misioneros vascos. El primer misionero vasco en el Japón fue Francisco de Javier. Llegó al país procedente de Malaca el 15 de agosto de 1549 concretamente a Kagoshima, al sur de las islas. Hubiera preferido llegar a Meaco, la ciudad principal en la que reside el rey y los grandes señores. Cuenta esta ciudad con una universidad y cinco grandes colegios y más de doscientas casas de bonzos, gixu y amacala, es decir a manera de frailes y monjas. Xabier estudia las costumbres y penetra y conoce la conciencia de las gentes. En sus cartas, escritas a su regreso desde Cochin, en 1552, retrata el carácter y temperamento de los japoneses. Dice que su religión les induce al sacrificio de la vida suicidándose en obsequio de los dioses. Un año permaneció en Kagoshima. Los bonzos lograron la expulsión de los misioneros. En vista de ello se trasladaron a la isla de Firado en el reino de Figen, y de ahí a Amanguchi, una ciudad de más de diez mil vecinos con casas de madera. Predicando por las calles, acudiendo sin temor a las casas y palacios, manteniendo controversias, entre burlas y escarnios de todo género, atropellados y perseguidos constantemente por niños y mayores permanecieron algún tiempo hasta que visto el poco fruto que se hacía decidieron continuar la marcha a la capital japonesa. Tardaron dos meses en llegar a Meaco (que pronuncian Miyako) pero estaba destruida a causa de las guerras continuas que asolaban aquellas tierras. No consiguiendo nada memorable decidieron regresar a Amanguchi. Conocedor ya del ambiente indígena cambia de táctica a su regreso a Amanguchi. Con solemnidad, «vestido mejor» y llevando consigo dos o tres mozos, el enemigo del boato presentóse al rey, al poderoso señor Ouchi Yoshitaka, haciéndole entrega de las cartas que llevaba del visorrey de la India, García de Sa, y del obispo, don Juan de Albuquerque, así como las «trece piezas entre las cuales llevaban un clavicordio, un reloj, algunos paños de Portugal, vino y otras cosas nunca vistas en aquella tierra». Agradecido el rey les ofreció mucho oro y plata; rechazado por Xabier solicitó en cambio licencia para predicar la ley de Cristo. Al hacerlo, el rey les hizo donación de un «monasterio a manera de colegio». Dos veces al día se predicaba en el monasterio. Dice el apóstol vasco que «al fin de la explicación siempre había disputas que duraban mucho». «Continuamente -añade-estábamos ocupados en responder a las preguntas y en predicar: venían a estas explicaciones muchos banzos y bonzas, e hidalgos y otra mucha gente: casi estaba siempre la casa llena; y muchas veces no cabían en ella». En las Memorias del padre Amado Villión, de las Misiones Extranjeras de París, muerto en Tokio el año 1929, se da cuenta del hallazgo, al cabo de los siglos, de la escritura o acta de donación del citado «monasterio» llamado Daydóoyi. Dice así la traducción del documento hallado por el archivo de Amanguchi, Kondo Kiyoshi, y entregada al Padre Villión: «Asunto del Daidóoyi, en la Provincia de Suwo, distrito de Yóshiki, ciudad de Yamaguchi: Se autoriza a los bonzos venidos de Occidente con el fin de predicar la ley de Buda, para que puedan reconstruir los dichos templo y casa. Y en fe de ello, se les ha extendido la presente acta de autorización conforme a su petición y deseo. Era de Tembún, año 21, mes 8.° día 28 (17 de septiembre de 1552). Suwo no Suke (hay un sello)». Advierte el padre Villión que este documento, firmado por Ouchi Yoshinaga, es el remitido al padre Cosme Torres un año después de la partida del Santo; la primera acta otorgada por Ouchi Yoshitaka sin duda pereció en las turbulencias e incendios de 1551 , en las que el mismo Yoshitaka fue asesinado, y su sucesor Yoshinaga hubo de renovarla al sucesor de Xabier con este documento. Años más tarde por el hallazgo de un mapa de esa misma época, pudo conocerse el emplazamiento que ocupaba el templo Daydóoyi. Trabajando sin descanso por espacio de dos meses lograron bautizar a quinientas personas. No obstante Xabier estaba persuadido que para lograr la conversión del Japón «era muy conveniente que precediera el ejemplo de los chinos», dado el gran influjo de éstos sobre los japoneses. En Rodríguez se recoge una relación de la despedida hecha a Xabier. Fue escrita por un cristiano japonés. Dice así: «El santo Padre Francisco Javier, teniendo que dejar Yamaguchi, llamó y reunió a todos los cristianos sus discípulos, alentándolos y exhortándolos a perseverar en la fe que les había enseñado: diciéndoles que en la vida presente hay siempre penas, persecuciones y peligros, pero que éste es el camino más seguro para entrar en el reino de los cielos; que les dejaba en su lugar al padre Cosme Torres y al hermano Juan Fernández para ayudarlos, consolarlos e instruirlos; y que pusiesen toda su esperanza en Dios, a quien los confiaba. Estas y otras cosas les dijo llorando al mismo tiempo con ellos; y todos se pusieron de rodillas en la iglesia y rezaron entre suspiros y lágrimas. «Cuando acabaron de rezar el padre se despidió del padre Cosme de Torres y del Hermano, dándoles una afectuosa bendición, quedando un momento con los brazos extendidos sobre cada uno de ellos mientras decía, con los ojos llenos de lágrimas y elevados al cielo: Ahora más especialmente os confío y encomiendo a Dios y a su divina palabra del Evangelio, que tiene poder de edificar y de otorgar la eterna herencia de la bienaventuranza a todos los que la oyen y padecen por ella. Este mismo Señor os dará las fuerzas necesarias y os alentará en adelante». «Y dijo todo esto con tal energía desde el fondo de su corazón como quien supiera que no iba a verlos más en esta vida, y así se partió». «Todos querían acompañarlo, pero él no lo consintió. Aceptando solamente que en nombre de todos le acompañasen hasta Bungo dos «samurais» (caballeros) que habían sido bautizados dos meses antes teniendo que perder más de tres mil cruzados de renta que les confiscó el dáimyo por haberse hecho cristianos. Llevaba, además, por compañeros a Bernardo y a Mateo, a quienes quería enviar a Europa desde Goa. Pero a pesar de tener las piernas hinchadas no consintió que le llevara nadie el hatillo de los ornamentos de celebrar, diciéndoles que eran cosas santas y que él mismo las tenía que llevar». Salió para Bungo, después de haber permanecido en Japón dos años y tres meses. Trabajaban ya allí grupos organizados, fermentos misioneros que habían de florecer pocos años después. Japón quedaba bajo la protección de San Miguel Arcángel. Fue ésta una de las primeras preocupaciones de Xabier. El 5 de febrero de 1597 es crucificado en Nagasaki el franciscano San Martín de Loinaz. En la edad moderna también los misioneros vascos han dejado su huella en Japón. Se destacan dos figuras de gran relieve, Mgr. Xabier Mugaburu, arzobispo de Tokio (1850-1910) y el P. Sauveur Candau (1897-1955). Refs. Basaldua, P. de. Ignacio de Loyola y Francisco de Xabier, Buenos Aires, «Ekin», 1946; R. Moreau, Histoire de I'âme basque, Bordeaux, 1970; Laffite, G. Aspaldiko gauzak, San Sebastián, 1936.