Poetas

Ercilla y Zuñiga, Alonso de

Célebre poeta épico, nacido en Madrid en 1533 y muerto también allí en 1594 (según algunos, más tarde que 1596).

Era tercero de los cinco hijos del jurisconsulto y consejero real Fortún García de Ercilla y de D.ª Leonor de Zúñiga, dama de la emperatriz, originarios ambos progenitores de sendos solares vizcaínos, radicados en la villa de Bermeo. El poeta creció en la Corte, donde sirvió como paje al príncipe heredero, el futuro Felipe II.

Cortesano, hombre de armas, viajero, lector de los autores clásicos y él mismo poeta, su vida sintetiza los rasgos fundamentales del hombre del Renacimiento. Hubo de acompañar primero al príncipe Felipe en los viajes que hizo a Flandes (1548) y a Inglaterra en 1554, año de su matrimonio con la heredera al trono inglés, la princesa María. Desde Londres embarcó en 1555 hacia América, con la expedición que, contra los sublevados araucanos, dirigía el adelantado Jerónimo de Alderete. Al morir éste en el viaje de ida, cerca de Panamá, el virrey del Perú, D. Andrés Hurtado de Mendoza, lo sustituyó con su propio hijo D. García, bajo cuyas órdenes Ercilla participó en siete batallas, descubrió y conquistó Ancud (Chiloé) y se internó en la región de Corcovado.

En el mismo escenario de las operaciones debió de componer los quince primeros cantos de su poema épico La Araucana, escribiendo muchas veces en cuero por falta de papel, y en pedazos de cartas, algunos tan pequeños, que apenas cabían seis versos, según relata el poeta. En ocasión de celebrarse las fiestas de la coronación de Felipe II como rey de España y a causa de una pendencia trivial surgida entre Juan de Pineda y el poeta, D. García encarceló y condenó a muerte a ambos contendientes, sentencia que luego sería revocada. Pero no cabe duda de que el episodio dejó una huella profunda en el ánimo del oriundo vizcaíno, quien parece haberse vengado de la actitud de su jefe concediéndole en La Araucana un lugar netamente secundario, en franco contraste con su exaltada descripción de la nobleza y valor de los caudillos indígenas.

Ercilla salió de Chile en 1558, pasando por Lima y yendo más tarde a Panamá, donde intervino en otras acciones y particularmente en la campaña que se organizó para reducir al célebre insurrecto vasco Lope de Aguirre, constituido en rey de los "marañones". Volvió a España en 1563, siendo nombrado gentilhombre de la corte y caballero de Santiago; evacuó asimismo importantes misiones diplomáticas. En 1569 aparecía en Madrid la primera parte de La Araucana, dedicada a Felipe II, y al siguiente año se casaba con D.ª María de Bazán, que aportó como dote más de ocho millones de maravedíes. Establecido en la Corte, terminó su poema épico, publicando la segunda y tercera parte en 1578 y 1589.

El poema La Araucana, dividido en tres partes y compuesto de treinta y siete cantos, viene a ser por las peculiares circunstancias que concurrieron en su composición y a las que hemos aludido más arriba, algo así como "el diario de un testigo" de la guerra de Chile (lo que vale, sobre todo, para la parte primera de la obra). En él Ercilla, admirado del indomable valor de los indígenas araucanos, canta los encuentros que sostuvieron con los españoles, poniendo de relieve la osadía, la destreza física y el ideal de independencia del pueblo de Arauco y de su jefe máximo Caupolicán, héroe auténtico de la epopeya, cuyo lustre hace empalidecer el dé los caudillos españoles. Con ello crea Ercilla el mito del guerrero araucano, habiendo sido alguna de sus estrofas tomadas literalmente por diversos cronistas del siglo XVII e incorporadas sin ulterior análisis a la historia de Chile. Al margen de la narración animada de la guerra de Arauco, intercala el vate en la segunda y tercera parte, ultimadas -como sabemos- en Madrid, visiones de carácter mitológico y referencias a otros sucesos bélicos, tales como la batalla de San Quintín, el combate naval de Lepanto, la invasión española de Portugal, cosas todas que entorpecen la marcha del relato y le restan interés. Maestro consumado en el arte de narrar, tanto por lo que se refiere al movimiento de los grandes ejércitos como a la caracterización de personajes y situaciones, el poeta se deja llevar a las tantas por el gusto de las comparaciones a la manera de la Ilíada, y de los procedimientos descriptivos de Virgilio y Ariosto, entre otros. El poema resulta, así, un tanto híbrido, con los decorados renacentistas pegados de modo postizo sobre la intensa realidad vivida por el poeta. A una semejante inspiración responde, asimismo, la visión renacentista de la naturaleza y del hombre americanos, que rezuma la obra.