Naturalista y micólogo vizcaíno. Abadiano, 8 de septiembre de 1873 - Madrid, 2 de octubre de 1943.
La historia de la ciencia en el País Vasco está plagada de ejemplos de aficionados, estudiosos e investigadores que realizaron observaciones y catálogos naturales, de indiscutible valor.
Ahora bien, muy pocos pudieron alcanzar lo que llegó a lograr el agustino vizcaíno Luis María Unamuno: que contribuyó a una ampliación del conocimiento de lo que fue, en su caso, el campo de la micoflora peninsular, descubriendo más de 150 nuevas especies (entre ellas, más de 20 especies de hongos microscópicos y un nuevo género, la Rhynchoseptoria). Llegó, además, a catalogar 109 especies de tales hongos en su provincia, Bizkaia, muchas de las cuales eran totalmente desconocidas.
Si los amateurs cultivaron en nuestro país el gusto por los hongos, Unamuno -y también Telesforo Aranzadi (1860-1945), además de José María Lacoizqueta (1831-1891)- situaron la micología en el lugar privilegiado que desde entonces ha ocupado en la sociedad vasca.
Natural de Abadiano, de muy joven sintió la vocación religiosa, y en agosto de 1891 ingresó en el Colegio Seminario de los Agustinos de Valladolid, profesando, cuatro años más tarde, como agustino, en la Vid (Burgos).
El primer destino que le encomendaron sus superiores fue ejercer la evangelización en misiones de ultramar. Aunque tenía dudas sobre sus inclinaciones profesionales, ejerció de misionero en Filipinas (1896) y Macao (1898); es muy probable que sus experiencias en el Extremo Oriente le infundieran la afición por lo que terminaría siendo su gran pasión: la micología, y en particular la flora microscópica. A su vuelta en 1899, terminó la carrera eclesiástica, siendo ordenado sacerdote. Pero para colmar su otra afición, optó por estudiar ciencias naturales en alguna de las universidades españolas; eligió Madrid. Allí obtuvo los grados de licenciado y doctor (1906), lo cual le permitió dedicarse a la docencia: enseñó las asignaturas de historia natural y fisiología e higiene, de 1908 a 1929, en los colegios agustinianos de Llanes y Tapia (de este último, por cierto, llegó a ser director).
Durante más de veinte años Unamuno se dedicó a la docencia, pero también pudo profundizar en las investigaciones naturales: se relacionó con el director del laboratorio de micología del Jardín Botánico de Madrid, Romualdo González Fragoso (1862-1928), quien le contagió su entusiasmo por los hongos. Fragoso le animaba para que viniese a Madrid a consultar libros y herbarios, aprovechando las vacaciones de verano, para profundizar en sus conocimientos sobre hongos microscópicos. De hecho, muchas de las especies examinadas por Unamuno eran enviadas a Fragoso, quien las estudiaba, para luego publicarlas (entre ellas, la Puccinia Unamunoi G. Frag.) En 1927, Fragoso, intuyendo su fin, andaba buscando un naturalista para que le sucediese en el cargo; Unamuno fue el elegido.
En 1929, el experimentado Unamuno dejó Asturias, aceptando la dirección del laboratorio en el que desarrollaría su etapa investigadora más productiva. La dirigió hasta el fin de sus días [salvo en la guerra civil, durante la cual estuvo encarcelado], habiendo simultaneado entre tanto sus investigaciones con sus tareas docentes en el Colegio del Buen Suceso, en Madrid. En 1942, escribiría: "[encontré] en este recoleto Jardín Botánico, tan propicio a la evocación, una prolongación de [mi] celda religiosa".
En el campo de la micología, Unamuno siguió la escuela sistemática italiana, tanto en lo referente al tecnicismo como a la metodología. Siguiendo el estilo italiano, precisamente, publicó en Madrid dos trabajos -monumentales, en tamaño y título- que terminarían siendo los más conocidos de su extensa obra: Enumeración y distribución geográfica de los Esferopsidales conocidos de la Península Ibérica y de las Islas Baleares. Familia de los Esferioidáceos (1933); y Enumeración y distribución geográfica de los Ascomicetos de la Península Ibérica y de las Islas Baleares (1942), los dos trabajos por los que fue premiado por la Academia de Ciencias de Madrid. Por cierto, tanto en el trabajo sobre los Esferopsidales, como en el de los Ascomicetos se sirve de la ayuda de micólogos franceses y portugueses; y es que Unamuno mantuvo (como miembro de varias sociedades científicas) correspondencia con un buen número de especialistas extranjeros.
Otro texto, éste no de micoflora, que expresa la manera en que Unamuno terminó entendiendo la micología, fue su discurso de ingreso para la Academia de Ciencias, Algunas aplicaciones de la Micología a diversos ramos de la Ciencia y de la Industria (leído el 24 de marzo de 1943). El concepto de utilidad para la aplicación industrial defendido por Unamuno encajaba bien con la evolución que estaba tomando la micología en otros países europeos.
Al abrazar esta perspectiva, con claras consecuencias científicas y sociales, Unamuno impulsó la formación de la corriente del utilitarismo en ciencias naturales (dentro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, del cual dependía el Jardín Botánico), que defiende la función beneficiosa de la aplicabilidad en micología. El botánico Emilio Guinea (1907-1985) y el microbiólogo Florencio Bustinza (1902-1982) fueron dos de los primeros discípulos, aventajados, en adoptar su espíritu.
Asombra, para finalizar, la minuciosidad y la laboriosidad con que se caracterizó su obra investigadora. En el cerca de medio centenar de artículos que publicó por su cuenta, describió un género y 23 especies nuevas, además de 48 variedades, relativas a hongos parásitos de plantas herbáceas. Además, corrigió y amplió datos biogeográficos pertenecientes a los más de 14.000 ejemplares de herbario que logró examinar, especialmente de Bizkaia, Cantabria y Galicia, pero también de Burgos, Madrid, León e incluso Marruecos.