Compositor y director de orquesta (Donostia-San Sebastián, 1897 - Madrid, 1988). Uno de los últimos y más populares creadores de opereta y zarzuela en España. Recordado principalmente por sus éxitos teatrales, Sorozábal es también autor de un importante catálogo de obra sinfónica, coral e instrumental. Su aportación al repertorio del txistu es asimismo destacable.
Según sus propias memorias, nació en el seno de una familia proletaria y euskaldun, procedente del campo guipuzcoano. Su padre José María, cantero de profesión, fue bertsolari durante algún tiempo, conocido con los sobrenombres de "Asteasu" y "Portzale". El futuro músico vivió una infancia callejera, y recibió una formación escolar precaria y deficitaria. Su primer contacto con la música académica se produjo gracias a las clases gratuitas de solfeo que impartía la Sociedad Bascongada de Amigos del País en su Academia de Bellas Artes. Allí también recibió clases de violín y piano, bajo la tutela de Alfredo Larrocha y Germán Cendoya, respectivamente. Además, pronto ingresó en la sección infantil del Orfeón Donostiarra, ligado a la misma institución. Esta actividad le permitió participar en el estreno donostiarra (1911) de la ópera Mendi-mendiyan de José María Usandizaga, obra que le impresionó vivamente.
Siendo aún adolescente, comienza a ganarse la vida como instrumentista en cines, cafés, saraos y espectáculos de zarzuela y variedades de su ciudad. En su primer empleo musical, como violinista del Cine Novedades, formó trío artístico con Juan Tellería, al piano, y Santos Gandía, al violonchelo. En 1914 consigue plaza de violín en la orquesta del Gran Casino, donde trabajará bajo las batutas de Larrocha y Enrique Fernández Arbós. Es en esta época cuando va despertando el interés de Sorozábal por la composición. Tras la muerte de su admirado José María Usandizaga (1915), colabora en la revisión de La llama, ópera póstuma que finalizaría el hermano del fallecido, Ramón Usandizaga. Escribe de forma autodidacta un Cuarteto para cuerda, y estudia dos cursos de armonía con Beltrán Pagola. Sorozábal forma parte entonces de un grupo donostiarra de jóvenes bohemios e iconoclastas, autodenominado Los Independientes. Sus reuniones propiciaron en el músico una apertura de horizontes intelectuales y artísticos, así como el desarrollo de una sensibilidad política a medio camino entre el socialismo y el anarquismo. Tras abandonar el Gran Casino, trabaja como pianista en el Café del Norte, amenizando sesiones cinematográficas. Como violinista, actúa también en el pionero Cabaret Maxim, donde conoce los primeros ecos del jazz, recién llegado a Europa.
En 1919 se traslada a Madrid. Ingresa en la Orquesta Filarmónica, que dirigía Bartolomé Pérez Casas, y toca a trío en el Café Comercial, junto al chelista Enrique Arangoa. Un año más tarde consigue del Ayuntamiento de San Sebastián una beca de estudios, tras presentar un nuevo Cuarteto para cuerda, sobre temas vascos. Sorozábal se instala en Leipzig y estudia violín con Hans Sitt, y composición con Stephan Krehl, director del Conservatorio de dicha ciudad. Su estancia en Alemania se alarga gracias a una posterior pensión anual de la Diputación de Gipuzkoa. La fortaleza de la peseta frente al marco alemán le permite vivir con desahogo durante estos años. Gracias a ello, alquila una orquesta local en dos ocasiones (1922 y 1923) para debutar como director y estrenar su Capricho español. Durante un tiempo, estudió contrapunto en Berlín con Friedrich Kohl, rival de Schönberg y Franz Schrecker, y profesor de Kurt Weill unos años antes.
El fin de la inflación alemana y la implantación del "plan Dawes" (1924) invierten la situación financiera del país y del músico, que se ve obligado a retomar sus actividades de músico práctico en locales de ocio. A pesar de carecer de permiso de trabajo, Sorozábal se beneficia de la fuerte demanda de música de baile y del escaso control ejercido por las autoridades de la República de Weimar. De este modo, logró ir prosperando hasta llegar a ser Kapellmeister de una orquestina en un céntrico café de Leipzig.
Desde Alemania, el músico fue elaborando un repertorio de obras de inspiración vasquista, que iba estrenando durante sus estancias veraniegas en Donostia. Composiciones de amplio vuelo como su Suite Vasca (1923), sobre poemas de Emeterio Arrese, o las Variaciones sinfónicas sobre un tema vasco (1927) otorgaron al compositor merecido renombre entre sus paisanos. Además, piezas más populistas como sus dos Kalez-kale, para txistu y coro, demostraban su facilidad para contactar con el gran público. En la misma línea cabe encuadrar el fandango Donostia, que fue premiado en el Primer Concurso de Composición convocado por la Banda Municipal de Txistularis de San Sebastián (1929).
A partir de 1928 se hacen cada vez más frecuentes y prolongadas sus estancias en España, casi siempre en busca de promoción profesional. En enero de ese mismo año, dirige a la Orquesta de José Lassalle en el moderno y céntrico Palacio de la Música madrileño, con asistencia de la Infanta Paz. El programa, dedicado íntegramente a compositores vascos, incluía sus Variaciones sinfónicas y un arreglo del Gernikako arbola de Iparragirre, que Sorozábal realizó para la ocasión. En otoño, trabaja al frente de la Orquesta Sinfónica de Bilbao, y allí conoce a Maurice Ravel. Un año después, dirige al Orfeón Donostiarra y a la Coral de Bilbao en la Exposición Iberoamericana de Sevilla, ante el rey Alfonso XIII. En 1930 y 1931, es invitado a dirigir a las orquestas Sinfónica y Filarmónica de Madrid, respectivamente.
Con todo, su situación laboral y económica continúa siendo precaria durante estos años. Animado por el éxito de la zarzuela El Caserío (1926) de Guridi, decide probar fortuna en el teatro, por entonces la vía más lucrativa para un compositor en España. En 1928 contacta con los libretistas de la que sería su primera opereta, Katiuska. Al mismo tiempo, planea la composición de una ópera vasca sobre La leyenda de Jaun de Alzate de Pío Baroja, traducida al euskera por Arrese. Este proyecto, que retomaría durante la Guerra Civil, nunca llegó a materializarse, probablemente debido a su complejidad. Por el contrario, Katiuska se convirtió en uno de los mayores éxitos teatrales de la década siguiente, tras su estreno en Barcelona (1931) y Madrid (1932). Contribuyó a ello la apuesta comercial de la discográfica donostiarra Regal, que grabó la obra antes de su estreno, con el ídolo Marcos Redondo como solista. Su ambientación soviética, además, creó especial expectación, debido a la coyuntura de cambio político que atravesaba el país.
A partir de este momento, Sorozábal concentra todos sus esfuerzos creativos en el teatro lírico. En este campo, pronto despunta como uno de los autores más dotados del momento, y el más renovador. Su vida se estabiliza definitivamente en 1933, cuando se casa con la actriz cantante Enriqueta Serrano y se instala en Madrid. Un año después nace su único hijo, Pablo. Durante los años de la República, Sorozábal obtiene otros dos triunfos plenos con el sainete lírico La del manojo de rosas (1934) y la zarzuela grande La tabernera del puerto (1936). Mención aparte merece su "ópera chica" Adiós a la bohemia (1933), con libreto de Pío Baroja, que no logró un éxito de público comparable, pero permanece como una de las obras más originales y acabadas del repertorio lírico español.
En 1936, la carrera de Sorozábal alcanza su punto culminante. Con poco tiempo de diferencia, es nombrado asistente de Arbós en la Sinfónica de Madrid y director de la Banda Municipal de Madrid. En abril, la Orquesta de la BBC, dirigida por Pedro Morales, retransmitió en Londres Mendian, primero de sus Dos apuntes vascos (1925), que había publicado en París la editoral Max Eschig. Además, el compositor tenía planeado viajar a Berlín para colaborar con la UFA en el rodaje cinematográfico de Katiuska. Al estallar la Guerra Civil, sin embargo, evita la opción del exilio, y permanece al frente de la Banda. Con ella recorre Levante y Cataluña en 1937, recaudando fondos para el frente madrileño. Escribe un himno para las milicias vascas, Eusko indarra-Euskadi libre, que años más tarde presentaría como Marcha de Deva. Abrumado por las circunstancias bélicas, dimite de su puesto en 1938 y espera el fin de la contienda en Valencia.
Su situación ante el nuevo régimen resulta muy comprometida, y es depurado "con reservas" por una junta de la Sociedad General de Autores. El músico es entonces víctima de rencillas profesionales y diversas formas de boicot y censura. Sin embargo, nunca pierde el favor del público ni el respeto de la crítica. Durante los años de posguerra, continúa estrenando a buen ritmo, y obtiene éxitos resonantes con la opereta Black, el payaso (1942), y el sainete Don Manolito (1943). Tras romper relaciones con el barítono Marcos Redondo, Sorozábal decide convertirse en empresario de sus propias obras. Al frente de su compañía lírica, realizará una gira por Suramérica en 1946-47. En Argentina, coincide con las honras fúnebres por Manuel de Falla, a quien rinde homenaje, y se presenta con éxito también como director de orquesta.
En 1945 es nombrado director titular de la Orquesta Filarmónica de Madrid, y un año después sube como invitado al podio de la Orquesta Nacional. Obtiene el Premio Nacional de Teatro "Ruperto Chapí" de 1950, por su sainete Entre Sevilla y Triana. Debido al declive de los circuitos comerciales de la lírica popular, su producción escénica se ralentiza durante la década siguiente, y su actividad profesional se diversifica. En 1953 dirige el estreno de la ópera Canigó, de Antonio Massana, en el Liceo de Barcelona. En 1955 acompaña al bailarín Antonio en París y Londres, donde triunfan con El amor brujo de Falla. La misma compañía de ballet estrena en el Festival de Música y Danza de Granada de 1956 su Paso a cuatro, sobre música de autores españoles del s. XVIII. Colabora con su hijo en la banda sonora de Marcelino, pan y vino (1955), y en la comedia lírica Las de Caín (1958), que logra estrenar en el Teatro de la Zarzuela. Por mediación de la cantante, pedagoga y empresaria Lola Rodríguez de Aragón, accede a algunos otros estrenos y encargos oficiales. Entre ellos, destaca la revisión de la ópera Pepita Jiménez de Isaac Albéniz, para la I Temporada de Amigos de la Ópera de Madrid (1964). Al mismo tiempo, se convierte en uno de los directores estrella de la industria discográfica española.
Como compositor, Sorozábal retoma paulatinamente la línea vasquista de sus inicios. Escribe piezas instrumentales y corales basadas en el folklore vasco, como la suite coral Neskatxena (1952), que publica en New York, o la cantata Gernika (1966-1976), con letra de Nemesio Etxaniz. También revisa algunas composiciones anteriores. El estilo de su última época se caracteriza por una gran contención formal y expresiva, y una renuncia consciente a modernismos e influencias externas. Excepción a todo ello es el "drama lírico popular" Juan José (1968), la obra más ambiciosa y personal de su catálogo. En ella, Sorozábal refleja sus inquietudes sociales con un lenguaje musical cercano al expresionismo.
Su aparente rehabilitación pública tras la posguerra no evitará que las polémicas y encontronazos con autoridades e instituciones sean una constante durante todos estos años. En 1952 dimite de su cargo en la Orquesta Filarmónica, tras prohibírsele estrenar su suite Victoriana junto a la Sinfonía nº 7, "Leningrado", de Dmitri Shostakovich. En 1978 el Teatro de la Zarzuela suspende el estreno de su ópera Juan José, en medio de fuertes acusaciones cruzadas entre el compositor y la Dirección Nacional de Música. La amargura y la frustración vital del músico fueron crecientes hasta su muerte. Sorozábal vivió con plena y dolorosa consciencia el colapso de la tradición teatral y musical que le había encumbrado a la fama y a la cual pertenecía. Deplora las nuevas preferencias de la cultura de masas - el espectáculo del fútbol, la música rock, la televisión - y se convierte en crítico furibundo de la música de vanguardia. A las decepciones profesionales y políticas, se sumaron las personales: su esposa había muerto prematuramente en 1958, y, dos años más tarde, Sorozábal sufrió una serie de desafortunadas intervenciones médicas en el ojo derecho, que nunca curaría por completo. Muere en su domicilio madrileño en 1988, tras recibir diversos homenajes y distinciones - Medalla de Oro de la Sociedad General de Autores, Encomienda de San Sebastián, nombramiento como hijo adoptivo de Madrid, etc.-, pero sin ver estrenadas las dos obras más queridas de su última madurez: Juan José y la versión definitiva de Gernika, que el músico había dedicado a la memoria de su madre.
Sin antecedentes familiares ni medios económicos para estudiar o promocionarse, puede afirmarse que la carrera de Sorozábal fue, ante todo, un "fruto fecundo de la infraestructura musical de San Sebastián en los primeros años del siglo XX" (Nagore 2002: 149). Precisamente, sus inicios coincidieron con el mayor esplendor de la belle époque donostiarra. La confluencia de elementos populares propios de una ciudad de pequeño tamaño, cercana al mundo rural; la proliferación de asociaciones filarmónicas, en un contexto de "renacimiento cultural" vasco, y el contacto fluido con novedades y modas procedentes de Europa, fueron el sustrato de su formación artística y personal.
Su caso ejemplifica el tránsito entre los modos de pensar, producir y consumir la música heredados del s. XIX y los propios de la cultura de masas del s. XX. Al finalizar la década de 1920, Sorozábal había trascendido su condición de joven promesa, y recogía de modo decidido el testigo de la primera generación de compositores del nacionalismo musical vasco. Su posterior dedicación al teatro más comercial se explica por la necesidad de lograr una estabilidad económica; sin embargo, no cabe duda de que se encontró particularmente cómodo en este terreno, y en él desplegó todo su talento. La dicotomía entre su música para la escena y el resto de su obra es más aparente que real, puesto que existen abundantes préstamos estilísticos y textuales a lo largo de toda su producción. Un lugar más marginal lo ocupa su música cinematográfica, que sin embargo es destacable por dos grandes éxitos: el zortziko Maite (Jai Alai, 1940), popularizado por los grupos Los Bocheros y Los Xey, y la Canción de Marcelino (Marcelino, pan y vino), que dio la vuelta el mundo. Fallecido ya el músico, una de sus romanzas más célebres fue incluida en la banda sonora de la película Belle Époque (1992), ganadora de un Oscar.
En todo momento, Sorozábal demostró una extraordinaria capacidad para contactar con un público amplio y diverso. Su primera opereta dio nombre a las botas katiuskas, que llevaba en escena la protagonista de esa obra, y su marcha fúnebre Gernika entró a formar parte del universo simbólico de la izquierda abertzale. Él mismo no dudaría en definirse como "un músico popular" al final de su vida. Aunque su gran momento fueron los años en torno a la II República española, Sorozábal continuó destacando durante toda su vida como una de las voces más carismáticas e independientes de la música vasca. Es autor del arreglo oficial del himno de su ciudad, la Marcha de San Sebastián de Raimundo Sarriegi.