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VILLA (INSTITUCIÓN)

Los Municipios navarros. Las desavenencias de los reyes de la casa de Champagne con la nobleza, hicieron que aquéllos adoptaran una política antinobiliaria, que se manifiesta en la clara tendencia a evitar, por una parte, la creación de nuevos señoríos y, a favorecer, por otra, la liberación de antiguos señoríos, convirtiéndolos en realengos. Los reyes, para ello, se comprometen a que los pueblos no salgan del poder del rey, que éste no los venderá ni donará a persona alguna y de que ningún ricohombre, ni prestamero, ni merino, tenga poder sobre ellos, como concedió Teobaldo I a los pueblos de Etayo, Acedo, Villamayor, Villamera, Asarta, Orendain, Laquidain, Erro y Munárriz. La misma política siguió Teobaldo II con los pueblos de Mélida, Lizcain, Lérruz, Redín, Leyún, Oscáriz, Torralba, Arróniz, Azqueta, Barbarin Igúzquiza, Labiaga, Luquin, Santa Gema, Urbiola, Tebas, Berasoain, el valle de Orba, Legaria y Aguilar. Juan I declaró realengos los pueblos de Zúñiga, Ulíbarri, Narcué, Viloria, Galbarra y Gastiáin. Enrique I concedió a Villafranca el fuero de Laguardia, otorgado por Sancho el Sabio en 1165, en el que se dispone que ningún sayón o merino pueda entrar en la casa de un vecino y si lo hiciera o tratase de hacer alguna violencia, lo matasen; que se pudiera vender y comprar heredad franca en toda la tierra del rey, cultivar la tierra yerma, aprovechar los pastos, la leña, el agua, etc. Por estas disposiciones se reconocían a los habitantes de los pueblos como hombres francos, es decir, no sujetos a otro hombre. Al mismo tiempo los reyes tratan de simplificar los tributos o pechas, unificándolas de forma que pagaran un solo tributo o pecha. En 1312, el rey Luis I Hutin concedió un fuero de población a los habitantes de la tierra de Arantza para que poblaran junto a la fortaleza de Etxarri. Este fuero nos muestra la organización municipal. Se gobernaba el nuevo municipio por medio de seis jurados, de los cuales dos eran hidalgos y cuatro eran labradores. Los seis jurados debían de remitir al rey una relación de tres hombres buenos para que de entre ellos eligiese al alcalde. La milicia municipal estaba mandada por un vecino, quien recibía por este cargo el nombre de Almirante. Pagaba el municipio al rey, 3.300 sueldos de sanchetes, como pecha o tributo anual. En tiempo de Carlos I el Calvo, el pueblo de Espronceda se libera del señorío a que estaba sometido. Los vecinos de dicho pueblo pidieron al rey que les acogiese como vasallos suyos, dejando de pertenecer a los herederos de su señor, Gonzalo Martínez de Morentin. Fundaban su petición en el fuero, usos y costubres de Navarra, según los cuales todo hombre puede elegir o tomar señor. Asimismo, solicitaban que el rey les concediera el fuero de Viana, que era el de Laguardia, sumamente ventajoso. El rey concedió lo que solicitaban los vecinos, pasando a ser Espronceda una villa de realengo, regida por el fuero de Viana. Carlos III el Noble concedió la hidalguía a los francos y ruanos de Lumbier, a los francos de Larraun y de Aibar y amplió los privilegios de los de Lesaka y Bera. Carlos III, en relación con la vida de los municipios tuvo una política contradictoria. Vemos cómo varios pueblos, que luego estudiaremos, los convirtió, en virtud de donaciones, en pueblos de señorío, pero, al mismo tiempo tuvo un gran interés, como también lo había tenido su padre, procurando el desarrollo de la industria y del comercio. Para eso último se hacía preciso el restablecer el orden público alterado por las luchas de bandos en que se hallaban divididas las principales ciudades navarras, como Pamplona, Estella, Tafalla. En Pamplona logró Carlos III unir a los distintos barrios (1423): la Navarrería, el burgo de San Cernin y la población de San Nicolás, reuniéndolos en un solo Concejo, haciendo desaparecer los Concejos de los distintos barrios, formando así una ciudad. Estella se hallaba dividida en dos bandos, el de los Learza y el de los Ponce, que luchaban entre sí para conseguir el gobierno exclusivo del municipio. El rey, con el objeto de poner fin a estas luchas estableció un nuevo ordenamiento en la manera de la designación de los cargos municipales. Estos correspondían al Alcalde, el Preboste, los jurados y el Concejo, compuesto de 40 miembros. Todos ellos se elegían por la suerte o insaculación. Para la designación de Alcalde, se reunían los jurados, los 40 componentes del Concejo y seis hombres buenos designados por las tres parroquias de San Pedro de la Rúa, San Miguel y San Juan, los cuales elegían a seis personas, de las que la suerte designaba a tres, entre los cuales el rey nombraba a una de ellas para Alcalde. Todos los demás cargos de la ciudad y oficios de las parroquias, mensajeros, costieros, notarios, o de los hospitales y cofradías, se elegían de la misma forma. Asimismo, ordenaba que dichos cargos y oficios municipales no se debían de proveer en ninguna persona perteneciente a uno u otro bando, bajo pena de que quedaban al arbitrio del rey. En Tafalla, la lucha se hallaba entablada entre los hijosdalgo y los ruanos, tenía, pues, un carácter más social. El rey ordenó que hubiera dos alcaldes: uno, hijodalgo y, el otro, ruano, y el que de ellos sobreviviera fuera el alcalde de toda la villa; muertos ambos, el alcalde sería anual y elegido en la forma siguiente: diez hijosdalgo y diez ruanos elegían a tres personas que debían de pertenecer a clase social diferente a la del alcalde saliente: las tres personas, así elegidas, eran presentadas al rey para que éste designara de entre ellas al alcalde. En la vida municipal, en su gobierno, vemos que intervienen los hidalgos, los ruanos y los labradores. Es decir, los que tenían vecindad, aunque, por razón de la formación de la sociedad medieval, pertenecieran a clases sociales diferentes. Asimismo, en los máximos cargos municipales, en ciertas villas, alternaban los hidalgos y los que no lo eran, de manera que la representación de las villas alcanzaba a clases que no eran nobles e incluso a clases populares, como los labradores, pequeños artesanos, etc. Entre los ruanos cabe perfectamente distinguir a los grandes comerciantes, los que ejercían determinadas profesiones, que constituían la capa superior de los ruanos, y que llegaron a confundirse con los simples hidalgos, de los pequeños comerciantes, artesanos y dedicados a diversos oficios. Unos y otros participaban en la gobernación de su pueblo y la distinción entre ambos se hallaba en su mayor o menor poder económico. Los labradores eran, muchas veces, infanzones y otras, simplemente labradores e incluso, villanos o pecheros. Era muy difícil diferenciar a los infanzones de los labradores, sobre todo cuando aquéllos eran de carta, pues el modo de vida era el mismo por lo que la distinción se hacía "prácticamente imposible" [Sobrequés, en Historia de España y América, de Vicens Vives, II, pág. 134]. Dentro, pues, de la vida municipal cabe distinguir al patriciado urbano, existente únicamente en las ciudades y villas de cierto desarrollo mercantil, las clases medias y la popular. La primera la forman los hidalgos que, como clase nobiliaria, es una clase privilegiada y, por lo general terrateniente, pero que también se dedican a los negocios y tienen, por consiguiente, propiedades mobiliarias. Dentro del patriciado se incluyen a los grandes comerciantes, que invierten una parte importante de sus ganancias en tierras, equiparándose a los hidalgos, e industriales, como orfebres, armeros, etc., y a los artistas. Las clases medias las formaban los segundones de las casas hidalgas, los que ejercían profesiones de lo que hoy llamaríamos liberales y los artesanos, que a la vez comerciantes de sus propios productos. Las capas populares las formaban los pequeños artesanos, los que ejercían oficios y los labradores y villanos. La guerra de la Navarrería (1279) no fue solamente el triunfo de la influencia francesa sobre la castellana, sino que nos presenta un hecho social de gran trascendencia: es el triunfo de la clase mercantil, artesanos, mercaderes, sobre el campo, sobre los labradores y una parte importante de la nobleza. Algo semejante a lo que iba a suceder en Gipuzkoa en la segunda mitad del s. XV, al enfrentarse las villas con los parientes mayores y derrotarlos.