Biographies

SAN LEÓN

Reliquias de San León. A principios de las guerras de religión, la ciudad de Bayona temía que las tropas del rey de España, señor de la alta Navarra, pusieran sitio a la ciudad. Se temía por las reliquias de San León y por una iglesia, que situada fuera de las murallas, estaba expuesta a todos los peligros. El obispo Jean Desmontier de Fresne y su cabildo no dudaron un solo instante e hicieron transportar las reliquias a la catedral. Se cree que esto sucedió en 1553, y el canónigo Veillet nos ofrece una descripción del nuevo lugar que se asignó a las reliquias en la iglesia catedral. «Se llegaba a él por diez escalones de piedra y un peldaño de madera... Estaba adornado con un amplio y bastante hermoso retablo compuesto de seis cuadros, dispuestos en dos filas, tres de cada lado, separados por listones de madera acanalados y dorados. Entre estos seis cuadros, en el medio había, en todo lo alto, un crucifijo de madera entre las figuras de la Virgen y de San Juan. Un poco más abajo... «una estatua dorada de San León». A los pies de esta estatua había un nicho que contenía las reliquias del santo «y abajo del todo sobre el altar un tabernáculo a tono con el resto». En 1630 el canónigo Laclau dejó 1.000 libras para adquirir un relicario destinado a contener las reliquias del santo, y se formó una suscripción general que alcanzó pronto la cifra de 3.600 fr. Este relicario de plata contenía solamente el cuerpo del santo, pues la cabeza se guardaba en otro relicario especial en forma de busto llevando la cabeza entre las manos. Pero el busto no lo sacaban más que en las procesiones solemnes. M. Menjoulet nos cuenta en algunas líneas la suerte que corrieron las reliquias del santo durante la revolución: «Vemos, dice, que la cabeza del Bienaventurado era conservada en un busto de plata que se sacaba todos los años en la procesión solemne del 1.° de marzo y que las otras reliquias se guardaban en un hermoso relicario también de plata que depositado tras del altar mayor al final de la arcada central del coro. Durante bastante tiempo la piedad de los fieles protegió estos dos monumentos del culto nacional contra el espíritu revolucionario. Pero cuando las órdenes llegadas de París prescribieron al fisco la confiscación de las campanas, vasos sagrados y otros objetos preciosos, para convertirlos en moneda constante, el relicario de San León fue transportado con el resto a la residencia de los monederos de la República. Feliz hubiese sido la ciudad de Bayona si sólo la hubiesen despojado de los objetos de oro y plata de la catedral pero la impiedad triunfó plenamente y persiguió con increíble furor los restos venerados del santo Patrón. Este fue para Bayona un día de luto y de angustia como no se había conocido ni en los peores momentos de la historia bayonesa. Hubo un tribunal cualquiera que condenó las reliquias de San León a ser quemadas por la mano del verdugo en la plaza pública donde se había ejecutado a los malhechores, es decir, en la plaza Gramont o de la Libertad. Ignoramos la fecha exacta de esta siniestra sentencia, pero sabemos por testigos oculares que la mayoría de los bayoneses se negaron a asistir y que no hubo otro público aparte de los funcionarios y agentes indispensables, que algunos campesinos exaltados que quisieron ser testigos de semejante atentado. Estos pretendieron incluso danzar la Carmañola alrededor de la hoguera. Y cuentan que uno cogió un mal al pie que lo dejó medio inútil durante los largos años que le quedaron de vida. Los otros no se mostraron menos encarnizados contra las santas reliquias cuyas cenizas arrojaron al Adur. Pero vamos a añadir a este interesante relato algunos detalles: en la sesión del 19 de diciembre de 1793, el club de los sans culottes bayoneses nombró una «comisión compuesta por los ciudadanos Martineau, Coutanceau, Candau hermanos y Oeillet, para quemar los huesos de San León depositados en una caja de plata en la catedral, y en otras si las hubiese, al pie del árbol de la Libertad», que esta comisión se agrega a la municipalidad para proceder a este trabajo tanto más necesario cuando se trata de echar por tierra todos los vanos prejuicios de los que los beatos y gentes de iglesia están imbuidos. El inventario del 17 de enero de 1794, describe así entre los vasos sagrados de la catedral: «un relicario de San León más las especies doradas», y más lejos: «catorce piezas sacadas de la caja de San León». Más adelante, «la cabeza llamada de San León». El auto de fe tuvo lugar el 10 primaire del año II y los representantes del pueblo Pinet, Garrau y Monestier hicieron la relación en una carta que escribieron de Bayona al Comité de Salud Pública el 3 de diciembre de 1794. Dicen, «ciudadanos colegas, por fin la venda que la ignorancia, el error y la fantasía de algunos hombres hábiles habían puesto en nuestros ojos, comienza a rasgarse por todas partes. El imperio de la razón se establece, y la verdad disipa por doquier la mentira y la impostura; el trono del altar al igual que el del despotismo, está roto, y la estrella de estos pretendidos ministros de Dios, de estos hábiles bribones que se han servido con tanto arte durante siglos de la debilidad de nuestros espíritus para convertirnos en los instrumentos de su pasión, está tocando a su fin. Incluso varios de estos déspotas espirituales, lo bastante hombres de bien como para convenir en que la comedia absurda que representaban no tenía otro fin que el de engañarnos y mantenemos en una ignorancia provechosa para la ambición de los curas, renuncian a su papel y se despojan del pretendido carácter que les convertía en ridículos comediantes, peligrosos fanáticos y hombres completamente inútiles para el bien público. Y es tal, sin embargo, la madurez de espíritu público que el pueblo ve, en general, con satisfacción el fin del reino eclesiástico y los sacerdotes van a renunciar a unas odiosas y peligrosas funciones para entregarse a ocupaciones y a una instrucción útil a la sociedad. Bayona y varias comunas de los alrededores no tienen ya curas y muchos ciudadanos han renunciado a sus credenciales de sacerdotes y han prometido que en adelante no aceptarán otras doctrinas que la de la libertad e igualdad. El 10 de este mes, día de la década, hemos celebrado con la mayor pompa la fiesta de la Razón. En este día, seguidos de un gran gentío, cuyas aclamaciones y alegría resonaban en el aire, hemos ido a la ex-catedral a desalojar todos los cuadros, todas las imágenes de santos que la barbarie eclesiástica había situado en el paraíso para sacar el dinero de las almas débiles. Con la verdad y las aclamaciones patrióticas hemos purificado este recinto que hasta ahora estaba mancillado por la mentira y la impostura. San León y algunos de sus camaradas han sido arrastrados por la plaza de la Libertad y allí, al pie del árbol sagrado, se les ha quemado poco a poco. El pueblo aplaudiendo esta especie de auto de fe cuyo ministro era él mismo, ha bailado con el mayor contento hasta las dos de la madrugada, alrededor del fuego sagrado de los muy santos padres. Incluso ha querido visitar el relicario de M. San León a quien se le han encontrado, sin duda por efecto de algún milagro, dos piernas de mujer, cosa que ha excitado no pocas risas y muchos sarcasmos. Los santos no se enfadarán, creemos, pues son las gentes más agradables del mundo. Algunos devotos ponían mala cara y tratándonos de impíos nos amenazaron con los rayos celestiales, pero su esperanza se vio decepcionada, pues el sol salió, al día siguiente de dicha fiesta, más radiante que de costumbre, lo cual hizo decir a los patriotas que el Ser Supremo no quería ni a los santos ni a los curas. Nos debe estar, por otra parte, muy agradecido, pues hemos desalojado de su casa a una tropa de holgazanes que no servía para nada, ni siquiera para el fuego». Ahora vamos a contar cómo se conservó la reliquia del santo mártir, que la iglesia de Bayona tuvo el honor de conservar. Es un brazo, o más bien un antebrazo, con una interesante historia. «Desde tiempos remotos encontramos en la iglesia del célebre monasterio de San Bernardo, una insigne reliquia con la siguiente etiqueta escrita en pergamino con letra gótica: Brachium S. Leonis Episcopi Baionensis, y encerrada en un cofrecillo plateado, en forma de basílica. Se pensaba también, con algún fundamento, que había sido transferido en vida incluso, o poco tiempo después de la muerte del hermano de San León, el venerable Felipe, cuyos restos reposaban también en este asilo bajo la custodia de los benedictinos, sus primeros habitantes. Más tarde, hacia el año 1245, según el canónigo Veillet, el monasterio de San Bernardo fue ocupado por religiosas de la orden del Císter, y es posible que fuese a ellas a quienes se dio esta santa reliquia, bajo una etiqueta escrita en caracteres góticos del siglo XIII. Sea como sea, las abadesas de San Bernardo se habían transmitido, siglo tras siglo, este precioso depósito, que era guardado religiosamente a una cierta altura por encima del altar mayor. Y allí es donde se encontraban en el momento de la Revolución. Ahora bien, un día ya sea antes, ya sea después de la destrucción por el fuego de las reliquias en la plaza de la Libertad, una docena de hombres llegaron tumultuosamente a la iglesia de San Bernardo pillándola y devastándola ante los ojos de la abadesa y de otra religiosa llamada Jeanne Gaspard que se encontraban en oración en el coro alto, y pudieron ver todo sin ser vistas. Así pues vieron a uno de estos hombres subir al altar con la manifiesta intención de coger el relicario de San León, pero de repente le vieron echarse hacia atrás sin haberlo tocado aún. Cuando la tropa revolucionaria salió, Jeanne Gaspard se apresuró a ir a cerrar la puerta de la iglesia y subiendo después, a la altura del tabernáculo, cogió sin dudar el santo relicario llevándolo al interior del convento. Y aquí comenzaron para la reliquia de San León una serie de migraciones sucesivas, detalladas con exactitud en un proceso verbal oficial. Jeanne Gaspard y su hermana María, otra religiosa profesa de San Bernardo, la confiaron primero «juntamente con otros objetos religiosos» a Joachim Salvador Dubrocq y Mme. Laurence Dubrocq, nacida Faurie, que se encontraban entonces en su casa de campo, y que velaron felizmente por este tesoro del que, sin embargo, las religiosas guardaban la llave. Más adelante cuando los ánimos se serenaron, las piadosas cistercienses bayonesas transportaron el relicario a la residencia de M. Robert Hocquet d'Alincourt, vicario general, por aquel entonces administrador de la diócesis; y éste después de reconocer canónicamente «el hueso del brazo» de San León lo entregó a Jeanne y Marie Gaspard que lo metieron en una bolsa carmesí. Algo después, lo Ilevaron todo a la casa episcopal y lo pusieron de nuevo en las manos del nuevo obispo de Bayona, monseñor Loyson, en presencia del señor Francois Honnert, secretario del obispado. «Y es en el obispado donde la reliquia fue reconocida oficialmente como verdadera y auténtica» por J. J. Lamarque, vicario general de la diócesis, con ocasión de una encuesta comenzada el 17 de febrero de 1805 y terminada el 23 del mismo mes. Al día siguiente, 24 de febrero, una orden firmada por el vicario general decidió que se colocase la reliquia tan «felizmente salvada» en lo alto del coro, y en el lugar ordinario donde estaba anteriormente -dice la orden- la gran reliquia del mismo San León. A pesar de su extensión hemos querido reproducir este trozo porque completa muy bien la historia de las célebres reliquias del santo patrón de Bayona.-D.