Artesanía

Gorosta y Asula, Ramón de

Soraluze, 03-03-1834 - Murcia, 20-08-1889. Armero y jesuita guipuzcoano.

Hijo de un miliciano carlista (su padre fue armero del General Cabrera, muriendo prematuramente tras la Iª guerra carlista), Ramón de Gorosta parecía destinado a engrosar las filas carlistas y, acaso, dedicarse en su Soraluze natal a la armería, arte en el que mostraría inteligencia y destreza.

Ya desde el mismo día de su bautizo sufrió la guerra, cuando al caer en manos de soldados liberales, estuvo a punto de ser arrojado al río Deba, si no fuera porque fue rescatado prodigiosamente por voluntarios carlistas.

La primera opción que le sugirió su padre fue trabajar en el taller de armas que éste tenía en los sótanos de su casa. Contaba con doce años y para entonces ya había abandonado la escuela. Allí preparaba limas, brocas, taladros... y se curtía en la forja del acero, pero también pudo profundizar en el gremio armero: conoció a los hermanos José Ignacio y Baltasar de Ibarra, quienes le animaron a unirse a su taller de armería. En este taller (uno de los mejores del pueblo) se labraban fusiles, carabinas y pistolas, que luego eran enviados a las prestigiosas Reales Fábricas de Armas de Placencia, para su examen y aprobación. De esta experiencia le quedó el dominio del oficio y unos excelentes maestros, que pronto apreciaron la habilidad del joven -y rudo- artesano armero.

Gorosta vivió un ambiente laboral de gran incertidumbre: era una época en que el sector armero atravesaba tiempos difíciles, en la que, por razones estratégicas de defensa, el Estado estaba alejando la actividad fabril armera hacia Asturias, fomentando la desaparición de los gremios, o, quizá peor -tras prestar servicio a la corona durante más de 300 años-, abandonando a su suerte a las Reales Fábricas de Placencia. Obligado a encontrar trabajo -como hijo mayor de un armero que por entonces ya se encontraba enfermo-, el joven Gorosta tuvo que aceptar, en 1858, un empleo en la fábrica de municiones de Orbaitzeta, que le ofreció el coronel-director José de Tellería y que mantuvo hasta 1860. Allí trabajó como oficial de cerrajero, un concepto laboral muy distinto al de Soraluze -una cosa era fabricar armas de fuego y otra la munición-, que incluía el oficio de moldeador y fundidor, aunque sus conocimientos de forja de cañones y fabricación de armas le sirvieron de gran ayuda.

Una vez cumplido su contrato, en 1860, Gorosta regresó a su pueblo natal, donde permaneció solamente tres meses. Su único hermano, Tiburcio, había sido víctima de una intriga tramada por un influyente clan del pueblo y andaba zanganeando por Madrid; Gorosta marchó a salvarle. En el verano de 1860, el joven Ramón dejó Soraluze, iniciando el viaje a lo largo y ancho de la península que le llevaría, primero, a alcanzar el éxito en el oficio armero y, luego, a ingresar en la Compañía de Jesús. Nunca más regresaría a su tierra natal.

Tras haber localizado a su hermano (a quien convenció para volver a casa), se le abrieron las puertas para trabajar en la Maestranza de Madrid, en donde fue admitido con un sueldo de 500 reales mensuales (superior al de un armero, ¿tal vez como maestro especial?). En esa época las Maestranzas -existieron cinco en el siglo XIX- eran centros que se dedicaban a la construcción y reparación, centros en los que se recomponían montajes, carros y útiles para el servicio; su origen se remonta a los Reyes Católicos, pero en 1867 perdían su carácter, convirtiéndose en Parques y almacenes de depósito. A decir verdad, se trataban de depósitos de armas, más que de fábricas armeras, ramo en el que la industria vasca fue pionera en la Península. Fue allí, mientras reparaba armas del ejército real, en donde Gorosta desarrolló realmente sus ideas más originales. En Madrid, ideó dos aplicaciones que terminarían convirtiendo armas desechables (por ser antiguas) en otras de gran utilidad: en primer lugar, inventó una llave que convertía las carabinas de sistema antiguo en carabinas de percusión, que serían muy aprovechadas como armamento de reserva; además, fabricó una llave que permitía colocar, a modo de bayoneta, un machete al extremo del fusil, con lo que añadía un doble uso a las antiguas armas largas de fuego. De hecho, el cuchillo-bayoneta para el armamento Mauser -que comenzó a construirse en Toledo a finales del siglo XIX- se basa en el concepto de Gorosta; y es que éste intuye, probablemente antes que ningún otro, el doble empleo que podía darse a la bayoneta (las bayonetas tenían hasta entonces una sola función; no eran ni machetes ni espadas).

En agosto de 1862, recibió de su madre una noticia que había aguardado durante toda su vida -su aspiración desde niño-, la que decía que le autorizaba para ingresar en la Compañía de Jesús. Cuando fue admitido por la Compañía y destinado al noviciado del Puerto de Santa María, Gorosta pasó a convertirse en un enfermero ejemplar. Rara vez se apartó a partir de entonces de la misión que, creía, le tocó cumplir: el cuidado de los necesitados, con caridad y humildad. También le ayudó la trágica historia política de la España del XIX. Entregado a la caridad humanitaria, asistió, como hermano jesuita, a un sinfín de moribundos y situaciones adversas originadas por las revueltas decimonónicas, en las que actuó con profundo sentido moral y humano (destaca, por ejemplo, su actuación en la revolución del General Serrano en Cádiz). La biografía que Ramiro Larrañaga publicó en 1972 contiene la esencia de los valores que Gorosta defendió a lo largo de su vida. Es apropiado reproducir su último párrafo aunque sólo sea para apreciar su dimensión humana:

"Esta es la vida ejemplar de Ramón de Gorosta, que nació de una estirpe de armeros...; que fabricó armas sin emplearlas jamás contra un semejante; que se vio envuelto en varias contiendas; y que, sin embargo, solamente esgrimió un arma que el mundo...no ha llegado a descubrir todavía: la caridad."

Gorosta murió enfermo de tuberculosis, el 20 de agosto de 1889, en la residencia murciana de San Jerónimo. Fue enterrado en la aldea de Guadalupe.