Concepto

Carnavales de Gipuzkoa

Uno de los componentes más evidentes de relación con el Carnaval era el disfraz. Éste se obtenía a partir de ropas usadas, generalmente denominadas "viejas" y, entre otras cosas, sacos que se utilizaban para rellenar de paja. Desde el travestismo hasta las simulaciones de personajes actuales, el abanico se amplía buscando nuevos horizontes marcados por la imaginación de sus usuarios.

Si bien lo más común era que la vestimenta no supusiera costo alguno para el bolsillo de los empobrecidos participantes, el alquiler y venta de disfraces en comercios, que durante la época se transformaban para estar al día, existía en los pueblos más importantes.

Los disfraces y los disfrazados tenían la conexión de la raíz lingüística: mozorro es el disfrazado y mozorro jantzita es el disfrazado de mozorro. Otros nombres: kukumarro, xomorro, txantxo, mozorro zuriak y mozorro zatarrak. Vejigas o puxikiak y palos eran relativamente fáciles de conseguir. Por el contrario, el confetti y los papelillos, más propios de las grandes poblaciones, tenían un costo no tan asumible. Con la recuperación del Carnaval y el bienestar, es mucho más fácil de disponer de todos estos elementos.

La complicidad entre, por un lado, niños, niñas y muchachas y, por otro, los disfrazados, se aprecia en las retahílas que los unos inferían a los otros:

"Txantxo mala kasta
ipurdian bakasta,
kolkoan ardoa,
txantxo pikaroa."

(cantinela procedente de Abaltzisketa, Berrobi y otros pueblos)

De esta forma, se seguían los patrones: provocación y persecución. No obstante, esto no quiere decir que, obligatoriamente, los disfrazados hostigasen únicamente a los que les provocaban. Algún desprevenido transeúnte también podía recibir un golpe de un palo o ser embadurnado de barro con una vieja escoba.

Mientras unos disfraces, de denominación generalizada, podían servir para tener el referente de castigo, o simplemente de pasarela, otros, más específicos pero no por ello menos extendidos, nos dan una visión más simbólica según algunos autores. Al hartza u oso, simulado con pieles de oveja, se le atribuyen ciertos elementos unidos a la fase de hibernación y su despertar al inicio de la primavera. Este oso lo encontramos en diferentes pueblos de la geografía guipuzcoana. Unas veces en solitario, otras en compañía de su dueño.

En algunas ocasiones eran varios osos simulados, otras veces, como el que acompaña a los caldereros. Con el orgullo de mantener una vieja costumbre que procede del siglo XIX, cada primer sábado de febrero por la noche los grupos de caldereros de Donostia, Tolosa, Eibar o Errenteri, efectúan su estruendosa aparición. Se trata de una comparsa en la que los recipientes de latón, martillos y campanillas sirven de elemento para producir ruido y, al unísono, entonar canciones que aluden a su "origen húngaro".

En la capital, Donostia, muy dada a la conservación de antiguas fiestas de toda índole, y sobre todo las relativas al invierno, encontramos otra comparsa. Se trata de la de iñudeak y artzaiak. En esta representación se agrupan, además de diferentes disfrazados que nos recuerdan a algunos personajes famosos de la ciudad y su función, entre finales del s. XIX y principios del XX, un grupo mixto: ellas vestidas de niñeras con una muñeca en el brazo; ellos de blanco con chaleco, boina y faja rojos, y portando una larga vara. Su recorrido y danza se realiza por el centro, finalizando con un curioso juego encasillado en la plaza de la Constitución.