Industrias

El Banco San Sebastián, 1909-1975

La gestación y trayectoria del Banco de San Sebastián, fundado en 1909, fue muy particular. La creación de lo que podríamos llamar el nuevo Banco de San Sebastián, tuvo, en algún sentido, sus antecedentes en el que había nacido en 1862, promovido fundamentalmente por la clase mercantil donostiarra. En este aspecto poco tenía que ver en su gestación con el Banco Guipuzcoano. Éste había sido impulsado por agentes de Bolsa bilbaínos, aunque pronto sería mayoritaria la participación del accionariado guipuzcoano. En el caso del Banco de San Sebastián, sus promotores fueron donostiarras ligados a la actividad comercial e industrial.

La fecha de escrituración fue el 25 de junio de 1909. Sus otorgantes fueron: el abogado Enrique Arizpe y Yarza, y los comerciantes Joaquín Lizasoain y Minondo y Marcelino Seminario Izu. En la escritura se indicaban las operaciones a las que se dedicaría la "Compañía mercantil anónima Banco de San Sebastián", que no eran otras que: "cuantos negocios u operaciones mercantiles considerara beneficiosos", aunque también se añadía que se orientaría principalmente hacia las actividades bancarias como girar, descontar, prestar, llevar cuentas corrientes, percibir depósitos, etc. Asimismo, también contemplaba como objetivos: otorgar préstamos hipotecarios, tomar parte en la creación o modificación de compañías de negocios de construcción, etc.

El capital social del Banco de San Sebastián se fijo en diez millones de pesetas, representado por 40.000 acciones de un nominal de 250 pesetas cada una. Las acciones se dividieron en dos series del mismo importe: la primera se puso en circulación inmediatamente, mientras que la segunda, se reservó en cartera hasta que las 20.000 primeras estuvieran totalmente suscritas y desembolsadas. Sería entonces y no antes, cuando la Junta de accionistas podría aprobar la puesta en circulación de la segunda mitad de títulos.

El primer Consejo de Administración del Banco se compuso de 12 vocales, además de haberse nombrado tres vocales suplentes. Era el Consejo nombrado por la junta preparatoria que se celebró en la calle del Puerto 16, el 23 de junio de 1909. En la relación de consejeros estaban los tres sujetos que habían otorgado la escritura fundacional, además de otros personajes representativos de la vida económica de la ciudad, con negocios comerciales e industriales:Ignacio Echaide y Lizasoaín; Ignacio Eguía y Elizarán; Manuel Mendizábal; Luis Gaytán de Ayala Brunet; Eugenio Londaiz Garbuno; Félix Zuazola; Martín Urquijo; Juan Bautista Arsuaga y Pío Bizcarrondo. Por su parte, Juan Azcue fue nombrado Director-gerente del Banco de San Sebastián.

En la composición del Consejo se puede advertir la relación entre el capitalismo comercial e industrial, rasgos comunes entre la burguesía donostiarra. Por ejemplo, varios de los miembros de la familia Brunet, accionistas que fueron del primitivo Banco de San Sebastián, estaban presentes en el nuevo banco de 1909. Su relación con el comercio, con la banca -ya que poseían su propia entidad financiera, de carácter familiar- y con la industria, no sólo por ser propietarios de una empresa textil, sino por sus múltiples participaciones en otras empresas, resulta evidente. Otros consejeros como es el caso de Londaiz y Garbuno, ofrecen un ejemplo más de estas conexiones entre actividad mercantil e industrial. Ligados antaño al mundo mercantil, contaban con su propia empresa familiar, además de participar como consejeros de otras, como Papelera Española, etc.

La favorable coyuntura de los años posteriores a la fundación del Banco de San Sebastián, ayudó a su expansión. En 1912, abría su primera sucursal en la provincia, en Irún. Cinco años más tarde, lo hacía en Beasain, y entre 1917-22, la apertura de sucursales fue en aumento, fruto del crecimiento del propio Banco. Este crecimiento económico se debía en gran parte, a los efectos positivos que tuvo la neutralidad española en el conflicto bélico de 1914-18, sobre la economía en general. También para Guipúzcoa fueron años de prosperidad, prolongándose incluso más allá del final de la I Guerra.

Por lo que se refiere a algunos indicadores económicos, se puede apreciar el buen momento que vivió la entidad financiera durante su primera década de existencia. Por ejemplo, los resultados favorables se multiplicaron por más de 16, entre 1911 y 1920. Durante la década de los 20, los beneficios líquidos se mantuvieron de forma continua, aunque también hay que señalar que, al terminar la década de los 20, se alcanzó un nivel que no pudo superarse en años posteriores.

Además, en 1920, se produjo un hecho trascendental para el Banco. La Junta general de accionistas celebrada ese año, tomó unos acuerdos que marcarían el futuro de la entidad donostiarra. En primer lugar, se decidió reducir el capital social, anulando las acciones reservadas en cartera y que no se habían puesto en circulación. Al mismo tiempo, se acordó ampliar el capital a 20 millones, creando acciones de 500 pesetas cada una, de las cuales ya había sido desembolsado el 50% de su valor por los primeros accionistas. La operación se efectuó canjeando los primitivas 20.000 acciones nuevas por las antiguas, y entregando al mismo tiempo, otras 20.000 al Banco Hispano Americano, según convenio celebrado con la citada entidad.

De esta forma, el Hispano Americano, venía a entrar en el Banco de San Sebastián, por lo que se debió ampliar el número de consejeros. Así, de los 12 vocales iniciales, el Consejo de Administración pasó a tener 18 vocales, para dar cabida a los que correspondían al Hispano Americano.

Así como los años de la I Guerra e incluso un par de años más, fueron favorables a la expansión bancaria y acumulación de reservas, los años posteriores no pudo mantenerse el mismo ritmo de crecimiento. Entre 1924-25 se produjo una crisis del sistema crediticio, con efectos negativos también en la plaza de San Sebastián. Pero aún fue peor la crisis que tuvo lugar a partir de 1929, y la situación desencadenada por la Guerra Civil. Tras la entrada de las tropas nacionales en la ciudad donostiarra, en septiembre de 1936, las Memorias del Banco de San Sebastián de los años posteriores recogían los "problemas de extraordinario volumen" que se estaban viviendo. Las necesidades crediticias después de septiembre de 1936, se pueden valorar a través del elevado importe de los créditos concedidos por el Banco de San Sebastián, que ascendía a 18 millones de pesetas. Terminada la Guerra, el statu quo bancario junto con la dependencia del Hispano Americano, marcaron la actividad de la entidad donostiarra.

La desaparición del statu quo en 1962, dinamizó la estructura del sistema financiero español. Los movimientos entre la banca por lograr un tamaño mayor mediante fusiones o absorciones, se materializaron pronto en los acuerdos tomados por los Consejos de Administración del Banco Hispano Americano y del Banco Central, lo que de alguna manera también afectaba al Banco de San Sebastián. En noviembre de 1965, se aprobaban las bases para aquella fusión. Entonces, era sobre todo el Hispano Americano el que lideraba la operación, siempre dentro de los límites impuestos por la Ley de Ordenación Bancaria. A pesar de que el Ministerio de Hacienda autorizó la fusión del Central e Hispano Americano el 18 de diciembre del mismo año, pronto saltaron a la opinión pública algunas voces sobre la conveniencia o no de una concentración excesiva en el sector bancario, de llevarse a efecto la operación. Pero fue la carga tributaria que arrastraba la fusión la que, en última instancia, frustró la operación.

De esta forma, el Banco de San Sebastián no se vio involucrado en cambio alguno por entonces. Sin embargo, la política expansionista iniciada por el Hispano Americano, y seguida también por el Central y otros grandes, llevó a un incremento considerable del número de oficinas a partir de 1964. Esta política era posible no sólo por la apertura de nuevas sucursales, sino mediante la absorción de otras entidades en funcionamiento.

Dentro de esta dinámica, no debe extrañarnos que en 1975, el Banco de San Sebastián desapareciera, subsumido en el Hispano Americano. La situación del momento, la expansión de los grandes bancos y las reconversiones y modernizaciones bancarias tuvieron como consecuencia, en el caso donostiarra, la absorción del más pequeño por el más grande. La operación se aprobó en Junta de accionistas de la entidad donostiarra, celebrada el 9 de marzo de 1975. Pocos días más tarde, el 6 de abril, la Junta de accionistas del Banco Hispano Americano aprobaba por unanimidad dicha fusión, o mejor, la compra del Banco de San Sebastián por parte del Hispano.

De acuerdo con la normativa vigente en estos casos, se llevaron a cabo las gestiones necesarias ante el Ministerio de Hacienda, para culminar la fusión. Tales gestiones quedaron encomendadas al abogado madrileño Luis de Usera, presidente del Consejo de Administración del Banco Hispano Americano, y al industrial donostiarra Isidoro Artaza, en representación del Banco de San Sebastián. Los acuerdos de ambas juntas fueron publicados en tres ocasiones, en el Boletín Oficial del Estado, así como en la prensa madrileña y donostiarra (Alcázar, Informaciones y Pueblo, en el caso de Madrid, y El Diario Vasco; La Voz de España; Unidad y Hoja del Lunes, en el caso de San Sebastián).

Cuando pasados los plazos legales ningún accionista ni acreedor se opuso a aquella operación, la totalidad del Activo y del Pasivo del Banco San Sebastián pasó en bloque al Hispano Americano, con inclusión de la casa central, situada en la Avenida donostiarra, así como la totalidad de las oficinas y sucursales. También el personal quedó incorporado a la plantilla del Banco Hispano Americano, en las mismas condiciones de trabajo, categoría y emolumentos en las que se encontraban.

La política que el Banco Hispano Americano venía aplicando en el personal era la de formarla en centros propios, contrariamente a lo que también por entonces, hacía el Banco Central. Sin embargo, en el caso de la fusión con el San Sebastián, el Hispano Americano absorbió a su personal, en un periodo en el que la banca se estaba transformando rápidamente, entre otras cosas, mediante la introducción de nueva tecnología. Esta situación no privó al personal bancario donostiarra, de poder completar su formación mediante cursos que les habilitaban para una mejor capacitación a los nuevos modos del sistema financiero español.

Con esta fusión, la ciudad donostiarra perdió simbólicamente una de las entidades financieras que había llevado su nombre y que, de alguna manera, había recogido el testigo del primer Banco de San Sebastián, aquel banco emisor nacido en 1862, pero que debió desaparecer en 1874.