Pintores

Sert y Badia, José María

Pintor catalán (Barcelona 1874-1945) afincado en París, prototipo del artista mundano y cosmopolita de la "belle époque", Sert se especializó en la decoración de grandes superficies murales, cubriendo con sus espectaculares lienzos las paredes de innumerables templos, edificios públicos y mansiones particulares de Europa y América.

Perteneciente a una acomodada familia barcelonesa dedicada a la industria textil, mostró desde muy pronto una marcada inclinación hacia las bellas artes ingresando en el Círculo artístico de San Lucas, y tomando contacto con los ambientes modernistas de la Barcelona finisecular (Casas, Rusiñol, Utrillo...). A los 24 años marcha a París instalándose por todo lo alto en el Barrio Latino de la capital francesa. Sus primeros pasos se orientan hacia el Art Nouveau y lo que sería su principal actividad: la pintura decorativa mural. Se da a conocer en la Exposición Universal de París de 1900 con la obra de tema mitológico Homenaje a Pomona y ese mismo año su antiguo amigo el sacerdote Torres y Bages, recién nombrado obispo de Vich (Barcelona), le encarga las pinturas de la catedral, empresa titánica que iba a marcar toda su vida y que debido a los múltiples encargos que atosigaban al artista, no pudo terminar hasta 27 años después.

Cuando en 1907 expuso los primeros lienzos de Vich en el Salón de Otoño de París, el público y la crítica se entusiasmaron, comparándole con los grandes pintores venecianos y con el mismo Miguel Ángel. A partir de entonces empiezan a lloverle los trabajos, que realiza en su taller parisino con la colaboración de sus ayudantes Luis Massot, Chatagneraye, Huet y Le Vif. Tanto las instituciones como los miembros de la alta sociedad francesa, inglesa y española se disputan los lienzos del que ya comienza a ser el muralista de moda en Europa. Al mismo tiempo se estrena como decorador teatral, realizando los vestuarios y decorados del ballet La leyenda de José, de Strauss para la ópera de París, que será la primera de una larga serie de intervenciones en este campo.

En los años de la gran guerra conoce a María Godebska "Misia", una de las musas de la intelectualidad parisina, que le introdujo en los círculos más selectos de la capital y con la que acabó conrayendo matrimonio en 1920. Dos años más tarde Alfonso XIII le encarga varios cartones para la Real Fábrica de Tapices de La Granja, y sus pinturas cruzan por vez primera el Atlántico para decorar el Palacio Errázuriz de Buenos Aires. Poco después Estados Unidos le abre sus puertas, expone en Nueva York, y los magnates del dólar le hacen múltiples encargos por los que pagarán sumas fabulosas.

En 1927 Sert coloca las pinturas que cubren los muros de la catedral vicense con escenas de la vida de Cristo y del Antiguo y Nuevo Testamento, procediéndose a la solemne inauguración del templo. De regreso a París realiza los lienzos para la capilla del Palacio de Liria de Madrid, y pinta la gesta de los Almogóvares para el Salón de Crónicas del Ayuntamiento de Barcelona, cuya terminación coincide con la Exposición Internacional de Barcelona de 1929.

Ese mismo año, el alcalde de San Sebastián Sr. Beguiristain, por mediación de Ignacio Zuloaga, se ponía en contacto con Sert para encargarle la decoración de la iglesia del antiguo convento San Telmo, que iba a ser transformado en Museo tras las consiguientes obras de restauración y acondicionamiento que finalizaron en 1932. Los temas elegidos para los lienzos, pintados en color sepia sobre fondo de panes de oro, y enmarcados por fingidos cortinajes, representan acontecimientos históricos y actividades características de la provincia de Guipúzcoa, plasmados en once espléndidas telas. Pueblo de ferrones, dedicado a las viejas ferrerías de la zona. Pueblo de Santos, a San Ignacio de Loyola. Pueblo de comerciantes, a la Real Compañía guipuzcoana de Caracas. Pueblo de navegantes, a Juan Sebastián Elcano. Pueblo de pescadores, a los balleneros vascos. Pueblo de fueros, al secular fuero guipuzcoano. Pueblo de armadores, a los astilleros de Pasajes. Pueblo de libertad, al árbol de Guernica. Pueblo de sabios, a la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País. Pueblo de leyendas, a los akelarres. Y como punto culminante El altar de la raza donde, junto a San Telmo y San Sebastián, se representa al pueblo vasco simbolizado en el árbol milenario, el bloque pétreo, y los pescadores que resisten la violencia del temporal.

En 1930 el artista se divorcia de Misia, y contrae matrimonio con una joven princesa rusa exiliada, Isabel Roussadana Mdivani (Roussi), e inmediatamente parte hacia Nueva York para entregar los lienzos que decorarían el comedor de gala del Hotel Waldorf Astoria. Durante los años de la Segunda República española, Sert y su esposa veraneaban en su residencia de la Costa Brava el "Más Juny", cercano a Palamós, a donde acudían intelectuales, artistas, políticos y aristócratas de toda Europa para compartir con el matrimonio la hermosura del paisaje y el bullicio de las fiestas que se organizaban en el Más. El artista, no obstante, sigue trabajando incansablemente. Decora el palacio Pereda de Buenos Aires, el vestíbulo del Rockefeller Center de Nueva York, o el palacio que su cuñado Alejo Mdivani posee en Venecia. El gobierno republicano le encarga las pinturas murales para la Sala del Consejo del Palacio de la Sociedad de Naciones en Ginebra, donde el artista realiza un apasionado alegato en favor de la paz y el entendimiento de la humanidad, simbolizado en los cinco colosos que se dan la mano en el techo del salón.

El estallido en 1936 de la guerra civil española, que provoca la destrucción de sus lienzos de la catedral de Vich, y la muerte de varios amigos, le conmocionan profundamente. En la Exposición Universal de París de 1937 el pabellón del Vaticano exhibió su obra Por los mártires de España, que contrastaba fuertemente con el Guernica de Picasso, colgado en el pabellón español construido por su sobrino José Luis Sert. Al año siguiente enviuda de su joven esposa Roussi. Preocupado por la suerte que correrían las obras maestras de la pintura española en el transcurso de la guerra civil, Sert realiza intensas gestiones y consigue llegar a un acuerdo con las autoridades de las dos zonas para poner los fondos del Museo del Prado bajo la custodia de la Sociedad de Naciones, siendo trasladados a Ginebra y devueltos a España al acabar la contienda, justo antes de que estallara la II Guerra Mundial. Obsesionado por la destrucción de las pinturas de Vich, el artista se traslada a Burgos para solicitar del gobierno de Franco la restauración del templo, que se compromete a pintar otra vez de forma gratuita. Durante tres años, en el París ocupado por los alemanes, Sert se vuelca en la realización de los nuevos lienzos y a despecho de su avanzada edad sigue forjando nuevos proyectos. No obstante, en noviembre de 1945, pocos días después de inaugurar la nueva decoración de Vich, fallecía a los 71 años este incansable artista, siendo enterrado en el claustro de la catedral vicense, que tanta trascendencia había tenido en su trayectoria artística.

La ingente producción realizada por José M. Sert -tan ingente por su número como por sus dimensiones-, se engloba dentro de la pintura mural. Pero en su caso no se trata de pintura al fresco, sino de grandes telas pintadas al óleo en su taller, y pegadas posteriormente sobre los muros. No hay que olvidar que Sert fue un pintor decorador cuyo objetivo era hacer suntuosas las paredes, precisamente por ello eligió (salvo contadas excepciones) ese peculiar cromatismo sepia y oro para su paleta, pues junto a la sensación de lujo y suntuosidad que crea el pan de oro, sus musculosas figuras resaltan con mayor fuerza sobre el fondo dorado. Sert, que dominó como nadie la estética de lo grandioso, despliega en sus lienzos una sucesión de escenas llenas de movimiento y fantasía, donde todos los elementos se conjugan para crear una escenografía deslumbrante y espectacular. Para acentuar el carácter dinámico de sus composiciones el artista recurre a la acumulación de personajes en actitudes forzadas o escorzos, a las composiciones en diagonal que refuerzan las líneas de tensión del lienzo y a sus grandes conocimientos de perspectiva creando verdaderos efectos de ilusionismo espacial. Por lo que respecta a los temas y la iconografía de los lienzos de Sert, éstos vienen condicionados por la propia especificidad del edificio a decorar. En los palacios y mansiones de los magnates para los que trabajó con tanta frecuencia, encontramos escenas festivas y desenvueltas: fiestas, acróbatas, escenas circenses y de carnaval, o bien los temas literarios u orientalizantes tan de moda entre la alta sociedad de la época. Para los edificios públicos prefiere una temática mitológica, histórica e incluso los grandes asuntos político-sociales que preocupan a la humanidad. En las iglesias y capillas, lógicamente, la historia sagrada. En todos los casos, y pese a la colaboración de sus ayudantes, se hace evidente la unidad del estilo sertiano, que define las formas a base de amplias y sabias pinceladas sin individualizar las figuras ni descender al detalle, atento sólo al efecto de conjunto, al movimiento de masas, al carácter escenográfico de la obra. Aunque se trata de un pintor de difícil clasificación, podemos afirmar que las creaciones de Sert poseen una impronta barroca y romántica a la vez. Miguel Ángel, Rubens, Tintoretto y Delacroix, son los artistas con los que más frecuentemente se le ha comparado, y esto se debe a que en la obra de todos ellos triunfa el sentimiento sobre la razón, la libertad sobre las reglas y una visión heroica, emotiva y apasionada del mundo y del hombre, que tiene mucho en común con la concepción pictórica del artista catalán. El hecho es que sin plegarse a los vanguardismos del París de comienzos de siglo, ni a la servil imitación de los clásicos, Sert forjó un estilo original y perturbador que ha despertado encendidos elogios y críticas despiadadas, pero que le ha hecho ocupar un lugar preeminente dentro de la pintura figurativa de nuestro siglo.