
Frente al elevado número de arquitectos vascos que durante este período trabajaron en Euskal Herria, contrasta la reducida cifra de escultores y pintores de los que se tiene noticia. En ello influyó, sin duda, tanto la crítica situación por la que pasaba la Iglesia, pero también, otro tipo de circunstancias como la escasa idoneidad de los modelos clásicos -inspirados en la mitología grecorromana- a la hora de inspirar la iconografía religiosa, el gran número de obras artísticas de otros períodos que las autoridades religiosas atesoraban en sus iglesias y el carácter desornamentado, austero y sobrio -potenciando la claridad y la amplitud de los espacios- de las nuevas iglesias.
En estas circunstancias, nuevamente la única disciplina que destacó fue la escultórica en el diseño de las nuevas trazas y de las piezas escultóricas de los retablos.

El panorama pictórico, sin ser mucho mejor, sí comenzó a vislumbrar un futuro más prometedor. Las instituciones provinciales, las autoridades municipales y la creciente burguesía, comenzaron en el siglo XIX a solicitar retratos, naciendo así una nueva demanda que, fundamentalmente, se desarrolló en la segunda mitad del siglo. De todos modos, la mayoría de las obras que conservamos de este período pertenecen a pintores que prestaban sus servicios en la corte; entre ellos, destacaban Antonio Carnicero, Vicente López y Luis Paret. El único pintor de quien tenemos constancia que trabajó en nuestro territorio fue Juan Ángel Sáenz, que realizó vistas de Vitoria.