Topónimos

Irun. Historia

Antes de hablar de los romanos en Irun es preciso conocer la situación física de la ciudad, entonces en la costa. El mapa que publica Banús es harto significativo.

"La ría del Bidasoa, en veinte siglos, -dice- ha cambiado enormemente; los acarreos de tierra por la lluvia que vierte al río -sobre todo por la deforestación: hoy el "saltus vasconum" no existe- han formado vegas en zonas donde entraban las embarcaciones en la época romana. Pruebas patentes de ello son el muelle desaparecido junto a la iglesia del Juncal, el nombre de este templo al pie de la colina de Beráun y este mismo nombre que yo relaciono con el del plomo en vascuence, de donde deduzco que allí, lo mismo que en el otro Beráun, el de Rentería, habría un cargadero del mineral de Arditurri". "Pues bien -sigue diciendo-, en el mapa he dibujado la actual línea de costa y más al interior la línea que señala en los mapas topográficos la primera curva de nivel; así, entre ambas queda señalada la zona sombreada con un rayado más claro que podemos suponer era también, en gran parte, navegable en tiempos romanos. Viendo este mapa, se ve muy claro cómo pudo ser el marco geográfico de Irún en el siglo I cuando las naves romanas venían a cargar el mineral de Oiason para trasladarlo a Burdigala, Burdeos".

(Glosas euskaras, p. 176-177).

La primera cita de Oiasso, Oiarso, población a orillas del mar en el confín de los vascones, data por lo menos del tiempo de Estrabón (65 al 20 a. de J.C.). Esta ciudad se ha solido identificar con San Sebastián (Dr. Camino), Hondarribia (Moret), Oiartzun (Schulten), Irun (I. Barandiarán). El actual cabo Iguer, se denominaba promontorio de Oiasso que se halla en Hondarribia, a la salida del valle del Bidasoa en que se encuentra Irun. El nombre de Oiasso parece estar integrado en Bidaso, probable contracción de Vía ad Oiasso. Debió existir una navegación en el golfo de Bizkaia que visitaba puertos entonces importantes como Burdigala (Burdeos), Lapurdum (Baiona) y Oiasson (Irun-Hondarribia).

"El año 1790 se hallaron en dicho pueblo, casi a orillas del río Bidasoa, cerca de los prados que llaman de Beráun, junto a los Juncales, hasta donde alcanza el mar con sus crecientes, varios trozos de piedras y ladrillos de extraordinaria labor, y entre estos fragmentos tres medallas de oro, además de otra de cobre, todas romanas, y las únicas de que se tenga noticia haberse encontrado de Guipúzcoa"

(Dr. Camino. Discurso...).

Dos de las monedas de oro eran, una de Adriano y otra de Faustina la Mayor. La de bronce procedía de la colonia de Cesaraugusta. En 1969 descubría Jaime Rodríguez Salís, en pleno centro urbano de Irún, un depósito arqueológico en estratigrafía distorsionada pero claros caracteres romanos. Ignacio Barandiarán resume estos hallazgos así:

"En la plaza del Juncal un minucioso trabajo de recuperación ha dado con excelentes muestras cerámicas de sigillata sudgálica (de talleres de La Graufesenque y Montans), hispánica y aretina y variadas formas de especies comunes de producción local o regional. En numismática ha de señalarse un as colonial de Tiberio. El estudio efectuado por J. Lomas, Rodríguez Salís y J. L. Tobie certifica la existencia en Irún de un importante núcleo de población que encaja en un ámbito cronológico incluible entre los años 25 antes de C. y hasta 150 después. Irún en aquel tiempo sería una ciudad densamente ocupada con un nivel de vida de relativo confort, caracterizada por sus relaciones comerciales bastante intensas con la vecina Aquitania. Irún es la primera población romana que se descubre en Guipúzcoa: por el momento la única localizada en Guipúzcoa y Vizcaya y parangonable -por los materiales arqueológicos que se van recuperando- a las de Iruña (junto a Vitoria). Pamplona, San Juan el Viejo o Bayona en época romana.

No es arriesgado sospechar que el yacimiento del Juncal y lo que en sus inmediaciones pueda descubrirse deba corresponder precisamente al casco urbano de aquella Oiason de los Vascones que por el cambio de Era se relacionaba con los romanos. Finalmente debe hacerse mención del yacimiento de Santa Elena, también en Irún, excavación realizada en 1972, durante dos meses largos de trabajo con la ayuda del ilustre ayuntamiento de la Villa. Se halla situado dentro del recinto de la actual ermita de Santa Elena (edificio de mediados del s. XVI), en el lado Sureste del casco urbano de Irún: sobre el viejo camino a Francia, la calzada real Madrid-Behobia. Y a no más de medio kilómetro del emplazamiento romano del Juncal. En el interior de la Iglesia se ha dado con una secuencia estratigráfica en que se suceden de abajo arriba: una necrópolis romana de incineración: un recinto rectangular construido sobre ella, probablemente en época imperial algo avanzada: una posterior utilización de este recinto. en la Alta Edad Media, como templo cristiano: la serie de edificaciones que. finalmente, se levantaron desde el siglo XVI, cubriendo y rodeando tanto la necrópolis como aquel recinto rectangular antiguo. La necrópolis de incineración muestra una notable densidad de concentración de los depósitos, pues, habida cuenta de los sondeos y remociones que en épocas posteriores han afectado a su entidad, en una superficie en torno a los 80 metros cuadrados prospectados se han llegado a localizar ciento seis urnas.

Son éstas fundamentalmente formas de cerámica común, de procedencia sin duda local o de un área geográfica próxima: resultan bien semejantes a algunas de las recogidas en St. Jean le Vieux, Pamplona, Liédena, Iruña y en varias cuevas alavesas y vizcaínas en que se dio una ocupación esporádica en época romana (así Lumentxa, Arezti, Santimamiñe, Solacueva, etc.). Debe señalarse el predominio de las ollae (de cuerpo cilíndrico o troncocónico de paredes algo abombadas; con borde-labio horizontal, al estilo de la kalathoi; con estrías sobre ese labio y un peinado de la superficie exterior del cuerpo), algunas vasijas globulares de mayor tamaño, oenochai, etc.

Su cronología, como es sabido, no es fácil de establecer: del estudio comparativo con las formas bien datadas de la estratigrafía que en Pompaelo estableció M.ª A. Mezquíriz puede deducirse una fecha altoimperial para el conjunto de cerámicas comunes de Santa Elena. No se observa en las urnas de esta necrópolis acondicionamiento alguno que las rodee ni el menor indicio de cubierta: al parecer se depositaban sobre la superficie del suelo (con cenizas de cremación no perfecta: en las que se han determinado varios fragmentos óseos sin quemar) y eran cubiertas con tierras de alrededor, siendo sólo posible que se empleara alguna tapadera de tabla de madera o corteza.

En un solo caso se ha usado como urna cineraria un recipiente de mayor valor que aquella vajilla común de cocina. Se trata de una gran botella de vidrio (mide 32 cm. de alto por 17 de diámetro; es alta y de cuerpo cilíndrico; con asa cubierta de costillas en relieve), correspondiendo al tipo 51b del catálogo de Isings; la mayor parte de los ejemplares de esta forma pertenecen a época flavia, concentrándose en la segunda mitad del siglo I de la Era llegan a darse hasta en la segunda mitad del II (el caso más reciente se recuperó en el cementerio de San Severino, en Colonia, en un contexto de inicios del siglo III). Esta botella -que contenía también cenizas de cremación humana- se hallaba dentro de un recinto cuadrado (de tres metros de lado), formado por bloques pequeños regularmente escuadrados y colocados en seco, como posible cella. En las tierras que cubren inmediatamente el depósito de urnas se han hallado varios fragmentos de sigillata, algunas cuentas de collar de pasta vítrea, alfileres de hueso, dos fíbulas y vasitos de vidrio. Junto a la boca de una de las urnas se recuperó un vaso de sigillata, de la forma Dragendorff 29/37, que fundamentalmente se dataría en el último cuarto del s. I d. de C.: en un sentido amplio, entre los años 70 y 125. Los datos indicados sobre tipología material, y el mismo sistema de incineración que en el siglo II comienza a ceder ante la inhumación para ser sustituido completamente por este modo en el III (así ha observado R. Etienne, por ejemplo, en las ricas necrópolis romanas de Burdeos), sirven para encuadrar provisionalmente la utilización de la necrópolis de Santa Elena en un período de tiempo que no iría más allá del año 50 d. de C. ni acaso sobrepasa los 150 d. de C.

Es una necrópolis -al parecer- de gentes modestas, con escaso ajuar y normalmente con el simple depósito de las urnas que son vasijas de cerámica común- en el suelo sin ningún tipo de monumento que las resguarde o de estelas de dedicación. Inmediatamente sobre la superficie de la necrópolis se construyó un edificio de planta rectangular (con separación interior, por muro medianero, en dos recintos). de siete metros de largo por cuatro y medio de ancho. El aparente carácter romano de su aparejo (en tosco sillarejo de arenisca procedente del flysch costero próximo) se certifica por el depósito de tejas (tegulae e imbrices) que formaran su cubierta: el tipo de esa teja, admitiendo sus dificultades de precisión cronológica, permitirá datar la construcción del edificio antes del Bajo Imperio, quizá muy poco después del momento en que aquella necrópolis dejó de utilizarse. Hasta el momento carecemos de otros elementos arqueológicos de más segura datación, si no un pequeño bronce de Constantino el Grande (306-337) acuñado en la primera ceca de Arlés.

Más difícil resulta determinar la función del edificio: dentro de lo posible entra su carácter de templo, en el tipo de forma rectangular dividida en dos estancias interiores (una cella para el culto, precedida por una antecámara), de tamaño pequeño, según ejemplos conocidos en Inglaterra, Francia y Alemania. Luego se transformaría en templo cristiano a fines del siglo X, lo más tarde.

(Ref. I. Barandiarán. Guipúzcoa en la edad antigua, Zarauz, 1973, p. 80-90).

También en el término de Irún se hallan las labores romanas de las minas de San Narciso, Zubelzu y Elatzeta (barrio de Olaberría).

BEL