Concepto

Brujería

Las aguas vuelven, pues, a su cauce, conforme se apagan, poco a poco, los ecos suscitados por los procesos de 1609-1610. La magia intenta conseguir, y lo logra, un acomodo en un mundo que se racionaliza cada vez más. En el transcurso de los siglos XVII, XVIII y hasta nuestros días, vuelve a haber herboleros y herboleras, en abierta competencia, ahora, con sus colegas titulados, los médicos y los boticarios. Idoate nos da a conocer una buena selección de ellos, siempre a la greña con el protomédico de turno. Un tal Domingo Gallego, a mediados del siglo XVII, curaba en Peralta, mediante bebedizos, ungüentos y "ciencia infusa", casi todas las enfermedades. Procedente de Tolosa, Lucas de Ayerbe, "especialista en extraer los demonios del cuerpo" a base de golpear al endemoniado, se estableció en Villava, Navarra, hacia 1670, sin sufrir apenas persecución. En Atauri, Álava, los servicios del "saludador" eran estipulados mediante contrato con el Concejo (1691). En pleno siglo XVIII (1713) el "saludador" tiene un sueldo fijo -o contractual- concejil, con la obligación de asistir al vecindario, animales y campos dos veces al año. A finales del siglo XVIII, el "cirujano" pamplonica Ignacio Páramo cura los cánceres de piel suministrando un brebaje que él llamaba "caldo de víboras", atrayéndose la denuncia de los farmacéuticos navarros, que, por lo visto, utilizaban métodos más honorables. Caro Baroja nos da a conocer el caso de la curandera Francisca Ignacia de Sorondo, que en 1826 se hizo extender por el ayuntamiento de Fuenterrabía un certificado por el que se garantizaba que no era bruja. A comienzos del siglo pasado, un saludador atrajo a grandes multitudes de labriegos laburdinos, sobre todo de Ascain y Sara, que acudieron con sus animales para que fuesen bendecidos y exorcizados. Francisque Michel atestigua la existencia por entonces, en Saint-Jean-le-Vieux (Baja Navarra) de un sedicente "Rey de los Brujos" que ejerció durante más de 80 años la curandería y la adivinación. Un párroco relató también a W. Webster su estupor al recibir la confesión de uno de sus feligreses, hacia 1875, en la que se acusaba de asistencia al Sabbat... J. M.ª Iribarren, en su Retablo de curiosidades (1954) recoge varios casos, actuales y decimonónicos, de atribución de facultades ocultas a determinadas personas, generalmente mujeres. Opina Iribarren que suelen acaecer estos fenómenos en lugares sometidos "al influjo druídico de los bosques y de las cuevas", y observa que, en la Ribera, los lugares más propicios son los que poseen cuevas, por "el misterio inherente a la oquedad". Recoge este autor más de una docena de casos y personajes: llevan fama de brujas, en Monteagudo, la tía Flora; en Arguedas, la Caramba y el Ostión; en Fitero, la Choya; en Cintruénigo, la Morundaca; en Valtierra, un hombre "mucho malo que guardaba los diablos en un cañuto y, con esto, tenía poder"; en Milagro, la Cartago, etc., personajes todos ellos del siglo que vivimos. La Morundaca debió inspirar tal pavor que se le adaptó una copla:

En el cielo manda Dios
y en el fuerte manda el,
Jaca y en el camino a Tudela
manda la tía Morundaca.

La Tafallica fue sorprendida por un herrero de Tafalla cuando estaba convertida en grulla. Otros casos se producen, también a comienzos de siglo, en Corella, Larraga, Subiza, Galdeano..., hasta poderse afirmar, como lo hace Iribarren, que "raro será el pueblo de la Ribera que no cuente con su brujo o su bruja contemporáneos". En Leiza se hacía una cruz sobre la ceniza del hogar antes de irse a la cama, en Cascante se empleaba un cedazo y una tijera, en muchos pueblos de la montaña se coloca -y se sigue haciendo- un cardo en la puerta para que la bruja se entretenga y no entre, o se echa un puñado de sal al fuego si el gallo canta en horas intenpestivas. Cuando se cree que alguien o algo está encantado, se queman los colchones o se abren para examinar su contenido; la caprichosa forma zoomórfica de un copo de lana puede ser la manifestación inequívoca de un hechizo. Esto se hacía al menos en la cuenca del Bidasoa y en la encrucijada situada ante una antigua poterna de Bayona. Refiere Azkue que a finales del s. XIX había tres brujos en Ochagavía: una mujer llamada Martina Oxokokoa, otra mujer de Zubieta y un hombre de Eseverri. Los tres murieron sin reconciliarse con la iglesia y se cuenta que a su muerte cayó una enorme granizada. Casos semejantes hubo, en los mismos años, en Vidángoz, Bigüezal, Zubieta y Aezkoa. La bruja llamada la Caliente, de Aezkoa, cambió repetidas veces de postura en el ataúd, si hemos de creer a sus contemporáneos... También en esta época, un vecino de Orendain conjuraba a las nubes provenientes del Aitzgorri a que descargaran sus precipitaciones en Gorritimendi. Hay una tonada conservada hasta hace poco en las montañas de Navarra de indubitable sabor akelárrico:

Adarrak okerrak akerrak ditu
Okerrak adarrak akerrak ¡bai!

Tal vez la conociera aquel misterioso brujo de Arrauntz (Ustaritz) al que los laburdinos llamaban, sin el menor asomo de broma, Jainko ttipia, antes de la II Guerra Europea. Caro Baroja recoge varios casos de asistencia a akelarres bien entrado nuestro siglo (1932, 1942), en Vizcaya y montaña navarra. En Isaba (Roncal), una de las últimas brujas de comienzos de siglo se atrevió a presidir, convertida en cabra, la ronda de una cuadrilla de mozos; entre todos le dieron, mientras bailaba, una paliza, a consecuencias de la cual, al día siguiente, apareció bajo su forma humana bastante malparada... [Lo más curioso de este caso fue la muerte de la supuesta bruja, que acaeció casualmente -le cayó una piedra- al encontrarse en un tramo del camino a Uztarroz, especialmente abundante en sapos...]. De todos estos casos, pero sobre todo de la multitud de leyendas y creencias recogidas en lo que va de siglo por Barandiarán, se desprende el carácter autónomo de la brujería vasca, y la escasa mella que sobre ella hicieran procesos y elucubraciones satanísticas. Más de 300 años después de ser quemados tantos de nuestros antepasados, Barandiarán ha podido recoger de boca de cientos de campesinos un sinnúmero de creencias que tienen muy poco que ver con el Malleus y mucho con los seres míticos que pueblan cuevas, bosques y fuentes en los misteriosos atardeceres del hombre que trabaja en contacto estrecho con la madre tierra. Para él, hay seres humanos que tienen contactos con el más allá y que pueden producir el bien o el maleficio, seres predispuestos a los que basta con dar tres vueltas alrededor de una iglesia, o recibir la transmisión de la facultad de manos del moribundo, o estar mal bautizados, o persignarse con el pie, para convertirse en sorgin, el ser mítico que lleva a cabo acciones extraordinarias al servicio de Mari, que adopta la forma de diversos animales y huye ante la invocación del nombre de Cristo o de sus santos. Tras los grandes procesos, la bruja de Goya se limpia el rostro de maquillajes. Las aguas vuelven a su cauce.