Colegios

Colegio de las Vizcaínas (versión de 1977)

Colegio de La Paz. Célebre colegio mejicano fundado por los vascos residentes en Méjico en 1734. Se colocó la primera piedra de sus edificios el 30 de julio de dicho año. La placa que, en latín y castellano, conmemora la fundación, dice que se erigió "a la mayor Gloria de Dios". Gobernaba la archidiócesis el Excmo. Sr. D. Juan Antonio Vizarrón y Eguiarreta, arzobispo de la ciudad de Méjico. El colegio tenía por finalidad la enseñanza y educación de niñas, doncellas y viudas. Eran los fundadores, oriundos de las regiones vascas de Álava, Gipuzkoa, Bizkaia y Navarra, un gremio o grupo -como dice Lascurain- que ellos llamaban Nación, y estaba colocado bajo la advocación de San Ignacio de Loyola.

Era el Colegio una verdadera institución de beneficencia constituida por señores acaudalados que contribuían con su dinero a la construcción de los edificios y lo dotaban convenientemente para su construcción y funcionamiento. La Cofradía de Aránzazu, apenas comenzada la obra, puso su dirección en manos de tres vascos de reconocida honradez y seriedad. Eran los señores D. . Francisco Echebeste, general de los Galeones de S. M. en Filipinas,. D. Manuel de Aldaco, también guipuzcoano como Echebeste, y D. Ambrosio Meave, de la villa de Durango, en el Señorío de Vizcaya. Los vascos dieron a su Fundación independencia y financiación propias para no depender de nadie. Pero, habiendo muerto el arzobispo vasco, cuando la Mesa solicitó el pase de la Cédula del Rey aprobando las Constituciones, el nuevo arzobispo D. Mariano Rubio y Salinas se negó a otorgarlo en virtud de no reconocer el Colegio su jurisdicción ordinaria. Los vascos elevaron una queja por conducto del rey de España al Sumo Pontífice. Clemente XIII, en Bula de febrero de 1766, aprobaba las Constituciones redactadas por los fundadores. Aldaco estaba exaltado ante tanta lucha durante los 16 años de atraso en la apertura del Colegio. Llegó a escribir a su amigo Meave: "Iremos a la Corte, a Roma, por todo, y si saliéramos deslucidos, pegarle fuego a lo que nos ha costado nuestro dinero".

Por fin se inauguró el Colegio de las vizcaínas en septiembre de 1767, cuando ya había fallecido el extraordinario Echebeste, hombre que contribuía con grandes sumas al sostenimiento de hospitales como el de Manila ($.50.000), el de Betlehmitas para dotes de camas (50.000), a las religiosas de la Enseñanza (10.000) y otras mandas y legados. Esas cantidades en aquel tiempo eran enormes. Pronto falleció Aldaco, otro hombre de Dios, ya que fundó unas cuarenta colegiaturas de niñas con un capital de $ 120.000.

En la larga historia del Colegio de las vizcaínas hasta nuestro tiempo ha sufrido el colegio vicisitudes y embates de aquellos que se suelen vestir con lo que crean otros. Momentos malos económicamente debieron ser los del reinado de Carlos IV. En cumplimiento de ciertas disposiciones para rehacerse el fisco de los gastos de las guerras de Francia, Portugal e Inglaterra, hubo de aportar el Colegio hasta la Independencia de Méjico en 1821 la fabulosa suma de $ 503.099, sin obtener la más mínima compensación. Posteriormente, tuvo dificultades con las distintas administraciones de Méjico, pero la tenacidad y habilidad de los vascos sostenedores de la institución logró ir sorteando las dificultades hasta asegurar la independencia definitiva del Colegio.

Ya la disposición del 5 de enero de 1861 del gobierno de Juárez le salvó de las confiscaciones y nacionalizaciones impuestas por la ley para ciertos bienes eclesiásticos, pero disolvió la Cofradía de N. S. de Aránzazu que lo regentaba, nombrando en su lugar una Junta Directiva con personas que ya eran de la Mesa del Patronato de Aránzazu y todos ellos vascos u oriundos del País Vasco. Eran los siguientes: Presidente, Ignacio Jainaga; vocales: C. José María Lacunza, C. Juan B. Echave, C. Antonio Vertiz, C. Francisco Guati; secretario, C. Francisco Madariaga. Entre los años 1872 y 1885 los capitales del Colegio fueron objeto de un sinnúmero de ambiciones al ser denunciados como pertenecientes al Ramo de Instrucción Pública que el Gobierno había mandado enajenar. Por fin la Resolución del 13 de diciembre de 1872 dio la razón a la fundación declarando que no estaban comprendidos en los bienes de Instrucción Pública. En 1884 el nuevo Secretario de Hacienda, D. Manuel de la Peña, revocó la resolución anterior considerándolos comprendidos en los de Instrucción Pública. Dio un plazo perentorio para su redención. En 1885, el nuevo ministro de Hacienda, D. Manuel Dublán, del Gabinete del General Díaz, resolvió con justicia dictando que los bienes del Colegio nunca pertenecieron al clero y por lo tanto no estaban comprendidos en la ley de nacionalización; y no sólo eso sino que consideró al Colegio digno de subvención gubernativa, que llegó desde 12.000 pesos a 50.000 pesos anuales.

No faltaron tampoco bienhechores como el licenciado D. Justino Fernández, Secretario de Justicia del General Díaz, que dotó al Colegio con 20.000 pesos, o la señora Pombo, con 12.000 pesos, o D. Gabriel Mancera, antes de ser Presidente de la Junta Directiva, con 33.000 pesos. Cuando llegó al poder el Presidente Madero ordenó se continuara con la subvención anual de 50.000 pesos y además por suprema orden del 28 de febrero de 1912 ampliaba la Junta Directiva para que quedara permanentemente integrada. Nombraba vocales a los señores D. José G. Escandón, D. Carlos Markasusa, D. Enrique Zavala y D. Juan Irigoyen, estos tres últimos nativos de las regiones vascas.

En 1917, con la República y a causa de Constitución, perdió el Patronato su independencia tan firmemente defendida por sus fundadores. En 1919 la Junta de Beneficencia Privada requirió al Colegio de las vizcaínas para que se sometiera a los preceptos de la ley de 1904, a la que el Patronato había estimado siempre no estar afectado. Desde entonces debió de someterse a la vigilancia de la Junta de Beneficencia Privada de Méjico. No acabó allí el ataque. Empleados subalternos de la Secretaría de Gobernación pretendían que el Patronato había perdido su personalidad jurídica desde 1904. Pero les salió mal la maniobra a estos individuos porque representantes del Colegio de las vizcaínas visitaron al Ministro de la Gobernación, D. Enrique Colunga, hombre recto y justiciero, quien después de un informe minucioso reconoció definitivamente la personalidad de la institución. La labor en sus dos siglos y algo más de existencia fue fecunda, siendo numerosas las mujeres de relieve educadas en sus aulas. Se suele citar a la Corregidora D.ª Josefa Ortiz de Domínguez como una de las más destacadas.

El Colegio de las vizcaínas de Méjico sigue siendo considerado en la nación como un gran Centro Cultural de los mejicanos. Ref. Lascurain, Pedro: Colegio de las vizcaínas o "de la Paz". Segundo centenario de la colocación de la primera piedra del edificio. Julio 30 de 1734-1934, Méjico, 1934.